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2.1 Eje significante-referente
ОглавлениеEse eje conecta de forma inmediata los términos de la relación, lo que señala una notable diferencia con la relación que establecen estos términos en el signo lingüístico. En este último caso, significante y referente no tienen ninguna relación inmediata ni en materia ni en forma. En el signo icónico, en cambio, por el hecho de contar ambos términos con características espaciales, son los dos igualmente mensurables. Es precisamente en esa mensurabilidad en la que descansa la famosa ilusión referencial, a la que aluden los autores más perspicaces en la descripción del signo visual. Esto quiere decir que algunos caracteres del objeto son traducidos en los signos icónicos, mientras que algunos rasgos del signo no pertenecen al objeto. En este punto, U. Eco (1972: 234) habla más bien de homologación entre dos modelos de relaciones perceptivas. Podríamos ahora completar el esquema de Ch. Metz (1977: 152) relacionando el signo visual y el signo lingüístico con la semiótica del “mundo natural”, referente obligado de los dos signos anteriores:
Como puede observarse en el esquema anterior, todos los sistemas semióticos se comunican entre sí en el nivel del significado —nivel semémico—, razón por la cual es posible la traducción de un sistema a otro. Pero, además, el sistema visual y el sistema del “mundo natural” se interrelacionan entre sí en el nivel del significante, ya que el signo visual extrae del “mundo natural” algunos rasgos —aquéllos que son necesarios y suficientes, dentro de cada cultura— para construir el significante. En cambio, el significante lingüístico no participa en nada de los rasgos del significante del “mundo natural” ni de los rasgos del significante del signo visual. Lo que sí sucede con el significado lingüístico, pues los semas figurativos del significado mantienen una correspondencia con algunos rasgos del significante del sistema semiótico del “mundo natural” y del orden visual.
Las relaciones en las que se basa la mensurabilidad, e incluso la homologación, que no la identidad, de los modelos perceptivos, se denominan transformaciones. El Grupo µ propone cuatro tipos fundamentales de transformaciones: a) transformaciones geométricas; b) transformaciones analíticas; c) transformaciones ópticas; d) transformaciones cinéticas (Grupo µ, 1992: 156 ss.).
Las transformaciones geométricas se producen sobre “formas” extendidas en un espacio, y se generan por traslación: operación por la que todos los puntos de una figura F pasan a una figura F’ de conformidad con vectores equipolentes y paralelos; por rotación: operación por la cual todos los puntos de F’ se obtienen como en el caso anterior, pero añadiendo una operación de rotación en torno a un centro O; por simetría: operación por la que de cada punto M de F se pasa al punto correspondiente M’ de F’ por un segmento de recta, de forma tal que O sea siempre el punto medio de MM’; y por homotecia, según la cual, se operan reducciones o ampliaciones de las figuras. Estas diversas transformaciones elementales pueden combinarse entre sí para generar transformaciones complejas como desplazamientos (combinación de una traslación y de una rotación), similitudes (obtenidas por un desplazamiento y una homotecia), y congruencias (composición de traslaciones, rotaciones y reflexiones). Las congruencias permiten explicar por qué dos entidades que tienen la misma “forma” (en el sentido de la Gestalt) son posibles signos icónicos una de otra, como sucede en el calco y en la huella. Los reflejos en el espejo son también congruencias.
Las homotecias resultan sobremanera interesantes, en la medida en que rigen las reducciones y las ampliaciones, tan frecuentes en el caso de la fotografía y, por tanto, del cine. Estas transformaciones conservan algunas propiedades de la figura original (en particular, los ángulos), pero no la longitud ni la orientación. Asistimos con estas operaciones a las transformaciones familiares de los triángulos iguales y, en general, a las de las figuras “semejantes”.
La transformación por proyección conserva sólo algunas propiedades proyectivas de la figura original (por ejemplo, “ser una línea recta” o “una curva de segundo grado”) y algunas propiedades topológicas (“estar dentro de”). Todos los sistemas clásicos de perspectiva entran aquí en juego. Y la proyección se encuentra igualmente en la base de aquellos signos que se producen por la proyección de objetos y figuras sobre una superficie plana, tales como fotografías y dibujos, razón fundamental del cine, tal como lo conocemos.
Finalmente, las transformaciones topológicas no conservan más que algunas propiedades muy elementales como la continuidad de las líneas la relación de interior y de exterior y el orden. Y así, una línea recta puede convertirse en curva, conservando sus propios elementos; los ángulos pueden desaparecer; las superficies y las proporciones pueden cambiar. La introducción de estas transformaciones en nuestro universo icónico es muy reciente, al menos en su uso masivo. Se aplican en la elaboración de esquemas, diagramas, organigramas, etc. Como ejemplos especialmente significativos, podemos citar el plano del metro, los circuitos eléctricos integrados, los planos de las ciudades y hasta las transformaciones topológicas que se observan en algunas pinturas de J. Miró.
Las transformaciones analíticas son mucho más finas y tal vez más fundamentales para la formación del signo visual que interviene en la constitución del texto fílmico. Se trata de transformaciones tales como la diferenciación y el filtraje. La diferenciación se aplica a los fenómenos de luminancia, que varía de un punto a otro del campo de visión. La diferenciación permite pasar de una imagen “continua” a una imagen “a trazos”. Se opera aquí una transformación diferencial del campo percibido: cada “pico” corresponde a un punto del “trazo” y entre los “trazos” no hay nada, o mejor dicho, entre los “trazos” hay un espacio neutro en cuanto vector de información.
Las transformaciones por filtraje permiten analizar la información visual como una red de puntos que son explorados por medio de un “barrido” o exploración. Toda la información obtenida en un “punto” se confunde para producir un estímulo medio que afecta al ojo, el cual lo analiza y, en respuesta, produce una señal nerviosa en forma de vector con tres componentes: luminancia, saturación y cromatismo. El filtraje consiste en anular alguno de los componentes de ese vector, operando así una proyección de puntos sobre un plano (si se suprime un componente) o sobre una línea (si se suprimen dos componentes). Hablando con propiedad, los componentes no se suprimen, sólo se “fijan”: conservan un valor constante y dejan de ser “variables” Si en lugar de establecer un valor fijo para un componente, se le asignan dos o más valores discretos, excluyendo la variación continua del parámetro seleccionado, obtenemos una variante del filtraje, que se conoce como discretización. La discretización constituye una forma menos radical de filtraje, intermedia entre las degradaciones ilimitadas y la fijación arbitraria de un valor único. La transformación de filtraje en fotografía y en cine es la que conduce del color al blanco y negro por la supresión o fijación del cromatismo. La discretización, por su parte, conduce a la “estilización”.
Las transformaciones ópticas afectan las características físicas de la imagen, y son bien conocidas por los fotógrafos. Trabajan la intensidad y la convergencia de los rayos luminosos. Entre las principales transformaciones ópticas se encuentra el contraste, que radica en la relación de “luminancia” entre las zonas extremas del “negativo” o del objeto, tal como es percibido por el ojo. Es evidente, sobre todo para el fotógrafo, que hay que tener en cuenta en cada toma los contrastes del “objeto”, del negativo y del positivo, que no son necesariamente equivalentes. Por la relación de contraste podemos atenuar o acentuar las variaciones en la luminancia del objeto, produciendo efectos de sentido significativamente diferentes. El llamado estilo negro en el género del cómic adopta el contraste máximo de que disponen los mecanismos de impresión. Del mismo modo, el expresionismo y el llamado cine negro americano utilizan los máximos contrastes que permiten los “negativos” de la época. Pero se puede trabajar con la gradación de un referente en un significante, desplazando “en bloque” la luminancia hacia los valores “oscuros” o hacia los valores “claros” de la gama, como sucede en los grabados de Goya. Invirtiendo los contrastes de luminancia, se obtiene el negativo. El efecto negativo es bien conocido por los fotógrafos, pero se halla igualmente presente en los dibujos a lápiz y en las siluetas o contraluces.
Otro complejo de transformaciones ópticas es el comprendido por la nitidez y por la profundidad de campo. En la visión normal existe un ángulo de visión sólido, conformado por un campo de unos 14º, en el que se distinguen las siguientes zonas fundamentales: en el centro se sitúa la zona de visión nítida o foveal, en la que se da el máximo de discriminación de formas y de colores; alejándose hacia la periferia, se encuentran sucesivamente un campo central de 25º y, luego, un entorno de 60º; el resto constituye el campo periférico de la visión. Como el ojo es móvil, puede “barrer” el campo y desplazar la zona de visión nítida hacia cualquier punto del campo. Pero en ningún caso puede ver toda la imagen con la misma nitidez. Y en esto radica el “tiempo” de la visión, que introduce la temporalidad en la comunicación visual. Finalmente, la visión binocular permite apreciar la distancia entre diversos puntos del campo visual. A partir de esta visión fisiológicamente “normal”, es posible proceder a transformaciones del ángulo de visión, de la zona de visión nítida y de la profundidad de campo.
La zona de visión nítida ha obligado a los artistas a inventar infinidad de “trucos” y de “trampas”. Cuando todo el campo de la imagen se presenta con nitidez constante, como en la pintura clásica o en la fotografía corriente, el ojo sólo percibe esa nitidez localmente, a lo largo de su recorrido por el campo; el resto queda difuminado. Si, por el contrario, examinamos una pintura cuyo centro es nítido y los bordes difuminados (Renoir, por ejemplo), el ojo sólo encontrará una visión satisfactoria si se fija en el centro; todos los demás puntos de la imagen producirán una visión difuminada. Tal dispositivo pictórico tiene por efecto atraer el ojo con eficacia hacia un centro de la imagen, que no necesariamente tiene que estar en el centro del cuadro. La profundidad de campo puede ser fuertemente reducida por medio de un objetivo de “focal” largo, poco diafragmado; y puede ser acentuada por un objetivo de “gran angular”. El efecto “profundidad de campo”, que resulta de la aplicación del “gran angular”, permite apreciar en la imagen, con la misma nitidez, los primeros términos y los fondos de la imagen.
Las transformaciones cinéticas se basan en el desplazamiento del observador con respecto al objeto observado, y es ese desplazamiento el que crea la relación entre el significante y los otros elementos del signo visual. Las principales transformaciones cinéticas son la integración y la anamorfosis. La integración permite incorporar en una unidad visual elementos dispersos como los de las “tramas” y los del “sombreado”. Al alejarse de la imagen, se ve emerger lo lejano, ya que el ojo abarca zonas de imagen cada vez más amplias en las que se suma y se promedia toda la información, integrándose en una totalidad. Es lo que sucede con las vallas publicitarias, confeccionadas en base a tramas gruesas y discontinuas. Y es lo que sucede también en la visión normal ante fenómenos como el que Proust describe frente al surtidor de Hubert Robert2.
La anamorfosis se presenta en dos formas diferentes: la primera se basa en la multiestabilidad y hace ver dos imágenes en una sola; la segunda, en cambio, se apoya en un efecto cinético. Cuando desfilamos en torno a la Gioconda, la joven mujer nos sigue mirando siempre. Lo mismo sucede con las imágenes fotográficas de la moderna publicidad, que se encuentran en la vía pública.
En resumen, las transformaciones permiten dar cuenta de la ilusión referencial, la cual surge de la relación entre significante y “referente”, dicho ahora con mayor propiedad y rigor, entre el significante visual y el significante del referente, así como también de la equivalencia entre dos o más significantes: como la que se genera entre una fotografía y un dibujo, o entre una fotografía en color y otra en blanco y negro.