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EL PRECIO DE UN DESEO

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Es cierto, le diría a Beauvoir, el uso de anticonceptivos, el aborto legal y las técnicas de reproducción asistida nos han permitido decidir si queremos asumir o no la maternidad, incluso aplazar los nacimientos hasta reunir unas condiciones personales, familiares y laborales que consideramos idóneas de cara a la crianza. Sin embargo, ese aplazamiento de la maternidad se puede extender tanto en el tiempo que puede terminar por no alcanzarse nunca ese deseo. No para todas. Beauvoir también escribió: «La sociedad humana nunca queda librada de la naturaleza». Hoy, que tantas facilidades parece que tenemos, existe un desfase monstruoso entre el reloj biológico y el reloj social. Por eso somos un objetivo fácil para la mercantilización de nuestros cuerpos. De lo reproductivo. Hoy son otras las complejidades.

Muchas mujeres empiezan a plantearse —o pueden plantearse— la maternidad en edades en las que la fertilidad ya ha comenzado a disminuir. Es decir, ahora quiero/puedo, pero la naturaleza es la que manda. A partir de los treinta y nueve años, las dificultades para lograr un embarazo6 van sustituyendo de forma progresiva el compendio de motivos personales, laborales y económicos que aplazaban hasta entonces el deseo de ser madre. Lo contó la escritora Silvia Nanclares en Quién quiere ser madre. En el libro narraba su itinerario vital hasta llegar a la maternidad a través de distintos tratamientos reproductivos. «Queremos tener hijos a edades en que ya se hace difícil o incluso arriesgado biológicamente. Ahí entra entonces la industria reproductiva. Así pues, ¿Somos más o menos libres? Porque ahora el problema parece estar en la fertilidad y no en controlarla, sino en potenciarla. Y poder decidir cómo, cuándo y cuántos hijos queremos se ha convertido en todo un privilegio», me explicaba en un reportaje7 para El País. Tener cierta solvencia económica, no tener pareja y encontrarse en el límite de la edad para poder tener hijos son las circunstancias vitales de las mujeres de entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años que se enfrentan a ser madres solas por elección; una decisión que ha aumentado significativamente en los últimos años. La socióloga María Victoria Paloma Gómez García considera que ese aumento se debe «al avance imparable de su deseo de independencia, acompañado de la voluntad de muchas de ellas de no dejar pasar la experiencia de la maternidad, aun no reuniendo las “condiciones” que tradicionalmente se pensaban necesarias para dar el paso8

¿Cómo abordar la cuestión del aplazamiento de la maternidad sin que el peso recaiga en las mujeres? Las palabras juegan a buscar culpables en ese aplazamiento. Madres añosas. Maternidad tardía. Google me arroja más de trescientos mil resultados para lo primero. Casi ochenta mil para lo segundo. Son textos sobre los riesgos de ser madre después de los treinta y cinco, sobre tratamientos de fertilidad, de los pros y los contras de haber retrasado la maternidad, sobre los efectos demográficos de retrasar el momento de tener hijos. Se deposita en nosotras la responsabilidad. Para Silvia Nanclares falta saber dónde está la otra parte, la de los hombres que retrasan su paternidad o a la que nunca llegan. También un cambio en la lectura de la maternidad tardía en términos de liberación. «Cada vez hay más madres tardías, pero con agencia: madres solas, maternidades lesbias, otros tipos de familia. Muchas se producen en ese estadio “tardío” que te permite tener otra madurez y experiencias para montártelo de otra manera». Pero toda liberación conlleva un peaje. No hay nada gratis.

Catherine Rottenberg aborda en El auge del feminismo neoliberal cómo la idea de que podemos convertirnos en quienes queramos «antes de ser madres» ha calado en las mujeres estadounidenses gracias a la posibilidad de la congelación de óvulos. Mujeres con perfiles profesionales privilegiados que cuentan con una carrera de éxito y desenfreno. Ser madres es sinónimo de poner en riesgo sus expectativas y su medio de vida, por eso ven en la congelación de óvulos una forma de poder controlar la biología, una manera de sentir que tienen el control de sus vidas. Esta es la esencia de los discursos feministas neoliberales, que ponen el foco en la «inversión de las mujeres en sí mismas» y en su libertad para decidir por encima de todo lo demás. Discursos orientados a mujeres con poder, de clase media y alta, que acaban arrastrando a todas las demás de una u otra forma. Rottenberg cree que, como un tsunami que lo arrastra todo, una mayor mercantilización de la reproducción generará e intensificará nuevas formas de explotación racial y de género.

Vuelvo a sobrevolar la idea de la soberanía de nuestras maternidades para preguntarme de nuevo si es madre quien quiere o quien puede. Los tratamientos de fertilidad son caros. La congelación de óvulos una entelequia para la grandísima mayoría de mujeres. Madres solas por elección, madres que no pudieron o no quisieron llegar antes, parejas lesbianas, ¿quiénes pueden pagarse un tratamiento? ¿Cuánto cuesta ese deseo «tardío»? En 2019 se llevaron a cabo en España 180.906 tratamientos de reproducción asistida.9 De los nacimientos que se produjeron ese año, casi el 10 % fueron bebés nacidos gracias a estas técnicas. Aunque se recomienda no superar los cincuenta años, lo cierto es que la regulación española no establece límite de edad para la reproducción asistida. Sí lo hace la sanidad pública, que establece los cuarenta años como el tope para poder acceder a las técnicas de reproducción asistida. Una mujer con esta edad tiene un 5 % de probabilidades de quedarse embarazada.10 Busco el precio de los tratamientos en una clínica privada. En España cada vez hay más clínicas orientadas a este negocio. No es fácil saber cuál es la inversión que se necesita porque cada proceso, dicen, requiere un abordaje individual. Algunas ofrecen tratamientos por un coste de entre tres mil y cinco mil euros, pero la realidad es que el proceso suele oscilar entre los veinte mil y los cincuenta mil euros, porque depende del éxito del tratamiento y de haber elegido con acierto la clínica, ya que muchas solo buscan la rentabilidad.11 Es el mercado, amigas. Algunas utilizan como reclamo publicitario la devolución total de lo invertido si no «consigues tener un bebé».

Hay un fragmento de Las madres no, la brillante novela de Katixa Agirre, que reproduce a la perfección el funcionamiento de las clínicas de fertilidad y su maquiavélico lenguaje emocional:

De acuerdo con las clínicas de reproducción asistida, estas ofrecen un servicio: satisfacen una demanda limpia, científica y eficaz. Tú quieres algo (un bebé rubito) y, si te pones en sus manos, lo conseguirás (de ser cierta la publicidad, la tasa de éxito es del noventa por ciento). ¿Acaso hay algo que no se pueda conseguir en esta fase tardía del capitalismo? Necesidades materiales y espirituales, ambas puede cubrirlas el mercado. ¿Por qué no, entonces, la necesidad de reproducirse, que se encuentra en una zona gris entre ambas? ¿Quieres? ¡Puedes! No sin luchar, por supuesto. En tu mano está: pelea o cállate. […] El lenguaje neoliberal es emocional, inspirador, empoderante y pútrido. Convierte los deseos en hechos y los derechos en deseos. Túmbate aquí, abre las piernas. Concéntrate en tus sueños: si los deseas con suficiente fuerza, se harán realidad.

No es fácil transitar el camino de estos tratamientos. No es solo el coste económico, es también el desgaste personal y de pareja, si la hay, cuando el embarazo no llega. La decepción es un monstruo silencioso. Noemí Tovar contaba en 2020 en el blog de Rosa Maestro12 cómo llegó a ser madre soltera por adopción cuando la reproducción asistida dejó de darle oportunidades. Cuenta que siempre quiso ser madre, pero que la pareja con la que compartir la experiencia tardó en llegar, y cuando llegó resultó que, aunque él lo deseaba, no podía tener hijos. Fue entonces cuando recurrieron a la reproducción asistida. Tras varios intentos fallidos decidieron parar esta vía. Ella quiso continuar buscando cómo ser madre, él se detuvo en ese punto. La relación terminó. Noemí consiguió convertirse en madre sola por adopción internacional en tan solo seis meses. «La verdad que por aquel entonces las condiciones favorecían el proceso para que yo, como madre soltera, pudiese adoptar. Me sometí al arduo proceso de demostrar mi capacidad de poder ejercer como madre, informe pericial, una valoración ante profesionales sanitarios, psicólogo, asistente social». ¿Puede una mujer con una situación económica precaria acceder a esta posibilidad? ¿Pasaría los filtros para llegar a esa condición de idoneidad?

El capitalismo coloniza nuestros deseos y nuestros derechos. La vida de las mujeres. Nuestros cuerpos. «Yo siempre digo que el cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo. Quieren conquistar el cuerpo de la mujer porque el capitalismo depende de él», dijo Silvia Federici. ¿Somos libres para elegir cuántos hijos tenemos y cuándo los tenemos?

Maternidades precarias

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