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SER MADRE, A PESAR DE TODO

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«No es que antes no me gustaran los bebés; es que no existían. No había ningún lazo, ninguna relación entre ellos y yo. Un niño, claro que algún día querría un niño. La palabra “bebé”, ñoña y redundante, invalidaba todo lo que se refería a ella; el tema se me antojaba menor. Ahora acepto que haya quien no se interese por él, por el bebé; pero esta indiferencia se me antoja afectada, poco seria».

MARIE DARRIEUSSECQ, El bebé

He cumplido cuarenta años. Estoy en esa edad en la que tengo una perspectiva nostálgica de todo. Soy parte de todos los planteamientos demográficos que llenan estudios, encuestas y noticias. Soy una de esas mujeres que se sentía demasiado joven para ser madre antes de los treinta. Que no estaba preparada. Que no tenía las condiciones económicas, personales ni laborales para plantearse los hijos. Que no tuvo una pareja adecuada. No hasta que en el filo de los veintinueve conocí a Adrián, pero me faltaba todo lo demás. Me convertí en madre con treinta y dos años sin que se dieran las circunstancias para ello. Teníamos trabajos que nos robaban sin escrúpulos la mayor parte del día a cambio de sueldos insuficientes. Somos una de esas parejas que comparten desde el principio las cuentas del banco, los ingresos y los gastos. Las alegrías y las penas. Lo que no era insuficiente nunca era el precio del alquiler. Rebosaba burbujeante cada primero de mes en nuestra cartilla virtual. Casa, luz, agua, gas, comer, transportarnos. Vivir. Rellenamos desde el principio una Excel de gastos del que nunca salimos indemnes.

Al llegar a los treinta yo comencé a escuchar el tictac del reloj biológico, que seguía avanzando a pesar de todo. El deseo ya más nítido, y la urgencia: ahora o ya no será. Me enteré de que estaba embarazada en los baños del trabajo. Llevaba días sintiéndome mal y pensé: «¿Será? ¿Ya?». Me fui a la única farmacia que había en el polígono al que habían trasladado las oficinas para ahorrar costes. Esos giros rocambolescos que hacen las grandes empresas, que en lugar de hacer limpia de directivos prefieren trasladarse a Conchinchina Mediana y planificar un buen ERE. Pedí con vergüenza una prueba de embarazo, y la escondí en el bolso como si hubiera comprado algo ilegal. Y ahí estaba yo, en el baño, disfrutando los segundos más largos de mi vida, mirando un cacharrito manchado de pis. Me empecé a encontrar peor cuando aparecieron las dos rayas rosas. De repente cayó sobre mí como un diluvio la certeza de que ya nada iba a ser igual. El miedo a lo que sería. Todo junto. Emoción y terror contenidos tras dos barrotes rosas. Me fui antes del trabajo. Recuerdo perfectamente aquel viaje de vuelta a casa, pálida y con cara de susto, y cómo entré en casa, me senté en el sofá y le dije a Adrián: «Estoy embarazada».

En el deseo de ser madre hay un punto de irracionalidad que puede estar lleno de contradicciones. Puede ser que, tras una relación ambivalente con el deseo durante años, haya algo que lo desate. El deseo de ser madre de Silvia Nanclares se materializa a punto de cumplir cuarenta años, tras la pérdida de su padre: «Si he acompañado a mi padre en su muerte, la vida me debe otra vida». El duelo como detonante de una maternidad deseada. Cuando le pregunté qué creía que nos empujaba a ser madres cuando no se dan las circunstancias, me respondió que encuentra en el deseo de ser madre algo visceral, inexplicable. Inexplicable. Eso me dice mi amiga Rita, que supo que quería ser madre desde que nació. Eso dice, que nació ya queriendo tener un bebé al que cuidar. Y lo hubiera tenido a los veinticuatro si la pareja con la que estaba hubiera podido tenerlos. «Como era prácticamente imposible que me quedara embarazada no usábamos nunca ningún método anticonceptivo. Pero podría pasar, quién sabe, y queríamos que pasara. No tengo una explicación para ese deseo tan fuerte», me cuenta. Que su pareja no pudiera tener hijos fue el motivo de la ruptura tras un tiempo, aunque dice que ha estado años negándoselo a sí misma.

A veces no se puede. «¿Cómo voy a pensar en tener un hijo si no puedo ni mantenerme yo sola?», me dice Cristina, que trabaja de camarera desde los veinte. Nos conocimos cuando yo trabajaba los fines de semana en un restaurante para pagarme la universidad. Nunca la vi quejarse de lo que cobraba o de lo que no podía hacer. Se dejaba llevar, como la canción de Antonio Vega. A lo mejor nos han asustado tanto con la estabilidad que, como nunca llega una cosa, tampoco llega la otra. Quizás las expectativas de muchas de nosotras sean muy altas. «¿Tuvo la generación de mis padres tantas expectativas como la nuestra, tantas ambiciones, tantas necesidades autoimpuestas de viajar, de ir al gimnasio, de probar restaurantes con cinco estrellas en Google, de mantenerse eternamente jóvenes, de tener el último Smartphone y, cómo no, la suscripción a Netflix, HBO, Amazon Prime y Disney Plus? Ni por asomo», escribía mi pareja en una columna.14 A lo mejor nos pensamos demasiado las cosas. O, a veces, no queremos renunciar a nuestra cuota de bienestar. Busco en Feria el párrafo en el que Ana Iris Simón cuenta la conversación que mantuvo con un amigo. Durante la misma, este le dice que hoy no tenemos hijos porque no queremos, que nuestro imperativo no es solo material. «Ahí estaba, criticando ese vil juvenilismo que no podía encarnar ni más ni mejor».

No, no siempre una cosa puede sustituir a otra. No, no siempre querer es poder. Es imposible acercarse al deseo de ser madre sin pensar en la influencia cultural y social, pero tampoco sin pensar en la biografía de cada una de nosotras. Nuestra historia vital. En la precariedad brutal, la que no está en Instagram. Pero a veces, quizás, necesitamos un poco más de autocrítica.

Siempre que nos veíamos con dos amigas de la universidad Adrián decía que podríamos fundar una asociación de insatisfechos anónimos, cada cual con sus dilemas. La sensación de estar perdidos invade a nuestra generación como una mancha de petróleo vertida en el mar. Es pegajosa, lo embadurna todo a su paso. Hagamos lo que hagamos siempre podría ser de otra manera, y gastamos los años de vida buscando no se sabe muy bien qué. ¿Tienen más claro su lugar quienes tuvieron más oportunidades para elegir? ¿Somos la generación más insatisfecha de la historia? Las preguntas que no cesan. Le pregunto a mi amiga Paula qué opina ella de esta insatisfacción generacional, si no le ahoga la precariedad. Ella y su pareja son doctores en Historia. Nos conocimos poco antes de que se marcharan a una estancia investigadora temporal a México y desde entonces son parte de esa familia que eliges. Ambos han ido empalmando subsidios por desempleo y diferentes trabajos que nada tienen que ver con aquello para lo que se formaron. Moderadora de un chat de bingo online y dependiente en una cadena de cafeterías fueron los últimos empleos antes de que se decidieran a opositar. Tienen dos hijos, que nacieron en este trasiego y que, a cambio, han tenido unos padres presentes. «¿Estoy capacitada, yo, para hablar de precariedad, cuando la mayor parte del tiempo me siento una privilegiada?», me dice. Tiene una casa que no es suya en propiedad, pero usa y habita desde hace años como si lo fuera. «Ese es mi gran privilegio: mi casa, mis padres, mis suegros, mi familia. Todo ese sostén. Eso y haber podido estudiar mucho y bien. Así que cuando lo pienso a través de ese prisma, todo lo demás palidece: el trabajo precario que va y viene si es que viene (este año aquí, al otro no se sabe), el desempleo continuado y los dos niños, que son seguramente los que más han contribuido a nuestra apuro económico». Esto que suena tan injusto es algo que piensa muchas veces: «Este no es país (ni es mundo) para madres y padres. Con niños y sin una situación desahogada uno no puede pagar ciertos peajes y tiene que bajarse del tren a medio camino». Pese a todo, dice que han ido sobreviviendo, aunque no fuera exactamente lo que esperaba cuando se pensaba madre hace muchos años. «Tendría un trabajo estable y apasionante. Una casa más grande, o quizás dos. Viajaría constantemente. Y, sobre todo, podría hacer planes. Muchos planes: un plan de jubilación, una hipoteca, un negocio propio, vacaciones por todo lo alto. Nada de eso ha pasado. No hay planes en mi horizonte más allá de la mera supervivencia: trabajar, estudiar, ahorrar un poquito por si acaso, por lo que pueda ocurrir, porque nunca se sabe». Paula podría ser parte de la asociación de insatisfechos anónimos porque, aunque tiene esa patria que es la familia y no se siente legitimada para hablar de la precariedad, también a ratos se siente triste y estafada cuando vuelven las expectativas.

Tengo dos hijos. Una casa diminuta. Trabajo «de lo mío». Me pregunto muchas veces si nos equivocamos al tener hijos. No por ellos, por nosotros. Por lo que podemos ofrecerles. Por lo que queremos darles, pero no podemos. Por estar siempre corriendo y enfadados por no llegar a nada. Por el mundo en el que han aterrizado. Quizás la precariedad sea una trituradora de expectativas. ¿El deseo de ser madre estaba por encima de todas esas expectativas?

Pese a todo, aquí estamos, criando con nuestros privilegios precarios.

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1 López Pardina, T., «Simone de Beauvoir y el feminismo posterior. Polémicas en torno a El segundo sexo», Arenal, 1998.

2 Ibáñez Pascual, M., «Fecundidad, participación femenina en el empleo y políticas de conciliación en España», 2010. El trabajo fue financiado por el Proyecto europeo RECWOWE (Reconciling Work and Welfare in Europe).

3 Caroline Fourest escribe en Generación ofendida que el derecho a la diferencia termina provocando la disputa entre identidades, dañando las libertades de quienes no encajan en la nueva moral.

4 Ibáñez, M., «La evolución de los motivos para retrasar la maternidad», The conversation, 2021 <theconversation.com/la-evolucion-de-los-motivos-para-retrasar-la-maternidad-155722>.

5 Castro, T., «¿Qué nos empuja a ser madres en una sociedad sin políticas sociales?», El País, 2019 <elpais.com/elpais/2019/09/10/mamas_papas/1568125584_986593.html>.

6 Encuesta de Fecundidad 2018 (INE).

7 Nanclares, S., «¿Qué nos empuja a ser madres en una sociedad sin políticas sociales?», El País, 2019 <elpais.com/elpais/2019/09/10/mamas_papas/1568125584_986593.html>.

8 Gómez García, M. V. P., «Madres solas por elección: un nuevo modelo de familia», El País, 2018 <elpais.com/elpais/2018/02/05/mamas_papas/1517817753_240006.html>.

9 Datos del Registro Nacional de Actividad 2019-Registro SEF.

10 Datos de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF).

11 Fernández, M. y Sevillano E. G., «El coste de ser madre a los 40 alumbra una millonaria industria de reproducción asistida», El País, 2019. <elpais.com/economia/2019/07/19/actualidad/1563549009_803035.html>.

12 Tovar, N., «Adopción: mi camino hacia la maternidad», en masola.org, 2020 <masola.org/adopcion-monoparental-2/>.

13 Palomo, P., «La maternidad será elegida o no será», 2020 <feminopraxis.com/2020/05/15/la-maternidad-sera-elegida-o-no-sera/>.

14 Cordellat, A. «¿Vamos a vivir peor que nuestros padres?», El País, 2021 <elpais.com/mamas-papas/actualidad/2021-09-28/vamos-a-vivir-peor-que-nuestros-padres.html>.

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