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PRÓLOGO LAS PREGUNTAS ADECUADAS
Оглавление«Eres la mujer
que se desdobla y recuerda
[...]
la que desea elevar sobre la inercia
las preguntas adecuadas».
MARÍA RAMOS, Siamesa
Así acaba el poema que abre el poemario Siamesa, de María Ramos, donde la poeta escribe a partir de su embarazo casi adolescente («Demasiado pronto, animal obsceno»), ese que la convierte en «siamesa» de su hija. En este libro que estás a punto de leer, es Diana Oliver quien se eleva sobre la inercia y la lucha contra la materia y el tiempo diarios que conllevan la maternidad contemporánea en este tiempo acelerado, de exigencia hiperproductiva y mal pagada. A través de estas páginas, Diana nos regala, además del relato de las renuncias y el agotamiento, la escritura robada a dentelladas donde preguntarse e indagar no solo en favor de su propio discernimiento, sino como apuesta colectiva.
Maternar: experiencia límite y transformadora que ya quisieran Lou Reed y Albert Pla para sus lados más salvajes de la vida. La más salvaje y la más domesticada por ello al mismo tiempo, puro suelo fértil de ambivalencia, como ya nos mostró la compañera, también poeta, Adrienne Rich. Invisibilizada como lo que es, uno de los procesos vitales más potentes de la vida humana. Idealizada, santificada, demonizada, opinada, vigilada. Diana, periodista especialista en crianza y escritora precisa, como demuestra en este libro, mira cara a cara a la esfinge de la medusa. De la medusita. La de nuestra cotidianidad, la de nuestras luchas diarias, épica sin portadas. Ella se acerca a un montón de tópicos para desmontarlos, diseccionándolos con un ojo puesto en la experiencia propia y otro en la institución, siguiendo con Rich.
Conocí a Diana Oliver un mes antes de parir. Como ella misma cuenta en estas páginas, yo impartía un curso de verano sobre maternidades y escritura en Fuentetaja. Lo impartía porque estaba estupenda, tanto física como psicológicamente: esplendorosa. Solo el último día les confesé lo avanzado de mi embarazo. Y les propuse que nos volviéramos a ver en otoño. Porque mi plan era seguir siendo la misma después del parto. Seguiría escribiendo, leyendo, montando talleres. Por eso probablemente, por eso y porque necesitaba el dinero (o más bien huir de esa certeza constatable de que la maternidad empobrece económicamente a las madres), cerramos nuestra siguiente quedada en las aulas para septiembre. Compartí la baja con mi chico (en 2018 los permisos no eran iguales) y le regalé parte de mi permiso como quien aprieta fuerte el talismán de la crianza igualitaria. Si yo no cambio, «esto» no podrá conmigo. En aquellos sábados nublados leímos juntas a algunas de las autoras que Diana menciona aquí, y cambiamos el nombre del taller por el de «Maternituras» (un fantástico cruce entre maternidades y cultura que se le ocurrió, claro, a Diana, en connivencia con su sister: Pilar Cámara).
Lo que yo no sabía era que estaba huyendo. Huía del vértigo del vínculo insondable con mi hijo recién nacido, de ese miedo atávico a dejar de ser yo, del pánico a desaparecer como escritora y como lectora, de quedarme sin amigas, de verme recluida en el nuevo hogar, de descolgarme del mundo laboral. Y ese fue el subterfugio que encontré: los talleres, un curro donde poder encontrarme con mujeres potentes que me obligaban a leer y escribir. No sé cómo lo hicimos, pero de allí salieron varias amistades y libros que ya existían como embriones de días, igual que este que nos ocupa. Meses después, me metería la hostia de mi vida. Mi glándula tiroides dijo hasta aquí y se detuvo en seco. Un cansancio abismal que yo achacaba al posparto me obligó entonces a parar: entré en la logia extensa y silenciosa de las hipotiroideas. Asumí mi condición de madre precaria. Yo había corrido, pero el puerperio siempre es más rápido y si no te envuelve en su momento, volverá para cobrarse su atención más adelante. El taller también tuvo que parar momentáneamente, y meses después, la pandemia fue la estocada: nos encerró a todas aún más en esa vida sin separación alguna entre lo productivo y lo reproductivo, y nos confesamos incapaces de seguir sacando la cabeza para encontrarnos. Eso sí, nos acompañamos también en ese no poder. Diana siempre estuvo ahí, con su deseo y su vulnerabilidad a flor de piel, al mismo nivel, con la misma intensidad, determinación y compromiso de seguir haciéndose las preguntas adecuadas que mantiene en este libro.
¿Cómo podemos seguir sosteniendo estas maternidades? ¿Qué hacemos con la culpa inherente a toda maternidad precaria? ¿Cómo nos sacudimos el resentimiento de género ante las desigualdades que habitamos? ¿Qué pasa con los padres que cuidan? ¿Cuidan igual? ¿Se ven penalizados igual? ¿Cómo sería repartir la carga mental más allá de la pareja y de la familia nuclear? ¿Cuántas manos se necesitan para criar felizmente? ¿Cuántos servicios públicos robustos? ¿Se acaba alguna vez el agotamiento y la frustración de la crianza cuando la vida no está hecha para cuidar? ¿Cómo hacemos para tener una buena vida y una buena crianza si el trabajo productivo lo empapa todo? ¿Qué preguntas tenemos que hacernos y hacer para acabar con las violencias que transitamos diariamente como madres? ¿Dónde nos encontramos unas con otras entre nuestros privilegios precarios?
A través de los puntos certeros de sus interrogaciones, llenos de imágenes, reflexiones, citas, cavilaciones y memoria, Diana nos abre el disco duro de su maternidad, sus reflexiones, investigaciones y lecturas para que nos reflejemos en ella. Su casa desordenada, como la mía; su lengua fuera, como la tuya; sus insatisfacciones y expectativas frustradas, como las de todas; dudas y contradicciones que conviven con el profundo goce y amor que la maternidad le (nos) proporciona. Necesitamos más madres preguntonas, más madres reflexivas, más maternidades puestas al sol, al aire, con las heridas fuera hasta que se haga costra en compañía, con el gozo al aire para que se sepa todo, y no solo la dificultad implícita, las quejas y los miedos insalvables.
Yo también escribo este prólogo en la mesa del salón. Rodeada de cachivaches propios del cuidado y los juegos de la primera infancia. Mi escritorio lleva meses convertido en cambiador. Mi casa, colonizada desde hace cuatro años por presencias pequeñitas. Y por el agotamiento estructural. Gracias, Diana, por abrir las ventanas de nuestras casas y dejar que vuelen los papeles hasta traer tu libro. Por airear hasta el último armario con este texto explosivo. Me imagino a Diana quitándose mérito al leer mis palabras, siendo humilde hasta el rubor. La belleza de su escritura, la precisión de sus imágenes, que nos golpean, desmienten ese color tomate. Le tomo la palabra: «Necesitamos nuevos conceptos, pero también más preguntas. Sigamos».
SILVIA NANCLARES
NOTA: Este texto ha sido escrito con múltiples interrupciones propias de la crianza de dos criaturas de tres años y medio y nueve meses. Urgente y llena de tachones y olvidos. Esta es la escritura que deja la maternidad. La reivindicamos orgullosas.