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INTRODUCCIÓN

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«¿Qué hacían mis manos antes de tenerle?».

SYLVIA PLATH, Tres mujeres

Mamá es el nombre por el que me llaman mis hijos. Y yo acudo como un río. Desde que llegaron todo se ha ido transformando. El léxico que utilizamos, el tiempo, los miedos, el paisaje, los cuerpos. Las urgencias. La casa se ha ido llenando de montañas de libros infantiles y de dibujos que muestran figuras sonrientes en una jungla multicolor. Nosotros ya no somos sino corredores de fondo, que saben que no hay otra meta que alcanzar que desfallecer en el sofá cuando llega la noche y ellos ya duermen. ¿Cuántas noches de sueño intermitente nos quedarán?

Ahora nuestra percepción del mundo es otra: todo se presenta como una oportunidad o como un peligro. Como las preguntas que recorren este libro. ¿Dónde nace el deseo de ser madre? ¿Somos realmente libres para decidir cuándo, cómo o con quién tenemos hijos? ¿Qué necesitamos para poder vivir una experiencia de la maternidad más grata? ¿De qué dependen nuestros malvivires maternales? ¿Qué exigencias nos imponen? ¿Cuáles nos imponemos? ¿Somos las madres que queremos ser o las que podemos ser? ¿Quién cuida a las madres? ¿Cómo cuidamos? ¿Podemos cuidar en un sistema que solo vela por lo productivo? ¿Llegaremos a desproblematizar la maternidad? Tengo la sensación de que nos estamos despegando trocitos de patriarcado con los dedos mientras aceptamos un baño de barniz neoliberal.

La maternidad es un alambre fino sobre el que caminamos como funambulistas. Muchas mujeres lo atravesamos sin red, intentando mantener un equilibrio imposible mientras avanzamos con los ojos cerrados. ¿Qué se necesita para ser una acróbata adecuada? Sentimos en nuestras carnes la desinversión constante en políticas sociales. La soledad de los cuidados. El dedo inquisidor que nos señala cuando no se encaja en el modelo imperante. La maternidad se ensalza nominalmente, pero esto no se traduce en hechos a nivel social ni institucional. Ni siquiera a nivel personal le damos la transcendencia que tiene engendrar vida, cuidar esa vida. Recuerdo que cuando dejé mi trabajo para cuidar a mi primera hija me dijeron que sería un error. Que aquello era imprudencia. ¿Qué ocurre cuando tienes un trabajo alienante, cuando la precariedad te impide tener una vida vivible, cuando quieres cuidar? Sería interesante saber cuántas mujeres emprenden proyectos laborales precarios para poder afrontar sus crianzas; aunque luego descubran que esto solo es un trampantojo. También cuántas no tienen más remedio que seguir en trabajos precarios para sobrevivir. Cuántas pueden tan solo replanteárselo. Nos gusta decir que todos los trabajos son dignos, pero ¿cuántos lo son de verdad? ¿Qué trabajos imaginamos para nuestros hijos? ¿Cómo los proyectamos?

Se habla de tener una habitación propia, pero yo ni siquiera he llegado a tener un escritorio propio. Trabajo y escribo en el salón, en una mesa que se esconde cuando se pliega para olvidar a ratos lo que queda pendiente. A la derecha hay un mueble con varias pilas de libros de autoras. Acudo a ellos una y otra vez. Releo. Subrayo. En sus páginas está todo lo que importa.

Tengo dos hijos sanos, bellos, salvajes. Un trabajo que viste con ropas bonitas. Un techo. Saldo emocional. El derecho universal de la queja en mi bolsillo para cuando necesite utilizarlo. Mis privilegios precarios.

Por suerte la mesa en la que escribo está pegada a una ventana que me trae rayos de sol cada mañana.

Maternidades precarias

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