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ОглавлениеEntre una cosa y otra, me había olvidado por completo de que Reilly me había hablado de ciertos visitantes que recibiría de Homicidios, así que cuando alguien llamó a la puerta a las cuatro en punto, mi primera reacción —pues pensaba que podía tratarse de Wilkins con una escopeta— fue ignorarle.
Lamentablemente —o puede que afortunadamente—, mis reacciones ya no tenían la menor importancia en ese sitio. Mientras me quedaba sentado en el salón, intentando montar el puzle que tenía en la cabeza, Gertie salió de la cocina a paso de carga, con un afilado cuchillo con restos de apio en la mano derecha, y abrió la puerta antes de que a mí se me ocurriese cómo impedírselo.
No sé qué debieron pensar los inspectores cuando les abrió la puerta una mujer con un cuchillo en la mano. Pero la reconocieron, y supongo que eso disminuyó la sorpresa. En cualquier caso, oí una voz masculina que decía:
—Caramba, pero si es Gertie. ¿Formas parte de la herencia, guapa?
—Has acertado de pleno, Steve —contestó ella—. ¿Venís por trabajo?
—Una visita de lo más oficial —dijo la voz conocida como Steve.
—Pues pasad —les invitó Gertie, y se hizo a un lado para que entraran en casa dos tipos casi clavados al poli chungo que me había dado la del calamar esa misma mañana.
Me dijo Gertie:
—Te presento a Steve y Ralph, un par de maderos.
Y señalándome, les indicó a ellos:
—Fred Fitch, el sobrino de Matthew. Supongo que venís a verle a él.
—No, Gertie, yo he venido a verte a ti —informó Steve, con toda la retranca posible—. Con Fred solo he venido a hablar.
—Estoy liada con la cena —declaró ella—. Me tendréis que disculpar.
—Faltaría más, Gertie —dijo Steve, de lo más galante.
Ella le dedicó una mueca sarcástica y salió de allí. Steve se volvió hacia mí, adoptando un tono repentinamente prusiano:
—¿Tú eres Fred Fitch?
—Pues sí —repuse. Me levanté y añadí—: ¿Queréis tomar asiento?
No se hicieron precisamente de rogar, ninguno de los dos, así que me volví a sentar y empecé a sentirme de lo más tonto. Dije:
—Hum... Jack Reilly me dijo que vendríais.
—Tenemos un informe —me contó Steve—. De él se deduce que no sabías nada de esta herencia hasta que hoy te cayó encima. ¿Es así?
—Exactamente así —dije—. Bueno, no del todo. Oí algo al respecto ayer, pero no me lo creí hasta hoy.
—Pues qué lástima —declaró Steve, con cara de palo— porque ya no puedes seguir siendo el sospechoso número uno.
Ralph, abriendo la boca por primera vez, me lo explicó:
—Ya sabes: nadie tiene un motivo mejor que tú.
—El único posible —remató Steve.
—Por consiguiente —siguió Ralph—, nos incomoda que no supieras nada de la herencia por adelantado.
—Y naturalmente —dijo Steve—, nos gustaría cargarnos esa historia tuya para recuperar a nuestro sospechoso número uno.
Notando un leve aleteo de mariposas en la tripa, contesté:
—No sospecharéis de mí, ¿verdad?
—Ahí le has dado —sentenció Steve—. No podemos, ¿verdad?
—Nos revienta no disponer de esa opción —añadió Ralph.
—Y claro está —prosiguió Steve—, no hay que olvidar los elementos, digamos, extraños del asunto.
—Que tampoco nos gustan —añadió Ralph.
—Los elementos extraños nos ponen nerviosos —apuntó Steve.
Dije:
—No sé a qué os referís con eso de los elementos extraños.
Contestó Steve:
—Según nuestras informaciones, nunca llegaste a ver al tío Matt. ¿Es así?
—Así es.
—De hecho, ni tan siquiera habías oído hablar de él.
—Exacto.
—Pero va y te deja casi medio millón de dólares.
—Trescientos mil —le corregí.
—Antes de impuestos —precisó él—. Medio millón antes de impuestos.
—Sí.
—Y se lo deja a un sobrino al que no ha visto en su vida, un sobrino que ni tan solo estaba al tanto de su existencia.
—Así es —aseguré.
—Pues eso nos parece un elemento extraño —comentó Ralph.
—Y luego está lo de que nadie te informa de la herencia hasta que han pasado dos semanas de la muerte del viejo. Que era una cláusula del testamento. —Steve abrió los brazos—. Eso también lo consideramos entre nosotros un elemento extraño.
—Por no hablar de Gertie —dijo Ralph.
—Exacto —adujo Steve—. Ahí está el carcamal, muriéndose de cáncer, a punto de diñarla, pero...
Le interrumpí:
—¿Se estaba muriendo?
—¿Tú qué crees? Estaba con un pie en la tumba y el otro a punto de pisar una piel de plátano, así que alguien tuvo que meterle prisa.
—Yo eso no lo sabía —me defendí.
—Pues ahí tenemos otro de esos elementos extraños —dijo Steve—. ¿Para qué cargarse a alguien al que le quedan dos telediarios? Por no hablar de Gertie, como ha dicho Ralph.
Pregunté:
—¿De verdad estaba tan cerca de la muerte? ¿A un día o dos?
—Llevaba así cinco años —me informó Ralph—. O eso dice su médico. Matt Grierson estaba en Brasil cuando descubrió que tenía cáncer, y volvió a casa para morirse.
—Por no hablar de Gertie —dijo Steve—. Aunque creo que ya va tocando hablar de ella.
—¿Qué le pasa? —pregunté.
—Tú tío la eligió como enfermera —dijo Steve—. A Gertie Divine, el Súper Cuerpo.
—¿De verdad era stripper? —inquirí.
Steve puso cara de sorpresa.
—Vaya que sí —contestó—. Yo mismo la vi en Passaic no hace muchos años. Y por si te interesa mi opinión, creo que sigue estando como un tren.
Intervino Ralph:
—A Steve le pone Gertie desde que nos hicimos cargo del caso.
—Desde mucho antes —matizó Steve—. Desde Passaic. Pero bueno, no es lo fundamental. Aquí lo fundamental es que un paciente terminal de cáncer, lo que los médicos llaman un paciente terminal de cáncer, va y elige como enfermera a una antigua pelandusca. A continuación, se lo cepillan y su sobrino se queda con el botín. Y cuando aparecemos para charlar tan alegremente con el sobrino en cuestión, ¿a quién nos encontramos? A Gertie. Ahí tienes otro elemento extraño, o lo que en comisaría consideramos un elemento extraño.
Preguntó Ralph:
—¿Cuánto hace que conoces a Gertie, Fred?
Tenía ganas de llamarle Ralph, me apetecía muchísimo. Quería iniciar mi respuesta con Ralph e ir dejando caer un Ralph por aquí y otro por allá en medio de mi contestación, y responder únicamente con palabras que fuesen anagramas de Ralph. Pero soy un cobarde. No le llamé Ralph ni una sola vez. Le dije:
—La he conocido hoy. Estaba aquí cuando volví de ver al abogado.
Parpadearon en mi dirección, al unísono. Steve preguntó:
—¿Estás diciendo que se te coló en casa? ¿Tal cual?
—Tal cual no, Steve —dijo Ralph.
—Vale —reconoció Steve—. Tal cual, no. Pero se presentó aquí. Y tú nunca la habías visto.
—Dejadme que os enseñe algo —propuse, y me puse de pie.
—Me encantaría verlo —afirmó Steve—. Y a este también.
—Me encantaría —confirmó Ralph.
Fui hasta el escritorio y saqué la carta de presentación del tío Matt del escondrijo en el que la había metido. Se la llevé a Steve y se la entregué. La leyó, sonrió y dijo: «Caray, menuda novedad». Le pasó la carta a Ralph, diciéndole: «Esto sí que es algo completamente diferente, Ralph».
Ralph leyó la carta. Cuando acabó, comentó:
—A esta misiva le falta algo.
—¿El qué, Ralph? —preguntó Steve.
—No parece estar fechada —declaró Ralph.
—Me la ha traído ella hoy mismo —dije, un tanto a la defensiva.
—Eso te lo acepto —dijo Ralph—. Lo que no sé es cuándo la escribió tu tío. ¿Me sigues?
—¿Por qué no se lo preguntamos a ella? —propuse.
—No creo que sea necesario, Fred. ¿Tú qué opinas, Ralph? —negó Steve.
—De momento, no hace falta —dijo este.
Al haberme puesto de pie mientras ellos seguían sentados, me sentía mejor que antes, más seguro de mí mismo.
—Si mi tío se iba a morir de todos modos, y le golpearon con un objeto contundente, ¿no es lo más probable que muriese peleando con alguien? Un momento de rabia, sin un motivo real —propuse.
—Es una posibilidad —dijo Steve—. Ahí coincido contigo, Fred, has sacado a la luz una posibilidad. Y creo que ya estamos haciendo algo en esa dirección. ¿Verdad, Ralph?
—Trabajo rutinario en esa dirección —precisó Ralph—. Estamos en ello, sí.
—Pero, claro está, al mismo tiempo —dijo Steve—, debo decirte con toda franqueza y sinceridad que no me importaría cruzarme con alguien que te hubiese visto con el tío Matt hace seis meses. O con Gertie. ¿Verdad, Ralph?
—Nos sería de gran ayuda —dijo Ralph.
—Lo siento —dije—, pero os estoy diciendo la verdad.
—Oh, no lo dudo —Steve adoptó un tono fatalista—, pero soñar es gratis, ¿verdad?
—No habrá nada que nos quieras decir y que aún no sepamos, ¿verdad? —preguntó Ralph.
—¿Sobre el crimen?
—De ese caso nos ocupamos, sí.
—Yo no me había enterado de nada hasta esta misma tarde. No sé nada al respecto. Solo lo que me habéis contado vosotros y Reilly.
—Y lo que te haya contado Gertie.
—Gertie no me cuenta nada. Por lo menos, aún no lo ha hecho.
Steve se echó a reír:
—Una gran chica, esa Gertie. —Se puso de pie, ofreciendo un aspecto fuerte y duro—. Que no me entere de que la tratas mal, Fred —dijo, medio en broma.
—No creo que eso vaya a suceder —contesté.
Ralph también se incorporó.
—Creo que nos vamos a ir —dijo—. Cada vez que quieras ponerte en contacto con nosotros, llama a Homicidios Sur. O inténtalo a través de tu amigo Reilly.
—Así lo haré —declaré—. Si es que tengo algún motivo para llamar.
—Exactamente —puntualizó Ralph.
Mientras se encaminaban hacia la puerta, Steve se volvió hacia mí:
—Despídete de Gertie por nosotros, Fred. Dile que sigue siendo mi chica.
—Así lo haré —le prometí, y me quedé ahí de pie, balanceándome sobre mí mismo hasta que ambos desaparecieron.
El portazo sacó a Gertie de la cocina. Echó un vistazo alrededor y preguntó:
—¿Se han ido?
—Steve te envía saludos.
—Los polis son unos pringados —afirmó ella, con filosofía. Luego me miró mal y dijo—: Cariño, este sitio es un mausoleo. ¿No tienes tocadiscos?
—No creo que te interesen mucho mis discos —le contesté.
—Chato, eso ya me lo olía, pero como se suele decir, algo de música es mejor que nada de música. Pon alguno de tus cuartetos de cuerda, ¿quieres?
Puse la Novena de Beethoven, a toda pastilla. Si quería rock and roll, le iba a dar rock and roll.