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«Yo soy el que la tiene más larga»

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En su papel gerencial, Clara era reconocida por ser una mujer respetuosa con un alto nivel de empatía, comunicación y escucha. Todas estas virtudes eran profundamente valoradas y reconocidas por su equipo de trabajo. Y allí estaba ella, sola y expectante, esperando que su jefe le dijera por qué la había citado. Sobre su falda tenía una pequeña valija de mano con todos los datos pormenorizados y detalles financieros. Solo había que esperar el momento oportuno para mostrárselos, teniendo el cuidado de no contradecirlo ni poner en duda la veracidad de sus palabras, porque Clara sabía que, en algún momento, él terminaría diciendo que «en su empresa, era él quien la tenía más larga». Frase que utilizaba frecuentemente para concluir cualquier discusión.

En ese momento, para entrar en tema, quiso dar una señal amigable y comenzó diciéndole:

—¡Felicitaciones, don José! Supongo que todos los cambios que comenzaron en nuestra empresa son méritos de Verónica. ¡Qué bueno que ella pueda poner en práctica tantos años de estudios en el exterior!

Él, sin prestar la menor atención a su comentario, empezó su soliloquio de esos que tanto le gustaban, sin otorgar la mínima posibilidad de intercambiar palabras o ideas:

—Clarita, el motivo por el que te cité es porque quiero que te reúnas con Betty para que inicies tus trámites jubilatorios; ya estás con la edad necesaria para quedarte en tu casa. Quiero agradecerte por todos estos años de servicio, pero, como te dije, decidí que nuestra empresa tiene que renovarse. Para que te quedes tranquila, también le pedí a Recursos Humanos que te incorpore dentro del plan de retiro para todas las personas mayores que están en edad de jubilarse.

Clara había ido con otras expectativas a esa reunión, sin imaginar que, finalmente, la conversación tomaría ese camino. Todo era inusual y, en ese momento, tomó conciencia de su edad. Ahora, por esas extrañas cosas de la vida en la que ella se sentía en su mejor momento para aportar conocimientos y experiencia, él le estaba diciendo que tenía que jubilarse: la estaba desechando por considerarla «vieja», como si su edad fuese la imagen de un espejo que él no quería ver. A partir de ese momento, cada segundo de esa reunión se fue haciendo interminable.

Sin darse cuenta, ella comenzó a respirar profundamente, mientras procesaba toda la información que estaba recibiendo. Tras recuperarse del impacto, manifestó irónicamente:

—Don José, sabe que no me lo imagino jubilado. ¿Lo pensó bien? Usted todavía es joven y tiene mucho para darle a la empresa. —Él pareció sentirse molesto con ese comentario y Clara, con gran placer, se dio cuenta de que, con mucha dignidad, le estaba devolviendo el maltrato verbal al que García la estaba sometiendo. Entre tanto, ella continuó con una nueva dosis de sarcasmo—: Entonces, por lo que entiendo, ¿la empresa está preparando un plan de retiro para quienes nos vamos a jubilar? Conociendo su generosidad, supongo que hay algún tipo de gratificación especial para los «viejos» que le hemos dedicado los mejores años de nuestra vida al Centro de Consolidación.

Don José, que había comenzado a entender su juego, le clavó la mirada profundamente y por primera vez después de más de veinte años, entendió que esa persona que estaba delante de él no era la Clara sumisa que conocía. Estaba molesto y se lo hizo saber con un viejo tic que ella ya se lo había visto en otras oportunidades y que consistía en abrir y cerrar sus puños, como si en cada una de sus manos tuviese una pelota de tenis. De todas maneras, él no quiso dejar ninguna duda al comentario que había hecho, y le respondió:

—No, Clarita, yo no dije eso. Por supuesto que te vamos a dar algún presente de agradecimiento por los años de servicio. No entiendo por qué creés que la empresa tendría que darte alguna gratificación en dinero por tu jubilación, supongo que algo debés haber ahorrado del sueldo que te pagué todos estos años. —Entonces con un tono de voz más sarcástico, le dijo—: de todas maneras, para que te quedes tranquila, no tengo previsto pagar ninguna gratificación especial.

Sin que se lo dijese, ella conocía la respuesta; el único fin de la pregunta había sido molestarlo. Ella sabía que, en esa discusión, se había metido en un terreno pantanoso, de esos que cuanto más se mueven, más se hunden. A esa altura, el informe de rentabilidad que había traído para mostrarle a su jefe había pasado a un lamentable segundo plano.

Don José era un viejo zorro y mejor negociador, por eso no quería que Clara lo llevara a su terreno y mucho menos ensuciarse con su lodo. Ella llevaba el peso de volver a su región con una respuesta, se había comprometido con cada una de las personas de su equipo y no quería defraudarlas. Si bien se consideraba una buena negociadora, esta vez se encontraba frente a alguien que era mucho más habilidoso. Ambos habían vivido esta película estando del mismo lado y ya conocían el final. Después de todo lo dicho, Clara sintió que no tenía nada que perder, por eso pensó que ese era un buen momento para recordarle el compromiso asumido frente a su equipo, a quienes les había prometido pagar comisiones por incorporar nuevos negocios, una promesa que don García jamás había cumplido. En esos momentos, las palabras de Clara habían sido poderosamente motivadoras, porque lograron que todo el grupo de Patagonia trabajase duramente para incorporar los rubros de petróleo y gas en una sola unidad de negocio. Este desarrollo les significó un importante posicionamiento en el mercado y un crecimiento sostenible de facturación. Pero para don José, nada parecía ser suficiente.

El dinero y la soberbia parecían darle a García el poder necesario para hacer lo que se le cantase.

Clara aún recordaba la última conversación con sus subordinados, agradeciéndoles el esfuerzo realizado para que los negocios crecieran y fueran sustentables.

Por otra parte, hacía ya tiempo que la empresa había comenzado a ningunearlos, quitándoles cualquier expectativa de crecimiento profesional. Clara sabía que, cuando ocurrían estas cosas, los resultados podían dispararse para cualquier lado, porque un equipo en esas condiciones suele ser la antesala a un quiebre emocional y a la falta de compromiso. Pero ella era una mujer de fuertes convicciones y con su liderazgo positivo había logrado sortear esa y muchas otras adversidades para que su gente siguiera adelante.

Mientras tanto, ambos continuaban metidos en un terreno resbaladizo de cuestiones que parecían no tener retorno. Don José, quien a esa altura mostraba fastidio, parecía querer cerrar esa discusión interminable y, levantando la voz, comenzó a decirle:

—Clara, no entiendo qué querés. Tu trabajo es generar negocios para la compañía, esa fue y es tu responsabilidad, para eso te pago, para que hagas tu trabajo. ¿Qué estás reclamando? ¿Necesitás que te recuerde cuál es tu lugar en la empresa y cuáles son mis responsabilidades como presidente? No me quieras enseñar cómo tengo que llevar mis negocios. —En ese juego de palabras, ella solo atinaba a mirarlo fijamente, no había nada que pudiera decirle para detener sus malos modos que parecían llevársela puesta como una locomotora . Él había dejado de defenderse y su táctica era la de atacarla verbalmente. Su verborragia lo llevaba desde una euforia desmedida a la tensa calma de un juego bipolar, donde la razón parecía haber perdido todo argumento. Entonces, continuó diciéndole—: Lo tuyo parece un reclamo sindical, no estoy de acuerdo con que sigas siempre con lo mismo, esto ya pasó hace más de tres años y para mí, prescribió. —En ese instante se hizo un breve silencio, ambos bebieron un sorbo de café y entendieron que, por la salud mental de cada uno, era necesario cambiar de estrategia. Entonces, don José dejó de hablar en voz alta y, con un tono más conciliador, dijo—: Clarita, vos estás por jubilarte. Yo creo que tenés que ir pensando en otras cosas para cuando dejes de estar en actividad.

Clara lo siguió mirando fijo, solo podía responderle con un silencio, que a él parecía incomodarle demasiado. Ella no dejaba de pensar en sus colaboradores, en todo el esfuerzo y expectativas que habían puesto en cada proyecto, en cada negocio que habían desarrollado en la región. No se le ocurría cómo iba a hacer para enfrentarlos y explicarles que la persona con la que estaba intentando hablar llevaba una mochila sobrecargada de miserias personales. Para ella, la reunión había terminado el día en que había sido convocada, toda esa discusión la había llevado a entender que el único motivo por el cual don José la había citado era para decirle que ya estaba en edad para jubilarse. Por eso, ya no quería estar allí, tan solo quería regresar a su casa. No le interesaba seguir escuchándolo. Él pudo percibir esa actitud y, aprovechándose del momento, comenzó a relajarse, pasando de a poco a una «tranquilidad conciliadora», suponiendo que ella ya no le reclamaría nada más. Entonces, con otras formas un poco más contemplativas, le dijo:

—Clarita, vos tenés que tener en cuenta que yo les doy de comer a casi mil empleados, no me puedo detener con estas pavadas, que seguramente deben ser dos mangos.

Justo en ese momento, sonó el teléfono: lo llamaba Betty Ramírez, su gerente de Recursos Humanos.

Humanos sin recursos

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