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Betty: la amiga de Vero

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Betty tenía treinta y cinco años, era soltera, su pasatiempo era escribir y postear cosas todo el tiempo en una red profesional. Este hobby había comenzado cuando vivía en Estados Unidos. Ella hacía todo lo posible para ser reconocida como una influencer. Y para ello, todo el contenido que posteaba funcionaba como una marca propia. Sus notas eran lo más parecido a un manual de autoayuda, desde el cual se sentía con autoridad para dar consejos sobre cómo ser un buen profesional de los Recursos Humanos. Tenía más de diez mil seguidores que la leían, opinaban y compartían con otros lectores sus artículos, que se iban retroalimentando todo el tiempo.

Betty llevaba el estigma de ser única hija y de haber vivido hasta los treinta años con sus padres en un barrio privado, hasta recibir de ellos un departamento en Palermo, Buenos Aires, que le permitió independizarse y vivir sola. Si bien pertenecía a la generación de jóvenes millennials afectos a las nuevas tecnologías digitales y no tanto a la lectura en papel, en su caso era distinto, porque sus padres siempre la motivaron a leer libros clásicos, con algunas preferencias por determinados autores. En ese momento, su lectura de cabecera era El retrato de Dorian Gray, de su autor preferido, Oscar Wilde, un escritor que admiraba profundamente no solo por su estilo, sino también por cómo había logrado enfrentar a algunos detractores contemporáneos que lo consideraban controversial. De ese libro, lo que más le fascinaba era cómo el autor reflejaba la belleza imperturbable, hedonista y vanidosa a través de un retrato, donde ni siquiera el tiempo lograba alterar el paso de los años, algo que la había comenzado a obsesionar y que con cada lectura parecía exigirle al autor respuestas sobre el secreto de la eterna juventud. Betty era amiga de Verónica, la hija mayor de don José. Ambas habían entablado una relación de íntima amistad durante los dos años de cursada de un posgrado en la Universidad de Harvard. Las dos tenían cosas en común, incluso cuestiones socialmente afectivas que no habían podido resolver. Provenían de una clase media argentina que, por mérito propio, había logrado progresar económicamente en un país que políticamente discriminaba el esfuerzo y el desarrollo de las personas. Con mucho trabajo, las dos pudieron lograr una alta formación académica, estudiando en los mejores colegios y universidades, aunque eso les quitara la posibilidad de conocer la calle y sus códigos. Hacía un tiempo ya que don José le había insistido a Verónica que, cuando finalizara su posgrado, se incorporara a su organización. Si bien ella no estaba del todo convencida, después de meditarlo mucho, terminó aceptando, poniendo como condición que su amiga Betty se hiciera cargo de la Gerencia de Recursos Humanos, que en ese momento estaba a cargo de Roberto Wilson. Lo cierto es que, durante su estadía en Estados Unidos, las amigas habían diseñado un plan para implantar en la empresa con las herramientas de gestión que habían visto e incorporado durante su posgrado. Don José pudo conocer a Betty cuando su hija, desde Estados Unidos, le envió su curriculum vitae, haciéndole leer artículos escritos por ella en su red social. Digamos que Verónica había hecho lo imposible para que su padre comprara la idea de incorporarla a la empresa.

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