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Hace diez años, yo asistí al ensayo general de esta obra

1.

¿Cuántos hombres serán arrancados de sus casas, esta noche, y arrojados a los baldíos con unos cuantos agujeros en la espalda?

¿Cuántos serán mutilados, volados, quemados?

El terror sale de las sombras, actúa y vuelve a la oscuridad. Los ojos enrojecidos en la cara de una mujer, una silla vacía, una puerta hecha astillas, alguien que no regresará: Guatemala 1967, Argentina 1977.

Aquél había sido oficialmente declarado “el año de la paz” en Guatemala. Pero ya nadie pescaba en la zona de Gualán, porque las redes atrapaban cuerpos humanos. Hoy la marea devuelve pedazos de hombres a las costas del río de la Plata. Hace diez años, los cadáveres aparecían en las aguas del río Motagua o eran descubiertos, al amanecer, en los barrancos o al borde de los caminos: esos rostros sin rasgos no serían identificados jamás. A las amenazas sucedían los secuestros, los atentados, las torturas, los asesinatos. La NOA (Nueva Organización Anticomunista), que proclamaba operar “junto al glorioso ejército de Guatemala”, arrancaba la lengua y cortaba la mano izquierda de sus enemigos. La MANO (Movimiento Anticomunista Nacionalista Organizado), que funcionaba en la órbita de la policía, marcaba con cruces negras las puertas de los condenados.

En el fondo del lago San Roque, en Córdoba, aparecen ahora cuerpos sumergidos con piedras, como encontraron los campesinos guatemaltecos, en las cercanías del volcán Pacaya, un cementerio clandestino lleno de huesos y de cuerpos en descomposición.

2.

En las cámaras de tormento, los torturadores almuerzan ante sus víctimas. Los niños son interrogados sobre el paradero de sus padres; los padres, colgados y picaneados para que digan dónde están sus hijos. Crónica de cada día: “Individuos vestidos de civil con los rostros cubiertos por capuchas negras… Llegaron en cuatro automóviles Ford Falcon… Todos estaban fuertemente armados, con pistolas, metralletas e Itakas… Los primeros efectivos policiales llegaron una hora después de la matanza”. Los presos, arrancados de las cárceles, mueren en la ley de fugas o en batallas donde no hay heridos ni bajas del lado del ejército. Humor negro de Buenos Aires: “Los argentinos —dicen—, nos dividimos en: aterrados, encerrados, enterrados y desterrados”. La pena de muerte se incorporó al Código Penal a mediados del 76; pero en el país se mata todos los días sin proceso ni sentencia. En su mayoría, son muertos sin cadáveres. La dictadura chilena no ha demorado en imitar el exitoso procedimiento. Un solo fusilado puede desencadenar un escándalo mundial: para miles de desaparecidos siempre queda el beneficio de la duda. Como en Guatemala, parientes y amigos realizan la peligrosa peregrinación inútil, de prisión en prisión, de cuartel en cuartel, mientras los cuerpos se pudren en los montes y en los basurales. Técnica de las desapariciones: no hay presos que reclamar ni mártires para velar. A los hombres se los traga la tierra y el gobierno se lava las manos: no hay crímenes que denunciar ni explicaciones para dar. Cada muerto se muere varias veces y al final sólo te queda, en el alma, una niebla de horror y de incertidumbre.

3.

Pero fue Guatemala el primer laboratorio latinoamericano para la aplicación de la guerra sucia en gran escala. Hombres entrenados, orientados y armados por los Estados Unidos llevaron adelante el plan de exterminio. 1967 fue una larga noche de San Bartolomé.

La violencia había empezado, en Guatemala, años atrás, cuando un atardecer de junio de 1954, los aviones P-47 de Castillo Armas cubrieron el cielo. Luego las tierras fueron devueltas a la United Fruit y se aprobó un nuevo Código del Petróleo traducido del inglés.

En la Argentina, las Tres A (Alianza Anticomunista Argentina) hicieron su aparición pública en octubre de1973. Si en Guatemala se desencadenó la guerra sucia para aplastar a sangre y fuego la reforma agraria y se multiplicó luego para borrarla de la memoria de los campesinos sin tierra, en la Argentina el horror empezó cuando Juan Domingo Perón defraudó, desde el poder, las esperanzas que había despertado, durante el largo exilio, en el llano. Humor negro de Buenos Aires: “El poder —dicen—, es como un violín. Se toma con la izquierda y se toca con la derecha”. Después, al fin del verano del 76, los militares volvieron a la Casa Rosada. Ahora los salarios valen la mitad. Se multiplican los desocupados. Están prohibidas las huelgas. Las universidades regresan a la Edad Media. Las grandes empresas multinacionales han recuperado la distribución de combustibles, los depósitos bancarios, el comercio de la carne y los cereales. El nuevo código procesal permite trasladar a tribunales de otros países los pleitos entre las empresas y la nación. Se deroga la ley de inversiones extranjeras: ahora pueden llevarse lo que quieran.

En la Argentina se celebran ceremonias aztecas. ¿A qué dios ciego se ofrece tanta sangre? ¿Puede acaso imponerse este programa al movimiento obrero mejor organizado de América Latina sin pagar un precio de cinco cadáveres por día?

Días y noches de amor y de guerra

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