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El universo visto por el ojo de la cerradura

En clase, Elsa y Ale se sentaban juntas. En los recreos caminaban por el patio tomadas de la mano. Compartían los deberes y los secretos, las travesuras.

Una mañana, Elsa dijo que había hablado con su abuela muerta.

Desde entonces, la abuela les mandó mensajes con frecuencia. Cada vez que Elsa hundía la cabeza en el agua, escuchaba la voz de la abuela.

Al tiempo, Elsa anunció:

—Dice la abuela que vamos a volar.

Lo intentaron en el patio de la escuela y en la calle. Corrían en círculos o en línea recta, hasta caer extenuadas. Se dieron unos cuantos porrazos desde los pretiles.

Elsa sumergió la cabeza y la abuela le dijo:

—Van a volar en el verano.

Llegaron las vacaciones. Las familias viajaron a balnearios diferentes.

A fines de febrero, Elsa volvía con sus padres a Buenos Aires. Ella hizo detener el coche ante una casa que no había visto nunca.

Ale abrió la puerta.

—¿Volaste? —preguntó Elsa.

—No —dijo Ale.

—Yo tampoco —dijo Elsa.

Se abrazaron llorando.

Días y noches de amor y de guerra

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