Читать книгу Cuidándonos unos a otros & Lado a lado - Edward T. Welch - Страница 13

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Las dificultades y el sufrimiento están en todas partes, y la Escritura los aborda hablando de nuestros problemas en casi todas sus páginas. La historia del éxodo abre ese camino.

Ya que muchas de nuestras conversaciones tienen que ver con dificultades, queremos saber más de lo que Dios les dice a los que sufren. La mayoría de nosotros hemos pensado en estas cosas. Todos tenemos algunas nociones de lo que Dios dice. Lo que nos interesa es refinar y complementar lo que sabemos.

¿Por dónde empezamos?

Algunas de nuestras luchas se identifican claramente en la Escritura. Por ejemplo, podemos buscar «miedo» o «ansiedad» en una concordancia bíblica, y de inmediato encontraremos cientos de pasajes. Pero ¿qué hacemos cuando la Escritura no identifica con claridad un problema específico? Parece que guarda relativo silencio respecto a la prevalencia cada vez mayor de diagnósticos psiquiátricos, que son asuntos urgentes para muchas personas. En respuesta, solicitamos la ayuda de otra gente sabia y seguimos escuchando a los que están en apuros. Cuando lo hacemos, notamos dos cosas:

1. Las dificultades son únicas. No hay dos formas de sufrimiento que sean idénticas.

2. Las dificultades tienen algo en común. Son dolorosas y nos hacen sentir que se nos acabaron los recursos. Esa es la razón por la que un solo salmo puede abordar muchos problemas diferentes.

La siguiente es una de las historias que se extienden a gran parte de la miseria humana. No identifica todos los embates que podríamos experimentar, pero sí nos brinda una historia maestra para guiarnos.

La historia del desierto

El relato del éxodo comienza con la compasión y liberación de Dios: «Los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos» (Éxodo 2:23–24). Entonces, el Señor mostró Su gran poder sobre Egipto y los sacó de allí. El plan era pasar por el desierto y llegar a la tierra prometida, pero el viaje por el desierto terminó siendo más largo y difícil de lo que cualquiera podría haber previsto.

El desierto es difícil, por ello respondemos con compasión

A decir verdad, el desierto es un lugar de miseria e impotencia. Si alguna vez te has sentido así en tus problemas, esta es tu historia. El desierto te hace sentir que todo está perdido y que no puedes dar ni un paso más. Hay peligros en todas partes. Si queremos ayudar, los viajes por el desierto de las personas que amamos despertarán nuestra compasión. Lloramos con los que lloran, nos acercamos a ellos y oramos para que sean fortalecidos.

En el desierto no hay solo dificultades

Las cosas no son exactamente lo que parecen. Aunque nuestros sentidos nos digan que estamos solos, el Señor está allí, y ya que Él es la fuente de vida, vida nos dará incluso en una tierra estéril. El desierto es el lugar donde sale agua de las rocas y aparece el maná todas las mañanas.

También es el lugar donde el Señor prueba y forma a Sus hijos reales, con el propósito de que vean lo que en verdad hay en sus corazones y asciendan a las cortes reales con madurez y sabiduría (Deuteronomio 8:1–3; Santiago 1:2–5). La prueba llega a lo profundo del alma: ¿creeremos y confiaremos en Él cuando las circunstancias parezcan extremas?

En la prueba del desierto literal, el pueblo se olvidó de Dios. Se quejaron de Él, lo que es una forma de despreciarlo; se entristecieron al recordar Egipto, y buscaron ayuda fuera del Señor. Con mucha frecuencia, nosotros repetimos su travesía y, cuando la vida se pone difícil, confiamos más en lo que nos dicen los sentidos que en lo que nos dice Dios.

En respuesta a nuestra lealtad vacilante, el mismo Jesús vino al desierto. Resulta ser que el viaje por el desierto, que es el camino por el que Dios lleva a Sus hijos reales, es el camino del Rey Jesús (Mateo 4:1–11). Luego de las muchas fallas de la humanidad en el desierto, nuestro campeón asumió nuestro rol donde nosotros fallamos. Sin embargo, su camino fue distinto. Si bien Israel tuvo maná, Jesús solo sería sustentado por las Palabras de Su Padre, y no por pan. Si bien Satanás se mantuvo en las sombras durante el éxodo, iba a pelear personalmente con el Mesías debilitado, enfocando sus armas espirituales contra Él. Así y todo, sus estrategias fueron similares: «Los caminos de Dios no son buenos. Confía en ti mismo, confía en mí, confía en los ídolos muertos». Cuando viene la dificultad, podemos estar seguros de que oiremos las mentiras de Satanás, que ponen en duda la generosidad, el amor y la veracidad del Señor.

Nuestro Rey fue voluntariamente a ese lugar tan árido, donde creyó y recitó las palabras de Su Padre. Esas Palabras fueron Su comida y satisfacción. Fueron todo lo que necesitó para fortalecerse y tener éxito, y Su éxito lo cambiaría todo.

Dicho de otro modo, en nuestro propio desierto, nuestra aspiración es tener ojos para ver a Jesús.

El desierto es una oportunidad para la fe

Ahora entramos a la historia del desierto sabiendo que Jesús ya ha ganado la victoria y nos ha dado al Espíritu para que hagamos lo que no podíamos hacer antes. Podemos acudir al Señor en vez de alejarnos de Él en medio de los grandes problemas.

Esta historia nueva es para todos nosotros: para los que están familiarizados con el trastorno de estrés postraumático, con el trauma, con la victimización y el abuso, con el duelo y con el miedo. También es la historia germinal de la tentación, de modo que es fundamental para todas las adicciones. Nuestra tarea es vivir en ella y apropiarnos de ella.

Observa lo que ocurre cuando el éxodo se transforma en nuestra historia. Comienza con nuestra liberación de la esclavitud: «Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre» (Éxodo 20:2). De algún modo, Dios escuchó nuestro clamor, aun cuando todavía no estábamos clamando a Él. Demostró Su poder sobre Satanás y determinó que seríamos Suyos.

Ya que nuestro Rey fue guiado a lugares desolados, podemos estar seguros de que nosotros también seremos llevados a lugares difíciles, pues seguimos al Rey. En el fondo de la mente, pensamos que un buen padre debe protegernos de las dificultades. Es fácil creer que Él nos ama, incluso en dificultades menores como lastimarnos la rodilla. Pero ¿qué padre permitiría que su hijo sufriera un abuso vergonzoso? Esa pregunta es difícil de responder, pero sabemos esto: el Padre ama a Su Hijo perfecto, que pasó por el peor sufrimiento y la peor vergüenza, así que seguramente nos ama a nosotros, que estamos unidos a Su Hijo por la fe. Además, podemos confiar en que el Padre será el Juez justo que rectificará las cosas. Esa confianza sostuvo a Jesús en Su humillación: «Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:23). Podemos compartir Su confianza.

Las dificultades vendrán.

Jesús nos precedió en las dificultades y nos conoce.

El amor del Padre nos busca en nuestras dificultades.

La justicia del Padre, que callará a todos los criminales y restaurará a Su pueblo, está garantizada.

Ahora, Jesús está con nosotros por Su Espíritu, y también nos está preparando un lugar en la tierra prometida. Luego de vencer a Satanás, perdonar nuestros pecados y atravesar con éxito el desierto en nuestro lugar, nos guía por el desierto hacia nuestro hogar con Él. Mientras perseveramos con confianza en Él, nos fortalece en nuestra flaqueza. Así honramos Su nombre.

Clama al Señor

La primera forma ―y la más importante― de expresar esta confianza o poder en la debilidad es simplemente hablar con Él:

De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo.

Señor, oye mi voz;

Estén atentos tus oídos

A la voz de mi súplica (Salmo 130:1–2).

Esta es una de las cosas más fáciles y difíciles de hacer. Un niño puede hacerlo, pero también requiere una mezcla sofisticada de necesidad humana y confianza personal en Jesús. En un comienzo, puede sentirse muy poco natural. Puede sentirse como el balbuceo de un bebé. Sin embargo, es mucho más que eso, pues el Espíritu de Dios es Quien nos da palabras para hablar. Esas palabras son honestas, francas, llenas de interrogantes y se aferran, a veces a duras penas, a Jesucristo y lo que Él ha hecho.

La Escritura, el mensaje personal de Dios para nosotros, nos habla en nuestra miseria. Aunque es posible que no identifique la naturaleza exacta de nuestro desierto, una vez que identificamos nuestras luchas específicas como sufrimiento, la Palabra de Dios dice mucho respecto a ellas.

Discusión y reacción

1. ¿Hay pasajes bíblicos específicos sobre el sufrimiento que se hayan vuelto particularmente significativos para ti?

2. ¿Puedes vincular la historia del desierto con dilemas modernos como la depresión, otros problemas que podrían tratarse con fármacos o conflictos que son difíciles de encontrar en la Escritura? La historia del desierto comprende toda clase de dificultades, incluso las que se deben a irregularidades cerebrales o corporales. Una de las ventajas de esta narración consiste en que no es necesario que sepamos la causa precisa del problema descrito para que nos beneficiemos de él, ya que aplica para toda clase de problemas.

3. ¿Cómo podrías orar por alguien utilizando la historia del desierto? Estas son algunas de las realidades espirituales que emergen de la historia magistral del éxodo y podrían guiarte:8

• La vida es difícil. El Hijo sufrió, y los que siguen al Hijo sufrirán (1 Pedro 4:12).

• Habla con el Señor de forma honesta y frecuente. Esto es crucial. Solo habla, gime, pídele a alguien que te lea un salmo y pronuncia un débil «Amén».

• Aspira a conocer mejor a Dios mientras estás en este desierto (Filipenses 3:10–11).

• Puestos los ojos en Jesús. Mantén los ojos en la Escritura, pensando en el Siervo Sufriente. Él entró a tu sufrimiento, y tú puedes entrar al Suyo (Isaías 39–53; Juan 10–21).

• Vive por fe; ve lo invisible (Hebreos 11:1). La visión natural no basta. Tus ojos te dirán que Dios está lejos y mudo. Pero la verdad es que Él está cerca (invisible, pero cerca). Él tiene un cariño único por los que sufren como Él. Por lo tanto, solicita ayuda para forjar una visión espiritual. Escudriña la Escritura. Recluta a otras personas que te ayuden, oren y recuerden la verdad. Pídele al Dios de la consolación que te consuele.

• Dios es Dios (Job 38–42); nosotros somos Sus hijos y no entendemos los detalles de Sus caminos (Salmo 131; Isaías 55:8). La humildad ante el Rey puede acallar algunas de tus interrogantes.

• Pide ayuda. Habla con los que han sufrido, lee sus libros, escúchalos. No estás solo.

• Confiesa tu pecado. Esto no significa que el pecado sea necesariamente la causa de tu sufrimiento. Solo significa que el sufrimiento pone a prueba nuestras lealtades, y es posible que quede al descubierto que nuestras lealtades estaban más divididas de lo que sabíamos (Santiago 1:2– 4). Además, la confesión es una característica habitual de la vida cotidiana. Te ayuda a ver la cruz de Jesús con más claridad y es la manera más rápida de ver el amor persistente y generoso de Dios (Hebreos 12:1–12).

• Mira hacia delante. Necesitamos tener una visión espiritual respecto a lo que está ocurriendo ahora y a la dirección en la que se dirige el universo. Estamos en una peregrinación que termina en el templo de Dios (Salmo 23:6; 84:1–4).

Estas realidades espirituales no tienen el propósito de darnos respuestas para las preguntas de todos. Tanto nuestro propio sufrimiento como el sufrimiento de los demás nos compele a ser humildes, siempre y cuando aspiremos más a ser como niños que a ser maestros. Sin embargo, sí nos recuerdan que Dios habla acerca del sufrimiento y se dirige a los que sufren

Cuidándonos unos a otros & Lado a lado

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