Читать книгу Cuidándonos unos a otros & Lado a lado - Edward T. Welch - Страница 8
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Nuestra utilidad ―nuestro cuidado de las almas― comienza con nuestra necesidad de que nos cuiden. Necesitamos a Dios, y necesitamos a las otras personas. Nuestro objetivo es alcanzar la madurez mediante la dependencia. Para poner a prueba esta humildad, pedimos que los demás oren por nosotros. Eso contribuye a formar una cultura eclesiástica menos auto defensiva y más unida.
Imagínate un grupo interconectado de personas que se cuentan su vida. Puedes hablar de tu dolor, y alguien responde con compasión y oración. Puedes hablar de tus alegrías, y alguien se regocija contigo. Incluso puedes pedir ayuda en tus luchas con el pecado, y alguien ora contigo, te infunde esperanza y ánimo usando la Escritura, y no te deja solo hasta que parece que el pecado ya no tiene el predominio. Hay apertura, libertad, amistad, compañerismo para sobrellevar las cargas y entrega y recepción de sabiduría. No hay respuestas trilladas. Y Jesús está en todo el proceso.
Queremos más de eso.
Cuando acudimos a Jesús, Él nos perdona y limpia, de modo que podemos hablar francamente y sin vergüenza; Él nos ama, de modo que podemos amarlo libremente a Él y a los demás, y Él nos da la sabiduría y el poder de Su Espíritu, de modo que podemos ayudarnos mutuamente de una manera que nos edifique e infunda esperanza. En Su honor y poder, queremos convertirnos en un cuerpo de Cristo maravillosamente amoroso, sabio e interdependiente, uno en el que podamos ayudarnos los unos a los otros en los momentos de dificultad.
El apóstol Pablo prioriza la humildad
De hecho, en Efesios 3 Pablo oró para que fuéramos esa clase de comunidad (v. 14–21). También nos enseñó cómo hacerlo:
Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:1–3).
Agustín escribió: «El primer camino [hacia la verdad] es la humildad, el segundo camino es la humildad y el tercer camino es la humildad».1 Si la humildad no precede a nuestra sabiduría y asistencia, nuestros esfuerzos serán vanos. Al parecer, Pablo estaría de acuerdo con esa afirmación. La vida en Cristo comienza con la humildad.
La humildad simplemente reconoce nuestros muchos pecados y limitaciones, y responde diciendo: «Necesito a Jesús y necesito a las otras personas». Es un conjunto atractivo que incluye la confianza en el control de Dios, la fe en el perdón y el amor del Señor, y una apertura que no brota de tener que ser alguien, sino del descanso en Jesús. Resulta ser que el simple reconocimiento de nuestras necesidades y flaquezas le abre la puerta a la gracia de Dios, donde hallamos confianza, paz, seguridad, sabiduría, fortaleza y libertad en Él.
La humildad nos lleva a la oración
Una manera de poner la humildad en práctica es esta: pídele a alguien que ore por ti. Dios ha establecido Su Reino en la tierra de tal modo que debemos pedir ayuda. Le pedimos ayuda al Señor y también a otras personas. Hasta que Lo veamos cara a cara, Dios seguirá obrando mediante Su Espíritu y Su pueblo.
Esto solo suena sencillo. Una cosa es pedirle ayuda al Señor: incluso si nuestra fe es especialmente débil, hemos oído que Él nos invita a clamar por ayuda y nos oye cuando lo hacemos (Salmo 62:8), así que estamos dispuestos a correr el riego de abrirnos un poco ante Él. Pedirle ayuda a un hermano es algo muy distinto: nuestro orgullo se resiste a ser vulnerable. Es más, si alguna vez confiaste en alguien y solo recibiste comentarios hirientes o poco solidarios, es posible que en ese mismo instante hayas decidido que no dejarías nunca que eso volviera a ocurrir, lo que significa que te guardas tus problemas. Esta estrategia autodefensiva puede parecer efectiva a corto plazo. Sin embargo, Dios no nos creó para que actuáramos así con los demás, por lo que, a la larga, producirá miseria en vez de seguridad. En lugar de hacer eso, optamos por seguir un camino mejor. El proceso para pedir oración se presenta a continuación:
1. Identifica problemas en tu vida
Los problemas siempre están golpeando la puerta. Por lo general, la lista de problemas incluye las finanzas, el trabajo, las relaciones, la salud y otros asuntos específicamente relacionados con nuestro conocimiento de Jesús y la manera en que vivimos para Él y con Él.
2. Conecta un problema específico con la Escritura
Cuando conectas tus problemas con la Escritura, estás ligando tu vida a las promesas, gracias y mandamientos de Dios. Desarrollar esta habilidad toma tiempo, pues hay mucho en las Escrituras, pero es probable que tengas una idea general de lo que Dios dice:
«A veces, se me hace difícil incluso orar por las dificultades de mi vida. ¿Podrías orar para que, en lo profundo de mi corazón, sepa que a Dios le importan y que me invita a derramar mi corazón delante de Él?» (Salmo 62:8).
«He estado enfermo por un tiempo y puedo desanimarme mucho. ¿Podrías orar para que me torne de inmediato a Jesús cuando me sienta especialmente miserable?» (2 Corintios 4:16–18).
«He sido brusco con mi cónyuge las últimas semanas. ¿Podrías orar para que viva con humildad y mansedumbre cuando tratemos de hablar sobre asuntos difíciles?» (Efesios 4:1).
«Me he frustrado tanto por mi hija que llegué al punto en que deseo más su respeto que ser paciente y mostrarle benignidad. ¿Podrías orar por mí?» (1 Corintios 13:4).
«Durante el último tiempo, mi jefe ha sido crítico y áspero. Ni siquiera sé qué pensar de eso. ¿Tienes alguna idea de cómo podría orar?» (Romanos 12:18).
Si no sabes cómo orar, pide a los demás que te ayuden a conectar tus necesidades con la Palabra de Dios.
La voluntad de Dios es que le pidamos ayuda a Él y a los demás. Cuando lo hacemos, damos un paso importante para poder ayudar a otros, pues los ayudantes menesterosos y humildes son los mejores ayudantes. Además, en el transcurso del camino, bendeciremos a nuestra comunidad e induciremos a los demás a ser dependientes, abiertos y vulnerables.
Discusión y reacción
1. ¿Alguna vez le has pedido a otra persona que ore por ti? ¿Cómo fue esa experiencia?
2. Trata de conectar tus necesidades con las promesas de Dios. Si es posible, identifica pasajes bíblicos concretos, pero eso no es necesario para comenzar. Puedes practicar con tus propias necesidades o usar escenarios como los siguientes:
• Problemas de salud
• Temores financieros
• Dificultades relacionales
3. ¿Cómo esperas aumentar tu dependencia? ¿A quién podrías pedirle que ore por ti?
4. Dense el tiempo de orar juntos.