Читать книгу Contentar al demonio - Eleanor Rigby - Страница 8
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¿Te mojas?
—¿Estás escuchando lo que te estoy diciendo? —soltó Caleb al final.
Solo le había tomado un monólogo exaltado de más o menos veinte minutos darse cuenta de que Aiko no estaba asimilando nada de lo que salía de sus labios.
En el descanso para el almuerzo, Aiko solía reunirse con su jefe y mejor amigo en el único despacho a puerta cerrada de todo el bufete. Lo normal era usar el ascensor y pedir el tentempié en un restaurante de comida rápida, o bajar a respirar aire fresco con la excusa de huir por un rato del ambiente laboral y relacionarse con otros miembros de la firma dando una vuelta por los alrededores. Pero ninguno de los dos era muy dado a la socialización, ni tenía interés en comunicarse en términos afectivo-personales con sus compañeros, ni, por supuesto, iba a dejar su puesto pudiendo adelantar trabajo en la hora de la comida. Así pues, Aiko solía dejarse caer por el rinconcito de Caleb Leighton, armada con sus apuntes llenos de colores, y dedicarse por una hora a mover la ensalada mientras planteaba cualquier duda que tuviese.
Quien decía dudas, decía cualquier tipo de conversación. Variaban desde lo que se estuviera trayendo entre manos, hasta la última película que habían visto. Normalmente, dependía del estado de ánimo de ambos. Cuando Aiko se centraba en lo suyo no había forma de sacarla de sus diagramas mentales, y a Caleb tampoco le gustaba perder el tiempo en conversaciones banales pudiendo poner en regla sus cuestiones profesionales.
Ese día era algo distinto, porque ni Aiko conseguía concentrarse, ni Caleb estaba de humor para prestar atención al ordenador. Desde la una en punto que Aiko había cerrado la puerta hasta casi la una
y media, Caleb había estado exponiendo una tesis conspiradora de la que ella desconectó casi al principio. No porque le molestaran sus planteamientos: aun siendo la definición de tipo serio sin sentido del humor, Aiko encontraba divertida su forma de despotricar. Pero teniendo una cita en cuarenta y cinco minutos con Marc Miranda, y para colmo, a solas, sentía que antes debía lidiar con su propia alteración. Que no es que fuera poca.
Pues nada, un tío bueno. Se llevaba repitiendo desde que salió escopeteada del hall del edificio, después de haber sido manoseada por su enemigo de equipo.
Tampoco pasaba nada, insistía en decirse. Un tío bueno. El mundo estaba lleno de hombres que respondían a esa descripción. Los había en bares de autopista, sirviendo cacahuetes en aviones, haciéndose fotos semidesnudos para revistas, y asaltando sexualmente a mujeres tímidas en ascensores con ninguna excusa en particular. ¿Veis? Eran como las moscas, estaban en todas partes. Poblaban el mundo. Lo hacían más agradable a la vista. Veías uno por la calle y pensabas, vaya, qué bueno está ese. Pero luego llegabas a casa, te sentabas en el sofá, y... Bueno, sí, en el anuncio de perfume aparecía otro que estaba bueno. Te los metían por los ojos, por la boca, y soñabas que lo metieran también por orificios que era mejor no mencionar. Sin embargo, con el morreo entre los modelos de Dolce & Gabbana, ya ni te acordabas del que te habías cruzado. No hacía ninguna falta dedicarles un segundo pensamiento. Eran tíos buenos pasajeros como podían ser pollos de Acción de Gracias expuestos en el supermercado. Nada especial.
Por norma general, se le daba bien aplicar la teoría a la práctica, pero no conseguía quitarle importancia. Quizá porque lo iba a ver en tres cuartos de hora y aún no decidía cómo le iba a saludar. Una preocupación ridícula, si la comparaba con el hambre en el mundo, la situación socioeconómica de países en dictadura y el hecho de que Trump estuviera en el poder. Pero en ese momento, cómo enfrentar a Marc Miranda era una cuestión trascendental.
Lo más probable era que el tipo fuera abalanzándose sobre las mujeres. Quizá hasta diese así los buenos días. O tal vez estaba jugando. A los tíos buenos les gustaba hacer eso, muy divertido para las que también estaban buenas, y bastante jodido para las que tenían encima un bloqueo mental y emocional de apaga y vámonos. Imaginaba que aparecería envuelto en su colonia de avasallador, se dirigiría a ella sin tuteos y resolvería la negociación de los Campbell en cinco segundos. Como si nada. Y luego, si se cruzaba a alguien en el ascensor, a lo mejor se le arrimaba para no aburrirse. La verdad es que desconocía su proceder, pero por lo poco que sabía, así funcionaban generalmente los homo buenorrus. Si te habían visto, ni se acordaban.
—¿Hola? —preguntó Caleb, irritado. Le agitó una mano en la cara—. ¿Hay alguien ahí?
Aiko enfocó la vista. Había muchas cosas que molestaban a su amigo, pero una de ellas era, y casi la principal, que le tomaran por el pito de un sereno. No porque quisiera ser el centro de atención —no como otros—, sino porque ya que se tomaba la molestia de hablar, algo que no hacía a menudo, lo mínimo era que atendiesen.
—Perdón. Estaba pensando en... La base impositiva del impuesto sobre las personas físicas. Dice Otto que la han vuelto a subir, allí en España. ¿Qué me estabas diciendo?
Caleb entornó sus espectaculares ojazos verdes, sin creerse nada. Sería un sacrilegio que los escondiera detrás de las gruesas gafas de pasta negras, al puro estilo hipster, si no le sentaran como un guante.
Para ser sinceros, Caleb Leighton podía sacarse mucho más partido. Quizá apartando los aspectos odiosos de su personalidad y siendo más puntilloso a la hora de elegir cómo vestir. Pero a la vez, era esa clase de hombre al que le sentaba bien el ceño fruncido y la ropa simple. Porque, en resumidas cuentas, le sentaba bien todo.
Otro tío bueno. Solo que ese no empotraba a la gente en ascensores varados, lo que desde luego le concedía puntos. ¿O se los quitaba?
«Focus, Aiko».
—No te lo voy a repetir todo. Pero un excelente resumen es que ha aparecido un tipo llamado Jesse Miranda solicitando un puesto aquí, en Leighton Abogados. ¿No te suena el apellido?
«Sí, tuve la lengua de su hermano en el cuello la semana pasada.
Y lo que no era la lengua un poco más abajo».
Carraspeó.
—Claro. Sería raro no saberme los nombres de todos los que trabajan en Miranda & Moore, sobre todo cuando los mencionas a diario para insultarlos en inglés, castellano y español latino.
—También sé francés, pero no soy fluido —ironizó—. ¿No crees que es raro que el hermano de Marc Miranda pretenda trabajar aquí? Estoy convencido de que es alguna estratagema de ese capullo para hundirme.
La voz de su prima Otto se filtró en su cabeza, reproduciendo un comentario mil veces repetido que le arrancó una risilla.
—¿Qué te hace gracia?
—Me he acordado de Otto, que dice que pareces Dalas Review con tanto rollo sobre conspiraciones.
—¿Quién coño es ese?
—Un youtuber. Otto me estuvo contando no sé qué bronca que hubo en esa plataforma a causa de este tipo y sus ideas de conspiración. Ya sabes que desde que su canal de maquillaje triunfó, está en contacto con todo el salseo de la red. La historia de ese tal Dalas es muy peliaguda, mira, te cuento... —Al ver la mirada que Caleb le dirigía, se lo pensó mejor—. Vale, nada de movidas youtubers, me ha quedado claro. Sigue con lo de Jesse Miranda.
—No tiene mucho más. Cuando vino, le dije que no necesitábamos incluir a nadie y que el periodo de contrataciones no estaba abierto hasta el año que viene, pero empezó a hablar de su currículo, de sus virtudes, de sus juicios ganados con gran impacto mediático, que si es famoso en Internet, que si hace unas críticas en Filmaffinity que te cagas...
—Tiene pinta de ser una buena persona. ¿Te dio alguna razón por la que cambiaría el mejor bufete de Miami por...? —Carraspeó en cuanto él alzó una ceja—, ¿...por debajo de Leighton Abogados?
Caleb rodó los ojos, aunque solo por cómo se suavizaron las arrugas de expresión, Aiko supo que le había hecho gracia. Tenía una forma de reírse muy curiosa: lo hacía sin hacerlo.
—Me contó algo que me sonó a argumento de telenovela, y créeme, he visto bastantes. Dice que está pasando por un divorcio y que su esposa y él trabajaban en el mismo sitio; que no quiere que sea ella la que deba renunciar al puesto solo para evitar verse, y que como sigue enamorado y necesita salir adelante, agradecería poder mudarse a otro bufete.
—Tiene sentido. Si la ve todos los días le va a ser imposible olvidarla, y tampoco es tan raro que un hombre huya de sus sentimientos.
Caleb se la quedó mirando con fijeza, como si ese comentario le hubiese tocado alguna fibra sensible en él. Sus ojos se desplazaron a un punto de los labios de Aiko. Tan solo un instante.
—Tienes una mancha de mayonesa justo ahí —apuntó, con voz queda—. Como sea... No digo que no haya sonado coherente, solo que me extraña que haya venido a parar a la competencia. Me lo puedo imaginar sacándome los clientes para pasarlos a su hermano, o...
—O contándole que te lo pasas de maravilla ordenando las carpetas según están dispuestos los colores del arcoíris, o que a veces robas la miel de la cocina y te la traes a tu despacho para devorarla en secreto... —Aiko abrió mucho los ojos y agitó los dedos delante de la cara de él.
Caleb la cogió de las muñecas, entre divertido e irritado.
—Eso no es cierto. Es la nata, no la miel. Y lo de las carpetas, tiene que ver con mi lista de Power Rangers favoritos. —Besó el dorso de su mano antes de soltarla—. Las ordeno según mis preferencias.
—Más lamentable todavía... ¿Qué haría el temible Miranda si se enterase? ¿Poner un capítulo de los Power Rangers en una reunión? Cal, dudo mucho que al señor Miranda le importe algo de lo que ocurre aquí. Ya tiene bastante con mantener su bufete, que, por cierto, es más grande e i... —Carraspeó otra vez—, irrelevante que el nuestro. Irrelevante, eso es.
—Si tantos adjetivos tienes para Miranda & Moore, ¿por qué no vas a que te hagan una entrevista? A ellos les hará mucha ilusión que te deshagas en halagos, viven de ellos.
—Porque estoy al tanto de la vergüenza que Marc Miranda hizo pasar a Delfino, y mi sentido del ridículo es mínimo. En fin, si no tienes más que decirme... Voy a reunirme con Miranda en la salita del fondo del pasillo. Plantamos a los Campbell la última vez porque el ascensor se quedó varado durante una hora o así, y parece que en ese rato que les hicimos esperar casi se sacan los ojos. Han decidido que no quieren volver a verse, y Campbell me ha mandado una lista de todas sus exigencias para ver si llegamos a un acuerdo.
—Espera, espera, espera... ¿Hay otro Miranda? ¿Uno que se dedica al derecho civil?
—No, es el mismo. Marc. Está cubriendo a Palermo, que anda muy ocupada con su divorcio y no podía hacerse cargo.
—No tendrá ni puta idea de lo que se hace —resolvió Caleb.
Aiko sonrió y se encogió de hombros, aleteando las pestañas.
—Mejor para mí.
Caleb le dio la razón una ligera risilla.
—Oye, esta noche se estrena la última película de Clint Eastwood. Sale Tom Hanks como protagonista... ¿Te apetece que vayamos a verla?
—¿Esta noche? No puedo. Estoy llena de citas hasta las tantas de la tarde, y en cuanto llegue a casa voy a ponerme con esto para patearle el trasero al temible Marc Miranda. —Agitó su carpeta llena de pegatinas—. Pero si te hace mucha ilusión, ¿por qué no llamas a Mio?
Caleb arqueó una ceja.
—¿Que llame a tu hermana, dices? ¿Estás de coña?
—No, y de hecho te lo agradecería muchísimo. Está encerrada en casa de mamá estudiando, y necesita que alguien la saque a ver la luz del sol. Anímate, seguro que se emociona. —Y le dio un codazo, esperando de todo corazón que le hiciera caso.
Aiko no estaba muy segura de los sentimientos de su hermana pequeña hacia Caleb, pero no le cabía duda de que era importante para ella y sufría por su distanciamiento. Caleb estaba obsesionado con el trabajo, y el poco tiempo libre que tenía, lo invertía en salir con su mejor amiga, como si no estuviera aburrido de verle la cara a diario. Y cuando coincidían en reuniones familiares —Caleb formaba parte de la tropa Sandoval, por la relación tan estrecha que había tenido con Aiko desde niños—, no es que se hicieran mucho caso. No porque Mio no quisiera, sino porque Caleb había perdido su interés por ella con el paso de los años. La encontraba ridícula, pesada e inmadura.
—Prefiero esperar a cuando puedas venir tú. O si no, iré solo. Espero que le vaya bien a tu hermana con sus estudios.
—«Espero que le vaya bien a tu hermana» —repitió, imitando su voz tan bien que pareció haberlo pronunciado él—. Por Dios, Cal, que has crecido con Mio. Vale que no sea santa de tu devoción, pero no te refieras a ella como si apenas la conocieras.
—Es que apenas la conozco. Incluso dudo que se conozca a sí misma. Ni siquiera entiendo qué hace estudiando leyes, aparte de intentar parecerse a ti. Podrías hacer el favor de decirle algo sobre eso, en el tono que sea. Por mucho que lo intente no va a ser como tú.
Aiko bufó.
—¿Otra vez con eso? A mí no me parece que intente ser como yo, es simple casualidad que haya acabado en Derecho. Te recuerdo que antes de eso cursó otras tantas carreras universitarias…
—… que dejó tiradas, como hace con todo. —Caleb se sentó frente al escritorio y no le dio mucha más importancia, devolviendo la vista al ordenador—. Podría empezar por parecerse a ti en una cualidad que no le quedaría nada mal: tomarse las cosas en serio.
Aiko rodó los ojos y le sacó la lengua.
—Debería haberme quedado callada. Tú solo llámala alguna vez, aunque no sea para ver una película. Pregúntale cómo está. Te echa de menos, y es normal. Eres mucho más que el amigo de su hermana para ella.
—Sí, alguna vez la llamaré —comentó, apoyando la barbilla en la mano. Traducción: no pensaba darle un triste toque—. Ponte a lo tuyo y déjame a mí con lo mío, haz el favor.
Aiko obedeció porque el reloj marcaba las dos menos veinte y eso significaba que Marc debía estar al caer. Le dio intimidad cerrando la puerta tras ella y se dirigió a su despacho propio para coger el material que necesitaba. Allí tenía el testimonio de Campbell sobre cómo había sido su matrimonio, junto a sus exigencias respecto a la separación de bienes, la custodia de los críos... Era, en realidad, un caso bastante complejo, porque se sumaban todas las variables posibles. Por lo que intuía entre las dos partes, ninguna era culpable… y, a la vez, las dos habían llevado su matrimonio de manera desastrosa.
—Buenos días, Ivonne —saludó al volver a pasar por su mostrador, ya armada con la documentación—. ¿Has tenido tiempo
para almorzar?
La secretaria asintió, sonriente. Aiko le echó cumplido, como casi todos los días. Aquella chica vestía de manera sensacional, y tenía cuerpo para lucir sus modelitos. A veces se la quedaba mirando con envidia. Había heredado la figura de su madre y eso significaba ni mucho pecho, ni muchas caderas. Al menos Mio, su hermana, tenía las piernas largas, además de una carita preciosa sin ningún tipo de maquillaje. Pero ella... Bueno, ella lo intentaba. Lo intentaba porque quería mirarse al espejo y gustarse sin complacer a nadie.
—¿Fue bien la reunión con el señor Miranda y los Campbell? No tuve oportunidad de preguntarte el otro día.
Aiko miró a Ivonne sin ocultar su mortificación. No le pagaba ni un tercio de lo que merecía. Además de secretaria, era amiga, compañera, Pepito Grillo, y a veces hasta enfermera. Cuando Aiko tenía bajones de salud y se negaba a reconocerlo para no volver a casa, Ivonne lo notaba e intervenía antes de que se desvaneciera.
—No hubo al final. Me quedé encerrada en el ascensor con Miranda. Y...
Tuvo que reconocer que se moría de ganas de contárselo a alguien. No por el mero placer de hablar o porque estuviese orgullosa de lo que ocurrió: al margen de que lo hubiese disfrutado más de lo que pensaba admitir, Aiko sabía que estuvo fuera de lugar y denotaba una grave falta de profesionalidad, por la que sin duda podrían despedirla. Sobre todo cuando Campbell le había pedido expresamente que redujera su comunicación con Miranda al aspecto profesional. Pero necesitaba consejo. Detrás de la abogada había una mujer. Una mujer a la que le costaba dormir desde entonces.
—Él, aprovechó... Digamos que se dio la situación propicia para que el señor Miranda se extralimitara. Me arrinconó y..., no me besó, pero... no sé cómo explicarlo sin parecer una mojigata ilusionada porque le hayan hecho un poco de caso. Bah, ¿qué más da? Es lo que soy. En fin, ya sabes que no tengo mucha experiencia en estos casos, pero me... —Hizo gestos con las manos, tratando de ayudarse en vano—. Digamos que es un hombre peligroso que hace lo que quiere porque sabe que nadie le va a decir que no.
Ivonne la miraba horrorizada.
—Pero... ¿Hizo algo que no quisieras? ¿Te forzó en algún sentido?
Ya le habría gustado a ella que la hubiese empujado un poco más hacia el límite.
—No, no. Ni siquiera fue desagradable, solo... indebido. —Apoyó las manos en el mostrador y la miró con ojos de cordero—. Ivonne, no sé cómo le voy a hablar si comenta algo sobre eso, o... él me pone nerviosa. Pensaba que podría manejarlo más o menos, pero después de lo del ascensor, yo... creo que me va a pasar como cuando tenía catorce años, que trataba mal al chico que me gustaba para que no se diese cuenta.
»Si se ciñe al aspecto profesional todo irá bien —asintió, convencida—. Pero si se pone cariñoso otra vez... Jo, ¿no crees que esté siendo una ilusa? ¿Por qué se iba a poner cariñoso? Ese tipo de hombre no se entretiene con la misma mujer dos veces, seguro que ni se acuerda de nada... Estoy volviendo a hablar muy rápido, ¿no? —Sacudió las manos, como si así pudiera sacarse los nervios de encima—. Ay, Ivonne, me tienes que rescatar si se le ocurre hacer algo como el otro día.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó solícita, tan preocupada como la propia Aiko.
—Pues no lo sé, tú solo... aprovecha que las paredes son de cristal para vigilarlo, y si ves que se me acerca mucho, pues... finge que te desmayas, o... —Aiko miró alrededor, buscando algún objeto punzante—, ¡ya sé! ¡Pulsa el botón de la alarma de incendios!
—¿Por eso no podrían despedirme?
—Solo yo puedo despedirte, y en caso de que fuera necesario que recurrieras a eso, te subiría el sueldo. ¿Lo harás por mí? Ivonne, soy la culpable de que digan que la mujer es el sexo débil. No me dejes a merced de un hombre que se describe a sí mismo como «depredador sexual».
—¿Lo dices en serio? Vaya par de pelotas hay que tener para definirse de esa manera… No te preocupes, jefa, que yo te protegeré.
—Dios mío, gracias, ¡gracias!
Se abalanzó sobre ella en un impulso muy poco elegante y la abrazó por el cuello.
—Solo se me ocurriría pedírtelo a ti. Se lo llego a decir a Caleb, que ese Miranda que siempre he dicho que no era para tanto me intimida, y...
—¿Es él?
El corazón de Aiko estuvo a punto de explotar. No necesitaba girarse para saberlo, la promesa de que fuera él era la única cosa capaz de alterarla de ese modo. Pero lo hizo aun así.
Soltó a Ivonne y ladeó la cabeza hacia el final del pasillo. Allí le vio doblar la esquina con paso ligero.
Aiko se quedó de una pieza. Parecían haberlo sacado de un desfile de moda, o de una escena slowmotion de Ocean’s Eleven. Llevaba un traje al estilo George Clooney con la camisa algo abierta al pecho, sin corbata. El gesto de quitarse las gafas de sol y colgarlas en el escote podía haber parado el tiempo. Cualquier otra persona habría necesitado diez intentos para que el movimiento quedara natural, y él, no contento con conseguirlo, lo convirtió en un ataque contra su integridad como mujer. Ivonne masculló algo a su lado, pero Aiko no lo escuchó, porque justo entonces sus ojos conectaron.
Marc metió una mano en el bolsillo y se aproximó con tranquilidad, sin apartar la mirada de ella ni un solo segundo.
«Madre del amor pornoso».
Ivonne le dio un codazo sutil en el hombro cuyo significado captó al instante. «Recoge tus babas y céntrate».
—¿No trae maletín? —preguntó enseguida, enfrentándolo con una mirada de reproche.
—Tengo todo lo que necesito aquí dentro. —Se tocó la sien. La miró de arriba abajo, deteniéndose en sus labios—. Y lo que me hace falta de fuera, no cabe en ningún maletín. ¿Alguna otra apreciación?
Aiko contuvo la respiración.
—Sí. Espero que se tome más en serio la reunión que el código de vestir. Le falta la corbata.
Sus ojos brillaron casi con agradecimiento, como si le hubiera dado una excusa perfecta para replicar, en tono íntimo:
—Sabía que iba a hacer calor hoy, así que pensé que sería mejor dejarla en casa.
—Muy bien. Tiene suerte de que no me preocupen esas cosas
—balbuceó ella. Le hizo un gesto hacia la sala—. Puede ir poniéndose cómodo, enseguida voy para allá.
—No tarde —respondió, dándose la vuelta. Le dio una mirada intencionada—, soy muy impaciente.
Aiko no respiró en todo el camino que hizo hacia el interior de la sala de reuniones. Se imaginó a sí misma siguiéndolo con la mirada y no supo si reírse o ponerse a llorar. Dios, era mucho peor de cómo lo recordaba.
—Es un animal —dijo Ivonne en voz baja—. Incluso yo me he sentido amenazada.
—Eso no me consuela. Reza por mí para que no se salga del tema... Aunque no le hace falta cambiar de materia para ser intenso. —Suspiró y se crujió el cuello—. Sandoval versus Miranda, primera ronda.
«Casi puedo predecir quién va a perder».
Soltó todo el aire retenido con la mayor discreción posible, presintió sus rapaces ojos celestes persiguiéndola desde el otro lado del cristal. Quería ponerla nerviosa para hacer más entretenida la mañana. Pues vale, no pensaba darle el gusto. ¿Acaso no eran mayorcitos para comportarse de esa manera? Un poco de profesionalidad, por favor... Que sí, solo la estaba mirando. Solo la miró cuando entró en la sala, cerró la puerta y se acomodó, ocultando los temblores con una fingida calma que no se creía ni ella. Pero ese hombre no sabía quedarse en el hecho de mirar. Tenía que hacerla sentir desnuda.
—Son conscientes de que no vamos a poder llevar su divorcio sin reuniones presenciales por su parte, ¿no? —Se le ocurrió decir mientras sacaba su agenda, sus bolígrafos de colores y las fichas con las pegatinas.
Nunca había dudado de su método de trabajo, pero al ver la mirada divertida que Marc le dirigió a sus puntitos de colores, se sintió un tanto absurda.
—He puesto al corriente a Carol, y ella está dispuesta a atender a las que sean obligatorias, aunque por preferencia... siempre que pueda escaquearse lo hará. Como comprenderá, Sandoval, yo estoy aquí para complacer a mi clienta —expresó casi ronroneando. Acompañó el comentario con una inclinación hacia delante, lo que captó la atención de Aiko. La forma en que sus labios deletreaban la palabra «placer» y sus derivados era tan atrayente como terrorífica—. No debe preocuparse por eso. Usted y yo tenemos complicidad de sobra para encargarnos del asunto por ellos.
—Aún no hemos empezado con las negociaciones. Está hablando sin saber.
—Soy un hombre intuitivo, y presiento que nos compenetraremos a la perfección.
Aiko levantó la vista del informe impreso y lo miró, solo para asegurarse de que no estaba buscándole el traspié al gato al suponer que la provocaba. Claro que no soñaba; ese hombre venía con la coquetería incorporada, era una máxima en su esencia personal. Y tan bueno era con su flirteo que, más que respuestas, eran armas arrojadizas que no sabía cómo esquivar sin retroceder en el tiempo y volver al ascensor. Era como si lo tuviese de nuevo pegado a su cuerpo...
Desde luego, no había olvidado la sensación.
Puso orden golpeando el canto de los folios contra la mesa. Oía la voz del juez en su mente: orden en la sala, orden en la sala... Suplicamos un poquito de orden mental por parte de Sandoval en la puñetera sala.
—Será mejor que comencemos...
—Estoy ansioso.
«Oh, cállate, maldita sea».
—Sabrá que los Campbell no firmaron ningún acuerdo prenupcial en cuanto a separación de bienes. Los gananciales...
—Sí, parece que ahí no estuvo muy fino el señor Campbell
—comentó él.
Aiko dejó de subrayar y lo miró a la cara con una ceja arriba.
—No estamos aquí para comentar si sus decisiones fueron o no acertadas, sino para ser eficientes y objetivos.
—¿Es que usted no opina lo mismo?
—Lo único que tengo que opinar aquí es que mi cliente escogió a una compañera de vida que creyó que permanecería a su lado para siempre, y por ese motivo decidió que todo lo suyo sería de ambos.
—No lo veo como un gesto romántico, sino una estrategia de control sobre el otro.
—¿Cómo?
Marc se echó hacia atrás en el asiento y cruzó el tobillo sobre la rodilla.
—Creo que el señor Campbell, al ser quien trabajaba de los dos, optó por rechazar la separación de bienes para que Carol lo pensara dos veces a la hora de pedirle el divorcio. Es una forma de chantaje muy común. Si me dejas, prepárate para perderlo todo. Si mi cliente hubiera gozado de una mínima autonomía económica, no habría aguantado unos cuantos años de más en un matrimonio que la hacía sufrir.
—En ese caso, podría haberse rodeado del personal adecuado para optar por otra vía económica. La señora Price no es ninguna víctima, fue un acuerdo consensuado o de lo contrario no se habría dado.
—Deberíamos revisar de quién era amigo el abogado y asesor que se encargó de las cuestiones teóricas del matrimonio. Carol es una mujer que por desgracia no pudo culminar sus estudios primarios y...
—Eso no significa que se aprovecharan de ella. Demostró tener bastantes luces cuando empezó a sacar dinero para pasar unos meses con su amante en Long Island.
Marc arqueó una ceja.
—Esa historia tiene mucho más trasfondo del que propone.
—Una infidelidad es una infidelidad. Da igual lo que llevara a la persona a hacerlo.
—¿Supongo con eso que nunca ha sido infiel?
—Por supuesto que no. Y no hablábamos de mí.
—Ya... —Echó un vistazo desinteresado al techo—. Tal vez no habría sentido la necesidad de buscar a otra persona si la que tenía al lado no hubiese sido manipuladora, cruel, e incluso violenta.
Aiko entornó los párpados.
—Le está atacando sin ningún fundamento.
Él la miró de reojo.
—Tengo muchos fundamentos. Por ejemplo, informes médicos que atestiguan una serie de lesiones...
—Dichas lesiones no fueron ocasionadas por el señor Campbell
—repuso—. ¿Va a recurrir a la violencia de género para ganar el juicio y así dar peor propaganda a las mujeres que sí la sufren de veras?
—Pretendo no ir a juicio, así que digamos que recurriré a ella para hacer justicia. ¿Y por qué dice eso? ¿No cree que Carol Price haya sufrido abusos, constatados por un especialista?
—Siendo honesta, es posible que sí, pero no a manos de su marido. Le recuerdo que Carol Price ha tendido, desde sus primeros escarceos amorosos a espaldas de Campbell, a buscarse hombres marcadamente posesivos, celosos y agresivos. Sin ir más lejos —prosiguió, abriendo su carpeta—, Timothy Stark, uno de ellos, tiene antecedentes penales; estuvo en la cárcel por nueve meses a causa de una pelea de barrio que dejó en coma al contrincante, y el Oliver Suárez ha recibido numerosas denuncias de maltrato por parte de anteriores parejas. Esos son los que deben pagar por dichos delitos, y no...
—¿Acaso el señor Campbell no tiene ni una sola denuncia por agresión física y amenaza verbal? Me temo que sabe tan bien como yo que existen; otro detalle es que con dinero haya conseguido silenciar el escándalo al que podría haber dado lugar. ¿Cómo trabaja usted, Sandoval? ¿Le valen unas pruebas y otras no? Me parece algo desagradable y triste que una mujer acuse a otra de mentirosa cuando confirma haber sido maltratada.
Aiko lo encaró con una mueca.
—No he acusado de mentiroso a nadie. Si lo dice, lo mínimo es creerla, pero me baso en datos exactos para buscar culpables. Suárez y Stark tienen mayores probabilidades de ser los agresores.
—Complete la frase: los que le conviene que sean los agresores. ¿Insinúa que Carol Price ha utilizado lesiones provocadas por otro para hundir a su marido?
—Viendo que la forma que la señora Prince tenía de atacar a mi cliente era buscando destruir su reputación, no me extrañaría. Es la clase de escándalo que necesitaría para perder su puesto. Sobre esto se basa el informe de sus peticiones. El señor Campbell sostiene que se casó con una mujer a la que solo le importaba su dinero, que le estuvo engañando con diversas parejas de incluso años y que con historias inventadas procura poner a todo el mundo en su contra. De no ser por la gran lealtad que le profesan sus compañeros de trabajo y amigos, algo significativo a la hora de hablar de su personalidad, habría tenido que dejar su trabajo. Pero por fortuna, no la creyeron.
—Es algo común. Nadie cree a la mujer cuando es prácticamente analfabeta, y su marido, un pez gordo. ¿El señor Campbell no ha comentado nada sobre sus propias amantes? —continuó, sin pestañear—. Si algún error ha cometido mi cliente, ha sido pecar de indiscreta, pero también es de valorar que se enfrentaba a un hombre infiel por naturaleza con el que no habría podido competir...
—Como todos —masculló Aiko, devolviendo la vista a sus anotaciones—. Le recuerdo que esto no es una competición. Debemos ponernos de acuerdo.
—No lo conseguiremos si sigue negando que Price recibía un trato injusto y denigrante por parte de su marido, y que su comportamiento solo era una respuesta y una queja a esto. Sería deprimente que desmontara los malos tratos de Campbell en un juicio solo para que se quedara con la mayor dotación económica. Lo mínimo que puede hacer, si quiere justicia feminista...
—La justicia no es feminista, y ni es mi culpa ni puedo hacer nada para cambiarlo —acotó molesta—. No es mi intención sacar a colación este asunto puesto que debemos limitarnos a las cuestiones patrimoniales y familiares, pero si lo utiliza en contra de Campbell tenga por seguro que, mientras pueda demostrar que es falso con pruebas fehacientes, lo haré. Y no dude que las encontraré, porque hay múltiples relatos de conocidos de Price que podría usar para hablar de sus estrategias de persuasión. Es una persona naturalmente manipuladora, igual que Campbell infiel, pero al menos mi cliente es honesto.
Marc la sorprendió esbozando una sonrisa perezosa.
—¿Cuántos testimonios no habrá pagado de su bolsillo? ¿Cuántas verdades no habrá tergiversado a su beneficio? ¿Cuántas mentiras no le habrán pasado por alto por ser quien es? Su cliente lleva veinte años trabajando en el sistema judicial; sabe cuáles son sus fallas y cómo aprovecharse de ellas para conseguir lo que le conviene. Price es la mujer más sencilla que pudo encontrar, alguien que pensaba que toleraría su vida, sus excesos, y que creería sus falsedades, pero no ha sido así y por eso la ha contratado a usted: a la mejor. Para que gane por él.
—Y ganará si dice la verdad.
—Ganará como sea, porque es el juez con mayor antigüedad del estado de Florida..., y todo el mundo sabe cómo llegó a ese puesto.
—¿Cómo llegó usted al suyo siendo hijo del fiscal del distrito?
En general, Aiko no era mordaz, y cuando lo era, procuraba no echar al ruedo una confesión personal que no tenía que ver con el tema. Sin embargo, él llevaba provocándola toda la reunión, desviándose del tema, y... Seguía sin ser justificable. Se quejaba de que Marc la miraba como si estuvieran en un bar de alterne, y ahora ella era la que mezclaba lo personal y lo privado.
Lo sintió un error doble cuando observó la reacción de Marc.
—Lo último que un abogado podría permitirse es hablar de algo que ni sabe, ni le consta, ni por supuesto le concierne —expresó peligrosamente tranquilo—. Me sorprende que sea ese tipo de jurista, cuando es famosa en la ciudad por su prudencia.
—Lo siento —dijo enseguida, con humildad—. Eso ha sido innecesario, lo reconozco. Le aseguro que no suelo hacer esta clase de comentarios.
—Tranquila, entiendo que tampoco suele cruzarse con hombres como yo y le cuesta no perder los papeles. Está claro que la pongo nerviosa y no le gusta la sensación.
Aiko desencajó la mandíbula.
—¿Disculpe? Claro que no me pone nerviosa. He lidiado con toda clase de abogados en estos últimos años, me he enfrentado a cualquier problema que pueda imaginarse, y...
—Nadie duda de su excelencia, pero la experiencia no la salva de sentirse atraída por el abogado del equipo contrario, ¿me equivoco?
—Por supuesto que se equivoca —farfulló colorada—. No sé de dónde habrá sacado semejante...
—Se ha ruborizado.
Sí, vale, lo había hecho. Que la matasen, que la encerrasen, que hicieran lo que quisieran, pero ella no tenía control sobre su cuerpo, ¿de acuerdo? Podía afinar su voz, hacer el esfuerzo de mirarlo a la cara y gesticular lo menos posible para que no descubriera la verdad…
Pero las reacciones corporales involuntarias eran competencia de la biología y a la vista quedaba que esta estaba de parte de Marc.
—Esté nerviosa o no, eso no afecta en nada a lo que debemos hacer aquí.
—Por supuesto que afecta. Apenas puedo concentrarme si sé que está pensando en mí.
Aiko enrojeció más aún. Dios mío, iba siendo hora de que alguien interrumpiese. ¿A nadie se le habían acabado las grapas? ¿A qué esperaba la fotocopiadora para romperse?
—No sé qué pretende. Le aseguro que no va a llegar a ninguna parte. Ya debería saber que no estoy reunida con usted porque tenga los ojos muy azules.
—No se me ocurriría ponerme como su prioridad, pero no me quite una importancia que tengo por estar incomodándola indirectamente. ¿Eso tampoco tiene que ver con ojos azules?
—¿Indirectamente? Espero que esté bromeando. No hay nada involuntario en su actitud. Lo hace adrede para violentarme.
—Lamento que piense que mi objetivo es violentarla.
—¿Cuál es, entonces?
—Pasarlo bien. Juntos.
Aiko lo miró sin saber a qué recurrir para cortar la conversación de raíz. ¿Retomaba el tema central como si nada? Gesto de debilidad. ¿Anunciaba que necesitaba ir al baño? Gesto de debilidad. ¿Le decía que se callara de una vez? Gesto de debilidad... Bueno, ¿y qué otra forma de enfocarlo había cuando la estaba debilitando?
—Oiga... Es lógico que me incomode quedarme a solas con un hombre que me abordó en un ascensor hace una semana —soltó. La sinceridad nunca fallaba—. Dudo que usted se acuerde, teniendo en cuenta que...
—Lo recuerdo a diario.
Aiko tragó saliva e intentó continuar.
—Lo que quiero decir es que cualquier mujer se sentiría intimidada en presencia de alguien con quien ha tenido... un contacto íntimo tan inesperado. No fue la gran cosa, lo sé, pero aún estoy tratando de gestionarlo. Si tuviese la amabilidad de no provocarme con sus... segundos sentidos, y sus directas respuestas, se lo agradecería muchísimo.
—¿Le molestó mi muestra de interés en usted?
Se tomó un segundo para pensar. ¿Le molestó? ¿A quién le iba a molestar eso, por el amor de Dios? Si algo le molestó fue una parte del cuerpo que no era ni cortés ni elegante mencionar en voz alta.
—Me sorprendió. Eso es todo. No suelen ocurrirme cosas así. Me ciño a una rutina en la que no caben personajes chispeantes ni situaciones rocambolescas.
—Así que cree que soy chispeante.
Ya le gustaría ser solo la chispa. Ese hombre daba la corriente, como el cable de la electricidad.
—Mire, esto es ridículo —farfulló—. Lo que yo crea o no crea queda fuera de nuestra relación profesional.
—No vamos a ser abogados contrarios para siempre.
—Oh, y siendo tan impaciente como ha mencionado que es, ¿va a esperar?
—Por supuesto que no. Soy como el César: veni, vidi, vici.1 Ya he llegado, ya la he visto, y ahora supongo que estamos en periodo de negociación… Pero mi objetivo es vencer.
Puto engreído. Sabía de unas cuantas que se habrían reído en su cara por el comentario: Mio y Otto, sin irse muy lejos. Pero le sentaba tan bien esa vanidad, y estaba tan bien fundamentada, que al final solo podía admirar su seguridad. Era algo que ella no tenía.
—¿Qué es lo que se supone que gana con esto? —inquirió, ya sin rodeos.
Su mirada se intensificó exponencialmente.
—A ti.
Aiko contuvo un leve escalofrío presionando los muslos. Su voz tembló un poco al responder:
—¿Y qué quieres de mí? —preguntó en voz baja, como si tuviera que mantener en secreto que lo estaba tuteando. Él ladeó la cabeza.
—Acabamos antes si me preguntas qué es lo que no quiero de ti.
Aiko lanzó una mirada desesperada al techo. Estaba en un callejón sin salida. Nadie podría haber sabido que el tipo sería tan directo. No le sorprendía, por una parte. Solo le llamaba la atención que ella hubiera sido la elegida, y que estuviera sucediendo tan rápido. Era impensable que le hubiese gustado a simple vista. Solo en su bufete ya había mujeres mil veces más atractivas; parecía que las transferían de agencias de modelos.
A no ser que le pusiera cachondo el poder, en cuyo caso estaría justificado que fuese a por ella.
¿Y si Caleb tenía razón al ser un neurótico? ¿Y si era una especie de conspiración para ganarle en algo? No veía a Marc obsesionado con derrotar a Caleb en ningún sentido. Era más importante, más famoso, ganaba más dinero —estaba más bueno—... había conseguido que Moore pusiera su apellido antes que el propio, siendo una leyenda del 331. Cal no tenía nada que él no tuviese. A no ser que buscara la gerencia, pero no veía cómo diablos podría superarlo a través de ella.
—Apenas me has visto tres veces, y debemos ser profesionales...
—Creo que la mejor forma de ser profesionales sin que nada nos disturbe es quitándonos las ganas. Me remito a lo que has dicho: nos hemos visto tres veces y no puedes ni mirarme porque tienes miedo de lo que pueda pasar. Deja que pase y podrás concentrarte.
Ese tío estaba loco de atar. Como dejara que pasase no podría contarlo. Acabaría en una institución mental porque no volvería a pensar con lucidez. O esa era la impresión que le daba, que era bastante lógica teniendo en cuenta la brutal importancia que le daba al sexo. Demasiada, para no haberlo practicado en su vida.
En medio de su silogismo, Marc se puso de pie y rodeó la mesa para acercarse a ella. Aiko no supo qué hacer. Se estaba aferrando a la parte violenta de la situación para no tener que admitir que la adrenalina y la excitación por aquel hombre afrodisíaco eran una combinación explosiva que, no tan en el fondo, le gustaba. Nunca antes había conectado con la Loba de Shakira, la encerrada en el armario y con ganas de comerse el barrio. Era una experiencia única a nivel sensitivo, y por la mirada que él le dirigía, decidida y maliciosa, no le costaba imaginarse cómo sería ceder...
—¿Qué cojones? —masculló Marc, echando una mirada al techo.
Aiko supo a lo que se refería en cuanto sintió un líquido frío corriéndole por la espalda. Estaba lloviendo dentro de la habitación...
Si ya lo sabía ella, estaba soñando. Marc Miranda no podía ser real.
Esa fue su primera conclusión: después, se giró hacia Ivonne y observó que, al sonido de la alarma de incendios, todo el mundo dejaba lo que estaba haciendo y se arrojaba por las escaleras sin orden ni concierto. Papeles volando, gente histérica, algunos dando órdenes, y entre todos ellos... Su secretaria, haciéndole la señal de okay. Una señal que Marc captó por casualidad, captándola al vuelo.
Aiko se puso de pie enseguida. Joder, había pulsado la alarma de incendios de verdad... Caleb la iba a matar cuando se enterase de que lo mandó hacer. Pero no pensaba en ese tipo de muerte cuando Marc evitó que intentara proteger los folios del agua, que salía en cantidades ingentes por cuatro focos distintos. La petrificó al plantarle una mano en la cintura.
Miró esa mano como si fuera la garra de Godzilla.
—N-no... Nos tenemos que ir de aquí, ¿n-no ve que hay fuego?
—Hasta que por fin lo admites —susurró cerca de su oído—. Desde luego me sé de un par que se va a quemar.
Se le puso el vello de punta.
—No me puedo creer que hayas mojado a toda la planta por miedo a mojarte tú.
—Mojarme... ¿En qué sentido?
—El que prefieras. La moraleja es que no te va a servir de nada, porque vas a acabar igualmente empapada.
Aiko se convenció de que ponía las manos en su pecho para apartarlo, cuando no hizo ninguna fuerza para moverlo del sitio. Como si no tuviera suficientes motivos para perder movilidad articular, buscó sus ojos y casi gimió allí mismo, mientras perdía la dignidad del todo. Con el agua saliendo a propulsión para apagar un fuego invisible, tenía el pelo pegado a la cara y las pestañas mojadas, algo que por misteriosas razones encontró demasiado atractivo para recordar que sabía hablar.
—Deberíamos... salir de aquí.
Enseguida se daría cuenta de que pulsar la alarma había sido contraproducente para sus objetivos. Por culpa de la simulación, no encontró a nadie en el pasillo que daba al servicio, donde le constaba que no había sistema de riego y sí un secador en su lugar.
Debió haber dado por hecho que él la seguiría —murmurando algo sobre relojes que no le convenía mojar—, terminando en la misma tesitura que al principio..., pero peor. Porque aunque ella se dirigió rápido al fondo del baño unisex, pegándose al dispensador de aire caliente, él cerró la puerta tras de sí... y era cuestión de segundos que la alcanzara.
Aiko lo miró como un animalillo acorralado. Nadie le había enseñado cómo comportarse en una situación así, ni cómo actuar delante de un hombre que hacía que perdiese los papeles. Por Dios, no le habría costado nada mandarlo a freír monas en el ascensor. Se le daba bien dar malas noticias con una sonrisa en la cara.
Con él no había sido posible. La había envuelto en su extraña red con su conversación intencional.
Tragó saliva al verlo avanzar hacia ella con los ojos fijos en una sola cosa. Su sujetador de topos estampados. Topos de verdad, no lunares. Topos animales. Topos con gafas de excavador.
«Una excelente elección, Aiko. Excelente».
Distrajo sus manos de hacer alguna estupidez, como temblar, escurriéndose el pelo mojado. Menos mal que el maquillaje estaba hecho a prueba de agua, de viento, de tierra, de fuego, y de miradas que derretían al personal, o habría desaparecido por desintegración como lo hizo ella en cuanto Marc se detuvo a un palmo de sus narices.
—Por favor...
—¿Qué me estás suplicando?
Sacudió la cabeza porque no lo sabía. Había una mujer virgen en un baño demasiado excitada para pensar, no era tan difícil de comprender.
—No sé qué pasa entre tú y yo. No lo comprendo, y prefiero ignorarlo porque es... Yo no estoy acostumbrada a esto. Seguro que lo del ascensor lo haces todos los días con doce mujeres distintas. Tienes ese aire de latin lover que defrauda a los corazones sensibles después del último beso. Pero a mí... lo que yo siento es... lo que sentí estuvo muy lejos de lo normal, y por la forma en que estoy ahora... reaccionando... Creo que volvería a desbordarme, y no sé cómo gestionar eso, no...
»Lo siento —balbuceó, mirándose los zapatos—. No se me da bien comunicarme si no tengo confianza o no estoy en un estrado. Lo mío es ser abogada, no ser...
—¿La fantasía de alguien?
Aiko lo miró sin respirar. Sus potentes ojos azules fueron un mazazo de realidad.
Más realidad. Ya no sabía cómo sostenerla.
Él se acercó un poco más, y le demostró que podía superar el desbordamiento de sus emociones del ascensor siendo algo más directo. No la besó. Parecía reservarlo para cuando quisiera matarla. Pero la envolvió con los brazos y desplazó las manos por su trasero, mojado y embutido en una falda ceñida. Ahí se dio cuenta de lo grande que era respecto a ella… de lo sincero que era al admitir sus intenciones.
Lo que fue al principio un pseudoabrazo relajado y una pequeña expedición de reconocimiento, se convirtió en dos garras ansiosas por apretar todo lo que pudiera contenerse en un puño. Marc pellizcó la carne más tierna de sus nalgas y ciñó las manos a su cintura como si quisiera tomarle las medidas; pareció buscar algún interruptor secreto al suavizar las arrugas de la camisa empapada, llegando a desabrochar por casualidad un par de botones. Aiko hiperventilaba el doble porque él la miraba. Esa era, claramente, su mejor forma de convencer e intimidar al público. Mirar. To look. Regarder...
La estaba manoseando en un servicio como si no fuera a existir otra oportunidad de hacerlo.
En el ascensor había sido pasional, pero no desquiciado. Nada que ver con ella, que enrojecía, y temblaba, y no sabía qué hacer consigo. No importaba porque él la estaba tratando como nunca se atrevió a admitir que quería, sin galantería, sin cuidado..., y lo estaba haciendo sin ninguna devoción, ni perdido en sus emociones.
Aiko había odiado eso: que los hombres la trataran como si fuera de cristal, que la agasajaran continuamente, que la tomaran de la mano y pareciesen complacidos del todo con un simple beso. Marc no estaba aburrido apretando sus pechos hasta arrancarle un jadeo de placentero dolor, pero lo tenía todo controlado. No como ella. Era metódico
y ordenado, y también sucio y caliente. Las manos de los otros habían sido reverenciales e histéricas, muy confusas... La forma de tocarla de Marc, en cambio, lograba decir muchas cosas. Entre ellas que quería hacer más, que no iba a ser cuidadoso, y que no pretendía exteriorizar su pasión hasta que la mereciera.
—¿Por qué haces esto? —preguntó ella entre cortas respiraciones. Se abandonó a la incursión de sus dedos bajo el dobladillo de la falda, distraída y flotando con sus besos sobre el sujetador—. ¿Q-quieres que mañana no sea capaz d-de mirarte a la ca... cara?
—Lo que quiero es follarte —gruñó en su oído—, y como Dios manda. No es muy difícil de comprender, ni de realizar… ¿No crees?
Aiko cerró los ojos, conmocionada.
Follar. To fuck. Baiser.
¿Acababa de decir lo que acababa de decir? ¿Había hecho que la palabra con efe sonara bien? ¿Era de esos que tenían ese poder...? ¿Y cómo coño mandaba Dios que se follara? Madre mía, debía ser celestial.
—Marc, escúchame... eres... eres muy atractivo y es verdad que... —Sus manos no cesaban de moverse; buscaban algo que no encontraban y eso las volvía más ansiosas—. Por favor, suéltame para que pueda pensar...
Obedeció. Sus brazos cayeron inertes a cada lado de su cuerpo. Pero no se distanció ni un solo milímetro, así que cuando Aiko siguió hablando, lo hizo tan cerca de sus labios que tuvo que mirarlo a los ojos para no dar la señal equivocada. La tuvo que dar a pesar de todo, porque la cercanía fue tan brutal que su atractivo la fulminó. Y a saber cómo se disimulaba eso.
—Dios..., eres perfecto —murmuró con voz queda, acariciando su mejilla como si no pudiera creérselo—. L-lo eres, no tengo problemas en admitirlo, y... tampoco en decir que me siento atraída hacia ti. Puede que me atreviera a hacer cualquier cosa que se te ocurriese, puede que... que en lugar de dejarlo estar, decidiese dejarme llevar...
Él pareció momentáneamente confuso.
—No puede ser tan fácil. No es posible que sea tan fácil hacerte claudicar. Debe haber alguna trampa.
—S-sí... que hay muchos impedimentos p-para llegar a eso...
—Solo uno: crees que no es posible.
—Trabajamos juntos, eres el ejemplo de hombre del que hay que huir, yo no puedo implicarme con nadie, me cuesta, y... Y yo no puedo acostarme con alguien porque sí.
—¿Porque sí? —repitió él, perplejo.
—Yo necesito... Necesito una mínima conexión con alguien, ¿sabes...? Como... Un vínculo. Si cediera a lo que propones me acabaría sintiendo mal. No me gusta ponerme en manos de alguien solo por su capricho, sabiendo que luego... Me ignoraría, o haría de cuenta que no me ha visto. En resumen, no estoy preparada para esa clase de... Lo que sea. Y aunque lo estuviera, querría ciertas garantías que un hombre como tú no puede darme.
Marc parpadeó una sola vez. Fue tan visible que le sorprendía su respuesta que Aiko no supo cómo tomárselo. Es decir... No le extrañaba ni un poco que se quedara de una pieza ante una negativa: ¿quién le diría que no a un polvo con un tipo clavadito a Jason Morgan? Pero por otro lado, su asombro parecía de otro mundo, porque se inclinaba hacia la confusión. Tal vez no quisiera renunciar a sus deseos y no tuviese idea de cómo convencerla.
A su favor, podía decir que le resultaría difícil. Aiko era muy débil cuando la desequilibraban, pero teniendo las cosas claras nadie haría que cambiase de opinión.
Al margen de eso, le dolió que no se molestara en desmentir el planteamiento de la que era la actitud de un seductor. No había dicho que no fuese a ignorarla, ni que no fuera de esos tíos que no se preocupaban por su compañera. Eso solo le daba la razón, lo que le concedió un motivo muy poderoso para apartarse lo antes posible. Tenía que aprovechar que se había quedado en shock para salir de allí.
En fin... Nada decepcionante, ¿no? Ni que se hubiera presentado como el príncipe azul, el hombre ideal, el protagonista de novela. Ese solo había sido ella atribuyéndole, sin querer, cualidades a su gusto. Solo porque era... perfecto.
De todos modos, ¿qué más daba? Fuera o no fuese el caballero de la brillante armadura, fuera o no fuese perfecto, los príncipes azules también desteñían.
Lo decía Megan Maxwell, así que tenía que ser verdad.
1 Locución latina empleada por el emperador Julio César: vine, vi y vencí.