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El que quiere ganar, y el que quiere hacerlo bien
Lo había vuelto a hacer. Volvía a llegar tarde.
Era oficial que a Mio le duraba la puntualidad lo mismo que las medias en su estado original, o lo mismo que los novios, o lo mismo que los vestidos de novia carísimos sin romper. Consiguió aparecer en la oficina a su hora durante los días siguientes a su presentación, pero al lunes que continuó ya había vuelto a olvidar el despertador.
Podía decir que no era su culpa, una de sus excusas preferidas y que nunca le creían porque... en fin, solía ser su culpa. Casi siempre. O tal vez siempre, a secas. Pero es que había sido decisión suya pasarse toda la noche mirando la tele con cara de amargura, contándole a Noodles lo que llevaba callándose unos cuantos atardeceres.
—Se metió en el probador con ella, te lo digo en serio —balbució, mirando a su pájaro con una mueca—. Cuando fuimos a mirar vestidos, Caleb la acompañó al probador y salió ya cambiada, así que se quedó en ropa interior delante de él. Y... Ya sabes que me gusta escuchar detrás de las puertas. No estuve mucho rato, porque luego me siento mal y casi me pilla esa tal Florencia, que por cierto... ¿Por qué todas las argentinas se llaman Florencia? ¿Es una especie de alegoría a algo, o les pagan para ponérselo de segundo nombre? ¿O es por Floricienta…?
»En fin, como te iba diciendo; que Caleb dijo algo sobre romperle la cara a Marc, y que lo odiaba por quitarle a la única mujer con la que estuvo de verdad, y... Y no sé a qué juega Aiko, obligándolo a acompañarla a todas partes para organizar la boda, cuando debe estar pasándolo fatal.
»¿Te acuerdas de esa peli en la que sale Patrick Dempsey cuando era joven y guapo, en la que se da cuenta de que está enamorado de su mejor amiga al ir a casarse y ella lo nombra dama de honor? ¿O es damo de honor? ¿Caballero de honor? Uy, eso suena a que participó en las Cruzadas... Bueno, eso, que si Caleb hubiera sido Patrick y Aiko hubiese sido la otra, pues lo entendería, porque la protagonista no sabía que había sentimientos por medio. Pero Kiko ya debería sospecharlo. ¿Por qué le hace sufrir?
Esa duda llevaba matándola toda la semana, además de otra relacionada con medidas no incluidas en el parte de nacimiento de los hombres. Mio terminaba sus tareas a la hora en que Caleb se las pedía, bebía café en cantidades industriales solo porque todo el mundo lo hacía —y los vasos eran muy cucos, merecía la pena pagarlos—, lloriqueaba para sus adentros porque no entendía qué estaba pasando con Caleb y su hermana, y aprovechaba cada distracción del gran jefazo para medir mentalmente el tamaño de su paquete.
¿Se podía saber cómo podría esconder una anaconda superior a dieciocho en un pantalón de pinzas? Mio no se fijaba en esas cosas cuando lo veía. Por favor, tenía los ojos verdes, un lunar precioso y una sonrisa de ensueño. Mirarle la garumpeta sería renunciar a piezas de coleccionista por baratijas de bazar.
Aun así, sentía curiosidad, y ya la habían pillado unos cuantos con los ojos puestos en la bragueta de Caleb Leighton. Eso estaba bien porque afianzaba el rumor de que tenían sexo, lo que ya quedaba de por sí reafirmado cuando Caleb la llevaba de vuelta a casa en coche sin faltar un día —probablemente para saludar a Aiko, o para admirar la luz en su ventana, modo romántico, porque no siempre subía a verla—... Pero seguía siendo vergonzoso. Y lo peor, obsesivo.
Dios, ¿cuánto mediría en realidad? ¿O acaso era un farol...?
Se pasó un día entero haciendo cálculos y comparando con actores porno. Chris Diamond, el favorito de Otto —porque su prima sostenía que las mujeres también tenían derecho a verlo, sobre todo, para recordar que existían los hombres que se bajaban al pilón, no como los que conocía—, tenía un cañón de carne de veinticinco centímetros. Y eso para ella era una auténtica barbaridad. Aunque luego había visto vídeos y tampoco parecía para tanto... Claro que las actrices de PornHub estaban preparadas para usar pepinos, bananas y todas esas cosas que Mio normalmente echaba a la ensalada.
Ella no era ninguna mojigata. Había tenido sus cuantas experiencias con compañeros de la universidad, chicos de prácticas, amigos del instituto y hombres desconocidos en bares. Pero no se imaginaba siendo atravesada por...
Pues eso, que acababa de llegar tarde otra vez. Y en lugar de presentarse en el despacho de Caleb para suplicarle que la perdonase, o que se pusiera de pie y le prestase un cartabón y una escuadra para calcular el volumen de su paquete, se había metido en el baño para practicar una excusa que la convirtiera en la víctima.
«Son las ocho menos veinte, tampoco he llegado tan tarde». «En esos diez minutos atrasados te da tiempo a hacerte la línea del ojo mal un promedio de siete veces, ¿de verdad crees que son inapreciables?».
Mio enfrentó al espejo.
—Lo siento, no volverá a ocurrir. Es que esta mañana ha habido un accidente trágico... O sea, un accidente de tráfico.
Imaginó que tenía a Caleb delante y cuadró los hombros. Quizá no era la más inteligente o sexy de su promoción, pero imaginativa era un rato, y casi murió de la impresión de visualizarlo con su medio traje y sus gafas de pasta.
—El taxi se ha chocado con un autobús de la línea siete, y resulta que cuando el conductor ha salido muy enfadado, se ha reencontrado con su amor de la infancia, que era el conductor del transporte público. Ha sido muy bonito, se han dado un beso en medio de la calle, y pues eso ha provocado otro choque... No me mires así —le dijo, frunciendo el ceño. El Caleb de su pensamiento levantaba una ceja y miraba el reloj—. Es verdad, te lo juro. Te lo juro por la dieta que estoy haciendo.
Que no estaba haciendo ninguna, claro, y eso el Caleb de su pensamiento lo sabía porque... Estaba en su cabeza. Mejor jurar por algo que no existía a por algo que sí, ¿no? Así no le podrían reclamar nada. Cosas que le enseñaba a una el Derecho.
Pero eran las ocho menos cuarto, y si el Caleb mental estaba cabreado, el Caleb de verdad le daría una patada en el culo. Mio suspiró y se miró en el espejo con resignación, asimilando que lo defraudaría una vez más.
—No me eches —suplicó en voz baja, practicando una excusa que no iba a pronunciar—. Me hace feliz verte todos los días.
—Es la primera vez que me dicen algo tan bonito sin tener que pagar por ello —exclamó alguien.
Mio se llevó un susto que la replegó a la pared con la mano en el pecho, y su impresión no fue a menos cuando descubrió a un tío empapado y desnudo salvo por una toalla enrollada en la cintura.
—Verás, soy un caballero al que le gusta llevar sombrero para quitárselo y hacer una reverencia cuando conoce a una diosa escultural. Pero ahora mismo solo me podría deshacer de la toalla, y si algo me ha enseñado la mitología es que como le pongas el rabo a la cara a una ninfa, te lo electrocuta por atrevido. Además de que no soy de los que se la sacan hasta la tercera cita, y creo que no te he visto en mi vida. ¿Estrechamos nuestras manos como la gente normal, y luego vemos si podemos hacerlo mejor?
Y le guiñó un ojo.
Mio podía estar todo lo enamorada que quisiera, pero cuando un hombre guapo le tiraba los tejos, se ponía muy tonta. Le salía la sonrisilla, se le subían los colores y se le pasaba la torpeza simplona para elevar la inutilidad a un nivel para el que aún no estaban preparados los diccionarios de la lengua castellana.
Se acercó al hombre y aceptó la mano que le tendía, aunque antes examinó aquella con la que sostenía en su sitio la minúscula toalla. ¿Y él? ¿Sería mayor de dieciocho? La verdad, podría ser un eunuco y seguir ligando. Mio tendría sexo con sus pantorrillas de ciclista... O con las venas que salpicaban sus fuertes antebrazos.
—Estaba practicando cómo pedir perdón por llegar tarde. Normalmente, no hablo con el espejo, ni me declaro, ni nada de eso.
—Chiquita, el que está en pelotas en el baño de Leighton Abogados soy yo. No tienes que ponerte como si te acabara de pillar pelándosela al subdirector, lo que sería raro, porque «el subdirector» es una mujer —puntualizó—. Pero tiene una explicación. Suelo venir en bicicleta a trabajar desde la otra punta de la ciudad, y si quiero mantener la reputación de ser el más guapo de la firma, no me puedo sentar sudando como un cerdo a la mesa de debate. ¿Te incomoda que esté desnudo mientras hablo?
«Madre mía, cómo hila una cosa con otra». Era como si se hubiera estudiado un monólogo cómico para representarlo.
—¿O...? ¿Puedo decirte ya que soy Jesse, me he enamorado de ti
y quiero que seamos pareja?
Mio se rio como una tonta.
—Yo soy Mio —se presentó con timidez, aceptando la mano—. Aiko me ha delegado alguna de sus tareas más irrelevantes, o sea, que podría decirse que soy su adjunta, pero a veces estoy en su despacho…
—¿Cómo has dicho que te llamas? —interrumpió, abriendo los ojos—. De acuerdo, Mio, me temo que vamos a tener que romper. No me van las mujeres con ropa interior roja.
Chasqueó la lengua y la miró con cara de pillo. Le dio un repaso de arriba abajo que no llegó a incomodarla, pero que habría merecido un bofetón. ¿Qué había dicho de ropa interior roja? ¿Es que se le transparentaban las bragas...?
—Somos prácticamente familia, sería raro llevarte a Camboya —continuó.
—¿Camboya?
—Sí, ya sabes... Camboya, mi polla... —Hizo un gesto con la mano para acelerar la explicación—. ¿Conoces a un tío un poco más alto que yo, que se gasta tres mil dólares en trajes y no sabe mandar audios en WhatsApp? En juzgados lo llaman «el demonio sobre el hombro», las mujeres le dicen «cabronazo» y yo voy improvisando. Hasta donde sé, mi hermano Marc está encamándose con tu hermana, ¿no?
—Sí... Se van a casar. Entonces eres ese famoso Jesse. El abogado que le cuenta chistes al jurado, tiene en su despacho un póster de una mujer desnuda del tamaño de un retablo cristiano y...
—Para empezar, no siempre cuento chistes, solo cuando estoy de buen humor. En segundo lugar, no sé cómo de grande es un retablo cristiano, pero el póster es a escala real. Y no digas «mujer desnuda» como si los artistas renacentistas no pintaran tetas y lo llamaran buen gusto, o como si no estuviéramos hablando de Brigitte Bardot.
»Antes de que sigas con la lista de leyendas sobre mí... No, no tengo un muñeco vudú de nadie, es una figura de porcelana que me regaló mi sobrino y que guarda un turbador parecido conmigo. Tampoco hago el baile del cuadrado antes de enfrentar un juicio: solo unos pasos de la sardana, porque me recuerdan mi viaje a Barcelona y me pongo contento. Respecto al sexo oral en la ducha en horario de trabajo, no es cierto. Me estaba enjabonando y una mujer apareció y sin querer se tropezó, se cayó, mi cuca estaba ahí y... Ya sabes, son cosas que pasan. ¿Te importa si voy a vestirme, y luego seguimos hablando de accidentes laborales?
Mio apenas se dio cuenta de que desaparecía y volvía vestido. Se quedó con la boca abierta por su desenvoltura. Luego recordó lo de caerse y la cuca y la cerró, por si acaso.
Jesse apareció con otro aire diferente. No llevaba traje, lo que daba a entender a Mio que allí se pasaban el código de vestimenta por el arco, aunque iba elegante. Marc nunca se salía del traje completo, Caleb prefería ahogarse a ponerse corbata, y Jesse llevaba su camisa con chaleco elegante y tirantes.
—¿Te gusta? Estoy viciado a Peaky Blinders y les he copiado el estilo. —Le echó otro vistazo de arriba abajo—. La verdad es que aquí nos ponemos cómodos cuando podemos, y siendo una Sandoval no tendrías por qué venir tan emperifollada. ¿Has pensado en ponerte una falda más corta? Esa que vistes es un modelo anticuado, ya no se lleva. Mira a las secretarias, si no. De medio muslo para arriba. Y que conste que no hay ninguna intención oculta detrás de lo que digo, no me interesa verle las piernas a nadie, solo le hago un favor a un amigo.
Mio cada vez entendía menos. Pero por suerte, el hombre no echaba en falta sus respuestas: preguntaba y contestaba él, y los chistes y las risas los añadía también él... Debía pasárselo muy bien cuando se quedaba solo en casa.
—Caleb no está hoy, así que no tienes que preocuparte por las excusas. —Le ofreció el brazo—. Por esta mañana voy a ser yo tu perro guía. Me ha encomendado poco trabajo para ti, apenas movilizarte a buscar jurisprudencia de dos casos civiles.
—¿Por qué no está? —preguntó, con un deje triste en el tono.
—Entre hoy y mañana se celebra uno de los juicios más importantes para el bufete. Caleb y Aiko lo llevaban juntos. No te habrás enterado porque ha tenido poca repercusión mediática, pero el cliente está forrado y si gana nos colocaremos por encima de ese cerdo despreciable de Marc Miranda.
—Pero si es tu hermano.
—Por eso digo que es un cerdo despreciable, aunque es mi cerdo despreciable. Y créeme, prefiere que lo llamen así a que digan cosas bonitas de él.
La dejó en la puerta de su despacho.
—Tienes las carpetas sobre la mesa. Yo voy a ver de incógnito cómo lo hace mi zorrillo, con sombrero y todo, que como me vea entre el público mientras interroga se pone nervioso. Ay, mi dama victoriana...
Mio lo cogió del tirante antes de que se fuera.
—¿Puedo ir?
Jesse la miró con interés. El tío era guapo, parecido a Marc, aunque con un aire completamente distinto. Mientras que Marc era el caballero de la melena retocada y la sonrisa de «vamos a jugar», Jesse era el lobo, la bestia, el rebelde de pelo revuelto y ojos despiertos.
—¿Nunca has estado en un juicio?
—Claro, claro, durante la carrera fuimos a algunos... Pero nunca he visto a Caleb hacerlo. —Pausa—. Hacer de abogado, digo.
—Desde luego, no has visto a Caleb hacerlo porque lo haces con él
—puntualizó, perverso. Se echó a reír—. Por mi despacho pasan todos los chismes, pero tranquila, sé que es mentira. Cal no se tira a las mujeres que le ponen, creo que le tiene miedo a ponerse tan cachondo durante el proceso que tendrá que pasar el resto de su vida meándose en la boca. A este paso le va a echar un nudo a la polla... ¿Digo demasiadas veces la palabra «polla»? No se lo digas a tu madre, tengo la esperanza de impresionarla con mi magnífica educación.
¿Que no se tiraba a...? ¿Qué había dicho? Hablaba tan rápido y cambiaba tantas veces de tema que no le daba tiempo a asimilar lo que salía de su boca.
—Sí, puedes venirte, claro —añadió. Coño, era un auténtico misterio cómo lo hacía para acordarse de lo que le preguntaban, cuando parecía que no escuchaba—. Le diré a mi adjunta que se encargue de la jurisprudencia por ti.
—Pero eso no es justo...
—Claro que es justo, ¿para qué crees que la contrataron? La mía no sabe conversar y tiene un gusto musical deplorable, y, por cierto, es más fea que un coche bocarriba, pero para compensar toda la tragedia es excepcionalmente eficaz. Además de que le hace muy feliz estar entre libros, yo solo la catapulto al cenit del placer. Vamos. —Hizo un gesto para que le siguiera—. Tenemos muchas cosas de las que hablar, tú y yo...
Cuando se presentaron quince minutos después en los juzgados —tuvieron que ir andando porque Jesse solo tenía bicicleta, y Mio la cara muy dura aprovechándose de la caballerosidad de Caleb para llegar a los sitios—, ya le había cogido el tranquillo al abogado. O por lo menos se sentía menos intimidada por sus respuestas largas. Desde luego, el muchacho no estudió el «Yes, I do», corto y cambio; debía ser de los que trasladaban todo el enunciado al resultado.
—Es un caso complejo —le dijo de camino—. Son dos hermanos enfrentados por la división testamentaria del padre... Pero que no se pusieran de acuerdo no es lo único: en Leighton Abogados podemos manejar a los niñitos de papá peleándose por millones como mujeres en rebajas. Por lo que sé gracias a mi admirable talento de fisgonear para enterarme de lo que no debo, esto del testamento destapó la malversación de uno de los hermanos sobre los activos bancarios del otro. Pura envidia, por lo que se conjuga la parte preferida de Aiko en los juicios: los sentimientos. Envidia, arrepentimiento, dolor... Qué malos son los celos.
»Y hablando de celos —hiló. La dejó pasar antes que a él y se colocó un sombrero de fieltro que parecía haber sacado de los felices años veinte—. ¿Tienes novio, rollete...? Tranquila, sé que esto es improcedente y que cualquier otra mujer me habría dejado la marca de sus anillos por entrometido. Me he comido varias piezas de coleccionista; piedras de rubí, zafiros, esmeraldas... Todas alianzas de casada. Pero me arriesgo de todos modos.
—Ah, no me importa que me preguntes esas cosas. No, no tengo novio, ni nada... Solo a Cal, y como has dicho, es mentira. Pero no se lo digas a nadie, por favor.
—Descuida, es justo lo que necesitaba para chinchar a mi zorrillo. Pero dime...
Hizo una pausa delante del guardia de seguridad para mostrar su identificación. Señaló a Mio alegando que lo acompañaba porque era la adjunta, y cruzaron las puertas de la sala. El juicio ya había comenzado, pero nadie se percató de la interrupción.
—¿Qué te llevó a decirle a la gente que estabas liada con él? Nenita, habría sido más creíble si hubieras dicho que te echas unos casquetes conmigo from time to time. Si la gente se lo tragó fue porque llevabas su camisa como la Libertad de Delacroix, porque sin eso nadie habría pensado que Caleb tuviera genitales y, menos aún, que les diera uso.
—¿En serio? —preguntó en voz baja. Se acomodó en el banco y apoyó los codos para impulsarse hacia delante e intentar captar a Caleb—. ¿Por qué? Sé que de vez en cuando se acuesta con Julie. Bueno, que lo hizo una vez.
—Pero Julie es toda una profesional... Quiero decir: no es que sea una profesional porque cobre por el noble oficio del sexo, no me malinterpretes. Simplemente sabe tener la boca cerrada, por eso no la soporto. La gente discreta me pone de mal humor, me dificulta el trabajo de averiguar a quién se mete en las bragas...
»En fin, como te iba diciendo, nadie confía en la sexualidad de Caleb porque si tuviera membranas, el muy cabronazo sería una ameba. Van a hacer dos años desde que lo conozco, y tuve que dejar de admirarlo porque su vida personal daba pena. No lo he visto salir en serio con una tía jamás, aunque es verdad que ha tenido sus momentos. Eso por no mencionar lo comprometido que está con el bufete. No se le ocurriría acostarse con alguien con quien trabajara. Es demasiado serio y se lo toma todo demasiado a pecho.
Mio sí que se tomaba a pecho algunas cosas... Como, por ejemplo, la forma de su trasero. Caleb era uno de los tíos más altos y fuertes que conocía, siendo un metro noventa y cinco de piernas larguísimas y espalda en forma de triángulo invertido. La chaqueta de traje le favorecía, pero las camisetas de deporte la ponían a sudar. Marc y Jesse parecían unos muñequitos a su lado, unos don nadie.
—Pero por eso lo contratan, por eso lo eligen como asesor y representante —continuó Jesse, que no podía dejarla fantasear tranquila—. Aparte de por sus grandes gestas. Míralo: el estrado es más suyo que del juez. Trata a los señores del jurado con cortesía y distancia porque se lo puede permitir. ¿Has visto a mi hermano en acción? El muy cerdo saca sus ojitos, se hace un poco la víctima y se mete al jurado en el bolsillo con argumentos patéticos que acaban siendo convincentes porque les da el sentimentalismo que esa gente quiere. Al final, es una especie de reality show. Pero Caleb no necesita nada de eso. Sus hechos son tan obvios, consigue pruebas tan claras y específicas que daría igual cómo contara la historia o interrogase a los testigos, siempre tendría razón.
—Aun así, Marc le gana cada vez que se enfrentan —señaló Mio. Entornó los ojos para ver mejor, captando los gestos que Caleb hacía al referirse al juez.
—Porque no importa cuántas veces te hayan contado que el bien triunfa: los malos siempre ganan. Los malos retorcidos y que conocen la lección, no los pardillos que tiran piedras y se entregan. Partiendo de que muchos casos son muy subjetivos y la ley no puede aplicarse de la manera más justa, Marc se aprovecha de sus vacíos para salir por donde quiere. Caleb pretende ser el justiciero, hacerlo todo de la manera correcta, y eso es muy difícil... Por eso pierde a menudo. Al final solo hay dos tipos de abogado, chiquita. El que quiere ganar, y el que quiere hacerlo bien.
—Pero el que gana es porque lo ha hecho bien, ¿no?
—Solo a veces. De todos modos, no hablamos de resultados, sino de motivaciones: a Marc le motiva la victoria, y a Caleb, hacer lo correcto.
—¿Tan malo es tu hermano? —preguntó, dudosa—. Todo el mundo dice que es el demonio, y es verdad que la cagó con Kiko una vez, hace tiempo… Pero me parece muy simpático.
—Oh, y duerme como un tronco todas las noches aun habiendo restado años de pena a auténticos miserables, pero es solo su trabajo. La gente debe entender que todo el mundo tiene el derecho a ser defendido, y que a Marc le han estado tocando los villanos, por oficio y por delegación de su jefe. Y tampoco es tan simpático. Se nota que no lo has visto cuando me como sus Skittles. Ni tan entregado. Los dos estudiamos Derecho por herencia paterna, no porque nos importase un carajo la gente. Pero conforme ha pasado el tiempo, nos hemos acostumbrado y ya no podemos alejarnos del mundo legal. Sabrás lo que se dice... «Si puedes vivir sin hacer algo, déjalo inmediatamente».
Mio se giró y lo miró confusa. Repitió la frase para sus adentros. La había oído muchas veces antes: era el lema espiritual de su madre, que soltaba para justificar sus constantes idas y venidas con su padre, sus «ahora sí», «ahora no». Aiko y Caleb eran fanáticos de lo bien que sonaba y cómo aplicaba en la vida cotidiana, así que lo adoptaron como filosofía de empresa: la había visto grabada en una placa de titanio y cristal en el recibidor del bufete. Era lo primero que se veía al salir del ascensor.
Ella no se sentía identificada con lo que sugería. La descolocaba, y por eso prefería pasar sin mirarla. Como la leyera, pasaría el día dándole vueltas a su significado, y lo trasladaría a ámbitos de su vida en los que prefería no pensar. No quería hacerse preguntas, porque sus respuestas ya estaban definidas y temía que, al probar otras alternativas, se diera cuenta de que estaba perdiendo el tiempo siendo alguien que no era. Pero si tuviera la fortaleza y voluntad necesarias para replanteárselo todo, se preguntaría sin qué no podía vivir... A lo mejor descubriría que la abogacía no era una de esas cosas, probablemente sufriendo un ataque de ansiedad después.
Sacudió la cabeza, no muy contenta con lo que estaba sugiriendo. ¿En qué estaba pensando? Ella siempre había querido ser abogada, trabajar con su hermana y defender a los desfavorecidos... Aunque el bufete de Aiko defendía mayormente a multimillonarios y otros personajes influyentes. Muy desfavorecidos no eran del todo.
Silenció aquella parte de su cabeza y se fijó en que Jesse le sonreía a la Corte, donde Caleb se levantaba para protestar por subjetividad.
Mio levantó las cejas.
—¿Tienes una dilatación en la oreja? ¿Está eso permitido en un abogado?
Jesse puso cara de indignación.
—Espero que no lo digas porque parezco un tío menos legal por ello. Peores son los que quieren pasarse la ley de prohibición del acoso en ámbito laboral haciéndole una dilatación anal a su adjunta, y te aseguro que yo no soy el que inauguró ese grupo el día que pusiste un pie en la oficina.
—No te entiendo. ¿Qué quieres decir?
—Nada, mujer. Solo que es una pena que Caleb sea tan serio, seguro que le gustaría que te partieras el culo con él.
Mio lo miró con curiosidad e ilusión.
—¿Tú crees? Porque... Somos amigos de la infancia, y es gracioso cuando quiere, solo que no conmigo. Es como si yo fuera una molestia para él. Siempre ha sido distante, incluso un poco borde. A veces se ha portado como si fuera mi padre.
—¿Y quién no quiere ser un sugar daddy? —replicó en voz baja.
—¿Qué has dicho?
—Que me encantaría que me contaras más.
—Ese es todo el resumen. Caleb y Aiko se hicieron mejores amigos en la preadolescencia, y yo iba detrás de ellos como una tonta esperando que me incluyeran en el grupo. A veces Kiko me animaba a acompañarlos a alguna parte, pero al final me sentía desplazada. Ni siquiera lo hacían adrede, es solo que tienen esa conexión que incomoda a los demás porque no la entienden. Yo no la entiendo. Aunque de los dos, era Cal quien se pasaba todo el día con cara larga.
—El priapismo no es muy divertido, no me puedo imaginar a nadie sonriendo cuando lleva a todas partes la polla como las avellanas del turrón.
Mio siguió hablando, sin escuchar ni descifrar los comentarios que Jesse hacía por lo bajo.
—Por eso dudaba sobre si ocupar el lugar de Aiko o no, que en realidad no es su lugar, porque no estoy haciendo su trabajo... Pero temía que Caleb se enfadara o agobiase por tener que verme todos los días. Sé que no le hace ilusión...
—Estoy seguro de que al menos a una parte de él le ilusiona muchísimo, Mio.
—¿Y por qué no lo demuestra? —protestó.
—Porque el bufete toma medidas estrictas contra el escándalo público, y Caleb no es un gran exhibicionista. Además, quién sabe si al final querrías denunciarle...
—¿Denunciarle? ¿Por qué?
—Ya sabes, por los pormenores de trabajar en equipo —comentó con tranquilidad—. No todos quedan satisfechos siempre.
Mio suspiró y se miró las manos. Se había pintado las uñas de morado: era una manera de desearse suerte y convencerse de que todo iría bien.
—Ojalá no fuera tan duro conmigo.
—No digas nada de lo que puedas arrepentirte... —canturreó.
—No me arrepentiré. Créeme, me acuerdo de todas las veces que me ha regañado por hacer algo mal, y de la cara de decepción que ponía. Y de lo tenso y enfadado que estaba.
—La satiriasis no es el camino a la felicidad, Mio, lo tienes que entender.
—¿Satiriasis? ¿Qué es eso? Da igual. Solo quiero saber cuál es su problema conmigo.
—Creo que son las faldas. —Mio lo miró expectante—. Son demasiado largas, ¿sabes? Le recuerdas a su madre, y eso le pone de mal humor. Deberías probar con una mini un día, a ver qué tal.
—No lo había pensado... Es verdad que Caleb sufre mucho por sus padres todavía —murmuró para sí. Se giró hacia Jesse con esperanza—. Tú lo conoces muy bien, ¿verdad? ¿Qué otro consejo me darías para no incomodarle, o para que deje de evitarme siempre que puede?
—Si te sirve de consuelo, en el trabajo nos evita a todos porque no va allí a hacer amigos. Créeme, tardé un tiempo en convencerlo para que fuese mi partner in crime. Y más últimamente, que se está volcando en un caso secreto del que no le quiere hablar a nadie.
—¿Un caso secreto? Te equivocas. Caleb se refugia en el trabajo porque... Bueno... Supongo que todos lo sabréis... Está enamorado de Aiko y no puede soportar que vaya a casarse con otro.
—Chiquita, cuando un hombre no soporta que le quiten a la novia, no se encierra en un despacho: enseña los dientes. Caleb más que nadie, ¿o es que no es famoso por su grandioso gancho de mano izquierda? Ese zurdo sabe pelear por lo que quiere. Y, entre tú y yo... Los abogados solo nos escondemos detrás del escritorio cuando queremos ocultar una erección de elefante, el resto del tiempo nos encanta lucir el traje sin arrugas, y para eso hay que estar de pie.
Mio frunció el ceño.
—Entonces, si no está en el bufete todo el día por Aiko, ¿qué hace allí? ¿De verdad crees que lleva un caso secreto?
—O eso o se le pone durísima con alguien y no quiere que lo sepa. Una de las dos.
Mio se quedó pensando al respecto. Eran buenas noticias, ¿no? Si Caleb no lloraba en el despacho muy de buena mañana, significaba que a lo mejor estaba superando a Aiko. Pero entonces, ¿por qué se metió en el probador con ella? Y, ¿qué habrían hecho ahí dentro...? Rezaba porque no le hubiera recordado las medidas a su hermana.
¡Su hermana! ¡Las medidas! ¿Cómo no había podido pensar antes en ello? Se suponía que Aiko estuvo saliendo con Caleb unos años, debía saber muy bien en qué número del intervalo dieciocho-más-infinito se encontraba la dirección del machete de Leighton. Era un poco sórdido abordar a su hermana para preguntarle algo así, por no mencionar que podría resultar doloroso, pero necesitaba saberlo. No ya por fantasear —que por supuesto también—, sino para salir de dudas, porque a ese paso acabaría plantándose en la oficina con unos prismáticos... Y no podía permitirse seguir bajando puntos en reputación.
Se fueron antes de acabar el juicio para que Caleb nunca supiera que estuvieron allí. Era un milagro que no los hubiera echando por charlatanes. La adjunta de Jesse había terminado el trabajo de Mio y eso la dejaba libre, por lo que decidió pasarse por casa de su hermana para investigar lo que la tenía sin dormir.
Ya hemos dicho que Aiko vivía en un edificio de quién sabía cuántas plantas —muchas, eran muchas— con vistas a la playa, algo bastante irónico porque a Kiko no le gustaba ir —era muy malo para sus riñones— y Marc no tenía tiempo para eso. El último piso era el que les pertenecía, y contaba con jacuzzi interior, además de las instalaciones de la urbanización, que incluían pista de tenis y piscina olímpica. La casa no se quedaba atrás en dotación, siendo de aspecto moderno, y estando tan limpia que parecía recién comprada.
—Vienes justo a tiempo —exclamó Aiko, saliendo de la cocina con el delantal. Mio temió que bajaran cuatro jinetes del cielo con la intención de matarlos a todos: ¿qué era Aiko cocinando, si no el fin del mundo?—. Me aburro tanto que he buscado recetas de postres en Internet y me he descargado unas cuantas para probar. Ya que no hago nada, por lo menos estudio y aprendo.
Mio se acercó a degustar la obra de su hermana, arrepintiéndose en cuanto se la metió en la boca. La porción de tarta, se sobrentiende. Fue difícil masticar aquella masa dulce, pastosa y en algunos puntos hasta...
¿Acababa de tragarse un trozo de cáscara de huevo?
—¿Y bien? —preguntó, muy pendiente de su reacción.
Mio sonrió y levantó el pulgar, sin tragar el contenido. La hermana mayor aplaudió y se dio la vuelta para traer algo de la cocina, momento que aprovechó para acercarse a la ventana y escupir. Eran veinte pisos... O más. No le caería a nadie, ¿no? Se desintegraría antes de llegar al suelo.
—¿Qué tal ha ido todo hoy?
—Genial. He conocido a Jesse y me he informado de un par de casos que llevará Caleb. Él no estaba, tenía un juicio.
—El de Millstone, sí. Voy mañana a la resolución, hoy era una especie de calentamiento, al que de todos modos no me quiso invitar. Caleb está muy raro —meditó. Abandonó la cocina negando con la cabeza—. Antes trabajábamos en equipo, y ahora está muy centrado en historias que aparentemente no me conciernen. ¿Tú sabes algo, o has visto algo raro...?
Mio frunció el ceño. Pues claro que había visto cosas raras, como meter en el probador de la tienda de novias a tu mejor amigo y quedarte en bolas delante de él. Pero eso no lo iba a decir, porque siendo sinceros, Mio nunca había entendido del todo la naturaleza, las razones o las normas de la relación entre aquellos dos. Como mínimo se acostaron juntos durante una época. No había otra explicación a que durmieran juntos.
—Jesse me ha dicho que está con un caso secreto.
—¡Ja! ¡Lo sabía! —aplaudió, señalando a Mio—. Sabía que estaba ocultando algo de ese tipo. Dios, llevo una semana sin dormir, temiéndome lo peor. ¿Y si ha reabierto la investigación del asesinato de la chica Pierce...? No es algo que le concierna, él es ante todo asesor y defiende los perjuicios sobre empresas, pero... —Miró a la hermana menor con los ojos entornados. Mio supo enseguida lo que iba a decir—. Tienes que enterarte de qué trama.
—¿Cómo?
—Lo que oyes. Tienes que averiguar como sea qué se trae entre manos y contármelo. Si me lo oculta es porque sabe que es malo para él. Como cuando empezó a salir en secreto con la medio camorrista de la universidad, o cuando no me dijo que había perdido la beca...
—Espera... ¿Qué? ¿Tuvo una novia camorrista?
—A ver, no fue su novia oficial, pero sí. Eso ya da igual, duraron una semana. ¿Lo harás? Solo tendrías que colarte en su despacho y husmear un poco, algo que será muy fácil porque mañana estará defendiendo a Millstone. Se te da bien entrometerte, mucho mejor que a mí.
—¿Quieres que haga de espía?
—Podría mandar a Jesse, pero al día siguiente lo sabría todo el mundo. Y si es algo turbio...
—Ya, ya, lo entiendo. Lo haré. Pero si no encuentro nada...
El sonido del timbre la interrumpió.
—Pues vuelves a tu despacho y te pones a trabajar, y aquí no ha pasado nada. Fácil, ¿no?
Aiko encogió un hombro y se dirigió al recibidor.
—Hola —dijo, en cuanto abrió la puerta—. ¿Has venido a contarme qué tal?
—Ya sabes que ha ido bien —oyó la voz profunda de Caleb, los pasos firmes de Caleb, la risa seca de Caleb por un comentario por lo bajo de Aiko—. Si ganamos, Millstone incluirá todas las empresas que le tocaban a su hermano en la bolsa de la que me encargo. Haciendo un cálculo aproximado, facturaremos medio millón más al año...
Paró de golpe al ver a Mio allí, sentada a la mesa el comedor. Tenía las piernas recogidas contra el pecho, los pies descalzos y solo la ropa de andar por casa. Caleb clavó la vista en sus pies.
—Bonito esmalte de uñas. ¿Qué tal ha ido hoy?
Mio resistió la tentación de repasar el bulto del pantalón. No fue difícil, porque estaba guapísimo. A Caleb le sentaba bien ganar. Le brillaban los ojos y dejaba de estar tenso para caminar con seguridad, más que lo habitual.
—Cal, ven, tienes que probar el pastel que he hecho.
El aludido miró a Mio con una ceja alzada, como diciendo: «¿Pastel? ¿Aiko? ¿Qué?» y se acercó asustado al plato del ofrecimiento. Observó, pálido, que cortaba un trozo para él. Mio se rio internamente. Las habilidades de Kiko en la cocina eran pésimas. Hasta la fecha, había conseguido intoxicar a Marc y a Caleb, y a la vez, la que tal vez sería su única cosa en común.
Como cabía esperar, Caleb dio un mordisco y lo escupió en una de las macetas antes de morir envenenado. Después aplaudió su habilidad en la cocina y se dirigió a la mesa del comedor, a la que Mio había traspuesto para alejarse de la parejita. La miró aliviado. Ella sonrió con la justa timidez.
Santo Dios, eso sí que era belleza, y lo demás puras paparruchas. Llevaba el traje completo, con gemelos, corbata bien ajustada y el pelo echado hacia atrás... Aunque la corbata no le duró mucho. Se la empezó a quitar nada más se sentó. Era increíble lo nervioso que le ponía llevar algo alrededor del cuello, pero Mio lo entendía, porque era un cuello ancho y fuerte, y ya debía apretarle la camisa para que las marcas se notaran siendo tan moreno.
—A manotazos no vas a conseguir nada.
Estiró los brazos, no muy segura de que fuera a dejarle tocarlo... Pero Caleb no se movió, aceptando la ayuda. Podría haberlo liberado de su tortura personal sin acercarse tanto. Dónde estaría la gracia entonces, pensaba. Se tuvo que levantar de la silla y agacharse un poco para quedar a la altura del nudo, que deshizo tan lento como le fue posible. ¿Oler así de bien no era un pecado capital, una incitación a cometerlo...? Y no sabía a qué se refería, si a la colonia o al suave aliento que le acariciaba la nariz.
Mio intentó concentrarse en lo suyo, pero acabó echándole miradas furtivas. Él la miraba también, suponía porque le asustaba que lo estrangulase, y sus ojos a esa distancia eran de todos los verdes que pudieran encontrarse en el mundo. Sus labios entreabiertos y carnosos, su nariz firme, la barba negra con algunos pelillos blancos... Caleb tenía solo treinta años y ya le salpicaban las canas, aunque eran tan imperceptibles que solo una acosadora en toda regla como ella podría haberlas descubierto. Bueno, también lo sabía porque a Caleb no le hacía ilusión tener la barba a dos colores; se lo había confesado alguna que otra vez a Aiko. Decía que le hacía ver viejo en comparación con las mujeres con las que salía. Frente a eso, Mio solo sabía decir que lamentaba que a todas les gustaran tanto los «maduritos», o no tendría competencia.
Acabó con el nudo y deslizó la corbata por su cuello tirando solo de un extremo. Él lo estiró, aún agobiado. Ella decidió colaborar desabrochándole un botón de la camisa. Y luego otro. Y Caleb no decía nada, solo la miraba con los ojos verdes del poema, abrasadores. Respiraba haciendo ruido, calentándola con el aire que suspiraba.
Mierda. Mierda. Mierda. Ahí estaba otra vez, la intensa necesidad de agarrarlo de las solapas de la chaqueta y besarlo. ¿Cómo besaría? ¿Sería tierno o duro, indecente y húmedo o tranquilo y concienzudo? Su boca... Estaba tan cerca. Tan. Cerca. Tan malditamente cerca... Se le recogió el estómago formando un nudo que subió hasta la garganta. Quería hacerlo. Quería atreverse. Un beso y adiós, solo para saber a qué sabía, cómo se sentía... Y sus manos, su abrazo, o su piel tibia.
«Deja de delirar».
Se separó sin mirarlo, con los ojos perdidos en el suelo, y balbució algo parecido a «voy a la cocina». Estaba casi sudando, y al borde de las lágrimas. No pedía que la quisiera, pero por favor, ¿es que no veía que se moría, literalmente, porque la tocara?
—Geisha... —oyó que decia Marc, al que ni había visto entrar—. Tienes suerte de ser inteligente, porque la cocina no es lo tuyo.
—¿Solo inteligente? ¿Y guapa?
—He preferido nombrar una virtud de la que estás orgullosa. Solo me pasaba para ver cómo estabas. Nos vemos en unas horas.
Marc desapareció con su caminar de «compartes la calle conmigo porque a mí me da la gana», saludando a Mio con una sonrisilla. Ella se quedó pegada a la pared, en silencio, para observar cuál era la reacción de Caleb al enfrentarlo. Se cruzaron, para desgracia de ambos, pero no reaccionaron mal. Cal mantuvo un semblante razonablemente sereno al asentir con la cabeza.
¿Hola? ¿Dónde estaba el «te voy a poner la sonrisa del payaso» que solían intercambiar? ¿Ahora eran amigos...? ¿Acaso estaba superándolo?
—Al final, Caleb siempre sabe echarle huevos —comentó Aiko a su lado, con una sonrisa satisfecha—. Le cuesta... Pero lo hace. Era el que tenía que ceder. Como dice Jesse, Marc los tiene demasiado gordos para pedir disculpas o dar el primer paso.
Mio miró a su hermana con una pregunta en la punta de la lengua.
—Así que... Gordos.
—No en el sentido literal —rio ella, apartándose el pelo de los hombros. Mio se fijó en que se ruborizaba, como cada vez que se mencionaba algo relacionado con el sexo—. Están bien.
—¿Y lo otro? —tanteó—. ¿Le sobra o le falta?
Aiko se puso roja como un tomate.
—Pues no lo sé, no es como si tuviera con quién comparar —balbució—. Él ha sido el único hasta ahora, y parece que lo será siempre, así que...
Carraspeó.
—¿No podemos cambiar de tema?
—¿Que no tienes con quién comparar? —insistió—. ¿Y qué hay de Caleb?
—¿Caleb...? No he estado con Cal en ese sentido en mi vida.
—No seas mentirosa. —Se cruzó de brazos—. Dormíais juntos, y te paseabas desnuda delante de él, y... Muchas cosas más. Ah, y me conozco muy bien esa broma entre vosotros de que tienes un lunar muy cerca del...
—Que me haya visto desnuda no significa nada, por Dios. Vamos, Miau. Te he dicho mil veces, a ti y a mamá, que no había nada entre nosotros.
—Pero eso no quita que pudierais tener cierta relación física…
—Mio, nunca he abandonado la idea adolescente de que el sexo es un intercambio especial. No iba a practicar con mi mejor amigo porque sí. Estaba buscando a alguien de quien estuviera enamorada.
Eso dolió. Se confirmaba lo que Mio a veces había sospechado: Aiko no quería realmente a Caleb, nunca lo hizo, lo que significaba que él estuvo y estaba solo en un barco a la deriva. Le alegraba haber descubierto que no se acostaron, pero también le entristecía pensar en toda una vida sufriendo de amor no correspondido. Por lo menos ahora podía decir que lo entendía. Caleb y ella habían soportado durante años la misma pena.
En fin. Ahora ya no sabía a quién preguntarle cuáles eran sus medidas reales, a no ser que abordara a Julie. Y aunque parecía agradable, no tenían suficiente confianza.
Se quedó meditando, concluyendo una conversación de la que podría haber sacado más. ¿Cómo podría proponer el tema a Julie? «Oye, de todos los tíos con los que has estado... ¿Qué nota le pondrías a Caleb? En ganas, desenvoltura y, a poder ser, tamaño».
Habría sido más fácil si Aiko lo supiera. Y en ese momento no se paró a desglosar la nueva información, pero cuando se fue a su habitación y le contó la jornada a Noodles, se dio cuenta de algo que le puso el corazón en un puño. Caleb la veía desnuda y dormía con ella sabiendo que no podía tenerla. Debía amarla mucho más de lo que imaginaba si, sin haber estado con Aiko de veras, seguía sintiendo lo mismo. El amor de Caleb ya no estaba al nivel de los humanos, sino al de los dioses. No necesitaba tocarla para anhelarla, ni su aprecio para sentirse realizado... Estaba contento con lo que tenía.
Contra eso no podía competir, aunque no era como si hubiese tenido alguna oportunidad desde el principio.