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El arte de contradecirse
Al día siguiente, Mio no se pudo escaquear del trabajo que Caleb dejó en la mesa. Era un poco incómodo hacer lo propio al lado de una placa en la que ponía el nombre de su hermana, pero por suerte pasaba poco tiempo encerrada entre aquellas cuatro paredes. Que no es que no fuesen acogedoras, porque los tonos claros, los ventanales con vistas al centro de la ciudad y los clásicos muebles tipo inglés transmitían una sensación de pulcritud e importancia que no venía nada mal para centrarse en lo que debía. Simplemente era demasiado curiosa y le gustaba tener una excusa para familiarizarse con el entorno: la zona del archivo, la cafetería, el espacio dedicado a la informática... Tenía ganas de encontrarse con Jesse y que le enseñara su despacho, que según decían era algo más pintoresco, pero no se pasó por la oficina en toda la mañana.
Una lástima, quería preguntarle qué tal estaba su falda. No era mini, pero sí ceñida y bastante más corta.
Tuvo que afrontar su primera jornada completa yendo de acá para allá con formularios y peticiones por rellenar, declaraciones, actas e incluso algún que otro currículo. El trabajo de delegada de la socia no era el más encantador, porque al final estaba trabajando como júnior. Aunque estuviera en el despacho de Aiko, sus competencias eran las mismas que los que ocupaban la sala de oficinas segmentadas y se pasaban el día tecleando en el ordenador o cogiendo teléfonos.
A media mañana hizo un descanso para desayunar, rogando al dios de los torpes que no la obligara a sacrificar su camisa con una mancha. Era de Aiko, lo que significaba que le quedaba un poco holgada de pecho, y una de sus favoritas. Si se la devolvía sucia, jamás se lo perdonaría.
Se dirigió a la pequeña cocina de los asociados y esperó en la cola a que cada uno se sirviera lo suyo. Un chaval espigado y con acné, sonrió amablemente y se ofreció a preparar los cafés de algunos.
—Un café vienés con doble de chocolate, leche condensada y una nube de nata —pidió una chica con un moño tan tirante que le dolió solo de mirarlo—. Si pudieras echarle canela y me acercaras el bote del caramelo líquido... Hoy sin crema batida. Sí, gracias.
Mio seguía sin ser una gran aficionada al café, pero la manera en que la desconocida agrupó los condimentos por sí misma —el muchacho no supo ni por dónde empezar— y colocó para rematar una pajita entre la espuma de la leche, la ayudó a descubrir un nuevo tipo de talento.
—Me lo bebería solo por lo bonito que ha quedado. O sea, no critico a la gente que le echa tanto dulce, pero eso parece un billete a la diabetes.
La chica le puso cara de circunstancia y sonrió a su pesar.
—No es para mí. Si me tomara uno de estos al día habría que sacarme de este sitio con remolque. —Giró el vaso, donde había escrito «Jesse» con una caligrafía perfecta que ni el plástico ni el bebedor apreciarían—. Es para mi jefe.
—Oh, tú eres la famosa adjunta.
Pues no le parecía tan fea. Era de esas mujeres que iban con la laca a todas partes y decían que el maquillaje, a la larga, derivaría en enfermedades cutáneas o ceguera. Llevaba el moño demasiado apretado para oír sus propios pensamientos, pero seguía siendo guapa. Por no perder la costumbre de envidiar todo lo ajeno, Mio se imaginó con sus ojos verdes grisáceos y su piel perfecta.
—No me extraña ser famosa, seguro que cuando se aburre de hablar de sí mismo, degenera y acaba contando batallitas ajenas —suspiró y se puso el café tamaño barril bajo el brazo para tender la mano—. Soy Galilea Velour. Puedes llamarme Gal, Lily, Lea, Gigi, o Velour, como quieras.
—Yo soy Mio. Con «o» y sin tilde.
Galilea asintió y se marchó tras saludar a Julie con una sonrisa. En cuanto Mio oyó su voz, se giró hacia ella y la detalló como no pudo hacerlo el primer día, barriendo su físico tal y como lo había hecho con la adjunta.
Julie era todo lo contrario a ella, empezando porque medía un palmo menos, llevaba unos tacones mucho más caros y elegantes y movía la espesa melena rubia de un lado a otro sabiendo que todos la miraban.
Y encima era simpática. Lo que le faltaba. Estaba condenada a enamorarse de todas las mujeres que hubieran tenido algo con Caleb.
—Buenos días, Mio. ¿Qué tal ha ido tu primer medio mes?
—preguntó, sonriendo un poco tensa. Puso cara de culpabilidad—. Siento invadir la cocina de los asociados, pero es que en la grande no hay sobres de sacarina... Ni miel.
«Porque Cal la va robando, el muy capullo».
—Bueno, ¿qué? ¿Leighton está siendo muy duro contigo?
—La verdad es que n-no... —balbució, intimidada por su desenvoltura y su sonrisa cálida—. Estoy siendo más dura conmigo misma de lo que él podría serlo.
—Eso está bien, es importante presionarse para llegar a alguna parte. Seguro que todo acabará saliéndote bien. —Sus dedos temblaron al mover el café con la cucharilla—. Estás en muy buenas manos.
—Gracias, Julie. Eres muy amable...
Julie apoyó las dos palmas en la encimera y agachó la cabeza. Respiró muy profundamente y cambió de postura unas cuantas veces, se abanicó con la mano y al final solo dijo con voz aguda:
—¿Podrías... cerrar la puerta? Por favor.
Obedeció, y en cuanto se escuchó el chasquido de las bisagras al ceder, Julie exhaló el aire de golpe y rompió a llorar.
Mio se quedó estática contra la pared.
¿Estaba llorando de verdad? ¿Y estaba llorando... de esa manera, como si acabara de perder la pierna? Dios mío, ¿qué se hacía en esos casos? Sabía consolar a su hermana y a sus amigas de la universidad, pero no conocía de nada a esa mujer. Ni sabía cómo debía referirse
a ella.
Al final lo hizo a la vieja usanza. Le pasó un brazo por la cintura, notando que temblaba, y le preguntó qué estaba mal. Si podía ayudarla en algo. Que lo sentía en caso de haber hecho un comentario desagradable.
—No, mujer, no has hecho nada. Es que llevo unos días muy sensible, trabajando bajo presión, y encima hoy me ha bajado la regla. Estoy pasando por un mal momento en mi vida, eso es todo. —La miró con una sonrisa vacilante y se secó las lágrimas, llevándose la máscara de pestañas sin querer—. Dios mío, menudo espectáculo te estoy dando.
—No te preocupes. Puedes contarme lo que te pase, no se lo voy a decir a nadie. Soy horrible aconsejando, pero a lo mejor, si te desahogas...
—Oh, nada, es lo típico. Y no tanta confianza, no sé si debería... —sollozó—. Lo siento mucho, tendría que estar llorando en mi despacho, no... No aquí. Es solo que llevo demasiado tiempo aguantando.
Mio le frotó la espalda con cariño.
—No pasa nada. Si necesitas hablar...
Julie la miró con los grandes ojos azules empañados. Al principio, incrédula y desconfiada. Después, agradecida y nerviosa.
—Eres la última persona a la que debería decírselo, pero... Lo haré porque si llegaras a enterarte por otro lado de que él y yo tuvimos algo, no me gustaría que me empezaras a mirarme mal. Las mujeres lo hacen mucho conmigo, eso de castigarme por haberme acostado con sus parejas actuales cuando estaban solteros, o... —Aspiró por la boca—. El caso es que... ¿Alguna vez te has enamorado de alguien inalcanzable?
«Chica, ¿me lo dices o me lo cuentas? No es que haya cruzado ese puente, es que vivo debajo».
—Llevo mucho tiempo... Desde que entré a trabajar aquí...