Читать книгу El ministerio de la bondad - Elena Gould de White - Страница 10
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2
La compasión de Cristo hacia el sufrimiento humano
Cristo mismo sufre con la humanidad doliente. Cristo identifica su interés con el de la doliente humanidad. Condenó a su propia nación por su equivocado comportamiento con sus prójimos. El descuido o el abuso de los más débiles, de los creyentes más descarriados, él [Jesús] lo menciona como hecho a sí mismo. Los favores prodigados a ellos, los considera como conferidos a sí mismo. No nos ha dejado en tinieblas respecto a nuestro deber, sino que a menudo repite las mismas lecciones mediante diferentes ilustraciones y bajo diversos aspectos. Lleva a los actores adelante hasta el último gran día y declara que el trato dado al más pequeño de sus hermanos es alabado o condenado como si hubiera sido hecho a él mismo. Dice: “A mí lo hicisteis” o “Ni a mí lo hicisteis” [Mat. 25:40, 45].
Él es nuestro sustituto y garantía. Él se pone en lugar de la humanidad, de modo que él mismo es afectado en la medida en que el más débil de sus seguidores es afectado. Tal es la compasión de Cristo que nunca se permite a sí mismo ser un espectador indiferente de cualquier sufrimiento ocasionado a sus hijos. Ni la más leve herida puede ser hecha de palabra, intención o hecho que no toque el corazón de Aquel que dio su vida por la humanidad caída. Recordemos que Cristo es el gran corazón del cual fluye la sangre de vida hacia cada órgano del cuerpo. Él es la cabeza, desde la cual se extiende cada nervio hacia el más diminuto y más remoto miembro del cuerpo. Cuando sufre un miembro de este cuerpo, con el cual Cristo está tan misteriosamente conectado, la vibración del dolor es sentida por nuestro Salvador.
¿Despertará la iglesia? ¿Sus miembros alcanzarán la simpatía de Cristo, de manera que tengan su misma compasión hacia las ovejas y los corderos de su redil? Por ellos la Majestad del cielo se humilló a sí misma; por ellos, él vino a un mundo agostado y estropeado con la maldición; se esforzó día y noche para enseñar, para elevar y dar eterno gozo a los ingratos y desobedientes. Por ellos él se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ellos fueran hechos ricos [2 Cor. 8:9]. Por ellos se negó a sí mismo; por ellos soportó la privación, el escarnio, el desprecio, el sufrimiento y la muerte. Por ellos él tomó la forma de un siervo [Fil. 2:7]. Este es nuestro modelo, ¿lo imitaremos? ¿Tendremos cuidado por la heredad de Dios? ¿Fomentaremos una tierna compasión por los que yerran, los tentados y los probados? (Carta 45, 1894).
Tocado con el sentimiento de nuestras dolencias. Cristo, nuestro sustituto y fiador, fue un varón de dolores experimentado en quebrantos. Su vida humana fue un largo afán en favor de la heredad que había comprado a tan infinito costo. Fue conmovido con el sentimiento de nuestras dolencias. En vista del valor que atribuye a lo que ha comprado con su sangre, los adopta como sus hijos, haciendo de ellos el objeto de su tierno cuidado, y para que ellos puedan suplir sus necesidades temporales y espirituales, él los encomienda a su iglesia, diciendo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” [Mat. 25:40] (Manuscrito 40, 1899).
Cristo vino para aliviar el sufrimiento. Este mundo es un vasto lazareto, pero Cristo vino para sanar a los enfermos y proclamar liberación a los cautivos de Satanás. Él era en sí mismo la salud y la fuerza. Impartía vida a los enfermos, a los afligidos, a los poseídos de los demonios. No rechazaba a ninguno que viniese para recibir su poder sanador. Sabía que quienes le pedían ayuda habían atraído la enfermedad sobre sí mismos; sin embargo no se negaba a sanarlos. Y cuando la virtud de Cristo penetraba en estas pobres almas, quedaban convencidas de pecado, y muchos eran sanados de su enfermedad espiritual tanto como de sus dolencias físicas. El evangelio posee todavía el mismo poder, y ¿por qué no habríamos de presenciar hoy los mismos resultados?
Cristo siente los males de todo doliente. Cuando los malos espíritus desgarran un cuerpo humano, Cristo siente la maldición. Cuando la fiebre consume la corriente vital, él siente la agonía. Y está tan dispuesto a sanar a los enfermos ahora como cuando estaba personalmente en la tierra. Los siervos de Cristo son sus representantes, los conductos por los cuales ha de obrar. Él desea ejercer por ellos su poder curativo (DTG 763).
Cristo es el único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobrevienen a los seres humanos. Nunca fue tan fieramente perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro la carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo. Nunca hubo otro cuya simpatía fuese tan abarcante y tierna. Habiendo participado de todo lo que experimenta la especie humana, no sólo podía condolerse de todo el que estuviese abrumado y tentado en la lucha, sino que sentía con él (Ed 78).
Cristo llegó hasta el rico y el pobre por igual. Cristo tomó una posición que lo niveló con los pobres, para que por su pobreza pudiéramos llegar a ser ricos en perfección de carácter y ser, como él fue, un sabor de vida para vida. Al empobrecerse, él podía simpatizar con los pobres. Su humanidad podía palpar la humanidad de éstos y ayudarlos a alcanzar la perfección de los buenos hábitos y de un carácter noble. Él pudo enseñarles cómo atesorar para sí mismos riquezas imperecederas en el cielo. El jefe de las cortes celestiales llegó a ser uno con la humanidad, un participante de sus sufrimientos y aflicciones, para que por la representación de su carácter en su inmaculada pureza, ellos pudieran llegar a ser participantes de su naturaleza divina, escapando de la corrupción que está en el mundo por causa de la concupiscencia. Y Cristo era una alegría para los ricos, porque les podía enseñar cómo sacrificar sus posesiones terrenas y ayudar a salvar las almas que perecían en la oscuridad del error (Carta 150, 1899).
Cultivar la compasión y la simpatía que caracterizaban a Cristo. La tierna simpatía de nuestro Salvador se despertó por la caída y doliente humanidad. Si quieren ser sus seguidores deben cultivar la compasión y la simpatía. La indiferencia hacia las aflicciones humanas se tornará en un vivo interés hacia el sufrimiento de otros. La viuda, el huérfano, el enfermo y el moribundo siempre necesitan ayuda. Allí hay una oportunidad para proclamar el evangelio, de elevar a Jesús, que es la esperanza y el consuelo de todos los hombres. Cuando el cuerpo enfermo ha sido aliviado y han demostrado un vivo interés por el afligido, el corazón se abre y es posible derramar en él el bálsamo celestial. Si están mirando a Jesús y aprendiendo de su sabiduría y fortaleza y gracia, podrán impartir su consuelo a otros, porque el Consolador está con ustedes (MM, enero de 1891).