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CAPÍTULO

10

Bondad: La llave que abre los corazones

Muchos son ganados solamente con amor y bondad. Quienes están empeñados en hacer la obra casa por casa, encontrarán oportunidades de toda clase. Debieran orar por los enfermos y hacer todo lo que esté a su alcance para aliviarlos. Debieran trabajar por los humildes, los pobres y los oprimidos. Debiéramos orar por los desvalidos y con ellos, con quienes no tienen fuerza de voluntad para dominar los apetitos que la pasión ha degradado. Se deben realizar esfuerzos fervientes y perseverantes para la salvación de aquellos en cuyos corazones se ha despertado un interés. Muchos pueden ser alcanzados únicamente por medio de actos de bondad desinteresada. Sus necesidades físicas deben ser aliviadas primero. Cuando ellos vean la evidencia de nuestro amor desinteresado, será más fácil que crean en el amor de Cristo.

Los enfermeros misioneros están mejor calificados para esta tarea, pero otros debieran asociarse con ellos. Estos, aunque no estén preparados especialmente en enfermería, pueden aprender de sus compañeros de tareas [que tienen conocimientos profesionales] la mejor manera de trabajar.

La cháchara, el farisaísmo y la alabanza propia son abundantes; pero nunca ganarán almas para Cristo. El amor puro y santificado, un amor como fue expresado en la obra de la vida de Cristo, es como un perfume sagrado. Llena toda la casa de fragancia como el vaso de ungüento que quebró María. La elocuencia, el conocimiento de la verdad, los talentos raros, mezclados con el amor, son todos dones preciosos. Pero la habilidad sola o los mejores talentos solos no pueden tomar el lugar del amor (T 6:83, 84).

Con amor que emana del corazón. El amor es la base de la piedad. Cualquiera que sea la profesión que se haga, nadie tiene amor puro para con Dios a menos que tenga amor abnegado para con su hermano. Pero nunca podemos entrar en posesión de este espíritu tratando de amar a otros. Lo que se necesita es que esté el espíritu de Cristo en el corazón. Cuando el yo está sumergido en Cristo, el amor brota espontáneamente. La plenitud del carácter cristiano se alcanza cuando el impulso a ayudar y beneficiar a otros brota constantemente de adentro, cuando la luz del cielo llena el corazón y se revela en el semblante.

Es imposible que el corazón en el cual Cristo mora esté desprovisto de amor. Si amamos a Dios porque él nos amó primero, amaremos a todos aquellos por quienes Cristo murió. No podemos llegar a estar en contacto con la divinidad sin estar en contacto con la humanidad; porque en Aquel que está sentado sobre el trono del universo se combinan la divinidad y la humanidad. Relacionados con Cristo, estamos relacionados con nuestros semejantes por los áureos eslabones de la cadena del amor. Entonces la piedad y la compasión de Cristo se manifestarán en nuestra vida. No esperaremos que se nos traigan a los menesterosos e infortunados. No necesitaremos que se nos suplique para sentir las desgracias ajenas. Será para nosotros tan natural ministrar a los menesterosos y dolientes como lo fue para Cristo andar haciendo bienes.

Siempre que haya un impulso de amor y simpatía, siempre que el corazón anhele beneficiar y elevar a otros, se revela la obra del Espíritu Santo de Dios (PVGM 316, 317).

El amor y la simpatía de Cristo atraían a la gente. Era al desechado, al publicano y al pecador, al despreciado por las gentes, a quien Cristo llamaba, y a quien su ternura amorosa apremiaba para que acudiese a él. La única clase de gente a quien él nunca quiso favorecer era la de quienes se engreían por amor propio y menospreciaban a los demás (MC 121).

Amar como Cristo amó. El amor que se inspira en el amor que tenemos por Jesús verá en cada alma, rica o pobre, un valor que no puede ser medido por la estimación humana. El mundo se hunde en la insignificancia en comparación con el valor de un alma. El amor de Dios revelado por el hombre está más allá de todo cómputo humano. Es infinito. Y el agente humano, que es participante de la naturaleza divina, amará como Cristo ama, trabajará como Cristo trabajó. Habrá una compasión y simpatía íntimas que no fallará ni se desanimará. Este es el espíritu que se debe fomentar en cada corazón y se debe revelar en cada vida. Este amor sólo puede existir y se puede conservar refinado, santo, puro y elevado mediante el amor del alma por Jesucristo, alimentado por la comunión diaria con Dios. Toda esta frialdad de parte de los cristianos es una negación de la fe. Pero este espíritu se desvanecerá ante los brillantes rayos del amor de Dios en el seguidor de Cristo. Voluntaria y naturalmente obedecerá la orden: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado” [Juan 13:34] (Manuscrito 60, 1897).

Orar pidiendo un corazón que simpatice. Tan ciertamente como creemos en Cristo y hacemos su voluntad, sin exaltación propia, sino caminando en toda humildad de la mente, así también ciertamente el Señor estará con nosotros... Oren para que Dios les dé un corazón de carne, un corazón que pueda sentir los dolores ajenos, que pueda ser conmovido con la angustia humana. Oren para que Dios les dé un corazón que no permita que hagan oídos sordos a la viuda o al huérfano. Oren para que puedan ser vasos de misericordia para el pobre, el desvalido y el oprimido. Oren para que puedan amar la justicia y odiar el fraude, y que no hagan diferencia en la dádiva de sus favores, con la excepción de tener en cuenta los casos de los necesitados e infortunados. Entonces se cumplirán en ustedes las promesas registradas en Isaías 58 (Carta 24, 1889).

Hablar una palabra de ánimo. Nunca sean fríos, sin corazón y simpatía, ni dados a la censura. Nunca pierdan una oportunidad de decir una palabra que anime e inspire esperanza (JT 2:56).

Al trabajar en pro de las víctimas de los malos hábitos, en vez de señalarles la desesperación y ruina hacia las cuales se precipitan, dirijan sus miradas hacia Jesús. Hagan que se fijen en las glorias de lo celestial. Esto será más eficaz para la salvación del cuerpo y del alma que todos los terrores del sepulcro puestos delante del que aparentemente carece de fuerza y esperanza (MC 41).

Nadie es regenerado con oprobios. Es siempre humillante que se nos señalen nuestros errores. Nadie debe amargar tan triste experiencia con censuras innecesarias. Nadie fue jamás regenerado con oprobios, pero éstos han repelido a muchos y los indujeron a endurecer sus corazones contra todo convencimiento. La ternura, la mansedumbre y la persuasión pueden salvar al extraviado y cubrir multitud de pecados (Ibíd., 123).

Fomentar el amor a la hospitalidad. Al considerar los intereses eternos, despiértense y comiencen a sembrar la buena simiente. Lo que siembran, también segarán. Viene la cosecha: el gran tiempo de cosechar, cuando recogeremos lo que hemos sembrado. No habrá fracaso en la cosecha. La cosecha es segura. Ahora es el tiempo de sembrar. Hagan ahora esfuerzos para ser ricos en buenas obras, “dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” [1 Tim. 6:18, 19]. Les imploro, mis hermanos por doquiera: despójense de su frialdad de hielo. Fomenten en ustedes el amor a la hospitalidad, un amor para ayudar a quienes necesitan socorro (RH, 20-4-1886).

Revivir el espíritu del buen samaritano. No ha habido mucho del espíritu del buen samaritano en nuestras iglesias. Han sido pasados por alto muchos necesitados, como el sacerdote y el levita pasaron por alto al herido y magullado forastero que había sido dejado moribundo a la vera del camino. Precisamente quienes necesitaban el poder del Salvador divino para curar sus heridas, han sido dejados sin atención e inadvertidos. Muchos han procedido como si fuera suficiente saber que Satanás tenía su trampa toda lista para un alma, y que ellos podían irse a casa y descuidar a la oveja perdida. Es evidente que quienes manifiestan un espíritu tal no han sido participantes de la naturaleza divina, sino de los atributos del enemigo de Dios (T 6:294, 295).

Simpatía tanto como caridad. Se me ha mostrado que entre quienes aceptan la verdad presente hay muchos cuyo temperamento y carácter necesitan conversión. Todo el que pretende ser cristiano debiera examinarse a sí mismo, y ver si es tan bondadoso y considerado con sus prójimos como desea que sus prójimos sean con él. Cuando se cumpla esto, habrá un proceder que estará de acuerdo con la similitud divina.

El Señor es honrado por vuestros actos de misericordia, por el ejercicio de la consideración bien meditada en favor de los infortunados y desvalidos. El huérfano y la viuda necesitan más que nuestra caridad. Necesitan simpatía, cuidado y palabras de compasión y una mano ayudadora para colocarlos donde puedan aprender a ayudarse a sí mismos. Todos los hechos realizados en beneficio de quienes necesitan ayuda son como si fueran hechos para Cristo. En nuestro estudio por saber cómo ayudar a los infortunados, debiéramos estudiar la forma en la cual obraba Cristo. No rehusaba trabajar en favor de quienes cometían errores; sus obras de misericordia eran hechas para todos, los justos y los injustos. Curaba las enfermedades de todos por igual y les daba lecciones provechosas si ellos humildemente las pedían.

Quienes pretenden creer en Cristo han de representarlo mediante hechos de bondad y misericordia Los tales nunca sabrán hasta el día del juicio qué bien han hecho al procurar seguir el ejemplo del Salvador (Carta 140, 1908).

La bondad es la llave de un evangelismo más amplio. Si quisiéramos humillarnos ante Dios, ser amables, corteses y compasivos, se producirían cien conversiones a la verdad allí donde ahora se produce una sola (TS 5:263).

El ministerio de la bondad

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