Читать книгу El ministerio de la bondad - Elena Gould de White - Страница 13
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Isaías 58: Un precepto divino
“La religión pura y sin mácula delante de Dios y Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Sant. 1:27).
El capítulo que define nuestra obra. Todo Isaías 58 debe ser considerado un mensaje para este tiempo; debe ser dado una y otra vez (SpT “B”, Nº 2, p. 5).
¿Qué dijo el Señor en Isaías 58? El capítulo entero es de la mayor importancia (T 8:159).
He sido instruida para llamar la atención de nuestro pueblo a Isaías 58. Lean este capítulo cuidadosamente y comprendan la clase de obra que llevará vida a las iglesias. La obra del evangelio debe ser llevada por medio de nuestra liberalidad tanto como por nuestras labores. Cuando encuentren almas dolientes que necesitan ayuda, dénsela. Cuando encuentren a quienes están hambrientos, aliméntenlos. Al hacer esto, estarán trabajando así como trabajó Cristo. La santa obra del Maestro fue un trabajo de misericordia. Anímese a nuestro pueblo en todas partes a participar en ella (Manuscrito 7, 1908).
El esbozo de la obra. Les ruego que lean el capítulo 58 de Isaías: “¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerta de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” [vers. 5-11].
Esta es la obra especial que tenemos delante de nosotros. Nuestras oraciones y nuestros ayunos no valdrán nada a menos que emprendamos resueltamente esta tarea. Sobre nosotros descansan sagradas obligaciones. Nuestro deber está claramente señalado. El Señor nos ha hablado por medio de su profeta. Los pensamientos del Señor y sus caminos no son los que los mortales, ciegos y egoístas creen que son o quisieran que sean. El Señor escudriña el corazón. Si el egoísmo mora allí, él lo sabe. Podemos tratar de ocultar nuestro verdadero carácter frente a nuestros hermanos y nuestras hermanas, pero Dios lo conoce. Nada le podemos ocultar.
Aquí se describe el ayuno que Dios acepta. Consiste en compartir nuestro pan con el hambriento y a los pobres errantes traerlos a casa. No esperemos que ellos vengan hacia nosotros. No es tarea de ellos buscarnos y rogarnos que les demos un lugar. Ustedes deben buscarlos y llevarlos a vuestros propios hogares. Deben derramar su alma en procura de ellos. Deben levantar una mano para aferrarse por la fe de la poderosa mano que brinda salvación, mientras con la otra mano del amor alcanzan al oprimido y lo socorren. Es imposible asirse del brazo de Dios con una mano mientras emplean la otra para satisfacer los propios placeres.
Si se empeñan en esta obra de misericordia y amor, ¿será posible que esta tarea resulte demasiado pesada para ustedes? ¿Fracasarán y serán aplastados bajo su peso, y vuestra familia será privada de vuestro sostén e influencia? ¡Oh, no! Dios ha eliminado cuidadosamente todas las dudas en cuanto a esto con una promesa a ustedes bajo la condición de vuestra obediencia. Esta promesa abarca todo lo que el más exigente y el más vacilante podría anhelar. “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto”. Solamente crean que el que prometió es fiel. Dios puede renovar la fuerza física. Más aún, lo dijo y lo hará. Y su promesa no termina ahí. “E irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia”. Dios edificará una fortaleza alrededor de ustedes. Pero la promesa no se detiene ni aun aquí. “Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí”. Si eliminan el yugo de opresión y dejan de hablar vanidad; si derraman su alma ante el hambriento, entonces “en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías [hambre] saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” [Isa. 58:8-11] (TI 2:32, 33).
La doble reforma de Isaías 58. La obra especificada en estas palabras [Isa. 58] es el trabajo que Dios pide a su pueblo que realice. Es la obra señalada por el mismo Dios. Con la labor de defender los mandamientos de Dios y reparar las brechas que se han hecho en la ley de Dios, debemos mezclar la compasión por la humanidad doliente. Hemos de mostrar el supremo amor de Dios. Hemos de exaltar su monumento conmemorativo, el cual ha sido hollado por pies sacrílegos. Y con esto hemos de manifestar misericordia, benevolencia y la más tierna piedad por la raza caída. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” [Sant. 2:8]. Como un pueblo, debemos realizar esta labor. El amor revelado hacia la humanidad doliente da significado y poder a la verdad (SpT “A”, Nº 10, pp. 3, 4).
La verdadera interpretación del evangelio. Solamente con un generoso desinterés por quienes necesitan ayuda podremos dar una demostración práctica de las verdades del evangelio. “Si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” [Sant. 2:15-17]. “Ahora permanecen la fe, la esperanza, y la caridad, estas tres: empero la mayor de ellas es la caridad” (1 Cor. 13:13, Reina-Valera 1909).
Mucho más que un mero sermón está incluido en la predicación del evangelio. Los ignorantes han de ser instruidos; los desanimados han de ser reanimados; los enfermos han de ser restaurados. La voz humana debe tomar parte en la obra de Dios. Palabras de ternura, simpatía y amor han de testificar de la verdad. Oraciones cordiales y sinceras han de acercar a los ángeles... El Señor les dará el éxito en esta labor... cuando ella esté entretejida con la vida diaria, cuando se viva y se practique. La verdadera interpretación del evangelio es la unión de la obra en favor del cuerpo y del alma, tal como Cristo la realizó (RH, 4-3-1902).
El consejo es explícito. No tengo temor por los obreros que están empeñados en la obra representada en Isaías 58. Ese capítulo es explícito y suficiente para iluminar a cualquiera que desee hacer la voluntad de Dios. Hay muchas oportunidades para que todos sean una bendición para la humanidad. El mensaje del tercer ángel no debe ser relegado a segundo término en esta obra, sino que debe ser uno con ella. Puede haber y hay un peligro al esconder los grandes principios de la verdad cuando realizamos la obra que debe ser hecha. Esta obra ha de ser para el mensaje lo que la mano es para el cuerpo. Las necesidades espirituales del alma deben estar en primer término (Carta 24, 1898).
La obra que Dios nos ha señalado. No puedo instar demasiado a todos los miembros de nuestras iglesias, a todos los que son verdaderos misioneros, a todos los que creen el mensaje del tercer ángel, a todos los que apartan su pie del sábado, para que consideren el mensaje de Isaías 58. La obra de beneficencia ordenada en dicho capítulo es la que Dios requiere que su pueblo haga en este tiempo. Es obra señalada por él. No nos deja en duda en cuanto a dónde se aplica el mensaje, y al momento de su cumplimiento señalado, porque leemos: “Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás; y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar” (vers. 12). El monumento recordativo de Dios, el sábado o séptimo día, recuerdo de la obra que hizo al crear el mundo, ha sido desplazado por el hombre de pecado. El pueblo de Dios tiene una obra especial que hacer para reparar la brecha que ha sido abierta en su ley; y cuanto más nos acercamos al fin, más urgente se vuelve esta obra. Todos los que amen a Dios demostrarán que llevan su sello observando sus mandamientos...
Cuando la iglesia acepte la obra que Dios le dio, se cumplirá la promesa que se le hizo: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia” [vers. 8] (JT 2:503, 505).