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Abstinencia de narcóticos 20

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Nuestro pueblo retrocede constantemente en lo que se refiere a la reforma de la salud. Satanás sabe que no puede ejercer el mismo control sobre ellos como lo tiene cuando ceden a sus apetitos. La conciencia se embota, la mente se anubla y dismi­nuye su susceptibilidad a ser impresionada, cuando se está bajo la influencia de alimentos dañinos. Pero la culpa del transgresor no se atenúa porque su conciencia violada se halle adormecida.

Satanás se ocupa en corromper las mentes y destruir a las almas con sus tentaciones insidiosas. ¿Comprenderá el pueblo de Dios lo que significa la complacencia de un apetito perver­tido? ¿Abandonará el uso de té, café, carnes y todo alimento estimulante, y en cambio dedicará a la predicación de la ver­dad el dinero que gastaría en la complacencia de estos apeti­tos perjudiciales? Estos estimulantes sólo causan daño, y sin embargo vemos que muchos que profesan ser cristianos usan el tabaco. Estas mismas personas, mientras deploran los males de la intemperancia y hablan contra el uso del licor, escupen a cada rato el jugo del tabaco que están mascando. Puesto que el estado saludable de la mente depende del funcionamiento nor­mal de las facultades vitales, cuánto cuidado debiera ejercerse en evitar el uso de todo narcótico y estimulante.

El tabaco es un veneno lento e insidioso, y eliminar sus efectos del organismo es más difícil que los del alcohol. ¿Qué poder puede ejercer un adicto al tabaco contra los ataques de la intemperancia? Debe producirse una revolución contra el tabaco en el mundo antes que pueda aplicarse el hacha a la raíz del árbol. Vayamos todavía un poco más lejos. El consu­mo de té y café estimula el apetito que se tiene por estimulan­tes más fuertes, como el tabaco y el licor. Pero consideremos el asunto aún más de cerca y examinemos las comidas que se sirven diariamente en los hogares de los cristianos. ¿Se practi­ca en ellos la temperancia en todas las cosas? ¿Se promueven allí las reformas que son tan esenciales para la buena salud y la felicidad? Cada verdadero cristiano ejercerá control sobre sus apetitos y pasiones. Si no es capaz de librarse del yugo del apetito que lo esclaviza, no puede ser un siervo de Cristo verdadero y obediente. Es la complacencia de los apetitos y las pasiones lo que impide que la verdad surta efecto alguno sobre el corazón. Es imposible que el espíritu y el poder de la verdad santifiquen el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona que se halla controlada por el apetito y la pasión.

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