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Rehusar la contaminación del tabaco 18

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El tabaco, no importa cómo se use, es nocivo para el or­ganismo. Es un veneno lento. Afecta el cerebro y entorpece el discernimiento, de modo que la mente no pueda percibir las cosas espirituales, especialmente las verdades que pudie­ran ejercer un efecto correctivo sobre este vicio inmundo. Los que usan tabaco en cualquier forma no están libres ante los ojos de Dios. A los que practican este hábito sucio les resulta imposible glorificar a Dios en su cuerpo y espíritu, los cuales son de Dios. El Señor no los puede aprobar mientras usan esos venenos lentos, pero certeros, que arruinan la salud y menos­caban las facultades de la mente. Dios es misericordioso con los que practican este pernicioso hábito ignorantes del mal que les causa, pero cuando el asunto se les presenta en su luz ver­dadera, si continúan practicando su degradante vicio, entonces son considerados culpables delante del Señor.

Dios exigía que los hijos de Israel practicaran hábitos de estricta limpieza. En caso de la menor impureza debían quedar fuera del campamento hasta la tarde, y sólo podían regresar después de lavarse. En ese vasto ejército no había nadie que usara tabaco. Si hubiera habido, habría sido obligado a escoger entre renunciar a la maldita hierba o abandonar el campamen­to. Y después de lavarse bien la boca, hasta librarse del último vestigio de tabaco, se le habría permitido de nuevo mezclarse con el pueblo de Israel.

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