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Evitar la glotonería

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Hay muchos que son incapaces de controlar sus apetitos y se dejan arrastrar por sus deseos a expensas de su propia salud. Como resultado de su intemperancia, el cerebro se entorpece, los pensamientos se aletargan y dejan de realizar lo que ha­brían podido hacer si hubieran sido abnegados y abstemios. Las personas intemperantes le roban a Dios las energías físicas y mentales que podrían haber consagrado a su servicio si hu­biesen sido temperantes en todas las cosas...

La Palabra de Dios coloca la glotonería al mismo nivel que el pecado de la borrachera. Este pecado era tan ofensi­vo a la vista de Dios, que le ordenó a Moisés que cualquier muchacho que se rebelara y no permitiera el control de sus apetitos –es decir, que comiera rebelde y glotonamente todo lo que se le antojara– debía ser llevado por sus padres ante los gobernantes de Israel para ser apedreado. La persona glo­tona era considerada como un caso perdido. No era útil para los demás y constituía una maldición para sí misma. A esa persona no se le confiaba ninguna responsabilidad, porque su influencia sería perjudicial para los demás, y el mundo lo pasaría mejor librándose de un individuo que sólo lograría perpetuar sus terribles defectos.

Ninguna persona consciente de su responsabilidad ante Dios permitiría que los instintos animales controlen su racio­cinio. Los que actúan de esta manera no son verdaderos cristia­nos, no importa quiénes sean ni cuán elevada sea su posición. El consejo de Cristo es: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48). Por medio de estas palabras nos enseña que podemos ser tan perfectos en nuestra esfera como lo es Dios en la suya.–Testi­monios para la iglesia, t. 4, págs. 445, 446 (1880).

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