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La experiencia de Daniel

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Daniel habría podido encontrar fácilmente una excusa para abandonar sus hábitos de estricta temperancia; pero la apro­bación divina era de más valor para él que el favor del más poderoso potentado de la Tierra; en efecto, le eran más caros que la vida misma. Después que su cortesía le había ganado el favor de Melsar, el oficial encargado de los jóvenes hebreos, Daniel le pidió que le permitiera abstenerse de comer las vian­das reales y de beber el vino de la corte. Melsar temía que al satisfacer la demanda de Daniel el rey se disgustara y de ese modo pusiera en peligro su vida misma. Igual que muchos en la actualidad, Melsar temía que una dieta abstemia debilitara a los jóvenes, que sus fuerzas musculares decayesen y ofrecie­ran una apariencia pálida y enfermiza, mientras que las comi­das suntuosas de la mesa real los harían fuertes y hermosos y les proporcionarían una energía física superior.

Daniel le suplicó que los probara durante diez días, permi­tiendo que en ese lapso los jóvenes hebreos pudieran comer alimentos simples mientras sus compañeros participaban de las exquisitas comidas reales. Finalmente la petición fue con­cedida, y Daniel estuvo seguro de haber ganado la victoria. A pesar de su juventud, conocía los efectos nocivos que el vino y las comidas sibaríticas producen sobre la salud física y mental.

Pero al final de los diez días los resultados fueron comple­tamente opuestos a lo que Melsar esperaba. El cambio obser­vado en los jóvenes que habían sido temperantes no se vio sólo en su apariencia personal, sino también en su actividad física y vigor mental, porque superaban en todo sentido a sus demás compañeros que habían complacido las demandas de sus apetitos. Como resultado de esta prueba, Daniel y sus compañeros pudieron continuar con una alimentación senci­lla durante todo el curso de su entrenamiento en los deberes del reino.

El Señor miró con buenos ojos la firmeza y el dominio propio de los jóvenes hebreos, y los bendijo. “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños... Y el rey habló con ellos, y no fueron halla­dos entre todos ellos otros como Daniel, Ananías. Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que ha­bía en todo su reino” (Dan. 1:17, 19, 20).

Aquí hay una lección para todos, pero especialmente para los jóvenes. El cumplimiento fiel de los requerimientos di­vinos beneficia la salud física y mental. Tiene que buscarse primeramente la sabiduría y la fuerza de Dios si se ha de alcanzar la más alta norma moral e intelectual; y, además, se necesita observar una estricta temperancia en todos los hábitos de la vida. La experiencia de Daniel y sus compañe­ros constituye un ejemplo del triunfo de los principios sobre la tentación a la indulgencia del apetito. Demuestra que los jóvenes pueden vencer mediante la observancia de los princi­pios religiosos todas las propensiones carnales, y mantenerse fieles a los requerimientos divinos, aunque esto demande un gran sacrificio.

¿Qué habría sucedido si Daniel y sus compañeros se hubie­ran sometido a las exigencias de los oficiales paganos y, bajo la presión del momento, hubiesen comido y bebido como los babilonios? Esa sola transigencia con el mal habría debilitado su capacidad de percibir el bien y aborrecer el mal. La satisfac­ción del apetito habría significado el debilitamiento del vigor físico y la pérdida de claridad intelectual y poder espiritual. Un paso equivocado habría conducido a otros, hasta que se habría cortado la conexión con el cielo y habrían sido arrastrados por la corriente de la tentación...

La vida de Daniel constituye una ilustración sagrada de lo que significa un carácter santificado. El concepto bíblico de santificación tiene que ver con el hombre completo... Es imposible disfrutar de las bendiciones de la santificación cuando una persona es egoísta y glotona. Algunos gimen bajo el peso de las enfermedades a consecuencia de los ma­los hábitos en el comer y el beber, los cuales violentan las leyes de la vida y la salud. Muchos debilitan sus órganos di­gestivos porque se dejan llevar por apetitos pervertidos. El poder de la constitución humana para resistir los abusos que se cometen contra el organismo es maravilloso: pero la per­sistencia de los hábitos equivocados en la comida y la be­bida debilitan todas las funciones del cuerpo. Tratemos de que estas personas débiles consideren cómo habrían podido ser si hubieran vivido en forma temperante, promoviendo una buena salud en vez de abusar de ella. Aun los cristia­nos profesos estorban la obra de la naturaleza al gratificar sus apetitos y pasiones pervertidos, menoscabando de ese modo sus fuerzas físicas, mentales y morales. Algunos que cometen estos errores pretenden haber sido santificados por el Señor, pero tal pretensión carece de fundamento...

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