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Temperancia en el trabajo 25

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Por todas partes se ve la intemperancia en el comer, el be­ber, el trabajar y casi cualquier cosa. Las personas que se es­fuerzan por realizar una gran cantidad de trabajo en un tiempo limitado y continúan trabajando cuando su mejor criterio les indica que deben descansar, nunca son ganadoras. Viven con capital prestado; gastan en el presente las fuerzas vitales que necesitarán en el futuro. Y cuando quieran echar mano de la energía que gastaron tan irresponsablemente, fracasarán en su intento porque no la hallarán. La fuerza física ha desaparecido y ya no existen energías mentales. Entonces se dan cuenta de su pérdida, aunque no comprenden su verdadera naturaleza. Ha llegado el momento de necesidad, pero sus fuerzas vitales se han agotado. Todo el que viola las leyes de la salud, tarde o temprano experimentará sufrimientos en mayor o menor gra­do. Dios ha dotado a nuestras constituciones con energías que necesitaremos en diversos períodos de nuestra vida. Pero si las agotamos imprudentemente en los excesos de nuestro trabajo, el tiempo nos declarará perdedores. Nuestra utilidad disminui­rá y nuestra vida misma correrá el peligro de destruirse.

Como norma, el trabajo del día no debe extenderse hasta las horas de la noche Si se trabaja a conciencia durante todo el día, el trabajo extra que se haga en la noche constituirá una carga adicional impuesta al organismo y por la cual se pagará las consecuencias. Se me ha mostrado que los que se compor­tan a menudo de esta manera pierden más de lo que ganan, porque agotan sus energías y trabajan a partir de nervios so­breexitados. Tal vez no se percaten de consecuencias negativas inmediatas, pero con toda seguridad están menoscabando su organismo.

Que los padres dediquen las noches a sus familias. Dejen en el trabajo sus preocupaciones y perplejidades. Al padre de familia le sería muy provechoso establecer la regla de no me­noscabar la felicidad familiar por traer a casa los problemas del trabajo para enfadarse y preocuparse por ellos. Es cierto que a veces puede necesitar el consejo de su esposa con re­ferencia a problemas difíciles, y que ambos obtengan alivio de sus perplejidades al buscar unidos la sabiduría divina; pero cuando se mantiene la mente en constante tensión debido a asuntos de negocio, se perjudicará la salud tanto del cuerpo como de la mente.

Procuremos que las noches sean tan dichosas como sea po­sible. Hagamos del hogar un sitio donde moren la alegría, la cortesía y el amor. De este modo se transformará en un lugar atractivo para los niños. Pero si los padres se mantienen en constantes problemas, y se muestran irritables y criticones, los niños adoptarán el mismo espíritu de desconformidad y contienda, y el hogar llegará a ser el sitio más miserable de la Tierra. Entonces los niños experimentarán mayor placer entre los extraños, en malas compañías o la calle, que en el hogar. Se podría evitar todo esto si se practicara la temperancia en todas las cosas y se cultivara la paciencia. La práctica de la autodisciplina por parte de todos los miembros de la familia transformará el hogar en un verdadero paraíso. Procuremos que los cuartos sean tan alegres como se pueda, y que los niños encuentren que el hogar es el sitio más atractivo de la Tierra. Rodeémoslos de una influencia tan hermosa que no se interesen por buscar la compañía de la calle y que no piensen en los antros del vicio sino con horror. Si la vida hogareña es lo que debiera ser, los hábitos allí formados constituirán una poderosa barrera contra los asaltos de la tentación cuando el joven tenga que abandonar el refugio del hogar paterno.

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