Читать книгу Dulce tortura - Elena López - Страница 11
ОглавлениеCAPÍTULO 5
Trataba de concentrarme, de mantener mi mente ocupada en lo que el profesor explicaba, pero sencillamente me era complicado el hacerlo.
La sensación que había experimentado al tener sus labios sobre los míos seguía ahí, provocándome un cosquilleo que no se iba con nada. Percibía aún nuestros alientos que se mezclaban, sus manos que presionaban las mías tan firmemente, como si no quisiera soltarme y buscara aferrarse a mí. Había sido un beso único, un beso que nunca antes había recibido, y vaya que había besado más de un par de bocas. Donovan era diferente. Creía que sería el típico chico popular, musculoso y carente de neuronas; pero me había equivocado. Él encerraba secretos que me hallaba ávida por descubrir.
Solté un bufido, exasperada.
Si antes no había podido lograr sacármelo de la cabeza, mucho menos podría hacerlo luego de que me había besado. Era inútil dejar de pensar en él. Aunque fuera un idiota, admitía que era un idiota muy lindo.
—Kairi —susurró mi nombre Criss, entre dientes.
—¿Sí? —contesté, aún con la mente perdida en aquellos labios.
—Derek no te quita la mirada de encima. Regresa de dondequiera que estés y pon atención —soltó un bufido—. Sé que la clase es aburrida, pero al menos disimula un poco.
Me fue inevitable no reír y, para mi desgracia, Derek se dio cuenta. Clavó su penetrante mirada en mí, haciéndome sentir pequeña por unos segundos.
—Veo que algo le causa mucha gracia, señorita Baker.
Hice una mueca y mis ojos se encontraron con los suyos.
—Para nada, profesor —susurré.
Entornó los ojos y sonrió de lado, regalándome una perfecta sonrisa. Me dedicó una última mirada, omitió mi falta de atención y siguió dando la clase. Suspiré aliviada y Criss sonrió de manera cómplice mientras él anotaba la tarea en la pizarra, la cual era muy difícil. Por eso odiaba esa jodida materia y, como una broma de mal gusto del destino, la tenía por tres días consecutivos. Por lo menos, me libraría de ella a partir del jueves.
Al finalizar, todos nos pusimos de pie para ir directo al almuerzo. Salimos con prisa hacia el comedor, ansiosos por desaparecer de aquella clase. Al parecer, a nadie le agradaba.
—Señorita Baker —me detuvo la voz de Derek antes de que pudiera irme.
—¿Sí? —dije volviéndome para mirarlo.
—Necesito hablarle.
Solté un suspiro resignada y miré a Criss que me esperaba en el pasillo con gesto ansioso.
—Ahora te alcanzo.
Ella asintió y se dirigió al comedor.
Volví con el profesor y me coloqué frente a él, mirándolo con cautela, esperando que hablara, disimulando difícilmente la atracción que sentía hacia él.
—He notado que mi clase la aburre demasiado —comenzó a hablar.
—No entiendo qué fue lo que lo hizo llegar a esa conclusión si apenas es mi segunda clase con usted —repuse cruzándome de brazos.
Él apoyó su cuerpo en el respaldo de la silla y me imitó.
—Bueno, basta con ver cómo su mirada se pierde en algún punto fijo de la pared que, al parecer, es más interesante que lo que yo explico —espetó bruscamente.
Solté un bufido.
—En fin, ¿a qué viene todo esto? —pregunté ansiosa.
Él se levantó del asiento y comenzó a guardar sus cosas en su maletín.
—Solo quería lanzarle una advertencia —agregó mirándome fijamente—. No soy de los que toleran esas faltas de respeto, así que para la próxima la sacaré de mi clase, ¿entendido?
Mi ceño se frunció e hice una mueca. Dejé caer los brazos a cada lado de mis costados.
—Bien, no volverá a suceder —declaré dirigiéndome a la puerta.
Entonces, sin previo aviso, su mano sujetó mi brazo con firmeza. Me volví a verlo, sorprendida por su reacción, mientras que sus ojos, a los que no había puesto demasiada atención, me escudriñaban a la vez que yo hacía lo mismo.
—¿Se le olvidó decirme algo más? —cuestioné, un poco nerviosa por su contacto.
Lució indeciso sobre decirme algo. Sus pupilas azules bailoteaban de un lado a otro por el contorno de mi rostro, pero al final solamente negó y me soltó para salir del aula rápidamente. Permanecí un instante ahí, confundida y abrumada por la actitud tan extraña que tenía, después abrí la puerta y salí rápidamente del aula. Sin embargo, no había podido avanzar mucho, ya que de nuevo alguien me detuvo.
Supe de quién se trataba al reconocer la calidez de su piel y el aroma que emanaba.
—¿Qué quieres, Donovan? —indagué sin mirarlo.
—¿Qué demonios se trae ese profesor contigo? —inquirió.
Lo enfrenté.
—¿Y eso a ti qué te importa? —repliqué soltándome de su agarre con brusquedad.
Su mano fue a mi cintura y, sin ser demasiado violento, me presionó contra la pared.
—Ten cuidado donde posas tus ojos —susurró suavemente sobre mi boca—. Recuerda que tienes un dueño, uno al que no le gusta compartir. Mucho menos le agrada que otros toquen lo que es suyo.
—Yo no soy tuya. Déjate ya de esas tonterías. Madura un poco, tu actitud machista me desagrada —lo reprendí, exasperada.
Se apartó de mí y tomó mi mano con la suya con fuerza. Intenté forcejearlo, pero suficiente tenía con la mayoría de las miradas de los estudiantes sobre nosotros como para armar una pelea con Donovan y darles más espectáculo, si es que eso fuera posible. Además, que no quería ser suspendida de nuevo.
—Suéltame —le exigí entre dientes.
—No lo haré, así que no gastes energías y haz lo que te digo —me sugirió al tiempo que arrastraba mi cuerpo hacia los comedores que, como siempre, se hallaba repleto de estudiantes que nos miraban y murmuraban cosas a las que puse todo mi empeño para no prestar atención.
Entretanto, Donovan se dirigió conmigo hasta la mesa donde se encontraban todos sus amigos y Criss, que se mantenía en medio de dos de ellos a la vez que uno la abrazaba por los hombros. Veía la incomodidad en sus ojos, pero no era mala, sino más bien una por nerviosismo. Sus mejillas estaban sonrojadas; miraba sus manos e intentaba ocultar su rostro con la capucha de su sudadera de aquella banda de rock de la cual era fanática.
Donovan me hizo sentar y luego él lo hizo a mi lado. Para mi sorpresa, frente a mí se encontraba una bandeja con comida, una que no pensaba tocar, al menos no en compañía del troglodita que tenía a un lado.
—Basta de esto —dije en voz baja—. No quiero sentarme contigo. Lo que deseo es estar a más de cien metros de distancia de ti.
—Lamento no poder complacerte. Ahora, come —me ordenó, como si fuese mi padre. ¿Quién demonios se creía este patán?
—No lo haré —aseveré tajante.
—Como quieras —dijo llevando un bocado de comida a su boca—. Tú eres la que pasará hambre, no yo.
Hice mis manos puño e intenté ponerme de pie. No obstante, su mano sujetó mi muslo con una fuerza que provocó que un sonido de dolor escapara de mis labios.
—No te recomiendo que lo hagas, a menos que quieras ser suspendida de nuevo.
—Lo único que tú me traes son problemas —mascullé, molesta—. Con los profesores, con el colegio y con esas estúpidas niñas que babean por ti, como idiotas.
Escuché a todos soltar una carcajada. Les dediqué una mirada iracunda mientras que Criss me observaba con impotencia al ver que yo no podía quitarme a Donovan de encima.
—Vaya, Donovan, esta chica es todo un reto. No cae ante tus encantos —comentó el chico que tenía abrazada a Criss.
—No te preocupes, Max. No tardará en hacerlo, como todas —aseguró guiñándome un ojo.
Esta vez fue mi turno de reír como una completa loca.
—Dios, creo que me has contagiado tu sentido del humor. Eso no sucederá ni en tus mejores sueños —murmuré, sin dejar de reír.
Enseguida pasó su brazo sobre mis hombros atrayéndome a él; su boca fue a mi oído. Me tensé por completo y detuve mi risa de golpe.
—Cuando te tenga en mi cama gritando mi nombre, te recordaré este día, Kiari — susurró, sugestivo.
Mi cuerpo se estremeció ante sus palabras y por la forma en que me llamó, tergiversando mi nombre. Deslicé la saliva por mi garganta y me incorporé rápidamente, sin darle oportunidad a nada. Para mi alivio, él me permitió irme. Di la vuelta y lo observé por un momento. Sonreía con malicia, y entonces comprendí que, hiciera lo que hiciera, no iba a poder escapar de él.
—¿Qué tal tu día? —preguntó Maddy con la voz apagada.
Acababa de llegar a casa y ella estaba terminando de arreglarse para ir al trabajo. Habían cambiado su turno al de la noche, así que yo estaría durmiendo sola. Qué conveniente.
Esto no me agradaba nada, pero no había opción.
—Bien —contesté arrojando la mochila al sillón, y me dirigí a la cocina.
—Eso no sonó muy convincente. ¿Está todo bien? —me cuestionó prestándome toda su atención. Apoyé la espalda contra la encimera y solté un bufido.
—Sí. Es solo que... Demasiada tarea y todo eso —mentí e hice un gesto despectivo con la mano.
—¿Segura? Sabes que puedes hablar conmigo de todo —me recordó colocándose frente a mí y clavó sus ojos chocolate sobre los míos, los que buscaban la forma de hacerle creer mis mentiras.
No podía decirle que un chico me acosaba. Solo sería darle más preocupaciones, y suficiente tenía ya con todo lo que cargaba para añadirle mis problemas con Donovan.
—Sí, tranquila. Estoy bien, me acostumbraré —dije lo más segura posible.
—De acuerdo —aceptó, no muy convencida—. En la estufa está la comida. Te veo mañana temprano para desayunar juntas. Cualquier cosa, no dudes en llamarme.
—No te preocupes. No suelen pasar muchas cosas en este pueblo —mentí nuevamente.
Claro que pasaban. Podía tener otro encuentro con ese lobo irreal.
Pensarlo me causó escalofríos. No, no deseaba en lo absoluto tener de nuevo un encuentro con tal hermoso y espeluznante animal.
—Lo sé, y cada día me gusta más —añadió con un brillo en sus ojos que antes no había estado allí.
Entorné los ojos. Ella sonrió y negó, para luego dirigirse a la puerta y salir gritando un «Te quiero, hermana».
Sacudí mi cabeza. Tomé un plato y serví lo que sea que había dejado para comer. Después me senté en la mesa mirando hacia la nada, llevé bocado tras bocado de comida a mi boca. Tenía apetito y todo era culpa de Donovan… De nuevo.
Ese jodido adolescente me estaba cansando.
«Mientes».
Y ahí estaba de nuevo mi conciencia.
«Disfrutas tener al chico más apuesto del colegio detrás de ti».
Maldita sea, no. No lo disfrutaba en lo absoluto. Quizá, si él no fuera tan… él, lo haría.
Bloqueé cualquier pensamiento acerca de Donovan y seguí comiendo. Terminé rápidamente con lo que había dentro de plato, como consecuencia de no haberme alimentado bien en el colegio, y lo que sin duda me pasaría factura después.
Recogí mi plato y subí a mi habitación para hacer la tarea que tenía pendiente, esa vez trayendo a mi mente al profesor de Química.
Era tan extraño, y aquella plática que habíamos tenido lo había sido de igual manera. Nada de lo que me sucedía era normal, al menos no las actitudes que ellos tomaban para conmigo.
Solté una larga exhalación y comencé a terminar mis deberes. Arrojé todos los libros a la cama, además de lo que necesitaba. Coloqué algo de música en mi móvil y me perdí en las fórmulas y problemas que el adorable profesor nos había dejado. Las demás materias eran pan comido.
Por lo menos, la música me ayudaba a no estresarme tanto. Parecía que los profesores usaban la tarea como una especie de tortura.
Al traer esa palabra, lo único que apareció en mi mente fue el rostro de Donovan. Él, con aquella sonrisa ladeada y esa mirada maliciosa que encerraba cientos de problemas en ella; él y su bendito aroma atrayente; él y esa sensación de que encerraba cientos de secretos.
Había lidiado con muchos chicos como él en Chicago. Sin embargo, Donovan era peor que todos ellos, un jodido dolor de cabeza y, para mi desgracia, tenía el presentimiento de que eso apenas comenzaba. Aún me faltaba mucho por descubrir y quizá, cuando lo hiciera, desearía no haber llegado a ese lugar.
Negué y seguí realizando los trabajos que faltaban, lo que me llevó toda la tarde y parte de la noche y, cuando acabé, el sueño ya casi se apoderaba de mí.
—Al fin —celebré cerrando mi libro.
Me levanté de la cama, me dirigí a la ventana y apoyé las manos sobre el marco. La noche era densa, tan profunda y misteriosa, como el bosque que se alzaba majestuoso sobre mí. Lucía tenebroso, camuflado entre la oscuridad, y dejaba ver solo sombras grandes de aquellos árboles que lo conformaban y que, en aquel instante, parecían gigantes imponentes que lentamente se acercaban.
Tragué saliva y sentí miedo. Ni siquiera la luz de la luna podía alumbrar un poco, dado que se encontraba escondida por aquellas nubes oscuras que presagiaban una tormenta.
Iba a cerrar la ventana cuando un aullido me paralizó por completo. Mi corazón comenzó a acelerarse debido al miedo, más aún al escuchar cómo algo se rompía en la planta baja.
Cerré la ventana y, armándome de una valentía que en realidad me encontraba muy distante de tener, bajé las escaleras, no sin antes haber tomado aquel bate de béisbol de Maddy que me servía de mucho para situaciones como aquellas.
Caminé lentamente tratando de hacer el menor ruido posible, pero los escalones eran viejos y me dificultaban aquella tarea.
Todo estaba en penumbra, así que encendí la luz. Mi vista fue hacia el pasillo que daba hasta la puerta trasera, la cual estaba abierta. Maldije y recorrí con mis ojos la casa sin encontrar nada. Me dirigí a la cocina, pero escuché pasos detrás de mí. Sujeté el bate con fuerza y di la vuelta para encontrarme con un hombre vestido completamente de negro y que cubría su rostro con un pasamontaña.
Suspiré tranquila al darme cuenta de que solo era un ladrón y no aquel lobo gigante que, por un momento, había pensado que había entrado.
Detuve abruptamente las estupideces que estaba pensando. No entendía la irracionalidad de mis pensamientos. ¿Cómo podía sentirme tranquila al saber que se trataba de un ladrón? Podía matarme, violarme, o qué sabía yo.
Reaccioné cuando lo vi lanzarse sobre mí. Por inercia, levanté el bate y lo golpeé con fuerza a la altura del hombro, pero fallé al no poder darle en la cabeza.
El hombre se quejó y soltó un gruñido molesto para luego intentar quitarme mi arma. Sin embargo, le dificulté la tarea y volví a golpearlo, esta vez en la nuca, pero tal parecía que los golpes no le afectaban en lo más mínimo. Todo lo contrario que conmigo, puesto que me daba la impresión de que me hallaba golpeando a un trozo de roca.
En un descuido, me quitó el bate y, entonces, corrí alrededor de la isla mientras él permanecía de pie, mirándome fijamente.
—No hay nada aquí de valor. Da la vuelta y lárgate —le aconsejé.
—Solo vine por una cosa —dijo con voz ronca.
—¿Qué cosa? —Retrocedí hasta llegar al cajón de los cuchillos.
No mencionó palabra alguna. Solamente levantó su brazo y me señaló.
Corrió hacia mí; abrí el cajón y tomé el primer cuchillo que mi mano pudo encontrar. Me dirigí a la puerta trasera, corriendo lo más deprisa que mis piernas me permitían, aunque no fue por mucho.
El extraño me tiró contra el suelo con su cuerpo, provocó que todo el golpe me lo llevara yo. Al menos, el suelo era de madera.
Intentó sujetar mis manos; levanté la que traía el cuchillo y lo clavé en su brazo. Soltó un grito de dolor y, entonces, me encargué de retorcer el cuchillo dentro de su carne, lo que le hizo gritar más.
Sin embargo, mis intentos por quitármelo de encima fracasaron. Él golpeó mi cabeza con su codo de una forma tan fuerte que sentí por un momento que perdería el conocimiento.
—Niña estúpida, te estoy haciendo un favor al llevarte de aquí —dijo sujetándome del cuello.
Traté de golpearlo con las manos, pero sentía que se movían en cámara lenta, sin hacerle daño alguno.
«Estoy perdida…», susurré en mi cabeza. Él me llevaría, y fuera uno a saber lo que haría conmigo.
De pronto, aquel aullido se escuchó, resonó por cada parte de la casa, con una potencia eterna que sutilmente decreció. Me estremecí de miedo, de uno de verdad. Eso se había oído muy cerca.
Dios… Eso no podía ser peor.
El ladrón parecía no ponerle demasiada atención al aullido del lobo, pero lo hizo cuando apareció en la puerta. No sabía si de verdad estaba gigante o yo lo veía de esa forma por el miedo que me invadía.
Lo vi entrar y el ladrón se puso de pie rápidamente. Para su desgracia, el lobo lo sujetó con sus colmillos del hombro y lo arrastró fuera de mi casa con una facilidad sorprendente, mientras que otro lobo más entraba y se precipitaba a donde me encontraba. Me esforcé por retroceder, pero el golpe me dolía. Aun así, me arrastré lentamente, cerrando mis ojos para no presenciar el momento en que me atacara y me hiciera lo mismo que al ladrón, quien gritaba agonizante.
—Kairi —pronunció despacio cada sílaba
Abrí mis ojos al escuchar mi nombre. Vislumbré a Max, el amigo de Donovan frente a mí. No usaba camisa, solo unos jeans. Se arrodilló y me tomó entre sus brazos. Busqué al lobo, pero ya no estaba allí.
—Un lobo… El ladrón… —balbuceé.
—Tranquila, no te lastimará. Estás a salvo —aseguró.
No comprendí por qué sus palabras no me habían hecho sentir que sería así. Al contrario, algo dentro de mí gritaba que me alejara de él y de todo lo que tuviera que ver con Donovan Black.