Читать книгу Dulce tortura - Elena López - Страница 9
ОглавлениеCAPÍTULO 3
Salí del colegio hecha una furia. Por culpa de Donovan, me habían suspendido ese día. ¡Demonios! Lo detestaba, aunque al menos también lo habían suspendido a él. Ojalá lo hubieran expulsado permanentemente por ser un reverendo idiota.
—Puedo llevarte si quieres —exclamó esa voz burlona a mis espaldas.
Detuve abruptamente mi caminar y di la vuelta para enfrentarlo. Donovan venía caminando detrás de mí, viéndose tan atractivo. Infeliz.
—Ni en tus mejores sueños —espeté—. Y te agradecería que dejaras de dirigirme la palabra, como si tú y yo fuéramos algo. Porque, créeme, te detesto, igual que tú a mí.
Una risa seca escapó de su garganta; se acercó hasta donde estaba y me miró desde arriba. Vaya que era alto.
—¿Acaso crees que lo de la cafetería fue una broma? —Tragué saliva—. Porque no lo fue. Toda tú tiene una marca que dice: «Propiedad de Donovan Black».
—No soy un jodido mueble, idiota —repuse. ¿Quién demonios se creía?—. Y más te vale dejarme tranquila, porque no me importaría romperte la cara.
Su risa de verdad que fue fuerte esta vez. Reía como si acabara de escuchar el chiste más gracioso del mundo. La indignación llegó a mí. Yo no bromeaba. Sabía defensa personal gracias a mi padre que se encargó de enseñar a sus hijas a defenderse, como si de alguna manera él supiera que pronto no estaría con nosotras y necesitara dejarnos al menos algo que pudiese ayudarnos, además de su pequeña herencia.
—Espero ansioso el que lo hagas —rio—. Es más… —Sujetó mis manos con fuerza—. Pagaría por ver cómo estas delicadas manos me rompen la cara.
Me solté con brusquedad y di la vuelta para alejarme de él. Lo ignoraría. Eso hace enfurecer más a las personas que tratan de herirte.
—¡Hasta mañana, Kairi! —gritó a mis espaldas—. O tal vez no… —murmuró.
Me estremecí al escuchar eso último. No comprendía la razón por la cual Donovan me causaba escalofríos. Era ridículo; solo era un chico idiota con aires de grandeza al que obviamente no le habían sido enseñados buenos modales. Sin embargo, había algo en él, en la forma en que se comportaba, en cómo había lucido cuando lo había abofeteado. Era como si algo bestial fuera a salir dentro de él en cualquier momento.
Negué y reacomodé mi mochila sobre mi hombro derecho. Me coloqué mis audífonos, escucharía un poco de música mientras hacía el recorrido a casa. Menudo primer día.
Esperaba que mañana fuese mejor, aunque con Donovan a mi alrededor dudaba mucho de que pudiese serlo. Quizá podría cambiarme de colegio, pero yo no era de las personas que se acobardaban. Ya se le pasaría su maldito capricho conmigo.
Suspiré y subí el volumen, disfrutando de la caminata mañanera que me habían obligado a hacer.
Mientras caminaba por la acera, observaba a las personas, los negocios, los autos, detalles que quería aprender y así sentirme un poco más familiarizada con este lugar. Aunque jamás dejaría de extrañar Chicago, deseaba volver allá. Mas no podía ser de ese modo, así que me esforcé por ver este lugar como mi hogar y, también, sentirme parte de él.
Negué y me apresuré a llegar a casa. Arribé a ella en menos de veinte minutos, entré, arrojé la mochila contra el sillón y fui hacia la cocina por un vaso de agua. Lo serví y repentinamente mis ojos se dirigieron a la ventana. El bosque se alzaba de manera tenebrosa, viéndose aterrador, pero de alguna manera atrayente. Cientos y cientos de altos árboles lo conformaban; sus ramas frondosas tupidas de hojas, que se oscilaban con el suave viento, desprendían una sensación tranquilizadora.
«Me gustaría caminar por ahí», pensé.
Sacudí mi cabeza y subí a mi habitación. Abrí la ventana para permitir que el viento entrara y moviera las cortinas de un lado a otro. Las tomé y las aparté, recorriendo con mis ojos el espeso verde que me rodeaba. Era irreal observar tan hermosa belleza.
Me quité mis botas y me recosté sobre la cama sin quitarme los audífonos. Cerré mis ojos y el rostro de Donovan llegó involuntariamente a mi cabeza. Los abrí de golpe. No debía de estar pensando en él.
Desafortunadamente, mi cerebro tenía otros planes y seguía manteniendo su recuerdo fresco en mi memoria. Si no fuera tan idiota, probablemente estaría babeando por él.
Sonreí por las estupideces que pensaba y, minutos después, me quedé profundamente dormida.
Me senté de golpe sobre la cama, aturdida debido al sonido incesante de mi móvil. Lo tomé y tenía cinco llamadas perdidas de Maddy. Segundos después su fotografía volvió aparecer en la pantalla. Respondí y luego me dejé caer de nuevo sobre la cama con el móvil pegado a mi oído, y un leve mareo me atacó debido a la forma repentina en que desperté.
—¿Qué sucede? —pregunté con voz adormilada.
—¿Por qué no respondías? Pensé que algo pudo haberte ocurrido —cuestionó preocupada.
—Estaba dormida, lo siento.
—De acuerdo. Te llamaba para decirte que haré guardia esta noche.
Me mantuve en silencio. No me agradaba la idea de pasar sola la primera noche en aquel sitio.
—Oh… No te preocupes, estaré bien —la tranquilicé.
—¿Segura? De verdad lo lamento, Kairi, pero así es mi trabajo.
—Lo entiendo. Tranquila, Maddy.
—Bien. Cualquier cosa, llámame o llama al hospital. Tienes el número, ¿cierto?
Sonreí ante la desesperación de su voz.
—Sí, lo tengo. Controla tus nervios; no quiero que mates a alguien por cambiar algún medicamento.
Una risa ansiosa se escuchó detrás de la línea.
—Lo intentaré. Te quiero, pequeña.
—Yo también.
Terminé la llamada y me quedé mirando el techo unos segundos, hasta que mi estómago protestó. Ni siquiera había terminado mi almuerzo cuando Donovan interrumpió.
«Y ahí vas de nuevo», me reprochó mi subconsciente por traer su nombre a mi cabeza.
Solté un bufido y fui a la ventana para cerrarla. El frío comenzaba a calar en mis huesos y eso se debía a que ya era tarde. No faltaba mucho para el anochecer; el sol ya se encontraba regresando a la penumbra.
Solté un bostezo y me dirigí a la cocina para prepararme un bocadillo y mantener a mi estómago tranquilo.
Conforme caminaba, encendía las luces amarillentas que iluminaban tenuemente la casa. Los escalones crujían demasiado bajo mis pies debido al desgaste de los años. La casa no era muy vieja, pero tampoco había sido construida hace poco.
Entré a la cocina y busqué algo en la nevera, pero nada me agradaba. Así que simplemente tomé la leche, luego cereal y lo vertí todo dentro de un plato hondo.
Al terminar dejé todo como estaba, tomé una manta del sillón y fui hacia la parte trasera de la casa en donde se encontraba un bonito corredor de madera, también una mecedora en donde cabían al menos cuatro personas. Me senté sobre ella con el plato en una mano mientras me cubría con la manta. Comencé a comer disfrutando de la vista, veía cómo el sol se ocultaba poco a poco detrás del extenso bosque. Daba la impresión de que este lo engullía, para abrirle paso a la oscuridad que reinaría por horas.
Divisé la gran cerca que nos separaba del bosque. Probablemente, me preocuparía por un oso o algo por el estilo si no estuviera ahí.
Me mantuve comiendo hasta que terminé el cereal, pero de pronto un aullido hizo que diera un respingo, lo que provocó que el plato resbalara de mis manos y fuera a dar directo al suelo hasta hacer un sonido molesto. El aullido fue aterrador y profundo. Miré en todas las direcciones, a la espera de encontrarme con el dueño de aquel desgarrador sonido, y sin encontrarme nada. Permanecí quieta, contuve la respiración. Para mi desgracia, pude escucharlo de nuevo, pero esta vez acompañado de un gruñido gutural que hizo que mi piel se erizara por completo.
No había pensado en que habría lobos en el bosque. Tal vez osos o ciervos, qué sabía yo. Asustada de que ese lobo decidiera acercarse, me incorporé y recogí el plato con prisa.
Sin embargo, al levantar la vista, me fui de bruces contra el suelo por la impresión al ver un lobo frente a mí. «Demonios».
De verdad que no parecía un animal común y corriente. Era enorme, al menos de un metro de altura o quizá más, realmente irreal. Se cubría de un color negro que seguramente por la noche no habría sido fácil de ver si no fuera por aquellos ojos brillantes de color ámbar, los cuales no me perdían de vista. Podía apreciar mi reflejo en ellos, tan nítido como el terror que se desbocó en mi interior.
Se movió a paso lento directamente hacia mí; sus pisadas eran fuertes y resonaban como un eco espeluznante en mis oídos. Con paso tras paso, me obligó a permanecer congelada del miedo. Cada pisada lo acercaba al manojo de nervios y pánico que era mi cuerpo y, posiblemente, su proximidad significaba una muerte inminente para mí.
De soslayo aprecié la puerta, pero era inútil correr hacia ella, dado que tenía que pasar por un lado de él y no creía que fuera más rápida que esos colmillos que se dejaban entrever tras su hocico. Colmillos filosos, largos, mortales. Una simple mordida y estaría muerta.
Retrocedí sin ponerme de pie, apreté en mi mano el plato. Quizá podría hacer la diferencia si lo golpeaba. «Pero ¿qué estupideces pienso? Por supuesto que no voy a hacerle daño a un lobo de más de un metro con un estúpido plato de cristal».
—¡Dios! —grité cuando me gruñó con fuerza y luego su enorme pata fue a dar a mi pecho.
El aire escapó de mis pulmones por la impresión y también a causa de la fuerza aplicada. Caí de espaldas contra el suelo y golpeé mi cabeza en el proceso. No me moví, no respiré. Todo se detenía a mi alrededor mientras sus ojos amarillos me escudriñaban, me miraban de tal manera que parecían poder entenderme, y también veía en ellos un poco de diversión. Dios, ¿qué estaba mal conmigo? Un jodido lobo no sabía de diversión.
—Por favor —susurré a quien fuera. De verdad que no quería morir bajo las garras y los colmillos de este animal.
Apreté mis labios y cerré los ojos con fuerza cuando su nariz se deslizó por mi mejilla olfateándome hasta llegar a mi cuello. Su nariz estaba caliente; él desprendía calor y, sin embargo, escalofríos recorrieron mi cuerpo al percibir su aliento. No lo sentía como un animal, de verdad que no entendía la razón para que fuera así. Probablemente se debía a su tamaño, a la manera en que apareció, en cómo jugaba conmigo, observándome como si me comprendiera.
Pude respirar cuando su pata se alejó de mi pecho, pero nuevamente me vi gritando cuando sus garras lo atravesaron. Rompió mi blusa y dejó al descubierto mi sostén. Gruñó y en segundos tuve su lengua recorriendo mi abdomen. Me llené de asco y miedo. Tal parecía que el maldito probaba su comida, jugaba con ella antes de dar el último golpe, que deseaba que fuera rápido y certero.
Mierda. Tenía que hacer algo; no podía morir así. Joder, no. Así que, en un momento de valentía, sostuve con fuerza el plato para luego estamparlo contra su cabeza lo más fuerte que pude.
Él se alejó lo suficiente y emitió un ligero gruñido; me levanté del suelo rápidamente y corrí hasta la puerta. Otro gruñido me hizo temblar, pero me sentí a salvo cuando entré a la casa, incluso cuando no debería ser así. Él bien podría romper la puerta.
Lo observé a través de la puerta de madera. Él se mantenía quieto, observándome con intensidad. No sabía el motivo, pero estaba muy segura de que me había permitido escapar. Habría podido comerme en cualquier momento, no obstante, desistió. Me lanzó un gruñido, como si fuera un tipo de advertencia, y luego sin más dio la vuelta, corrió y se perdió en la oscuridad del bosque.