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CAPÍTULO 8


Dos semanas después, me hallaba con Donovan en el bosque. Él hacía parte de su tarea mientras que yo dibujaba el paisaje que teníamos a nuestro alrededor. De vez en cuando solía dibujarlo a él, pero ese era un secreto; en momentos donde se hallaba tan absorto mirando la naturaleza, tomaba mi lápiz y trazaba cada línea de su precioso rostro. Me había dado cuenta que el estar en el bosque lo calmaba, como si en realidad este fuera su hogar, su lugar. Se había vuelto una rutina el ir allí. El tener su compañía eliminaba mis miedos acerca del lobo, incluso cuando Donovan poco o nada podría hacer contra él si llegase a aparecer. Pero me brindaba seguridad, como lo es la manta para las personas cuando temen de los monstruos aterradores que duermen debajo de sus camas, pese a que aquel trozo de tela no cuenta con superpoderes para protegerlos.

—¿Qué tal vas? —preguntó y tomó asiento a mi lado, presionándose contra mi cuerpo más de lo necesario. No me desagradó.

A decir verdad, me gustaba tenerlo así de cerca. Mi gusto por él no era un secreto para nadie: no me molestaba en ocultarlo más. No tenía caso el hacerlo cuando todo en mí me delataba, así como le sucedía a Donovan para conmigo.

Habíamos pasado de odiarnos a ser realmente cercanos. Y no precisamente como mejores amigos, sino como algo más, aunque ninguno de los dos se atrevía a hablar de ello. Nos besábamos cada vez que teníamos oportunidad. Donovan me recogía en mi casa, me llevaba al colegio, —a excepción de los martes— comíamos juntos y regresábamos a mi casa de la misma manera. Me había mostrado una faceta completamente diferente, lo que le daba la razón a Criss con lo que había mencionado hacía ya bastantes días. No había visto más al chico odioso, y esperaba no encontrarlo de nuevo un día de esos.

—Kairi —me llamó de nuevo ante mi silencio.

—Bien, aunque me he cansado un poco. Lo terminaré mañana —respondí con una cálida sonrisa.

Donovan cogió un mechón de mi cabello y lo acomodó sutilmente detrás de mi oreja.

—Perfecto. Ven, quiero que vayamos al santuario —comentó incorporándose.

—¿Santuario? —repetí confusa.

—Sí, al que fuimos hace unas semanas.

Asentí y me ayudó a incorporarme. Metí todo dentro de mi mochila al tiempo que él hacía lo mismo con sus cosas. Luego, en un acto que me tomó desprevenida, Donovan cogió mi mano entre la suya, entrelazándolas. Solo hacía eso cuando nos encontrábamos dentro del auto, y debo decir que la sensación era la misma. Me gustaba, así como también me asustaba.

Todo había ido tan deprisa que, sin verlo, me había acostumbrado como nunca a tener la cercanía de Donovan.

Nuevamente avanzamos por la inmensidad del bosque. Esa vez me sentía más confiada y podía disfrutar de lo que me hallaba en el camino, aunque no había logrado encontrarme con ningún animal. Había tenido la esperanza de ver al menos un ciervo.

Seguramente, al sentirnos cerca, los animales huían.

—¿Por qué quieres ir allí? —cuestioné.

—Me gusta, ya te lo he dicho, pero sinceramente lo disfruto más cuando tengo tu compañía. Todo es mejor cuando te tengo a mi lado, Kiari.

Dibujé una sonrisa con mis labios. A cambio, recibí un beso en la mejilla que me resultó de lo más tierno.

Minutos más tarde llegamos de nuevo al santuario. El viento sopló con gran fuerza, despeinando mi cabello. Entre risas, avanzamos hacia el lugar y nos detuvimos frente a la gran roca de los lobos, como yo la llamaba.

—Es como si me brindaras mucha paz. No logro comprender por qué eres tú quien me calma —susurró confundido, mirándome a los ojos.

—Pensé que te irritaba bastante —comenté divertida. Agitó la cabeza en gesto negativo.

—No puedo esperar que las cosas sean normales entre nosotros. —Sonrió, pero, segundos después, aquella sonrisa se desvaneció y una seriedad la remplazó.

—¿Qué sucede?

—Es solo que no sé cómo decirte esto —respondió nervioso.

—¿Qué cosa?

—¿Quieres ser mi novia? —soltó, así sin más.

Mi boca no fue capaz de articular palabra alguna. Mi cerebro se encontraba en shock; cada parte de mi cuerpo estaba igual.

¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿Cómo era que Donovan Black me estaba pidiendo ser su novia? Me resultaba gracioso que él, quien había fingido odiarme y prometido hacer de mi vida una tortura, ahora estuviese haciéndome esa propuesta. ¿En qué momento todo había cambiado y había querido estar con un chico tan arrogante y misterioso? Aunque, por supuesto, las últimas semanas habían influido bastante y el cambio tan radical en la actitud de Donovan también lo había hecho. Él mantenía sus ojos fijos sobre mí. Había algo en ellos, algo que me hacía pensar que el chico que había conocido seguía ahí, bajo la fachada de chico bueno que él arduamente se encargó de labrar para mí.

—Yo… Yo no sé qué decir —murmuré aún pasmada.

—Solo di que sí —sugirió suavemente.

—¿Cuánto llevo conociéndote, Donovan? Es muy poco tiempo —expliqué abrumada.

—Eso qué más da. Me gustas; te gusto; pasamos todo el tiempo juntos y llevamos saliendo más de dos semanas. Así que deja de darle vueltas.

—Yo no he dicho que me gustes. Eres engreído, arrogante y muy irritante —bromeé un poco.

Sonrió malicioso y fue hacia mí para acorralarme entre la pared y sus brazos. Me fue inevitable inspirar hondo para llenar mis pulmones con su perfume. ¿Por qué tenía que oler tan bien?

—Y tú, tan exasperante y tan bella. —Besó mi mejilla—. Si sabes lo que te conviene, me dirás que sí.

—Pero ni siquiera te conozco bien —repuse.

—Estoy loco por ti, Kiari, y que de ninguna manera pienso aceptar un no por respuesta.

Conociéndolo, sabía que no lo haría. Traté de pensar en darle una respuesta sensata, algo para hacerle entender que, a pesar de que me sentía atraída por él, no podía ser su novia. Sencillamente, no. Apenas nos conocíamos.

—Es demasiado pronto, Donovan —susurré—. Al menos, déjame convivir más tiempo contigo para poder conocerte aún mejor.

Negó repetidamente con la cabeza.

—No hay diferencia alguna, Kairi. No voy a dejar de estar detrás de ti todo el tiempo. Y en el colegio todos saben que estamos juntos, así que solo di que sí y ya. Sería ponerle un título a esto que tenemos. Las cosas seguirían igual.

Mas mi reticencia hacia él no era eso, sino algo más a lo que no le encontraba explicación.

—Podemos seguir como hasta ahora sin necesidad de ser novios. ¿Para qué quieres ponerle un título?

—Porque quiero que me digas aquí —comenzó a decir mirando a nuestro alrededor— que tú eres mía.

No me permitió darle una respuesta. Selló nuestros labios en un beso, tomándome por sorpresa. Sus manos acunaron mis mejillas. Yo me quedé inmóvil, con ambos brazos a los costados. Disfruté de sus labios, tan adictivos. No tenían comparación alguna, ni siquiera con Derek, quien, gracias al cielo, había dejado de molestar por el momento.

Dios, Donovan me volvía loca, demasiado. ¿Podría resistirme a él? La respuesta llegó enseguida: no, no podría. Ya había caído en sus redes, pero no quería admitirlo. Mucho menos ponerle las cosas fáciles cuando al principio no se había comportado de la mejor manera conmigo. Sin embargo, de alguna manera, sentía que me cuidaba, que me protegía, aunque a veces podía jurar que de quien tenía que protegerme era de él mismo. Donovan estaba rodeado de algo oscuro, y eso me provocaba miedo. Pero él se encargaba de no dejarme pensar mucho en eso.

—Dime que sí —solicitó en un susurro y besando mis mejillas.

—Donovan.

—Hazlo, Kairi —pidió de nuevo.

Tomé su rostro con ambas manos y apoyé mi frente contra la suya.

—Sí, Donovan, acepto ser tu novia —susurré resignada y esperanzada a no equivocarme.

—Eres mía. —Suspiré. Oírlo me pareció tierno.

—Sí.

Sus ojos relucieron. Noté bruñidos destellos amarillos en ellos, pero fue algo fugaz.

Parpadeé, desconcertada.

—Oficialmente mía —dijo contento, y me besó de nuevo.



A la mañana siguiente, me miraba en el espejo con una enorme sonrisa mientras me arreglaba para ir al colegio. Sentía un tipo de mariposas en el estómago al pensar en Donovan, en volver a verlo.

Detestaba un poco ese sentimiento. Era muy pronto —demasiado, a mi parecer— para la manera en la que él había entrado a mi vida, la forma en que estaba adentrándose en mi corazón. Tenía que detenerme, llevar las cosas despacio. Sin duda alguna, era lo mejor que podía hacer, pero mi corazón era necio y no hacía caso alguno a las advertencias que mi cerebro le lanzaba.

Tenía que controlarme, o terminaría con el corazón roto.

Abrí la puerta de mi habitación justo cuando Maddy aparecía detrás de ella. Me miró confundida al verme tan sonriente y ya lista para irme al colegio.

—¿Madrugaste? —preguntó incrédula.

—Sí, bueno, digamos que dormí bien anoche.

—Y el causante de ello es el dueño del flamante auto que se la vive estacionado fuera de casa, supongo.

Abrí los ojos de par en par.

—¿Cómo?

—Hoy desperté y revisé la hora. No llegabas, así que salí a esperarte, hasta que te vi bajar del auto con ese chico que, por cierto, es muy guapo.

Me sonrojé un poco. Por lo regular, Donovan estaba ahí cuando Maddy dormía o se hallaba fuera de casa.

—Él es… un amigo —mentí.

—Tranquila, Kairi. Puedes tener novio, y lo sabes. Solo nunca olvides los consejos que te he dado sobre los hombres.

Sonreí.

—No lo hago. Los tengo presentes.

—Me alegro. En fin, ten un buen día y, por cierto, mañana es mi descanso. Quizá podamos ir al cine a ver una película.

—Eso sería genial —coincidí sonriendo ampliamente—. Pero ¿hay un cine aquí?

Ella rio.

—Por supuesto que sí, Kairi —respondió dirigiéndose a su habitación.

Caminé a su lado, besé su mejilla y bajé corriendo las escaleras, deseosa de llegar al colegio.

Abrí la puerta y, para mi sorpresa, Donovan estaba llegando. Bajó del auto luciendo tan atractivo, como siempre. Se veía tan guapo con aquella camisa de cuadros pegada a su cuerpo. Marcaba cada uno de sus músculos de una manera que debería ser ilegal.

—Hola. Hoy no esperaba verte aquí a esta hora. Es martes; creí que estarías ocupado, como siempre —murmuré al llegar a él.

Ni siquiera me saludó, simplemente me cogió de la cintura y besó mis labios. Me tomó por sorpresa, pero enseguida le respondí de igual manera.

—Eres mi novia. No te dejaré andar sola por ahí —susurró.

—Deja de ser tan posesivo. No iré a ninguna parte.

—No puedes huir, Kairi. Ayer dijiste que eras mía y, créeme, esas palabras tienen un fuerte significado para mí.

Sonreí.

—Entonces, me he sentenciado a permanecer a tu lado —bromeé.

—Es peor que eso. Nunca vas a poder estar sin mí —dijo serio—. Me perteneces, Kiari —sentenció, llamándome de nuevo así.

Mi ceño se frunció notablemente al darme cuenta de que lo estaba diciendo de verdad. Cuando le había cuestionado el porqué de aquel nombre, no había sido capaz de decírmelo, como muchas otras cosas.

—Vamos, que se nos hace tarde —cambió de tema radicalmente al tiempo que tiraba de mi mano.

—Estás bromeando, ¿cierto? —inquirí.

Abrió la puerta del auto y me hizo entrar, sin responderme. Subí y luego lo hizo él, encendió el auto y se puso en marcha.

—Donovan, te hice una pregunta.

—No te compliques la vida, Kairi. Deja que las cosas sigan su curso.

¿Qué clase de respuesta era esa?

—Eso no tiene sentido alguno, mucho menos está relacionado con lo que te pregunté.

Una sonrisa sombría asomó sus labios. No me respondió y siguió conduciendo. Molesta, me volví a mirar por la ventana, pensando en todo y en nada a la vez. El trayecto al colegio fue rápido. Donovan estacionó; su mirada estaba sobre mí, pero no giré a mirarlo.

Intenté abrir la puerta, pero tenía el seguro puesto.

—Kairi.

—Se nos hará tarde —dije y lo miré.

Error. Me cautivó, como constantemente lo hacía. Se acercó más a mí y se detuvo a pocos centímetros de mis labios.

—Y qué más da —susurró, tentándome.

—Eres un maldito manipulador —lo acusé mirando sus labios.

—Algunas veces.

Dicho eso, acortó la distancia que nos separaba y me besó despacio, como si intentara tranquilizarme, y ciertamente lo estaba logrando. Sus besos, como de costumbre, hacían estragos en mí, pero de una buena manera.

—Detente —le pedí.

—Eso no sonó muy convincente.

—Lo sé, pero andando, que no deseo llegar tarde.

Me dio un último beso y bajó del auto, abrió mi puerta y tomó mi mano para así atraerme a su cuerpo. Caminamos juntos hasta la entrada, entonces noté la mirada de Derek sobre nosotros. Lucía impasible, sin embargo, había algo en sus ojos que me daba la impresión de que se encontraba molesto. Donovan le lanzó una mirada. Tal parecía que entre ellos se entendían. Negué interiormente, no me interesaba en lo absoluto lo que Derek pensara.

—¿Te veo a la hora del almuerzo? —dije hacia Donovan. Ya había llegado a mi aula y, para mi desgracia, mi primera clase era con Derek, como cada martes.

—Por supuesto —murmuró ausente.

—¿Estás bien? —pregunté confundida al notar su actitud.

—Sí, tranquila —me aseguró sacudiendo su cabeza y alejando quizá de ella pensamientos que robaban toda su atención—. Nos vemos después.

Me quedé observando cómo se iba. Sus manos iban hechas puño y una tensión en su cuerpo, que antes no estaba ahí, lo acompañaba. Se me hizo extraño. Quise correr detrás de él y preguntar qué le ocurría, pero sabía que no me diría nada.

—Veo que al fin has caído en sus redes.

Miré a Derek, que no lucía contento.

—¿Disculpe? —increpé molesta.

—No deberías ponerle las cosas tan fáciles.

—Creo que lo que yo haga o deje de hacer no es de su incumbencia.

Entré al aula. Él también lo hizo, pero, para mi sorpresa, cerró la puerta con fuerza y luego me acorraló contra ella siendo de todo, menos cuidadoso.

—¿¡Qué demonios le sucede!? —grité.

—Deja de ser tan inocente, Kairi. Solo te diré una cosa: en la persona que menos puedes confiar es en Donovan Black. Él no es lo que aparenta.

Dulce tortura

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