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CAPÍTULO 12


Solté su mano. Apenas había transcurrido un tiempo considerable, pero él no me agradaba. Desprendía un aura desagradable, que me hizo desconfiar. Me embargaba el mismo sentimiento que Christian y Donovan me provocaban, aunque este último poco a poco se estaba ganando mi confianza, y no podía deducir si eso era bueno o malo. Sinceramente, deseaba con todas mis fuerzas que fuese bueno, que no me estuviese equivocando al permitir que Donovan entrara cada vez con mayor fuerza a mi vida. Porque, sin duda, las palabras de Derek se habían quedado ancladas en mi mente y no perdían el tiempo en repetirse una y otra vez, como una resonancia eterna que no me abandonaba. Me cuestionaba en diferentes ocasiones y en situaciones como esta si realmente Derek mentía. Me iba a sentir como una estúpida si al final de todo resultaba que él había sido el único que me había hablado con la verdad. Oí un carraspeo, parpadeé un par de veces, frenando mis pensamientos, y al fin mi cerebro reaccionó, prestando atención a palabra por palabra que salió de la boca de aquel hombre.

—¿Años? —murmuré confusa.

Él sonrió de lado, y entonces supe de dónde había heredado Donovan su belleza.

—Mi hijo nunca me había presentado a una de sus novias. Eres la primera. Debo suponer que significas mucho para él, tanto como para traerte a mí —explicó sereno.

Negué repetidamente con mi cabeza.

—Creo que es muy pronto para decir eso. Apenas nos estamos conociendo —repuse.

Él imitó mi gesto.

—Hay amores que surgen desde el primer cruce de miradas, otros que tardan años. En sí, el tiempo no es de vital importancia.

En cierto modo, acepté que tenía razón. Sin embargo, no me encontraba de acuerdo con sus palabras. De todos modos, me mantuve callada, sin replicar en lo absoluto.

—Creo que interrumpí. Será mejor que los deje terminar su cita.

Su mano buscó la mía de nuevo. Sin poder hacer nada más, la tomé y sentí un estremecimiento que me recorrió de pies a cabeza. Como una sensación de frío que se instaló en mi estómago, la cual era similar al miedo.

—Un gusto conocerte —añadió mirándome, sin soltar mi mano.

—Igualmente —contesté formal.

Se despidió de Donovan, que se mantuvo callado hasta que su padre desapareció de nuestra vista. Entonces, dejó un par de billetes sobre la mesa y capturó mi mano con la suya. Su toque cálido era cada vez más familiar para mí. Podía llegar a decir que en cualquier lugar podría llegar a reconocer sus manos.

—Vamos, quiero llevarte a un lugar —anunció caminando conmigo.

—¿A dónde?

—Ya verás —contestó con una sonrisa cómplice.

Subimos al auto. Como siempre, me encantó recibir su perfume en mi nariz al estar dentro del vehículo. Decidí no preguntar más a dónde me llevaría, así que permanecí en silencio desde que salimos del restaurante. Pasados los minutos, Donovan conducía por una carretera desolada, por la que nunca antes había recorrido. El paisaje era algo siniestro: árboles altos y tupidos de un lado y del otro hacían todo digno de una película de terror. No lograba entender a dónde se dirigía; ahí no había nada. Debía estar nerviosa, experimentando miedo, pero extrañamente, cerca de Donovan, todos esos sentimientos desaparecían. Era un hecho que me confundía, dado que a veces podía percibir una desconfianza y un miedo por él, y otras simplemente podía sentirme la mujer más segura teniendo su cercanía. Al cabo de un rato, al fin se detuvo. Estacionó el auto a un lado de la carretera, apagó las luces y dejó todo en completa penumbra. Apenas lograba ver su silueta. Bajó del auto y abrió mi puerta, sujetó mi mano y, entonces, comenzó a caminar conmigo para dirigirnos al bosque. Él prácticamente me llevaba, ya que yo a duras penas podía ver por dónde iba.

—Espera, Donovan, ¿a dónde demonios me llevas? —cuestioné mientras me detenía y miraba a mi alrededor.

La luna estaba hermosa; debía admitir que me agradaba. Nos encontramos en un sitio sin muchos árboles, lo que permitía que la luz mortecina de la luna iluminara nuestro camino y así poder ver dónde estaba y a dónde me dirigía.

—Quiero que veas un lugar conmigo —dijo volviendo a caminar.

—No me gusta adentrarme en el bosque de día. ¿Qué te hace pensar que lo encontraré más atractivo de noche?

Solamente rio.

—Te aseguro que lo es.

—No —repliqué—. Puede haber animales salvajes.

—¿Qué? ¿Un lobo gigante? —se burló.

—Exactamente —argumenté de malas. No me resultaba gracioso el recordarlo.

—Tranquila. Vas conmigo, de mi mano. Nada va a sucederte.

Ahora quien rio fui yo. Vaya temperamental que me estaba volviendo.

—Claro. Si me encuentro con un lobo, dirá: «Tranquila, chica. No pienso atacarte porque vas de la mano de Donovan Black».

Soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza una y otra vez.

—Sí que tienes sentido del humor, ¿eh? —se mofó de nuevo.

No quise profundizar en lo mucho que me estaba gustando ver su sonrisa.

—Es sarcasmo, idiota —mascullé entre dientes.

—Lo sé, Kairi. Suelo usarlo a menudo.

No respondí, no deseaba discutir más. Además, me regaló una bonita noche, claro que haciendo a un lado esta visita nocturna al bosque. Él caminó casi tirando de mi cuerpo. Estábamos subiendo y me alegré enormemente de no usar tacones o algo parecido. Donovan, por su parte, parecía conocer como la palma de su mano cada camino: sus pasos eran seguros y se hallaba tranquilo, sumergido entre la oscuridad de aquellos espesos árboles que nos rodeaban, como si perteneciera aquí. No me atrevía a preguntarle cuánto tiempo pasaba explorando este tipo de lugares y por qué.

Tiempo después llegamos a lo más alto, a un lugar despejado de árboles que nos regalaba una vista hermosa de toda la ciudad. Solté la mano de Donovan y anonadada caminé acercándome a un precipicio. El vértigo se instaló en mi estómago de manera brutal, tragué saliva y reuní el valor para mantenerme ahí. El viento soplaba con fuerza en aquel sitio que se encontraba totalmente descubierto; había árboles, pero no demasiados. Las luces de la ciudad iluminaban una parte del cielo, lo cual hacía imposible que las estrellas se pudieran observar, pero había otra parte libre de la luz artificial. Debía decir que nunca había visto un cielo más bello. Me encontré fascinada con la vista. La luna simplemente era hermosa, adornaba perfectamente aquella extensión oscura que sería el cielo sin ella.

—Es… hermoso. No… —me detuve—. Esa palabra se queda demasiado corta para poder describir todo esto.

Los brazos de Donovan se cerraron alrededor de mi cuerpo; rodeó mi cintura con ellos y atrapó mis manos entre las suyas, dándome calor inmediatamente.

—Sabía que iba a gustarte.

—¿A quién no? —murmuré apoyando mi cabeza contra su pecho—. Estás tan cálido siempre… No entiendo cómo lo haces.

—Soy un chico muy caliente.

Reí inevitablemente.

—Entendí el doble sentido de eso —dije sonriendo.

—Ese era el punto —replicó.

—La mayoría del tiempo eres un idiota, pero puedes ser lindo a veces —bromeé.

—Trataré de ser lindo contigo siempre. Quiero verte feliz, Kairi.

Solté sus manos y di la vuelta para mirarlo. Sus ojos eran completamente oscuros. Me miraba con algo de dulzura y cariño. Fue extraño. No podía decir que tenía sentimientos por él; solo era atracción.

«Por ahora».

Vaya, ahí estaba mi subconsciente de nuevo. Genial.

Sin previo aviso, sus labios se unieron con los míos. Agradecí que estos, al menos, detuvieran las insinuaciones de mi subconsciente. Rodeé su cuello con mis brazos, tomé su cabello entre mis dedos y jugué con él mientras lo atraía más a mi boca, devorando sus labios y sintiéndome tan bien al percibir su calor. Él, como siempre, logró que me olvidara de todo a mi alrededor. Solo existíamos nosotros, y aquello me hizo temer. Era como si estuviese tomándome de a poco, haciéndome suya, alejándome de lo demás, de toda relación que pudiese tener con el exterior. Y yo, sin darme cuenta, se lo permitía.

—Te quiero, Kairi —susurró entre besos.

Un cosquilleo me recorrió de pies a cabeza al escucharlo. Era demasiado pronto para que me dijera esas palabras. Simplemente creía que debes conocer mucho a alguien, conocerlo en la mayoría de sus facetas, tanto buenas o malas, para así poder decir con toda confianza que lo quieres. Porque ¿cómo hacerlo cuando apenas cruzas palabras con esa persona? No obstante, lo dicho por su padre se repitió en mi cabeza: «El tiempo no es de importancia».

Debería de ser así.

«¿Y tú cómo demonios vas a saber eso si nunca te has enamorado?».

«Calla, maldita sea. No necesito enamorarme para tener una idea de lo que es el amor.

Recuerda que he leído demasiados libros, estúpido subconsciente». «No me callaré. No puedes comparar leer con experimentar» Demonios, quizá tenía razón… Quizá.



—¡Kairi! ¡Donovan ya está aquí!

—¡Ya bajo! —grité, tomando mi mochila, y di una última mirada en el espejo.

Dulce tortura

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