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CAPÍTULO 11


Donovan se mantuvo callado. Su cuerpo temblaba de rabia mientras apretaba sus manos en puño. Daba la impresión de que en cualquier momento se le lanzaría encima a Derek, pero no a golpes. Era como si hubiese algo bestial en él, como si se contuviera para no desgarrarle la garganta. Me estremecí. Retrocedí de forma imperceptible a la vez que un miedo me atenazaba. Una voz gritó en mi cabeza, una alarma que no había podido apreciar antes y a la que debí haber puesto mayor esfuerzo por entenderla.

—¿De qué está hablando, Donovan? —le pregunté en un hilo de voz.

Él no se movió un centímetro.

—Anda, Donovan, díselo —lo incitó Derek destilando burla.

—Vamos adentro, Kairi —ordenó Maddy. Su mano se cerró alrededor de mi brazo, mas no consiguió moverme.

—¿Qué? No, por supuesto que no —aseveré tajante. No pensaba moverme de ahí—. Donovan —lo llamé de nuevo.

No me miró. Su vista seguía fija sobre Derek; ambos se querían matar con los ojos.

—Es mejor que cierres la boca —habló, por fin, dirigiéndose a Derek—. Sabes las reglas —añadió.

¿«Reglas»? Hundí las cejas.

—Por supuesto, pero puedo provocarte. Ya sabes: en nuestra condición, es difícil de controlar —contestó divertido, retándolo.

Ignoraba de qué carajos estaban hablando. Ambos me confundían, me escondían muchas y estaba cansada de eso.

—Lárgate. —Fui hacia Derek y lo empujé con mis manos, sin tener la menor idea de que estuviese haciendo bien; pero, después de todo, conocía más a Donovan que a él, o al menos eso quería creer—. Vete de mi casa y deja de meterte en mi vida.

Él me miró displicente, sujetó mis manos y las apretó con fuerza. Me presionó contra su cuerpo; nuestros pechos chocaron; y su calidez me atravesó.

—Él solo te está usando —susurró—. No digas que no te lo advertí cuando termines llorando y con el corazón roto.

Sus palabras me calaron en lo profundo de mi ser porque lo sentí sincero, como nunca antes. Entonces, soltó mis manos. Las dejé caer a ambos costados al tiempo que él daba la vuelta; se dirigió a su auto para después marcharse. No me moví, me mantuve ahí repitiendo en mi cabeza una y otra vez lo que me había dicho.

—Kairi.

Miré a Donovan. Me suplicaba con su mirada que confiara en él, pero ¿cómo hacerlo después de su comportamiento?

—Si al menos fueras sincero conmigo, yo no dudaría en confiar solo en ti —espeté con tristeza. Ni siquiera estaba enojada.

Caminé hacia la casa sin molestarme en absoluto por esperar a Maddy. Con Donovan, todo era imposible. No podíamos dar un paso al frente cuando ya retrocedíamos dos. Era sencillamente agotador para mí que él siguiera estando en mi vida.



No pude conciliar el sueño en toda la noche debido a que había dormido por mucho tiempo en el día. Debido a mi insomnio totalmente buscado, me hallaba con unas enormes manchas negras bajo mis ojos y con un humor de los mil demonios, típico de una persona con necesidad de descanso. Gracias al cielo, era sábado, así que al menos podía seguir en cama hasta la hora que se me diera la gana, o al menos esos eran mis planes.

—¡Kairi! ¡El almuerzo está listo! —gritó Maddy.

Hice una mueca. Mi apetito era nulo.

—¡Ahora voy! —grité de vuelta.

De mala gana, me levanté de la cama y fui al baño. Ya dentro, arreglé un poco mi cabello y lavé mi cara para despabilarme un poco. Las ojeras lucían horribles, además de que mis ojos se veían opacos, sin emoción. Extraño. Posteriormente, bajé a comer. Maddy estaba poniendo la mesa, así que terminé de ayudarla, y luego juntas nos sentamos a almorzar. Ella no dejaba de mirarme. Me comenzaba a parecer incómodo el sentir sus ojos sobre mí a cada momento. Analizaba cada gesto que hacía, como si estuviese esperando que le dijera algo o que efectuara algún tipo de movimiento. Cabía mencionar que no habíamos tocado el tema de lo sucedido hacía unas noches. Donovan ni siquiera me había llamado, mucho menos se había aparecido por allí o por el colegio. Sinceramente, no me hallaba con ánimos de buscarlo, además de que lo prefería así. Necesitaba un tiempo lejos de él.

—¿Qué? —espeté dejando el cubierto a un lado.

—No vas a creer en todo lo que dijo ese tipo en contra de Donovan, ¿cierto?

Inhalé profundamente.

—Sinceramente, no sé en qué demonios creer ni en quién confiar —confesé sin titubeos.

Surcó una mueca.

—Soy tu hermana. ¿Es que acaso ni en mí confías? —repuso en tono ofendido.

Rodé los ojos.

—Sabes que me refiero a ellos —repliqué cansada. Hablar de estos temas me agotaba mentalmente; por eso, lo había estado evitando.

—Donovan es tu novio, Kairi. Me parece una buena persona —lo defendió.

Quise reír.

«Novio». La palabra se repitió en mi cabeza. A decir verdad, no sabía si lo éramos o no. Había aceptado ser su novia porque era consciente de que no me dejaría tranquila hasta que le dijera que sí. Había optado por la salida más fácil para evitarme problemas y tener que lidiar con su insistencia. Sin embargo, estaba pagando más caro el haberlo decidido así, ya que había resultado ser peor. Pero ¿qué opción me quedaba? Él me lo había advertido: nunca me dejaría en paz. Y debía admitir que le tenía cierto cariño. Después de todo, pasábamos todo el tiempo juntos. Era inevitable tener sentimientos hacia él.

—Lo dices solo porque es el hermano del chico que te gusta —aseguré.

Ella sonrió y cerró sus ojos un momento para negar con su cabeza.

—No es así —replicó—. Puedo verlo en sus ojos. Está loco por ti.

—No te confíes demasiado por lo que ves en sus ojos. Aunque sean la ventana del alma, algunas veces la verdad puede estar oculta debajo de una mentira

Se mantuvo seria y siguió almorzando, resignada al darse cuenta de que era imposible hablar conmigo sobre Donovan. Al terminar, levanté mi plato y lo lavé. Luego me dirigí a mi habitación, cerré la puerta, fui al baño a lavar mis dientes y después me senté sobre la cama, con la vista perdida en la nada. Sin saber qué hacer, y para no tener tiempo libre para pensar, tomé mi cuaderno y comencé a dibujar. Tuve como paisaje el espeso bosque que admiraba desde la ventana de mi habitación. Conforme pasaban los minutos, me fui relajando. Esa era una de las tantas razones por las cuales amaba dibujar: me olvidaba de todo, me calmaba y podía sacar todo ese estrés y ese coraje que guardaba en mi interior además de que el tiempo se me pasaba volando. Me mantuve dibujando durante muchas horas y, en algún momento, Maddy fue a avisarme que se iría al trabajo. La despedí y seguí haciendo lo mío por lo que restaba del día. No tenía nada mejor que hacer.

—Veo que dibujar para ti no se trata de un simple pasatiempo.

Respiré profundamente y con lentitud miré hacia la puerta de mi habitación, donde Donovan estaba apoyado contra el umbral.

—¿Cómo demonios entraste? —espeté de malas. Dejé mi cuaderno sobre la cama y me puse de pie.

—La puerta estaba abierta —contestó encogiéndose de hombros—. Creo que no deberías dejarla así. Quizá la próxima vez pueda tratarse de un ladrón.

Reí sin una pizca de gracia.

—No me preocupo demasiado. Al parecer, tengo un guardián en el bosque que desaparece a los ladrones por mí —dije haciendo referencia al lobo—. Tal vez podría comenzar a gritar como loca para que aparezca y así deshacerme definitivamente de ti.

Él comenzó a reír mientras negaba con la cabeza. Parecía mofarse de algo que solamente a él le parecía gracioso.

—Sí, claro. Recuerdo el miedo en tus ojos al nombrar a ese enorme lobo que entró a tu casa —masculló con absoluto sarcasmo.

—¿Sabes qué? No tengo que seguir escuchándote. Si solo has venido a irritarme, felicidades, ya lo lograste. Ahora, vete.

—No vine a eso, aunque admito que es divertido irritarte. A lo que venía era a invitarte a cenar.

Me crucé de brazos.

—Gracias, pero no, gracias —espeté despectiva.

—Vamos, Kairi. Aún eres mi novia. Déjame invitarte a cenar.

Solté un bufido, exasperada.

—Ya no soy más tu novia —repuse no muy segura.

Sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Yo creo que sí —afirmó, acercándose a mí un poco más.

Retrocedí sin querer tenerlo cerca.

«¡Mentirosa!».

«Maldita, ya habías tardado en hacer tu brillante aparición».

Sí, sí. Quería lanzarme sobre él y besarlo una y otra vez, perderme de nuevo entre sus fuertes brazos, sentirlo junto a mí, apreciar su calor, su aroma. Pero las mentiras en las que estaba envuelta nuestra relación me lo impedían.

—Deja de ser tan obstinada. Arréglate y vayamos a cenar —me sugirió.

Suspiré estresada. No tenía ánimos para eso.

—No —me mantuve firme.

De pronto, me abrazó y no luché para salir de la prisión que eran sus brazos para mí. Me vi suspirando casi imperceptiblemente para que él no notara lo tranquila que me sentía y lo mucho que me gustaba respirar su aroma que, de alguna forma, lograba tranquilizarme.

—Anda… Por favor —suplicó—. Quiero pasar más tiempo contigo. No me gusta que discutamos, ni estar peleados.

Cerré los ojos, negué con la cabeza y me volví a verlo.

—Soy una fácil —dije rendida—. De acuerdo.

Sonrió.

—No eres fácil. Sencillamente no eres de las que se hacen rogar mucho, pero que al final terminan accediendo. —Él besó mi frente—. Te espero abajo.

Salió de mi habitación y yo me dirigí al armario. Tomé ropa; no elegí lo mejor, solo algo con lo que me sintiera cómoda. Me desnudé y me vestí normalmente, sin poner demasiada prisa en ello; cepillé mi cabello y lo dejé suelto; me coloqué perfume y no me maquillé en lo absoluto. Me gustaban el tono natural de mis mejillas sonrojadas, mis labios rosas y mis ojos que, para mi gusto, no necesitaban cubrirse con capas de maquillaje. Pese a ser de un color chocolate, siempre había un brillo en ellos que jamás se había opacado.

Fui por mi bolso y salí hacia la planta baja. Donovan estaba de pie en el comienzo de las escaleras, me miró y sonrió complacido.

Salimos juntos; cerré la puerta y guardé las llaves en mi bolso. Enseguida abrió la puerta de su auto para mí y subí, entonces él realizó lo mismo momentos después.

De nuevo me sumergí en el aroma que se encontraba palpable dentro del auto. Olía a él, a su esencia, no a su perfume. Nunca me había pasado algo así, el percibir otra cosa que no fuera más que la loción que usara otra persona. Raro, pero no encontraba razones lógicas para la mayoría de las cosas que sucedían en torno a Donovan, así que lo ignoré. Sorpresivamente, él tomó mi mano mientras conducía, besó el dorso y me sonrió de lado. Le devolví la sonrisa y, nerviosa, me dediqué a mirar por la ventanilla del auto. Esos gestos de su parte eran dulces, lo que cualquier chica amaba, y una voz muy lejana en mi cabeza me advertía sobre sus atenciones tan… perfectas.

Después de recorrer algunas calles de la ciudad por al menos veinte minutos, llegamos a un bonito restaurante, sencillo, pero muy bello. El lugar tenía la pinta de ser algo antiguo, aunque al mismo tiempo moderno, de paredes de ladrillo y de fachada de granito grisáceo. Donovan detuvo el auto, luego bajó a abrir mi puerta, atrapó mi mano, me ayudó a bajar y juntos entramos. Un joven nos indicó dónde podíamos tomar asiento. Las mesas estaban cubiertas por manteles rojos con blanco; había veladoras en medio de cada una de estas; y la luz se encontraba tenue. Era romántico y acogedor.

—Buenas noches, ¿qué van a ordenar? —preguntó amable un mesero.

Yo mantenía mi vista aún fija sobre el menú.

—¿Me permites elegir por ti? —comentó Donovan.

Alcé la vista y le sonreí.

—Adelante —contesté.

Sonrió complacido y. sin ver el menú, ordenó varios platillos con un par de nombres extraños, a los que no les presté mayor atención, además de ordenar vino tinto. El lugar era italiano y, sinceramente, hacía demasiado que no probaba ese tipo de comida. Me alegraba volver a hacerlo, ya que esta era deliciosa.

—Te va a encantar —aseguró con una sonrisa.

—Nunca me habían invitado a cenar —declaré repentinamente.

—¿Nunca has tenido novio? —Me miró curioso.

—Por supuesto que sí. Tengo diecisiete años. Es normal que haya salido con chicos, pero nunca ha sido a una cena.

—Me alegra ser el primero en ello —reveló sin mala intención.

No pude evitar sonrojarme. Bajé la mirada y me pregunté cómo supo que yo no era virgen. En mi vida sexual, solo había existido un chico, lo cual no me era muy agradable recordar.

—No tienes qué avergonzarte por nada, Kairi. Tu pasado no me importa. Tu presente es lo que cuenta para mí —me tranquilizó.

Le sonreí agradecida.

De pronto, fuimos interrumpidos por el mesero, que llegó con nuestros platos. Lo que había en el mío tenía muy buena pinta. Así que, al mismo tiempo que Donovan, comencé a cenar.

Él, de vez en cuando, me dedicaba una mirada. Bebía de su copa, mojando sus labios, tentándome cada vez que lo hacía. Me moría por besarlo, pero ya lo haría cuando estuviera dentro del auto. Sorprendente era la manera en que siempre me hallaba atraída y seducida por su boca. Suspiré y seguí cenando hasta que mi plato estuvo vacío, al igual que el de mi acompañante.

—La cena estuvo deliciosa. Gracias por traerme aquí —comenté sincera.

—No me des las gracias.

Entonces, un hombre se acercó a nosotros, interrumpiendo momentáneamente nuestra pequeña charla. Él era un hombre maduro, alto, de buen ver. Tenía un aire poderoso y oscuro, que solo había notado en dos personas, y una de ellas estaba sentada frente a mí. Su cabello era castaño, casi oscuro, y el color de sus ojos era tan negro como el carbón.

—Hijo, no me dijiste que vendrías —se quejó el señor.

Donovan sonrió y se levantó de la mesa. Ahí entendí el reconocimiento de mi parte con aquel hombre.

—Ya que estoy aquí, quiero presentarte a Kairi Baker —dijo, señalándome—, mi novia. Kairi, él es mi padre, Adrián Black.

Me incorporé de la silla para saludarlo. Él extendió su mano hacia mí, dio un apretón fuerte y me observó con odio por una fracción de segundo, por lo que no pude deducir si lo imaginé.

—Al fin te… conozco, Kairi —murmuró algo serio e incómodo con mi presencia.

Sin embargo, no entendía por qué.

—Mucho gusto, señor Black —respondí tensa, pero luchando fervientemente por escucharme tranquila.

—El gusto es mío. Tantos años esperando para conocerte… —musitó con un deje de resentimiento en su voz.

No supe qué decir. En sus palabras había algo oculto, pero, por más que intentaba encajarlas y encontrarles sentido, me era imposible.

«¡Corre!», gritó mi subconsciente. Pero, aunque yo lo quisiera, tal parecía que no importaría el lugar donde me escondiera: nunca estaría a salvo.

Dulce tortura

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