Читать книгу Dulce tortura - Elena López - Страница 16
ОглавлениеCAPÍTULO 10
Donovan y su maldita costumbre de dejarme con la boca abierta. No podía creer que fuera precisamente su hermano quien estuviera saliendo con Maddy. Esto no me parecía una coincidencia, no. Definitivamente, había algo más. Las casualidades no existían, joder, no.
—Eso no puede ser verdad —susurré atónita.
—Lo es —refutó, como si nada.
—¿Qué demonios hace tu hermano con mi hermana? Mejor dicho, ¿qué es lo que ambos traman?
—No tramamos nada —contestó sereno e inalterado—. Ustedes son atractivas. No es extraño que nos gusten.
—No me trago ese cuento. Y ahora, vete. Ya me encargaré de alejar a Maddy de las garras de tu hermano.
Dibujó una pérfida sonrisa en sus labios rojos.
—No puedes huir de las mías, y ¿quieres salvar a tu hermana? —inquirió burlón, por lo que un escalofrío fue enviado a mi espina dorsal.
Intenté cerrarle la puerta, pero, como era obvio, él era mucho más fuerte que yo: la empujó y entró a mi casa sin ser invitado.
—Lárgate; no te invité a entrar.
—Sí, cada vez me dejas más en claro que distas mucho de tener modales.
—¡Vete! —grité, con unas ganas enormes de llorar—. No quiero tenerte cerca ni tengo ánimos de pelear, me siento mal.
—Es por eso que estoy aquí —repitió cerrando la puerta.
—¿En serio? ¿Acaso sabes de medicina?
—No, pero tenerme cerca es tu mejor medicina. Siempre lo será —dijo sonriendo de lado.
—Y he aquí la arrogancia personalizada —expresé señalándolo de pies a cabeza.
Soltó una risa, que no hizo más que llevar en aumento mi enfado. Era un idiota, y nunca me cansaría de repetirlo.
—¿Qué demonios quieres de mí, Donovan? —solté sin más. Estaba cansada de todo—. ¿Sexo? Adelante, tengámoslo si así me libro de ti.
—Vamos, Kairi, no estoy detrás de ti por sexo. —Ladeó su cabeza y volvió a sonreír—. Aunque, bueno, sí, quiero meterme entre tus piernas, pero eso sería después. — «Idiota»—. No entiendo por qué carajos no comprendes que me gustas y que deseo tenerte para mí.
—Porque hay un montón de chicas más lindas que yo. Por Dios, Donovan, no me trago el cuento de que he llamado tu atención. Tú me ocultas algo. Derek tiene razón.
—Deja de nombrar a ese imbécil —espetó esta vez molesto.
—No, quizá debería hablar con él. Ha sido más sincero conmigo que tú —mentí.
Fue hacia mí y me tomó entre sus brazos; forcejeé. Tenerlo cerca era un peligro para mí: me tentaba y no quería caer. No de nuevo. Cerré mis ojos para no centrarme en sus labios, esos labios que me volvían loca. Su aliento me acariciaba suavemente; su boca rozaba la mía en una sutil invitación, que me esforzaba por rechazar.
—Por favor, detente ya. Estoy cansada de pelear contigo cada día, de que hayas hecho de mi vida una tortura cuando todo marchaba tan bien. Estoy harta de no saber lo que me ocultas ni tus verdaderas intenciones —susurré con la voz quebrada.
—Todos tenemos secretos, Kairi, y yo necesito que tú confíes en mí plenamente para poder contarte los míos. No voy a lastimarte. ¿Es tan difícil para ti entender que me has atrapado? Me gustas como nadie más. —Abrí mis ojos, que enseguida fueron al encuentro de los suyos.
Parecía que no mentía, pero aún encontraba algo en ellos que me hacía dudar. Tal vez debería entender que yo también era una desconocida para él. Sus secretos quizá eran fuertes y no fáciles de contar.
—Deja de guiarte por lo que te dicen los demás. Te estoy pidiendo que me des la oportunidad —dijo aflojando su agarre—. No te voy a fallar.
—Yo no sé… No sé, Donovan.
Acortó la casi nula distancia que nos separaba y me besó tiernamente. Sorpresivamente, caí en cuenta de que aquel dolor que sentía disminuía notablemente. No sabía si era por la cercanía de Donovan o por el medicamento, aunque me inclinaba más por la última alternativa. Era ridículo de mi parte el siquiera pensar que mi salud y mi bienestar dependían de un chico.
—Debes irte —susurré alejándome de él.
—Déjame acompañarte hasta que tu hermana vuelva. Prometo comportarme.
Analicé mis opciones de quedarme sola recostada sobre mi cama o de aceptar su compañía. Tal vez, si le decía que sí, podría tratar de hacerle preguntas y obtener las respuestas que necesitaba.
—De acuerdo —acepté al fin.
—¿Has comido algo?
—No tengo demasiado apetito ahora —repuse caminando a la sala.
No encendí la luz, me senté sobre el sillón. Donovan hizo lo mismo; entonces, me recosté apoyando mi cabeza en su regazo. A él no pareció molestarle en lo absoluto. Comenzó a acariciar mi cabello y yo me dediqué a mirar la nada.
—Cuéntame algo de ti —dije rompiendo el silencio—. Quiero conocerte más — añadí. En todo ese tiempo, solo habíamos hablado de cosas banales. Quería saber de su vida personal.
Lo escuché suspirar. Estaba tan cálido, como si su cuerpo fuera una hoguera andante.
Me encantaba.
—¿Qué quieres saber? —susurró con tranquilidad.
—Sobre tu familia.
—Bueno… Solo somos Christian, mi padre y yo. Mi madre murió hace algunos años —dijo con la voz rebosante de rabia.
—Lo siento —musité mientras me sentaba sobre el sillón para mirarlo.
—Está bien, ya lo he superado.
Sin embargo, me daba la impresión de que no era así.
—A decir verdad, nunca se supera la muerte de alguien. Solamente se aprende a vivir sin su presencia. —Suspiré—. Yo no quiero ni puedo superar la muerte de mi papá. Soy feliz al mantenerlo vivo en mi memoria y en mis recuerdos. Ellos estarán con nosotros siempre que los tengamos presentes en nuestros corazones, aunque no se encuentren físicamente.
Él se mantuvo en silencio, mirándome con intensidad. Me fue imposible después de unos segundos sostenerle la mirada. Era intensa y penetrante.
—Los recuerdos no siempre te dan felicidad. A veces duelen.
—Lo sé. Sin embargo, hay algunos que te salvan —repuse serena.
—Y otros que te condenan. —Me estremecí.
Dijo eso mirándome a los ojos. Un sentimiento extraño me recorrió. Era como si esas palabras me las estuviera diciendo a mí.
No obstante, no encontraba una razón lógica para que aquello pudiera ser así; apenas lo conocía. Negó, sacudiendo su cabeza repetidamente, quizá tratando de alejar cualquier pensamiento que estuviera dando vueltas en su cabeza.
—En fin… Dices que tu padre murió. ¿Qué hay de tu madre? —preguntó para cambiar de tema.
—Ella nos abandonó —mascullé entre dientes, y a él no pareció sorprenderle mi respuesta.
—Quizá tuvo una razón para hacerlo —dijo sorprendentemente—. Tal vez te quiso proteger… A ambas.
Me había planteado una y mil razones por las que ella pudo haberse ido; pero, aun así, nada la justificaba. Yo nunca hubiera dejado a mis hijos. Fuera cual fuera la razón, jamás lo hubiera hecho. Pero obviamente no todas las madres piensan así, y mucho menos la mía.
—Quizá —mentí.
—¿Nunca has tratado de buscarla?
—No, ¿qué caso tiene buscar a alguien que no me quiso? —susurré con tristeza. Porque, a pesar de que había aprendido a vivir sin ella, aún dolía. Todas mis amigas tenían madre, una amiga incondicional con quien hablar, alguien que les diera consejos, y yo no había tenido nada. Mi padre nunca había sido bueno hablando y Maddy parecía estar igual que yo. Había tenido que aprender a estar sola, sin ese cariño maternal.
—No te pongas así —dijo abrazándome—. Mejor te acompaño a tu habitación a descansar.
Reí.
—Ni loca. Podemos estar aquí —propuse mirando el reloj, y me di cuenta de que las horas se habían pasado volando mientras estaba con él.
—Si lo que piensas es que quiero tener sexo, bien puedo tomarte aquí. No me hace ninguna diferencia. Solo quiero que descanses —me aclaró tocándome la frente con la mano, como si yo fuese una niña pequeña.
—De acuerdo —acepté. Fuera uno a saber a qué hora iría a llegar Maddy.
Nos levantamos del sofá y lo guie hasta mi habitación. Aunque él sabía el camino, se mantuvo detrás de mí.
Al llegar, abrí la puerta, entré y luego lo hizo él. Cerró la puerta; yo me recosté sobre la cama y lo invité a que hiciera lo mismo. No lo dudó. Deslizó su brazo por debajo de mi cabeza y presioné mi mejilla contra su pecho. Se sentía bien estar así, en silencio, atrapada por sus brazos fuertes y cálidos. No me gustó en lo absoluto aquella sensación, que fuera tan perfecto estar con él así. No deseaba extrañarlo cuando no estuviera.
—No sabes el lío en que ambos nos estamos metiendo —habló de pronto.
—¿A qué te refieres? —pregunté sin mirarlo.
—A esto… Tú y yo. Los sentimientos que, aunque no lo deseemos, crecen entre nosotros.
Él tenía razón. Estaba aterrada: Donovan no era el tipo de chico por el cual debía comenzar a tener sentimientos. Y, sin embargo, ahí estaba, permitiendo que poco a poco se adentrara en mi corazón.
—Entonces, simplemente prometamos no mezclar sentimientos y ya. Podemos solamente ser amigos con beneficios. Eso me vendría bien, tener sexo contigo sin ataduras —le sugerí.
Lo escuché soltar un bufido.
—No quiero ser tu amigo con beneficios, quiero ser tu novio. —Su mano fue a mi mentón y lo tomó, haciendo que lo mirara—. Deseo que te enamores de mí, que me ames como no has amado a nadie. Quiero ser una necesidad para ti, quiero ser tuyo, Kiari.
Me recorrió un cosquilleo por cada centímetro de mi cuerpo. No supe qué decir y él pareció darse cuenta de ello, dado que sonrió y luego me besó.
Suspiré y le respondí lentamente, saboreando sus labios. Él subió sobre mi cuerpo; con lentitud, su respiración y la mía comenzaban a acelerarse. Dejó caer un poco su peso sobre mí, aprisionándome sin dejarme escapar, y no sé por qué tuve la certeza de que nunca podría hacerlo.
Poco a poco sus manos comenzaron un recorrido por mi cuerpo, acariciando con cautela mis piernas desnudas. Me estremecía al sentirlo; mi piel se erizaba ante su toque, incluso cuando este era cálido. Fui consiente de a dónde nos llevaría eso y, a pesar de no ser virgen, no podía acostarme con él: era demasiado pronto.
—Donovan… —susurré alejándome de sus labios; pero él ágilmente volvió a besarme, sin mostrar el menor indicio de querer detenerse.
Rendida, seguí respondiendo, perdiéndome entre sus caricias, olvidándome completamente de todo. Me dejé llevar mientras su mano se colaba por debajo de mi blusa, tocando con sus dedos la piel de mi abdomen. Su toque me quemaba; él estaba ardiendo; yo estaba igual. Lo atraje más a mi boca, mordí delicadamente su labio inferior y mi lengua se deslizó suave por este. Donovan gimió en respuesta, apretándose más contra mi cuerpo, que se curvaba contra el suyo en busca de más. Se metió entre mis piernas y su erección se clavó contra mi pelvis. Los nervios hicieron su flamante aparición.
—Kairi —alguien me llamó.
Me separé de Donovan de golpe.
—Dios… Mi hermana —musité tratando de ponerme de pie.
Donovan no se movía, más bien sonreía al ver mi apuro.
—Quítate de encima, Donovan —le pedí nerviosa.
—¿Por qué? —preguntó burlón.
—Por favor. Si me encuentra contigo aquí, va a sermonearme —susurré escuchando a mi hermana subir los escalones.
Besó mis labios una vez más y se incorporó. Hice lo mismo y rápidamente reacomodé mi blusa y mi cabello justo cuando ella apareció. Miró a Donovan y luego me miró a mí.
Lucía verdaderamente sorprendida, por más que intentara disimularlo.
—Hola. Veo que te sientes mejor —concluyó.
—Sí… Yo ya estoy bien —balbuceé.
Luego vi a alguien que apareció detrás de ella. Era un chico —bueno, quizá pasaba los veinticinco— muy apuesto; de cabello castaño, corto y ondulado; un poco más alto que Donovan, igual de musculoso que él. No tenían mucho parecido, solo por sus ojos: los de él también aparentaban ocultar algo.
—Buenas noches —saludó el muchacho al ver que lo observaba detenidamente—. Kairi, ¿cierto?
—Sí, y tú eres Christian, supongo —murmuré reticente.
—Supones bien —contestó sonriente—. Donovan, creo que es hora de irnos —añadió mirando a su hermano, quien permanecía impasible.
—Debo irme. Te llamaré más tarde. Quizá podamos ir a comer… o al cine —susurró.
Le sonreí de vuelta.
—Claro. Vamos, te acompaño a la puerta.
Al llegar a la entrada, Christian extendió su mano hacia mí. La tomé de no muy buena gana.
—Un gusto, Kairi.
—Lo mismo digo —respondí seria.
No me agradaba. El mismo sentimiento que me había invadido con Donovan se repetía con él. Quizá, conociéndolo más, cambiaría de opinión.
Bajé las escaleras con Donovan y lo acompañé hasta su auto para permitir que Maddy se despidiera de Christian en la puerta. Donovan me abrazó. No quería irse y yo no hice más que responderle, envolviendo su cintura con mis brazos. Su mano se deslizó por mi espalda y un escalofrío me recorrió al escuchar de nuevo esos aullidos a la lejanía. Me separé de Donovan mirando el bosque.
—Esos lobos me provocan un miedo horrible —confesé.
Miré a Donovan y tenía su vista fija en el bosque, al igual que yo. Su ceño estaba fruncido y se mantenía atento, escuchando los aullidos, como si de alguna manera pudiera entenderlos.
—Sí, deberías temerles —me aconsejó sin observarme.
—Donovan, debemos irnos. —Su hermano estaba igual que él. Parecían ansiosos.
—Nos vemos mañana —dijo y besó mi mejilla rápidamente.
Se dirigió a su auto. Entonces, vi que otro se aproximaba a nuestra casa y se estacionaba frente a esta. Me resultó extraño, ya que era tarde y nadie nos visitaba. Donovan no subió a su auto, mantuvo la puerta abierta y la cerró con fuerza al ver a la persona que bajaba del otro vehículo.
Derek caminó como si nada hacia mi dirección, obviando a los demás, como si solo existiera mi presencia para él.
Me paralicé. No entendía qué estaba haciendo allí.
—Ni siquiera lo pienses —lo detuvo Donovan tras llegar a él rápidamente.
Lo empujó con fuerza. Derek reaccionó y lo golpeó en el rostro.
—¿¡Qué demonios te sucede!? —grité yendo hacia Donovan, pero Christian sujetó mi brazo. Donovan estaba fuera de sí. Fue hacia Derek y le devolvió el golpe con mucha más fuerza. —¡Detenlos! —le grité a Christian, pero él negó.
Maddy estaba igual de asombrada que yo. No se movía, estaba atenta a la pelea que esos dos tenían.
—¡Vamos, Donovan! —gritó Derek—. Va siendo hora de que le muestres a Kairi lo que eres. Veremos si seguirá confiando en ti cuando lo sepa.
Donovan me lanzó una mirada rápida. Entonces, entendí que, fuera lo que fuera lo que me ocultaba, no era bueno. Tuve la necesidad de salir corriendo y huir de él, pero supe que nunca podría escapar de sus garras.