Читать книгу Dulce tortura - Elena López - Страница 15
ОглавлениеCAPÍTULO 9
Derek no bromeaba en lo absoluto. Me miraba serio y con un poco de enojo. Yo, por mi parte, me quedé perpleja al escucharlo. No les encontraba sentido alguno a sus acusaciones, aunque tampoco conocía del todo a Donovan como para meter las manos en el fuego por él. Sin embargo, lo pondría por encima de Derek. Lo haría sin dudarlo.
Enojada, lo empujé con ambas manos, apartándolo definitivamente de mí. Su cercanía no me gustaba. Si Donovan me hacía desconfiar en ocasiones, con Derek, esa suspicacia era mucho mayor.
—Creo que debería comportarse como lo que es —escupí en tono tosco.
—Escucha lo que te digo, Kairi —insistió con molestia—. Lo único que hará Donovan Black será lastimarte. Es lo que busca.
—¡Basta! —grité—. Usted no es nadie para decirme tales cosas. Si va a acusarlo, al menos tenga pruebas.
Sus labios se fruncieron y sus manos se hicieron puños. La impotencia era visible en sus ojos; centellaban de ira.
—Desafortunadamente, no las tengo; y cuando al fin te des cuenta de lo que él trama contigo, será muy tarde. Te aseguro que, si sigues a su lado, terminarás con el corazón roto.
No me quedé a escuchar más. Salí del aula hecha una furia. Sus palabras difícilmente saldrían de mi cabeza. Logró lo que quería: sembrar en mí la duda y el único que era capaz de aclararme todo era Donovan. Podía asegurar que no me diría absolutamente nada, pero no perdía nada con intentar. Quizá me estaba equivocando. Al menos, le daría el beneficio de la duda. No podía dejarme llevar por las palabras de Derek.
Caminé con prisa por el pasillo con las miradas de los estudiantes sobre mí —como siempre—. Lo detestaba. Al parecer, no tenían nada más importante que hacer. Recorrí los pasillos en segundos y, cuando pasaba por el jardín dispuesta a ir a la biblioteca, algo llamó mi atención al ver a Donovan.
La sangre hirvió en mis venas, no por celos, sino de rabia.
Ahí estaba el maldito, con una chica que yo no conocía, mucho menos que hubiera visto. Ella le susurraba algo al oído y él reía mientras negaba con la cabeza. Luego lo abrazó por la cintura y él besó su frente. Mantuvo ahí sus labios a la vez que sus manos la sujetaban de ambas mejillas. Una linda escena que, para mí, fue un golpe bajo.
¿Quién era ella? ¿Por qué jamás la había visto cerca de Donovan?
Sinceramente, cualquiera vería aquella escena como una acción de cariño entre dos amigos, pero no yo. Había algo en los ojos de ambos, algo que parecía que los unía, no como hermanos, sino como pareja.
Donovan se percató de mi presencia, incluso al no tenerme tan cerca. Sus ojos se encontraron con los míos; la sorpresa cruzó por ellos mientras que la chica me miraba indiferente.
Negué y di la vuelta para salir de ahí. Tenía un sentimiento de traición que crecía en mi pecho. Maldita sea, eso no me podía estar sucediendo a mí.
Salí a la calle sin preocuparme en caminar rápidamente a casa. Estaba segura de que Donovan no vendría corriendo detrás de mí para darme una explicación —como suele verse en las películas—, así que avancé a paso lento a mi casa, pensando en cada palabra dicha por Derek. Quizá debía escucharlo. Hubiera agradecido ver eso antes de decirle que sí a Donovan.
Maldita sea.
«Debí decirle que no».
Bien, al menos era algo que se podía arreglar. No había habido nada más que besos. Ni siquiera sentía amor por él, solo atracción, y eso me facilitaba las cosas para alejarme.
Aunque, conociéndolo, eso me iba a costar mucho.
Suspiré, agotada mentalmente.
Llegué a mi casa en poco tiempo, pero no entré, sino que me dirigí al bosque. Tenía ganas de estar sola, además de que no deseaba que Maddy se diera cuenta de que me había saltado todas las clases por culpa de dos idiotas.
Seguí el camino que había recorrido el día anterior con Donovan, tratando de no adentrarme demasiado en el bosque. No quería perderme.
Encontré un buen lugar para sentarme en una gran roca sobre el suelo. Me senté y coloqué mi mochila sobre mis piernas, mirando hacia la nada por unos momentos. Descansé mi vista para posteriormente sacar mi libro de dibujos y mi lápiz. Observé el papel en blanco, pensando en lo que quería dibujar. Entonces, mis dedos comenzaron a trabajar por sí solos, y crearon lo que menos esperaba: el gran lobo que había visto fue apareciendo en el papel. Lo hice a la perfección, tal y como lo recordaba. Cada trazo estaba hecho con precisión; todo fue perfectamente plasmado.
Sonreí mientras lo dibujaba. No entendía por qué lo estaba haciendo; simplemente la idea había llegado.
Tiempo después terminé, levanté el cuaderno para observarlo y quedé satisfecha con el resultado.
—No deberías estar aquí.
Cerré mis ojos un momento al escuchar a Donovan.
—Podría decirte lo mismo —repliqué—. Si estoy aquí, es porque no quiero ver a nadie. ¿Es tan difícil para tu cerebro captar el mensaje? —Me puse de pie, sonriendo con burla—. Cierto… Qué tonta soy. Tú careces de eso.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué te has ido así? —preguntó ignorando mi comentario. Sin duda, no venía en plan de pelea.
—Qué te importa —espeté guardando mi cuaderno, pero él me lo arrebató de las manos—. ¡Dame eso! —grité tratando de quitárselo, sin embargo, está de más el decir que no pude lograrlo.
Él se quedó observando el dibujo, frunció el ceño y luego sus labios se curvaron en una sonrisa.
—No me digas… —comenzó a decir mirándome y mostrándome el dibujo—. Es el lobo que viste.
Entorné mis ojos y le arrebaté el cuaderno.
—No tienes ningún derecho de tomar mis cosas —siseé.
—También son mías, como lo eres tú.
Lo miré molesta. Ahí volvía el idiota que había conocido. Ya se me hacía mucha belleza que no hubiera aparecido en los últimos días.
—¿Sabes qué? No te quiero cerca de mí, Donovan. Olvida lo que dije. No deseo ser tu amiga, mucho menos tu novia.
Caminé de regreso a casa escuchando sus pasos detrás de los míos. A continuación, tuve sus manos aferradas a mi cintura, las cuales detuvieron mi andar momentáneamente.
—No puedes simplemente decirme que no, Kairi. Nadie me dice que no a mí —me recordó.
—Pues seré la excepción.
Me dio la vuelta y quedamos frente a frente. Su boca estaba cerca de la mía, haciéndome una tentadora invitación que fervientemente me negué a aceptar. No podía dejarme doblegar siempre por esos labios que tenían el poder de volverme loca y hacer volar mi mente.
—La chica con la que me viste es mi amiga —explicó tranquilamente.
—Ella me importa una mierda, Donovan —mascullé—. Lo que quiero saber es ¿qué me escondes? ¿Qué es lo que Derek sabe de ti que yo no?
Me soltó cuando pronuncié el nombre de Derek. Su gesto se endureció; cada facción de su rostro cambió radicalmente.
—Solo no tenemos una buena relación. Fin de la historia. Es algo que definitivamente no te importa.
Me enfurecí.
—No me importaría en lo absoluto si él no se la pasara acorralándome y soltando un sinfín de estupideces sobre ti, además que no deseo besarlo de… —detuve mi palabrería abruptamente, aunque era tarde: él ya había escuchado suficiente.
—¿Te besaste con él? —cuestionó en voz baja.
—No precisamente —contesté retrocediendo lentamente.
—¿Disculpa? Entonces, ¿a qué demonios te refieres? —cuestionó acercándose más.
—Él me besó. Yo no le respondí.
«Al principio…»
«¡Cállate! Ahora no es momento para que hagas tu flamante aparición, maldita seas».
«Solo digo la verdad».
«Estúpida conciencia».
—Y ¿por qué carajos no me lo habías dicho? —cuestionó acorralándome contra un árbol.
Me esforcé por poner en orden mis ideas y, entonces, mi carácter salió a la luz. Este se mantuvo a raya, al igual que lo hizo el de Donovan.
—Porque no se me da la gana. No voy a darte detalles de todo lo que me suceda, lo que haga o lo que deje de hacer. No eres mi dueño, Donovan. Deberías tenerlo claro.
Me encogí cuando su puño se estampó con fuerza contra el árbol, justo al lado de mi cabeza. Giré mi rostro asombrada al notar cómo había hecho un hueco en el tronco. Pero, al parecer, para Donovan eso no era nada. Ni siquiera una mueca de dolor o de molestia surcó su cara. Absolutamente nada. ¿Qué acaso era de hierro?
—Lo soy y más temprano que tarde te darás cuenta de ello, Kairi. Me perteneces a mí —dijo tomándome del mentón con fuerza.
Sus ojos lucían perdidos. Me daba la impresión de que quien estaba hablándome no era él. Se veía enojado, más que eso, furioso. Pocas veces lo había visto así, por no decir que ninguna.
—Estás muy equivocado. No sé qué tramas conmigo, Donovan, pero vete haciendo la idea de que yo no soy juguete ni propiedad de nadie.
Intenté empujarlo, salir de la cárcel de sus brazos, mientras él parecía quererme matar con la mirada. Era extraño, como si estuviera siendo dominado por los celos… y por la necesidad de asesinarme. Esto último me hizo percibir un miedo de verdad. Estaba alejada de casa, en medio del bosque con un chico del que no sabía mucho y que ahora se encontraba realmente furioso.
—Tú… —inició apretando mi mentón y causándome daño— haces de mi cabeza un caos. No sé qué voy a hacer contigo, ni cuánto podré resistir esto que me consume desde adentro, Kiari.
—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté con el corazón que me latía frenético.
—Donovan —una voz lo llamó y ambos nos encontramos con que era Max—, suéltala. Sabes bien que no puedes dañarla.
Vi llegar detrás de él a los demás amigos de Donovan. Todos estaban serios, con la mirada fija sobre él. Adoptaron una posición cautelosa, pero al mismo tiempo de pelea, como lo hace un humano cuando quiere atrapar un animal.
Donovan me soltó. Entonces, me alejé de él súbitamente con los ojos llenos de lágrimas por la impotencia y la rabia de tener que soportarlo en mi vida. Pensé que sería diferente. Estúpidamente imaginé que podría darle una oportunidad, que debajo de aquel chico rudo se escondía alguien dulce, pero eso solo eran patrañas que las novelas y los libros nos venden. El chico rudo nunca va a cambiar su forma de ser por la chica nueva y tímida.
Quizá los escritores deberían tomar nota de eso y no ilusionar a las chicas como yo.
—¡Me perteneces, Kairi Baker! ¡No puedes huir de mí! —gritó a mi espalda.
Corrí deprisa, alejándome de él, pero sintiendo que en realidad que no lo hacía. Me abrumaba. Estaba confundida con la actitud de ellos, con las palabras que decían frente a mí y con a las que no les encontraba sentido alguno. Necesitaba respuestas, que alguien iluminara mi mente y deshiciera el nudo de preguntas que Donovan había creado en mi cabeza.
A la mañana siguiente me encontraba agotada. La cabeza me dolía y no tenía ánimos de levantarme de la cama, pero debía asistir al colegio. Había perdido todo el día anterior, pero sentía que mi cabeza iba a estallar. Demonios, a la mierda el colegio. Mi salud era más importante.
Me cubrí con las sábanas, temblando ligeramente a causa de la brisa fría que entraba por mi ventana. No tenía ánimos de levantarme a cerrarla.
—Kairi.
Miré hacia la puerta, donde estaba Maddy.
—¿Sí?
—¿Qué haces en la cama? Se te hará tarde.
—No me siento bien, Maddy.
Enseguida la tuve a mi lado, tocando mi frente y revisando mi rostro.
—Tienes fiebre. Te daré algo para bajar la temperatura y calmar el dolor de cabeza.
Sus palabras me sonaron a gloria.
—Por favor —susurré.
Salió de la habitación, y minutos después regresó con un vaso de agua en una mano y con un frasco de pastillas en la otra.
Me senté sobre la cama y tomé el medicamento para luego volver a dejar caer mi cuerpo sobre mi mullida y amada cama de nuevo.
—Descansa. Esto te hará dormir. —Besó mi frente en un gesto maternal—. Te dejaré la comida lista.
—No es necesario.
—Silencio. Ahora duerme, pequeña.
No sabía si era bruja o algo por el estilo, pero, en cuanto pronunció aquellas palabras, mis párpados se cerraron y me quedé profundamente dormida; entonces, me sumergí de nuevo en mis sueños que se volvieron oscuridad, donde aullidos predominaban y un par de ojos ámbar se mantenían siempre sobre mí.
—Kairi, me estás preocupando. Son más de las cuatro, y sigues dormida. —Divisé a mi hermana, que de verdad se veía preocupada. Con cuidado, me senté sobre la cama. Aún me encontraba mal—. ¿Cómo te sientes?
—De la mierda.
—Kairi, no me gusta que digas malas palabras —me reprendió.
—Lo lamento —mentí—. Me siento peor.
—Veo que no te hizo efecto. Quizá debería traerte algo de antibióticos o llevarte al hospital —dijo, más para ella que para mí.
Negué rápidamente.
—No es para tanto. Solo necesito dormir.
—Has dormido todo el día, y sigues igual. Ni siquiera has comido.
Iba a responderle, pero su móvil sonó. Vio la pantalla y una emoción relució en sus ojos. Raro.
—Christian… —susurró al contestar la llamada. Fruncí el ceño al notar su actitud de colegiala—. No lo creo. Mi hermana está enferma… Sí, quizá la próxima semana… No, no te preocupes. —Sonrió—. De acuerdo… Cuídate.
Terminó la llamada y me preparé para interrogarla.
—¿Christian?
—Oh, él es mi colega —explicó con un rubor en sus mejillas.
—Y te gusta.
Se sonrojó aún más.
—No —dijo rápidamente.
—Por supuesto que te gusta —refuté sonriéndole. —Bueno…, un poco —confesó mirando sus manos—. Él y su hermano menor irán con nosotras al cine.
—¿Me buscaste una cita?
Bien, quizá me serviría de distracción. No tenía novio y mucho menos pensaba seguir viéndome con Donovan. Ya no más.
—No, para nada —añadió rápidamente—. Sé que tienes novio.
Hice una mueca. Creía que había roto un récord como novia de Donovan: ni siquiera habíamos durado un día.
—Sí, bueno, ¿por qué no vas? Yo estaré bien —la tranquilicé.
—No quiero dejarte.
—No seas terca. Yo volveré a dormir —dije recostándome.
—¿Segura que estarás bien? —indagó vacilante.
—Sí. Largo, vete con Christian. Quizá consigas tener sexo.
—¡Kairi! —gritó escandalizada mientras yo reía.
—Es broma.
—Pues qué bromitas las tuyas —masculló. Se acercó a mí y plantó un beso en mi frente—. Descansa. Cualquier cosa, me llamas.
—Sí, vete a arreglar ya.
Volví a cerrar mis ojos. La escuché salir de mi habitación y, mientras esperaba que el sueño me abordara, seguía sus movimientos por la casa. El suelo rechinaba con cada paso que daba y me imposibilitaba un poco la tarea de dormir, además de que ya había dormido lo suficiente. Mas no quería levantarme de la cama. Me resultaba tan extraño tener esas reacciones en mi cuerpo, que hubiera estado bien antes de discutir con Donovan y luego, de la nada, un malestar del demonio cayera sobre mí.
«Quizás así se sentían las maldiciones que caían sobre las almas gemelas de los lobos». Ignoré aquel pensamiento estúpido que, vaya a saber por qué, abordó mi mente.
Me acomodé boca arriba mirando el techo con las manos sobre mi abdomen y oí que se cerraba la puerta de entrada, lo que me hizo saber que ella ya se había ido. Mi estómago protestó haciéndose presente, recordándome que no había ingerido alimento alguno. No obstante, mis ánimos por levantarme de la cama eran nulos. Así que lo mandé callar y volví a cerrar los ojos, aunque no por mucho, ya que alguien comenzó a golpear la puerta con fuerza.
Me senté rápidamente sobre la cama, y sentí más denso el dolor al hacerlo. Parecía que no iba a irse ya que, en lugar de disminuir, iba en aumento. Además, sentía un vacío en mi pecho, la falta de algo, la necesidad de estar con alguien… Con Donovan.
Tenía la imperiosa necesidad de verlo. Me dolía el pecho al no tenerlo cerca. Aquello me estaba asustando. No lo amaba, quizá sentía cariño por él, pero no era lo suficiente como para que estuviera extrañándolo de esa manera.
Me levanté de la cama, echando abajo mis esperanzas de que quienquiera que fuera dejara de tocar.
Bajé con cuidado los escalones, abrí la puerta de entrada y me encontré con Donovan frente a mí. Contuve el aliento y fingí una indiferencia que distaba de sentir.
—¿Qué haces aquí? —cuestioné brusca.
—¿Es tan difícil deducirlo? —replicó con una sonrisa que bailaba en sus labios.
—Donovan, no estoy de ánimos para discutir contigo. Me siento mal.
—Y es por eso también que estoy aquí.
—No me digas que eres doctor —dije con burla.
—No, ese es mi hermano, que precisamente está teniendo una cita con tu hermana en estos momentos «Demonios».