Читать книгу La vida es una nube azul - Elicura Chihuailaf - Страница 10
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ОглавлениеA lo menos una o dos veces en la semana nos despertábamos al amanecer –wvn– con la letanía de mis abuelos que, solos o acompañados por mis padres y/o por alguno de mis tíos y tías, realizaban la llellipun rogativa en el sitio destinado para ello en el lado oriente del huerto. Es en el momento en que se asoman los primeros rayos del Sol, ligaf pvrapan Antv. ¡Oo, Kushe - Fvcha Genechen; Kushe- Fvcha Genmapun! Anciana-Anciano Sostenedor de la Gente; Anciana-Anciano Sostenedor de la Tierra, decían vueltos hacia el levante. La reiterada interjección que siempre me conmovía: Oooo...!
En los días de primavera y verano la familia se afanaba en el proceso de ordeñar las vacas, cuyos terneros y terneras habían sido encerrados en un pequeño corral contiguo al galpón. La primera fase era el acarreo del agua desde el witrunko estero, a unos cien metros de la casa o desde la wvfko vertiente que está algo más distante; todo dependía del caudal. Esta era una tarea en la que nos gustaba colaborar
En medio del a veces estridente mugido de los vacas se procedía a manear a las más lecheras primero; la Pilmaikeñ Golondrina era una de las predilectas de nuestra madre. Todos conocíamos sus respectivos caracteres y en consecuencia era el cuidado –la tensión o la tranquilidad– con la que se procedía. Seguidamente se lavaban sus ubres y se iban sacando uno a uno los terneritos y terneritas desde el corral. Hermosas escenas de cariño entre madres e hijas / hijos que llegaban impetuosos a mamar; y mientras sacábamos la primera leche, el calostro, las vacas lamían alegres a sus alegres crías. También abrazábamos a los terneros más tranquilos mientras hacían uso del derecho a mamar otro poco para por fin ser apartados y concluir la tarea de la ordeña. Todavía escucho con claridad el sonido de los chorros iniciales de la leche golpeando el fondo de las jarras. Con frecuencia, algunos de esos chorros nos los lanzábamos directamente a nuestras bocas en regocijado adelanto del desayuno
Una parte de la leche se destinaba al consumo del día y una mayor cantidad se iba depositando en una meñkuwe o en un fondo enlozado, donde se agregaba el suero y se dejaba reposar en la sombra para obtener la cuajada con la que preparaban el queso. Nuestra tía María era la encargada de cultivar el suero en un metawe cántaro, utilizando para ello una «pajarilla», como le llamaban al librillo ahumado de un vacuno. Con la nata de la leche se hacía mantequilla. Para unos la tarea finalizaba con el arreo de los animales hasta el estero; para otros concluía con el lavado de todos los utensilios: baldes, jarras, trapos, cordeles, maneas. Mas cuando la cuajada estaba lista, seguía la fresca y sabrosa faena de preparar el quesillo, que comíamos a puñados. Y finalmente, envuelto en un paño blanco y puesto en una adovera, la admirable aparición del queso fresco soltando el suero hasta llegar a ser el queso que, ya maduro, consumíamos –sobre todo en el invierno– derretido y dorado sobre el pan o las papas
Este quehacer en torno a la ordeña era sólo un corto período en el año. Lo habitual era que después de la llellipun de nuestros abuelos y el acarreo del agua, la familia se reuniera a compartir el desayuno. ¿Soñaste? ¿Qué soñaste? Y se iluminaba el sol de la conversación. Nuestro laku abuelo paterno –a quien los niños llamábamos «Malle, tío» porque de ese modo lo nombraba un nutrido número de parientes que llegaba de visita a nuestra casa– nos ofrecía sus papas doradas y, a veces, camotes o trozos de zapallos recién sacados del rescoldo del fogón y a los que nosotros agregábamos miel, de esa que él mismo había cosechado. Nuestra abuela Papay (mamita) nos ofrecía mvltrvn catutos, panes de trigo cocido en olla de greda. Los granos los trituraban en la kuzi piedra de moler y con las manos le daban la forma tradicional de extremos aguzados. Nuestra mamá nos daba la leche, a la que de cuando en cuando agregaba chocolate en polvo que compraba a los vendedores que venían de Cunco; y panqueques o pan con algún dulce que ella misma fabricaba con membrillos, frutillas, moras, murtillas, ruibarbo, mosquetas (que ha sido siempre mi preferido). Nuestra tía María era quien preparaba los huevos cocidos, fritos o revueltos; huevos azules de las kollonkas las gallinas nativas: mapuche. Los hombres de la casa, que al atardecer del día anterior habían amontonado los leños en el inatuwe costado de la ruka, se preparaban para después ocuparse de los animales o de los sembrados
Nuestras y nuestros mayores siempre cuidaban que el agua contenida en las meñkuwe estuviera a la sombra y con su correspondiente cubierta, ya fuera en el exterior o interior de la casa; sobre todo, y esto sigue siendo muy importante, se preocupaban de que ello se cumpliera estrictamente con el agua que permanecía en la noche, pues decían y nos siguen diciendo que los espíritus negativos pueden apropiarse de ella (como lo he referido) y generarnos pensamientos proclives a su energía. Por eso el primer quehacer de la mañana era traer agua de la vertiente
Temprano había comenzado el chillido de los cerdos, siempre hambrientos; el graznido de los gansos y de los patos; el cacareo de las gallinas. Nuestro abuelo sacaba las ovejas del corral y ensillaba su caballo con su montura viajera –de uso diario– o con su montura tallada, que solía mantener bien protegida para las ocasiones especiales. Nuestros padres –profesores en la escuela de la comunidad– y nuestro hermano y hermanas mayores ya habían partido a clases
Dependiendo de la época, con mi hermano Carlitos nos íbamos a la quinta, y entre los durazneros, perales, membrillares y manzanos jugábamos con nuestros perros hasta cansarnos. Llegaba así el momento de subirnos al manzano, próximo a nuestra Casa Azul, que habíamos convertido en una especie de guarida donde manteníamos algunos juguetes de madera, nuestros tambores de lata y lolkiñ / ñolkiñ (instrumento de viento que nosotros mismos fabricábamos con un trozo –un metro, más menos– de rama de saúco1 que ahuecábamos con un fierrecillo caliente). Desde esa perfumada cima podíamos ver el movimiento de nuestra gente y oír claramente si alguien nos llamaba
A finales del invierno solíamos navegar sobre las aguas que inundaban las orillas de un bosquecito de canelos y temu; un borde lleno de junquillos, sobre una superficie de un intenso verdor amarillento. Nuestra embarcación era una antigua batea de lavar ropa que había sido desechada por sus grietas y que nosotros habíamos sellado acuñando trapos viejos en ellas. Nos impulsábamos con una paleta de madera, mas la verdad es que la mayor parte del tiempo nuestros perros eran los viajeros –no siempre voluntarios– a los que paseábamos a lo largo y ancho de la pequeña laguna
1 Saúco: su nombre procede del griego «Sambuké», que significa flauta