Читать книгу La vida es una nube azul - Elicura Chihuailaf - Страница 14

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También con mi abuelo compartimos muchas noches a la intemperie. Largos silencios, largos relatos que nos hablaban del origen de la gente nuestra, del Primer Espíritu Mapuche arrojado desde el Azul. De las almas que colgaban en el infinito, como estrellas. Nos enseñaba los caminos del cielo, sus ríos, sus señales. Cada primavera lo veía portando flores en sus orejas y en la solapa de su vestón, o caminando descalzo sobre el rocío de la mañana. También lo recuerdo cabalgando bajo la lluvia torrencial de un invierno entre bosques enormes. Era un hombre delgado y firme…

¿Kiñe pichipvtremtun, Malle? / ¿Una fumadita, Malle?, le decíamos a nuestro abuelito cuando hacía una pausa en su conversación y aspiraba su cachimba (su pipa) o su boquilla. Él tenía la costumbre de invitar sobre todo a Carlitos y a mí, sus dos nietos menores, a mirar las estrellas. Uno a cada lado, sentado sobre una larga basa de pellín: a veces en la que estaba delante del huerto, otras veces en la que estaba delante del jardín. La ceremonia comenzaba con su parsimonioso preparativo del tabaco para la cachimba de piedra o de liar el pitillo para la boquilla de madera que él mismo había tallado. Cuando su elegida era la boquilla, desde el bolsillo de su vestón sacaba el diminuto cuadernillo de papel que compraba a los vendedores que solían pasar cargando dos grandes cestas, una en cada brazo, llenas de las más diversas mercaderías: condimentos, yerba «argentina», espejos, piedra lumbre, fósforos, velas, peinetas, azul (producto para despercudir la ropa blanca), hojas de afeitar, etcétera. Los vendedores venían desde Cunco o desde Las Hortensias, los dos pueblitos más cercanos a nuestra comunidad

Nuestro laku abuelo –a veces en silencio, a veces emitiendo un melodioso sonido con sus labios apretados y usando su garganta como si fuera un instrumento de percusión o de viento (que nos regalaba el espíritu del baile o la visión del vuelo)– humedecía sus dedos para separar con paciente cuidado el fino papel que procedía a retirar del cuadernillo. Después, desde otro bolsillo, sacaba una pequeña bolsa de género que contenía el tabaco mezclado con las hierbas medicinales que cada verano él secaba en un cajón instalado sobre un tronco y que guardaba cada atardecer. Ponía los materiales sobre una de sus piernas o nos daba la tarea a nosotros: uno sosteniendo la boquilla y el otro la bolsita con el tabaco, mientras él acariciaba el papel hasta enroscarlo

Concluido el proceso encendía su cigarro y resoplaba hacia el cielo, levemente interrumpido por las ramas de un gran ciprés; luego hacia la tierra y hacia nosotros, llenando el ambiente con su aromático «incienso» que hacía más envolvente el perfume del jardín. Un verdadero ritual. Después comenzaba a hablar, a hablarnos pausadamente en mapuzugun (el idioma de la Tierra), porque sabía sólo unas cuantas palabras en castellano, ¿entende?, decía de vez en cuando para cerciorarse que íbamos siguiendo la ilación de su pensamiento. Kimimi ta iñche, fvcha Malle, le decíamos. No, no eran discursos como los que le oíamos cuando se reunía con la comunidad, eran –me parece ahora– como poemas mínimos, inspiraciones que destellaban como las estrellas

¿Ka kiñe pifurpvtrem, Malle? / ¿Otra fumadita, Malle?, decíamos prontamente nosotros, y él nos pasaba la cachimba / la boquilla o la sostenía en nuestras bocas, mientras lanzábamos al aire la humareda. ¡Kurache …! Gente de Piedra, me decía con tanto cariño que mi corazón aún atesora el timbre de su voz que me sigue nombrando. Abuelo querido. Inchiñ ta Antv ka Kvyen femgeyiñ, decía; umagtukeyiñ, welu wilvfkvlewekeyiñ ta petu repele welu ñi lonko mew fey tukulgepakeyiñ. Somos como el Sol y la Luna, decía; nos dormimos, pero seguimos brillando en la memoria de los que están despiertos y nos recuerdan

Ta inchiñ ka fey mew mvleyiñ. También nosotros somos de allí, nos decía mirando la Luna y las estrellas (que aquí en Kechurewe se ven tan cercanas). Fey mew ragiñkonkvley ta ñi pvllv ta iñ pu zoykim Kuyfikeche. Entre ellas están los espíritus de nuestros antepasados más sabios, decía. Feychi Kallfvpvle wiñotualu inchiñ. Hacia ese Azul regresaremos, decía, nombrando las constelaciones y sus estrellas: Wenuleufv el Río del Cielo, la Vía Láctea; Pvnon Choyke Rastro del Avestruz, la Cruz del Sur; Wvñelfe Lucero del amanecer, Venus; Yepun Estrella del anochecer, Júpiter; Kvyen Luna (Apon Kvyen Luna Llena; Newe Kvyen Luna Menguante; Llag ragiñ apon Kvyen Cuarto creciente; We Kvyen Luna Nueva); Gaw Waglen / Gulu Poñi Estrellas amontonadas como si fueran papas, Pléyades; cherufe meteorito; afogkvlen el brillo final de una estrella que ha muerto… La Luna es la hermana mayor de la Tierra por eso está siempre cuidándola, incluso de día a veces, como si fuera una madre para nuestra Madre Tierra

Sin duda Carlitos miraba al abuelo con la misma admiración que yo. Estas conversaciones a la intemperie eran un gran regocijo y aprendizaje para ambos. Por eso, siempre repito que mi abuelo –como Lonko y, por lo mismo, profundo conocedor de nuestra cultura– era un filósofo, un astrónomo, un verdadero poeta. Quizás, ¿quién lo sabe?, si hubiese accedido a la cultura occidental habría buscado la posibilidad de ingresar a la universidad para indagar con nuevos instrumentos el conocimiento del espíritu humano, es decir, el conocimiento de nuestro universo y de otros universos que se asoman –asombrándonos– desde el Azul que nos habita

Sí, porque el espíritu mapuche –nuestra energía de vida– vino desde el Azul, mas no de cualquier azul, sino desde el Azul del oriente, desde donde se levantan la Luna y el Sol –decían mi abuelo, mi abuela y mis padres–. El Azul profundo y prístino que se produce en el lugar en que se reúnen a dialogar el brillo de las últimas sombras de la noche y la primera luz de la mañana (antes que asomen los rayos del Sol). Es un lugar que parece una línea de separación / de frontera, pero es en realidad un río, su abrazo; el universo que se abraza a sí mismo, en su dualidad. ¿No es acaso lo que sucede con nuestro espíritu y nuestro corazón en los instantes en que la oscuridad de la tristeza se consume en el lento rielar de la alegría?

Debo en gran parte a mi abuelo (mas también a mi abuela y a mis padres) mi interés por la lectura de todo libro que tenga relación con la astronomía; desde cuentos para niños como Para atrapar la Luna, de Dinie Akkerman y Paul van Loom, hasta las obras del reconocido físico inglés Stephen Hawking, su fascinante teoría acerca de los denominados «agujeros negros»: Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, La teoría del todo, La clave secreta del universo, El tesoro cósmico, El gran diseño. También mi lectura de un par de manuales de astronomía y de algunos otros libros como el de María Teresa Ruiz, cuyo título me atrajo inmediatamente por lo que había escuchado siempre de nuestros y nuestras Mayores: Somos hijas e hijos de la Madre Tierra; hermanos y hermanas de las estrellas. Bueno, ese libro de la astrónoma chilena se llama «Hijos de las estrellas. La astronomía y nuestro lugar en el Universo». También «Nebulosas planetarias: la hermosa muerte de las estrellas» de Silvia Torres y Julieta Fierro

El gesto, el sonido, la música, el trazo infinito, el inconmensurable movimiento de vida del Universo. Cómo no conmoverme leyendo «Mundos lejanos. Sistemas planetarios y vida en el Universo» de Dante Minniti, o «Supernovas. El explosivo final de una estrella» de Mario Hamuy y José Maza: «El cielo estrellado en una noche sin Luna es un espectáculo que no ha dejado indiferente a ningún pueblo. Desde tiempos inmemoriales, el hombre aprendió a distinguir, entre miles de estrellas visibles, es a simple vista, un grupo de cinco «vagabundos» o planetas; el Sol y la Luna completaban el cielo, que giraba en torno a la Tierra en 24 horas. Los otros puntos luminosos en el firmamento fueron situados en la «esfera de las estrellas fijas», que no se mueven ni cambian en modo alguno, salvo su rotación diaria»

En un diálogo2 entre el científico chileno Claudio Teitelboim y mi gran amigo –escritor y poeta– Jaime Valdivieso, dicen:

«C.T.: El hombre siempre ha tendido a ser un visionario (…).hay dos grandes misterios que en el fondo son el mismo, que es el comienzo del universo y el porqué de la existencia humana

«J.V.: A propósito de grandes físicos, hemos mencionado varias veces a Hawking. Este físico hace tres preguntas con respecto al origen y enigmas del universo. Me gustaría saber con cuál de esas interrogantes se queda usted. Son las siguientes: a) ¿Existe realmente una teoría unificada que descubriremos algún día si somos lo suficientemente inteligentes? b) No existe ninguna teoría definitiva del universo, sino una sucesión infinita de teorías que describen el universo cada vez con mayor precisión.

c) No hay ninguna teoría del universo, los acontecimientos no pueden predecirse más allá de un cierto punto, ya que ocurren de manera aleatoria y arbitraria

«C.T.: Lo que pasa es que la elección entre las tres es una falacia, yo creo que las tres pueden darse simultáneamente. Porque allí hay una serie de reglas del juego que están implícitas. Yo creo que no va a ser ninguna de las tres. De pronto uno se va a dar cuenta que una de las llamadas teorías era un pedazo de otra cosa, es decir va a haber armonía, va a ver una cosa con muchas posibilidades»

Venimos del Azul infinito. En nuestro espíritu hay un sendero de estrellas. Pero así como a las estrellas no las vemos en el día (¿Chew amukeiñ ta waglen mew? /¿Adónde se van?, decía mi abuelo), la pálida luz de la cotidianidad no nos deja ver nuestra constelación interior; por eso necesitamos de la penumbra del silencio y de la contemplación para visualizar nuestro derrotero, en el que también nacen y mueren esas estrellas llamadas ensueños o ilusiones. En lo visible e invisible la vida es un misterio, por eso la muerte es un misterio, nos están diciendo. Esta dualidad es el gran movimiento universal de lo que conocemos y desconocemos, y de lo que hoy apenas sospechamos. Es una verdad que se sigue reiterando en todos los tiempos y en todas las culturas del mundo: inspiramos y espiramos; respiramos y dejamos de respirar. Ese era el sentido de la conversación de mi abuelo, y es lo que nos siguen diciendo nuestras Ancianas, nuestros Ancianos

Después, y hasta hoy, yo he seguido mirando el cielo, preguntando, leyendo, observando el firmamento: Melipal Estrellas los Cuatro Azadones / los Cuatro Lados, Estrellas de Escorpión; Tranalvkay las Boleadoras Tendidas, Estrellas de Centauro; Malal Ufisa Corral de Ovejas, Corona Austral… Sí, abuelo Malle, aún recuerdo que Papay y nuestra ñaña / pariente mayor Florinda Kaniulaf también decían que «la Madre Luna es la hermana mayor de nuestra Madre Tierra, por eso la cuida y le regala femineidad, ternura y fertilidad para su abrazo con la luz del Padre Sol»

2 Jaime Valdivieso: Ciencia y poesía. Santiago: Lom, 1995

La vida es una nube azul

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