Читать книгу La vida es una nube azul - Elicura Chihuailaf - Страница 11

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Hablo de ese tiempo en que las forestales con sus plantaciones de eucaliptos y pinos en las cercanías de nuestra comunidad, y en las comunidades aledañas, no existían aún. Asomaba el año sesenta. Las estaciones eran todavía más nítidas que hoy. Las tormentas eléctricas se sucedían con frecuencia; especialmente en el verano eran un verdadero espectáculo que en su dualidad nos regalaba la naturaleza: relámpagos que iluminaban grandes espacios de cielo y arboleda; truenos que hacían temblar las casas y los corazones; rayos cuyo serpentear era como un látigo en la quietud del aire tibio o en la agitación de la ventolera desatada. Era la vida en su expresión nativa. La vida

Los árboles sobre los que caía algún rayo solían arder varios días, pues casi siempre dicha descarga eléctrica actuaba combustionando sus raíces… Un mediodía de fuerte tormenta corrí hacia el estero en ayuda de mis tías María y Jacinta que habían ido a buscar agua fresca. Cuando iba recién en el primer tramo de la bajada de la colina el bosque fue iluminado por un relámpago que seguido por el estruendo de un trueno sobre las nubes más pareció una explosión, luego un chasquido –al que sucedió un leve silencio– sobre la copa de un enorme roble. Desde su follaje se asomó el rayo dibujando su perfecto zigzag a lo largo del tronco hasta desaparecer entre el pastizal que rodeaba a este formidable árbol. Herido de muerte, el roble titubeó un instante. Como un hombre altísimo y fornido que intenta dar un último paso comenzó a quejarse, a crujir, hasta caer desplomado –remeciendo el suelo– partido irremediablemente en dos. Al comenzar a abrirse, como gruesos hilos de sangre, brotó su savia desde su pulpa rosada. Me pareció que ese fluido era la vertiente sobre la que navegaban mesas, sillas, casas, escritorios, catres, cunas, ataúdes…

También los meulen –remolinos del espíritu del viento– eran más numerosos e intensos. En otoño me impresionaban verdaderamente los pequeños o enormes conos de hojas mustias, girando, recorriendo la colina y los caminos en torno al lugar que habitamos. Para nosotros se trataba de espíritus traviesos, pero los adultos consideraban que algunos eran espíritus negativos, razón por la que había que tratarlos con cuidado, no dejarse envolver por sus mantos polvorientos, por sus vestidos de ensueños funestos

Las noches de más oscura oscuridad, desde el entorno de nuestra ruka o desde el ventanal del segundo piso de nuestra Casa Azul, solíamos atisbar la aparición de la Anchimallen / Antv Malen la Niña del Sol, que es una luz como llama de fuego (semejante a un fuego fatuo); una niña que salta, que juega, que va y viene recorriendo un área bien definida a orillas de un bosquecillo en el bajo de nuestra colina. Se dejaba ver sobre todo en noches de verano, pero también en noches de invierno sin lluvia, para después de un rato adentrarse en la arboleda (¿sabrá que los niños la seguimos aguardando?)

No sé a qué hora de la noche pasábamos desde la ruka a la Casa Azul a dormir; aunque desde mediados de la primavera, y sobre todo en el transcurso del verano, era frecuente que mis abuelos y nosotros o toda la familia se quedara disfrutando de la calidez del fogón, sobre los mullidos / cardados cueros de ovejas. Arrullados nosotros por el murmullo de la conversación

Nuestros padres nos habían contado que mi abuelo y mi abuela tuvieron una ruka a orillas del estero al que a veces íbamos a buscar el agua. Nosotros no la conocimos. La única evidencia visible de ella es el álamo que aún amarillea junto a un bosque de walles y canelos. Digo la única huella porque de tanto escuchar el relato acerca de esa antigua ruka y de la costumbre en nuestra cultura de que cuando se abandona una casa se dejan también allí todos los utensilios que pertenecieron a ella: platos, ollas, jarros, cucharas, cántaros…, nos despertó la curiosidad de constatarlo en el lado observable de la realidad. Ir de lo imaginado a lo visible

Tiempo de pensarlo y repensarlo Carlitos y yo acordamos pedir permiso a la tierra del lugar, y anhelantes nos dimos a la tarea de hacer pequeñas excavaciones y en el terreno blando enterrar aguzados coligües en repetidos intentos de tocar los objetos que estarían allí. Fue así como

–casi sin sorprendernos, por la casi certeza de lo anunciado– encontramos algunos de ellos: pequeños cántaros, platos de greda y de madera, y cucharas. Cuando se las llevamos a nuestros padres nos lo hicieron devolver todo de inmediato a su lugar, junto con la justa reprimenda que nos recordó el respeto a nuestras costumbres (la ternura también a veces duele). Creo que ese hallazgo, que nos dejó –en definitiva– muy impresionados, fue una revelación de lo visible e invisible, lo concreto y lo imaginado que habita en la Palabra

Es verdad. Una casa, una bandera, un amor, un hijo / hija, una nota musical, un movimiento, un objeto, un número…, existe primero en la Palabra que aprehendemos de la naturaleza, de su finito e infinito. La Palabra que aprendemos en el arte del Nvtram / de la Nvtramkan, del Conversar / de la Conversación; arte que se evidencia en la capacidad de Escuchar, que es lo más difícil de aprender, sigue diciendo nuestra gente. La Palabra Poética que no es artilugio y, por lo mismo, no es verso necesariamente sino –ni más ni menos– la permanente búsqueda de lo mejor que habita en la dualidad que somos. Por eso, nos dicen: ¿de qué sirve nombrar la Palabra Poética si no es para convertirla en una manera de vivir?

Llueve. Llueve copiosamente en estos días en que se aproxima el solsticio de invierno y con él nuestro We Tripantv Año Nuevo, mientras las Pléyades navegan regresando o –más probablemente– han recalado en su lugar de luz en el firmamento... Me emociona el sonido de la lluvia sobre el techo de la casa, su brillo sobre las hojas de los árboles, sobre los pastos y los caminos. Aunque los inviernos se van tornando cada vez más secos; el año pasado casi no llovió y hubo poquísima nieve en el sector en que está nuestra comunidad. Aumentan las plantaciones de eucaliptos y pinos que están secando las napas y, en consecuencia, las fuentes sobre las superficies aledañas a ellas. Plantaciones que han venido disminuyendo el caudal de los esteros, amenazando y dañando a nuestros bosques porque cortan el ciclo de la lluvia. La Forestal Mininco –junto a las forestales Arauco, Constitución y Valdivia, y otras que han devastado los suelos desde Santiago al sur– avanza también ahora por la superficie de la comuna de Cunco

La música de las palabras, gesto y sonido que nos regala nuestra Mapu Ñuke Madre Tierra –dice nuestra gente. En las palabras respira el canto del agua, del viento, de los pájaros, de los insectos, de los animales; el colorido y la danza de las flores, de los pastos, de los hongos, de los arbustos, de los árboles; sus aromas, sus formas, sus texturas que comparten –en el silencio y en la contemplación– las piedras y las personas, están diciendo nuestras Ancianas y nuestros Ancianos

La vida es una nube azul

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