Читать книгу La razón perversa - Emilio Garoz Bejarano - Страница 12

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El caso es que todas las actitudes irracionales tienen en su base una racionalidad clara: impedir que los individuos se emancipen definitivamente. La realidad –y no en un sentido precisamente metafórico- es un centro comercial. Un centro comercial cumple con todos los requisitos de lo que hoy se considera real: consumo y comida rápida, ocio y entretenimiento, espacios cerrados donde el contacto con el otro se reduce a la mínima expresión. Paisajes de cartón piedra y la ilusión de vivir en un mundo maravilloso y acogedor. No es de extrañar que para una gran mayoría de la población su única realidad sea un centro comercial.

Esto, que en un principio podría parecer evidente, supone la máxima alienación del ser humano, la máxima irracionalidad. Como nos recuerda Adorno (Adorno, Th. W., 2006) el individuo sólo alcanza su verdadera libertad y emancipación dentro de la sociedad, algo muy difícil de conseguir si ésta ha quedado reducida a un cetro comercial. Y es que es la sociedad la que pone los medios para la emancipación del individuo. El afán de emancipación individual a lo único que conduce es a la eliminación de la libertad. Es esa emancipación individual que se da en todos aquellos espacios destinados a que uno “se sienta libre”. Si no se ponen los cimientos para que la sociedad proporcione libertad al ser humano, si no se ataca la represión social y se busca la emancipación de forma individual –y por lo tanto burguesa- el sujeto no podrá ser libre. Es decir, concluimos con Adorno, que la libertad humana tiene que ver con una dialéctica individuo-sociedad, según la cual sólo una sociedad libre hará individuos libres y viceversa. Es por ello que la irracionalidad debe darse a nivel de la sociedad: sólo así se consigue eliminar el elemento liberador que contiene.

La razón perversa

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