Читать книгу La razón perversa - Emilio Garoz Bejarano - Страница 7
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ОглавлениеEconomistas y sociólogos utilizan el llamado “principio de caridad” para determinar la racionalidad de acciones aparentemente irracionales. Según dicho principio toda acción humana es por definición racional, lo que obliga a realizar todos los ensayos posibles para buscar la base racional de aquellas acciones supuestamente irracionales. Sólo después de repetidos fracasos se puede determinar la irracionalidad real de dicha acción. Como por efectividad práctica el principio de caridad no puede ser extendido al infinito, hay que concluir que las conductas que se dieron después de la victoria de España eran definitivamente irracionales.
Personas seguramente excelentes en su vida familiar y laboral: padres, madres, estudiantes y funcionarios, jubilados, gentes de toda clase y condición de pronto se transformaron en una turba irracional que se lanzó enloquecida a la calle, enarbolando banderas, gritando, haciendo sonar las bocinas de sus automóviles, bañándose en las fuentes públicas, hasta altas horas de la madrugada, no durmiendo ni dejando dormir. Gentes que al día siguiente hubieron de volver a sus ocupaciones, retornaron a su alienación cotidiana sin que la victoria de la noche anterior significara absolutamente nada para la dignificación de sus vidas. Y a nadie se le ocurrió, no ya poner en duda la irracionalidad de este comportamiento, sino tan siquiera protestar porque no podía dormir. Porque aquél que hubiera protestado hubiera sido el irracional y, lo que es peor, el antipatriota, el extraño, el alienado, el enemigo. Y todo esto no porque se hubiera descubierto el secreto de la inmortalidad, sino porque once individuos habían pasado noventa minutos corriendo detrás de una pelota y habían conseguido hacerla pasar entre tres palos clavados en el suelo mientras que otros once, que estaban enfrente de ellos, después de correr también durante noventa minutos, no lo habían logrado.
Pero por algún sitio tenía que haber algún atisbo de comportamiento racional o, al menos, de intenciones racionales en todo aquel panorama. Y ese otro sitio sólo podía ser el poder1. Después de aquello ya no existían crisis, hipotecas, paro, trabajo precario o inflación. Todo era estupendo y maravilloso. La vida era bella porque se había ganado la Eurocopa. Desde los medios se incitó a la gente a lanzarse a la calle. Se les excitó el orgullo de la españolidad, del nacionalismo más rancio. Se colocaron pantallas gigantes de televisión en el centro de las ciudades colapsando éstas (la tele es nuestra amiga). Fue un comportamiento perfectamente irracional y como tal –y siguiendo el principio de caridad- no humano.