Читать книгу El erotismo y su sombra - Enrique Carpintero - Страница 11
ОглавлениеCapitulo 1
La subjetividad del idiota plantea la pregunta
¿Cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?
En la novela Cosmópolis de Don DeLillo un joven y arrogante millonario norteamericano viaja a través de New York, recorriendo la ciudad desde una punta a la otra para cortarse el pelo.
El sueño se abstenía de visitarlo ahora más a menudo que antes, no ya una o dos veces por semana, sino cuatro, cinco incluso. ¿Cómo lo remediaba cuando le sucedía? No salía a dar largos paseos mientras se desplegaba el amanecer. No había amigo o amiga a los que tanto quisiera como para angustiarlos con una llamada a tales horas. ¿Qué le quedaba en firme? Era cuestión de silencios, no de palabras.
Durante su viaje, que dura todo el día, queda atrapado en varios atascos de tránsito producto de diferentes situaciones: la visita del presidente a la ciudad, el funeral de un ídolo de la música, el rodaje de una película y una violenta manifestación política mientras especula desde su limusina blindada las fluctuaciones del Yen en Japón.
En el recorrido recibe en su auto toda una serie de asesores y varias veces a su mujer. De esta manera va haciendo una cínica reflexión sobre la actualidad de nuestra cultura sometida a las reglas del mercado.
-¿Cómo sabremos cuándo habrá llegado oficialmente el final de la era de la globalización?
Aguardó la respuesta.
-Cuando las limusinas extralargas comiencen a desaparecer de las calles de Manhattan.1
La comunidad entrópica
Para Freud el concepto de cultura es sinónimo de civilización. Ésta remite al momento en que el ser humano se organiza en “comunidad”, poniendo la naturaleza al servicio de satisfacer sus necesidades y regulando los vínculos recíprocos entre los sujetos. Es así como este espacio de la comunidad se convierte en soporte de la pulsión de muerte.
Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social. Para ello reglamentan normas que se formalizan jurídicamente y que regulan las relaciones entre los miembros de la comunidad cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación.
Históricamente la comunidad (Gemeinschaft) fue reemplazada por la moderna sociedad (Gesellschaft). Podemos decir que en los ’60 se inició un proceso donde el espacio comunitario fue cediendo al desarrollo de la internacionalización capitalista.
Como dice F. Jamenson: “el capitalismo tardío en general (y los sesenta en particular) constituyen un proceso en el cual las últimas zonas internas y externas del precapitalismo sobrevivientes -los últimos vestigios del espacio tradicional y no reificado dentro y fuera del mundo avanzado- son finalmente penetrados y colonizados a su turno. El capitalismo tardío por lo tanto, puede ser descrito como el momento durante el cual los últimos vestigios de la Naturaleza, sobrevivientes del capitalismo clásico, son al fin eliminados: es decir, el Tercer Mundo y el inconsciente. Los sesenta, entonces habrán sido el trascendental período de transformación durante el cual tiene lugar esta reestructuración sistémica en escala global.”2 De esta manera el sentimiento de comunidad comienza a ser reemplazado por el de individuos unidos en sociedades anónimas. Esta perspectiva se afianza en los ’90 con la llamada mundialización capitalista. Por ello la relación social se construye en una unidad paradójica; es decir, una unidad en la desunión que lleva a la incertidumbre y la imprevisibilidad, en definitiva a una vorágine de permanente desintegración y renovación, de ambigüedad y angustia. Su resultado ha sido una cultura que dejó de constituirse en un espacio-soporte de la pulsión de muerte.3 En ella la fractura del soporte imaginario, libidinal y simbólico del espacio comunitario refiere a un mundo perdido. A un mundo que no existe más. Hoy las comunidades son homogéneas. Son comunidades de iguales donde los diferentes están afuera. Ellos son los otros de los cuales hay que protegerse. Es decir, allí no hay comunidad, sino mera cohabitación. Por ejemplo, encontramos barrios privados muy vigilados por policías y medios electrónicos, con viviendas muy caras donde se paga el precio de vivir una intimidad separada del otro. También hay comunidades de iguales que definen su pertenencia en relación a un otro del que es necesario diferenciarse. En este sentido la comunidad como espacio heterogéneo que permite los intercambios libidinales y simbólicos se ha transformado en un lugar homogéneo al servicio de un sujeto solo y aislado. Es decir, una comunidad entrópica que ha dejado de constituirse en un espacio-soporte cuya consecuencia es una subjetividad atravesada por los efectos de la pulsión de muerte: la sensación de “vacío”, de “no salida”, la violencia contra el otro y la violencia autodestructiva.
En este sentido el sueño de una sociedad “perfecta”, es decir transparente, predecible y carente de contingencias, tiene ahora como objetivo la “seguridad de la comunidad del vecindario”. Por lo tanto, lo que se vislumbra en el horizonte hacia “la comunidad segura” es la extraña mutación de un “gueto voluntario”. Estos “guetos voluntarios” se diferencian de los guetos reales en que de estos últimos no se podía salir. Por el contrario, en los “guetos voluntarios” no se puede entrar. Se hacen vallas y muros para que no entren los otros. Por ello el “gueto voluntario” supone la imposibilidad de comunidad, ya que su objetivo es lograr el aislamiento del mundo exterior donde viven esos nuevos bárbaros que están más allá de sus murallas.4
De esta manera en el actual proceso de mundialización capitalista el espacio deja de tener sentido para ganar un significado que trasciende las fronteras del estado-nación. La fragmentación mundial se afirma en territorios donde cada uno se atrinchera en sus diferencias. Cada zona, cada ciudad, cada barrio, cada región es un territorio que debe ser defendido de esos bárbaros, que siempre son los otros.
Esta situación nos lleva a la fragmentación de las relaciones sociales que se intenta solucionar invocando la palabra “solidaridad”. Pero esta tiene las características de una generalización y ambigüedad que la ha transformado en una palabra vacía. Es decir, refiere a un pragmatismo que oculta diferentes formas de asistencialismo. O, lo que es peor, se la invoca en beneficio propio, en tanto deber de los otros hacia sí mismo y el propio grupo de pertenencia como lo podemos observar en los llamados “grupos clientelares”. También se la puede concebir como un vínculo corporativo entre unos pocos que se unen en su propio interés frente a los otros (por ejemplo, grupos empresarios que desgravan impuestos). En este sentido, considerar la solidaridad fuera de los límites del pragmatismo implica dar cuenta de su fundamento trascendental donde mi socius esencial; es decir, yo mismo es otro. Ya que “yo no soy un simple yo, un yo indivisible, un yo individual. En mí hay una sociedad de individuos que se necesitan el uno al otro, que se dividen entre sí, que hacen la guerra y la paz entre sí. No puedo ignorar al otro porque yo <soy> el otro, porque yo me soy extranjero. Puedo reconocer al extranjero en cuanto tal porque yo lo conozco en mí; no podría predicarlo fuera de mí, reconocerlo fuera de mí.”5
De esta manera debemos admitir que nuestra condición de ser nosotros es tener al otro en nosotros. Por supuesto no es un otro cómodo a nuestra disposición, sino un otro extranjero con el cual podemos estar en paz o en conflicto.
…El dinero genera el tiempo. Antes era al revés. El tiempo cronológico aceleró el ascenso del capitalismo. Todo el mundo ha dejado de pensar en la eternidad. Se concentran en las horas, en cantidades de tiempo mensurable, en horas humanas, para emplear con más eficacia la mano de obra…
…Porque el tiempo es ahora un activo empresarial. Pertenece al sistema de libre mercado. El presente es cada vez más difícil de encontrar. Es algo que resulta succionado del mundo para dejar lugar al futuro de los mercados incontrolados y de un desmesurado potencial inversor. El futuro resulta insistente. Esa es la razón de que algo vaya a suceder pronto, hoy mismo tal vez -dijo, mirándose las manos a hurtadillas-. Se trata de corregir la aceleración del tiempo. Más o menos, de volver la naturaleza a su estado natural…6
Yo, Sociedad Anónima
Uno de los conceptos de Pierre Bordieu es el de “dominación simbólica”7. Desde el mismo podemos entender la reproducción de un orden social en el reconocimiento y desconocimiento de la arbitrariedad que lo funda. En este sentido la lucha política por la definición del mundo social es uno de los aspectos de la dominación simbólica. Junto a políticos encontramos a periodistas, expertos en “opinión pública” e intelectuales que pretenden representar la perspectiva desde lo que hay que reflexionar. Para ello se generan problemáticas con sus preguntas, sus respuestas y los límites de lo que está permitido pensar fabricando a la “opinión pública” como cualquier otra mercancía. Las cuestiones que plantean los políticos, las que expresan los periodistas en nombre de la “opinión pública” son las mismas preguntas que hacen las empresas encuestadoras para medir esa “opinión pública”. De esta forma se establece un círculo vicioso donde las preguntas legitiman un modo de interrogación que se impone sin que nadie pueda cuestionar su origen. Las encuestas y los debates en los medios de comunicación confirman el estado de las relaciones de fuerza simbólica al servicio de mantener la cultura dominante. Esta se basa en que no se puede cuestionar el sistema de distribución de los bienes materiales y no materiales ya que no hay salvación por la sociedad, cada uno se debe salvar por su cuenta.
Esto fue expresado claramente en 2004 durante una de las reuniones del Foro Económico Mundial de Davos. Allí se realizó una sesión titulada “Yo, S. A.” en la que participaron -entre otros- Jacques Attali y el premio Nobel de la Paz Elie Wiessel. La propuesta fue que el “Yo, S. A.” refleja que cada uno lleva ahora su vida como una empresa, lo que implica darle una dimensión económica a todos nuestros actos y gestionar la vida propia como si fuera una cartera de valores. Por supuesto aquellos que han sido dejados fuera del sistema se quedaron sin un Yo para cotizar en la bolsa de valores. Por lo tanto, no existen. Deben ser invisibles sociales. Sin embargo, como plantea Jeffrey Weeks: “el sentimiento más fuerte de comunidad provendrá de grupos que consideran amenazadas las premisas de su existencia colectiva y que a partir de esto construyen una comunidad de identidad que proporciona un fuerte sentimiento de resistencia y poder. Al sentirse incapaz de controlar las relaciones sociales en las que se encuentra, la gente reduce el mundo al tamaño de sus comunidades y actúa políticamente sobre esa base.”8 De esta manera estos grupos que generan comunidad proponen espacios políticos, sociales, económicos y culturales que les permiten enfrentar la vulnerabilidad de las identidades individuales y colectivas.
…El contacto ocular era un asunto delicado. Un cuarto de segundo de una mirada compartida equivalía a una violación de los acuerdos en virtud de los cuales la ciudad era operativa. ¿Quién ha de apartarse para dejar paso a quién? ¿Quién mira o no mira a quién? ¿Qué grado de ofensa constituye un roce, un contacto? Nadie deseaba que nadie lo tocara. Imperaba un pacto de intocabilidad. Ni siquiera en el barrio, en el meollo de las culturas antiguas, táctiles y estrechamente entretejidas con algunos transeúntes ajenos sólo de paso, y compradores pegados a los escaparates, y algún imbécil que ni siquiera sabía adonde encaminar sus pasos, ni siquiera allí se tocaban entre sí las personas…9
En este sentido dar cuenta de la complejidad de problemas que plantea la subjetividad de nuestra época requiere preguntarse: ¿cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?
Para intentar contestar esta pregunta se requiere entender el individualismo contemporáneo. Recordemos que en griego “individualismo” se llama idiocia, lo cual nos lleva a que uno de los problemas es la importancia que ha tenido la subjetividad del idiota al que sólo le interesa la dimensión de lo propio y el mezquino interés privado. Sin embargo, como dice Massimo Cacciari: “El idiota lo es porque en último término no conoce realmente su propio interés. El idiota, hoy en día, desde su total falta de reconocimiento del otro y de los valores de solidaridad, amenaza con destruirse a sí mismo y con llevar la catástrofe a todo su mundo. Que naturalmente también es nuestro mundo.”10
1. DeLillo, Don, Cosmópolis, editorial Seix Barral, Buenos Aires, 2003.
2. Jamenson, Frederic, Periodizar los ’60, Alción editora, Buenos Aires, 1997.
3. El concepto de “espacio-soporte” lo desarrollamos en la Parte II.
4. . Bauman, Zygmunt, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.
5. Cacciari, Massimo, Diálogo sobre la solidaridad, editorial Herder, Barcelona, 1997.
6. De Lillo, op. cit. 1.
7. Bourdieu, Pierre, Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal, editorial Anagrama, Barcelona, 1999.
8. Jamenson, op.cit. 2.
9. De Lillo, op. cit. 1.
10. Cacciari, op. cit. 5.