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ОглавлениеCapitulo 5
La crisis de la novela familiar freudiana
La familia patriarcal no es el único modelo que representa a la “familia” y al “padre”. Esta es una figura histórica cuyo ocaso da lugar a otras combinaciones entre los sexos y las formas de poder. No es que las formas de dominación como la explotación dejen de existir, éstas se renuevan, pero el patriarcado tradicional está desapareciendo como norma exclusiva de la organización familiar.
Cuando se habla de crisis del sistema patriarcal se hace referencia al debilitamiento de un modelo de familia basado en la autoridad y dominación sobre la mujer y los hijos del hombre adulto heterosexual que es considerado el jefe de familia. En este sentido vivimos un momento de transición donde el patriarcado sigue siendo la estructura familiar dominante pese a que cada vez son más importantes los factores que han provocado su crisis. De allí que, quienes quieren seguir manteniendo esta estructura deben volver a legitimar aquellos valores que suponen eternos, naturales o divinos.
Veamos algunos momentos de su desarrollo.
Fotografía y familia
La fotografía fue uno de los primeros ritos sociales de la modernidad. Desde finales del Siglo XIX la fotografía se transformó en un instrumento privilegiado para la representación de las familias. Cuando ir a un estudio fotográfico se hizo habitual y se extendió a las clases medias, la fotografía permitió eternizar los grandes acontecimientos de la vida familiar. Es así como la fotografía solemniza los rituales que se consideran necesarios para su funcionamiento: el casamiento, las reuniones de los padres con los hijos, las vacaciones, los amigos. Estos lugares, socialmente asignados, son comúnmente estereotipados al dar cuenta de un lugar idealizado donde uno puede observar sonrisas y abrazos que dejan de lado los resentimientos y las rivalidades que también forman parte del grupo familiar.
Esta mirada familiar reproduce lo que Pierre Bordieu llama “la manufactura doméstica de los emblemas domésticos” propios de la cultura dominante. Es decir, las normas que organizan la captación de la imagen son indisolubles del sistema de valores implícitos propios de una clase o sector social en la medida que participa del imaginario simbólico de esa época. Dicho de otra manera, la subjetividad objetivada en una fotografía remite a la interiorización de las condiciones sociales de posibilidad de esas significaciones que expresa la imagen. Por ello dice Bordieu: “aún cuando la producción de la imagen sea enteramente adjudicada al automatismo de la máquina, la toma sigue siendo una elección que involucra valores estéticos y éticos”. Puesto que es una “elección que alaba, y que su intención es fijar, es decir solemnizar y eternizar, la fotografía no puede quedar entregada a los azares de la fantasía individual y, por la mediación del ethos -interiorización de singularidades objetivas y corrientes- el grupo subordina esta práctica a la regla colectiva, de modo que la fotografía más insignificante expresa, además de la intenciones explícitas de quién la ha tomado, el sistema de los esquemas de percepción, de pensamiento y de apreciación común a todo grupo.”1
Imagen 1
Entre las fotografías que guardo hay una de gran tamaño protegida por una antigua carpeta negra troquelada. La foto tiene una historia. A mediados de 1932 mis abuelos decidieron ir a un estudio para que sacaran una foto de la familia. Esa mañana sus cuatro hijos varones estaban con sus trajes cruzados y las mejores corbatas. Según se cuenta los menores no querían cambiarse ya que no entendían la importancia de ese momento familiar. El objetivo era hacer una copia para cada uno de sus hijos. Una forma de trasmitir un legado.
La foto siempre me llamó la atención por la solemnidad de su imagen. Mi abuelo era el único que estaba sentado en un sillón de fina madera. Detrás, parada, mi abuela se destacaba por su elegancia. Alrededor de ella los dos hijos mayores; el de la derecha era mi padre. Adelante los dos menores. Uno de ellos con camisa, corbata y pantalón corto ya que tenía 12 años; el otro con un traje de pantalón corto pues todavía no había cumplido los 18 años. La vestimenta señalaba el lugar social y familiar al que cada uno pertenecía. Todos miraban seriamente la cámara para dar cuenta de la trascendencia de ese acto privado que iba a capturar la imagen. No hay que esforzarse para observar como allí están formalmente todos los requisitos necesarios que definen los rituales de una familia patriarcal de clase media urbana de la primera mitad del siglo XX (Ver imagen 1).
La familia como patrimonium
La palabra “familia” viene del latín, deriva de famulus cuyo significado es sirviente o esclavo. Hablar de “familia” era equivalente a patrimonio (que deriva del latín patrimonium. Este término era utilizado por los antiguos romanos para los bienes que heredan los hijos de sus padres o abuelos) e incluía no sólo a los parientes, sino a los sirvientes de la casa del amo. En Roma designaba inicialmente al conjunto de los esclavos pertenecientes a una casa y por extensión se aplicaba a todas las personas, libres o esclavas, que en ella habitaban. También la palabra “familia” deriva de fames que significa “hambre”, de modo que los familiares, sean consanguíneos o sirvientes domésticos, son aquellos que sacian su hambre en una misma casa a la que el pater familias debe alimentar. Es decir, desde sus orígenes la familia se sustenta en el patriarcado.
Las teorías sobre el origen de la familia son diversas; los antropólogos piensan en un proceso histórico que, partiendo de la horda indiferenciada, fue instituyendo regulaciones que dieron lugar a la forma actual de la familia. Freud imagina en su texto Tótem y tabú (1912) una horda primitiva gobernada por un macho despótico. El pacto social habría surgido por un acuerdo realizado entre los hijos varones, quienes luego de matar a su padre para tener acceso a las hembras que aquel monopolizaba, aceptaron renunciar a ellas a fin de evitar la rivalidad fratricida. De este modo, se instauró la exogamia y con ella el intercambio social y la primera regulación legal consistente en la interdicción del incesto. Federico Engels, a través del libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, explica la evolución de la familia y señala su carácter histórico y social. En el patriarcado ve la derrota de la mujer ya que ésta se convierte en el proletario del hombre llevando la lucha de clases al interior de la familia. Pero también sostiene que las “relaciones de sexualidad” deben distinguirse de las “relaciones de producción” ya que la organización social en que vive la población de cierta época histórica y cierto país, está determinada por ambos tipos de producción: por la etapa de desarrollo del trabajo por un lado y de la familia por el otro.2
De esta manera vamos a encontrar en los inicios del capitalismo una fuerte relación con la organización familiar patriarcal al crearse un capitalismo corporativo y un capitalismo doméstico, donde este último se basa en la familia para: 1º) trasmitir la herencia y la continuidad de la línea familiar al imponer un control moral a la mujer diferente del hombre para asegurar la certeza de sus herederos; 2º) reproducir la fuerza de trabajo y 3º) trasmitir los valores de la ideología dominante. El padre-padrone reúne la familia biológica y la económica para garantizar su poder. En este sentido, como dice Manuel Castell: “El patriarcado es una estructura básica de todas las sociedades contemporáneas. Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar. Para que se ejerza esta autoridad, el patriarcado debe dominar toda la organización de la sociedad, de la producción y el consumo, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales y, por tanto, la personalidad, están también marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del patriarcado. No obstante, desde el punto de vista analítico y político, es esencial no olvidar su enraizamiento en la estructura familiar y en la reproducción sociobiológica de la especie, modificadas por la historia (cultura). Sin la familia patriarcal, el patriarcado quedaría desenmascarado como una dominación arbitraria y acabaría siendo derrocado por la rebelión de la `mitad del cielo` mantenida bajo sometimiento a lo largo de la historia.”3
Entendemos por familia nuclear al modelo tradicional de familia, surgido a partir de la primera revolución industrial a finales del Siglo XVIII. Esta familia nuclear se definía como una pareja heterosexual unida en matrimonio y que posee uno o más hijas e hijos biológicos o adoptados, donde todos sus integrantes coexisten en una misma vivienda.
En esta época, casarse era fundar un hogar, es decir, crear una realidad social claramente definida y valorada socialmente. El matrimonio se realizaba para que los cónyuges se prestaran ayuda mutuamente a lo largo de una vida que, en los sectores sociales obreros y de clase media, se anunciaba muy dura. El objetivo era tener niñas y niños, aumentando el patrimonio y legarles a los hijos/as para hacerlos triunfar y, de esta manera, trascender uno mismo. La familia como “célula básica” era uno de los valores más importantes de la sociedad: se juzgaba a los individuos en función de su éxito o su fracaso.
El espacio familiar, a la vez que permitía el desarrollo de las relaciones afectivas y simbólicas, se constituía en el reproductor de las relaciones de producción capitalista donde el trabajo asalariado era su práctica fundante. Este modelo familiar se basaba en la autoridad patriarcal sobre los demás miembros, en particular de las mujeres que debían concentrar la actividad en las tareas domesticas, en tanto el hombre era quien trabajaba fuera del hogar. Una rígida moral, especialmente la moral sexual femenina, estaba sostenida en una severa crianza de los hijos, hasta la independencia de los varones luego de la adolescencia, y de las mujeres con el matrimonio. De allí se definía que “la base fundamental de la familia, su objeto más importante, es la reproducción del hombre, sus fines inmediatos, la educación moral e intelectual y su resultado último, la moralización de las leyes y las costumbres de los pueblos.”4
Sin embargo este modelo familiar no tenía el mismo sentido ni el mismo contenido para la clase dominante que para el resto de los sectores sociales; para las familias del campo y de la ciudad. Tener una vida privada durante el Siglo XIX y principios del Siglo XX era un privilegio para la burguesía poseedora de grandes residencias y que vivía de sus rentas. Las clases trabajadoras se veían obligadas a formas de relaciones familiares diferentes en espacios reducidos a una sola habitación y donde la pobreza obligaba a la mujer y a los hijos a trabajar desde pequeños. Una naciente clase media comienza a reducir esta oposición entre las familias de la burguesía consideradas “decentes” y los sectores populares. De esta manera se expande el modelo dominante construyendo un mito que narra la antigua solidez moral de la familia y el progresivo deterioro que trae la modernidad. La fuerza del patriarcado comienza a debilitarse.
Llegado a este punto podemos señalar cinco grandes períodos históricos del desarrollo de la familia. En la antigua Roma el patriarca era el representante de Dios y su familia estaba constituida por los parientes, allegados y los esclavos. Luego aparece la familia tradicional (madre, padre e hijas/os), donde la autoridad patriarcal era una transposición de la monarquía. Su objetivo era asegurar la transmisión de la herencia. Por ello los casamientos se arreglaban entre los padres sin tener en cuenta los deseos de los/las hijos/as. Con el inicio del capitalismo en el Siglo XVIII nos encontramos con la familia moderna. El patriarca representaba la figura de la burguesía industrial naciente aunque este esquema familiar también funcionaba en las otras clases sociales para reproducir la mano de obra y la ideología de la clase dominante. En los ‘60 y ’70, con el inicio del capitalismo tardío, se impone un tipo de familia basado en la relatividad de los vínculos donde las separaciones y las nuevas recomposiciones familiares son un destino posible de la organización familiar. A principios del Siglo XXI nos encontramos que junto a la familia moderna ha aparecido una diversidad de organizaciones familiares que cuestionan la hegemonía de la familia patriarcal tradicional: familias monoparentales, monoparentales extendidas, homoparentales, unipersonales, familias ensambladas, etc.
Algunos datos. Hasta la década de los ´60 en la familia tradicional el promedio de edad de la mujer para casarse era de 20 años. El casamiento era por civil y podía incluir una ceremonia religiosa. La cantidad de hijos por mujer era de 6,5. Predominaba la familia extensa donde están los tíos, abuelos u otros parientes.
En la década de los ´80 el promedio de edad de la mujer para casarse era de 26 años. Aparece un alto índice de casamientos y divorcios. Los roles entre hombre y mujer comienzan a ser repartidos. La mujer ingresa fuertemente a las nuevas modalidades del mercado laboral. La cantidad de hijos por mujer era de 2,5. Predominan las familias nucleares: padre, madre e hijos.
En la actualidad, la edad promedio de la mujer para casarse es de 27 años. La cantidad de hijos por mujer es de 2,2. Los roles están compartidos y a veces invertidos en relación a la familia tradicional. Hay más mujeres jefas de hogar. Baja el número de casamientos y de divorcios, crecen las uniones consensuadas. Nos encontramos con un gran incremento de familias monoparentales y hogares sin hijos. Se consolidan las familias ensambladas. Hay madres solas, parejas sin papeles, hijos fuera del matrimonio, uniones de parejas gays y lesbianas, estructuras de familias ensambladas donde se integran hijos de parejas anteriores y nuevos hijos. Hoy las familias constituidas por una pareja e hijos representan menos del 40% de los hogares. En los noventa eran el 46,8%. En apenas dos décadas aumentó la proporción de mujeres que son jefas de hogar del 21% al 29%. El 80% de quienes se separan forman nuevas parejas. Hay una pérdida del modelo de la familia nuclear.
Esto nos lleva a que, si las nominaciones definen lugares establecidos, en esta época de transición no hay nombres para definir relaciones que ya son habituales: ¿Cuál es el nombre para un niño de la pareja del papá y/o de la mamá? Si esta pareja tiene hijos de anteriores matrimonios ¿Cuál es el nombre de esa relación entre sus hijos? Y si la pareja tiene hijos ¿Nombrarlos como medio hermanos no alude al modelo de la familia nuclear patriarcal? En el caso de las familias homoparentales ¿Si son dos mujeres el niño tiene dos mamas y si son dos hombres dos papas? Y podríamos seguir en toda la línea de filiación con abuelos/as, tíos/as, primos/as, etc. Esto pone en evidencia la dificultad para dar cuenta de los procesos de subjetivación que se dan en la actualidad y la necesidad de reformular los instrumentos teóricos y clínicos que tiene el psicoanálisis.
La novela familiar freudiana
En los componentes de la representación judeo-cristiana el padre es el lugar del logos, de la cultura y fuente de la libertad. La madre es la naturaleza hecha de sentimientos. Estos lugares fijos e inamovibles que están sustentados en el derecho natural de origen divino comienzan a ser cuestionados ya que actualmente está cediendo el lugar a otras combinaciones de las relaciones entre los sexos y de las formas de poder.
La novela familiar freudiana plantea que amor y deseo, sexo y muerte se inscriben en el núcleo de la institución del matrimonio patriarcal y heterosexual. Su concepción de familia se sostiene en una organización de leyes de alianzas y filiación basadas en la prohibición del incesto donde cada sujeto se descubre portador de un deseo inconsciente.5 Sin embargo, como dice Elisabeth Roudinesco: a lo largo del Siglo XX la invención freudiana fue objeto de interpretaciones diferentes. Los libertarios y las feministas la vieron como un intento de salvamento de la familia patriarcal. Los conservadores como un proyecto de destrucción pansexualista de la familia y el Estado. Por último, muchos psicoanalistas como un modelo psicológico capaz de restaurar un orden familiar normalizador en el cual las figuras del padre y la madre serían determinadas por la primacía de la diferencia sexual. Según este enfoque, cada varón estaba destinado a convertirse en el rival del padre, cada mujer, en la competidora de la madre, y todos los hijos, en el producto de una escena primitiva, recuerdo fantaseado de un coito irrepresentable. Es que las corrientes psicoanalíticas hegemónicas, al tomar como modo de interpretación la psicología del complejo de Edipo -que responde a factores históricos-sociales-, siguen sosteniendo el lugar del hombrepadre como logos separador y la mujer-madre como sentimiento. De esta manera han dejado de lado los cambios históricos que se han producido en las funciones paterna y materna y, fundamentalmente el sentido trágico que plantea este mito en la constitución de nuestra organización psíquica: el deseo como deseo imposible de ser realizado. Es decir, lo que denominamos factores estructurantes primarios.6
Si la obra de Freud produce diferentes lecturas es porque, a la vez que le asigna un lugar de consideración a la familia patriarcal como soporte de la subjetividad, pone en evidencia sus contradicciones al afirmar la importancia del deseo en la constitución del sujeto, reconoce la diferencia de la mujer, considera a los niños como sujetos y hace desaparecer las fronteras entre la normalidad y anormalidad. De allí la importancia que tiene su obra, a mediados del siglo XX, cuando se aceleran cambios significativos en la vida cotidiana.7
Luego de la segunda guerra mundial el proceso de transformación capitalista hace sucumbir los usos y costumbres que aún quedaban de principios de siglo. Pero es en los ’60 y ’70 donde la modernidad modifica el imaginario social tradicional, cuyos efectos ponen en cuestionamiento la familia patriarcal. Este proceso con características diferentes en cada país, si bien incluía a una minoría de la población, expresaba ideas, fantasías y deseos de la época cuya significación producen transformaciones en la corposubjetividad que llegan hasta la actualidad.
Puntualicemos cuales son los factores históricos-sociales que permitieron estos cambios.
1º) La transformación de la economía y el mercado laboral a partir de la globalización capitalista -fundamentalmente en los países desarrollados- hace que se pase de la familia como unidad de reproducción de la mano de obra a la familia consumo, en especial en los sectores medios donde adquiere una gran importancia el confort y el consumo. De la familia extensa se pasa a la familia nuclear que debe convivir con otras formas de organizaciones familiares. De la mujer madre a la mujer integrada a las nuevas modalidades del trabajo.
2º) En las sociedades tradicionales la mortalidad infantil era muy elevada, lo cual llevaba a la necesidad de tener muchos hijos/as. El avance de la medicina, la biotecnología y la farmacología han permitido el control creciente sobre el embarazo y la reproducción de la especie humana en los países y las clases sociales con poder adquisitivo. Es así como el nacimiento de los hijos/as se plantea, en esos sectores sociales, en términos de una decisión racional de índole estratégica e instrumentada a partir de la planificación de la pareja.
3º) La píldora anticonceptiva, de venta autorizada a partir de 1960, permitió libertades donde la familia dejaba de ser el fin último de la pareja. El placer del acto sexual se separó definitivamente de la procreación. En esta perspectiva, el desarrollo de las técnicas de fertilización asistida fue llevando a que la filiación adquiera una nueva entidad que desplaza un acto privado a lo social y lo político.
4º) La familia como base para la transmisión de la herencia y la continuidad de la línea familiar impone el sometimiento y la doble moral a la mujer para asegurar la certeza de sus herederos: madre cierta, padre incierto. Este lema, a partir del análisis de filiación por el ADN, ha quedado caduco ya que permite identificar con absoluta precisión quiénes son los padres. Este hecho adquiere una gran importancia por los efectos imaginarios y simbólicos en el conjunto de la sociedad.
5º) Es a partir de lo desarrollado anteriormente que los movimientos feministas y de gays y lesbianas adquieren una gran fuerzasocial y política. Los estudios de género y de la teoría feminista denuncian a la familia patriarcal como ámbito de dominación masculina a partir de un orden construido desde un sistema sexual binarista y jerárquico: mujeres/femeninas/inferiores y hombres/masculinos/superiores. Desde esta perspectiva ponen en evidencia las relaciones de poder, las jerarquías por edad y sexo, la división sexual del trabajo y la reproducción estereotipada de género en el proceso de socialización.
6º) Los movimientos de gays y lesbianas refuerzan su lucha contra la discriminación e inferiorización de toda orientación sexual disidente del modelo heteronormativo: travestis, gays, lesbianas, transgéneros, transexuales, intersexuales y bisexuales. La discusión sobre el matrimonio de gays y lesbianas y su derecho a adoptar se ha transformado en un hecho social y político que cuestiona la familia patriarcal y su fundamento basado en el derecho natural. Al desplazar la norma del matrimonio heterosexual inaugura un parentesco por lazo de afinidad y no de sangre. En este sentido, lo que está en juego son las normas históricas de la relación entre los sujetos a partir de cómo se constituyen el género y la sexualidad, en tanto éstas ya no tienen que ver con un orden natural pues dependen de una elección política.
La fotografía digital
Con la aparición de la cámara digital el acto de sacar fotografías ha cambiado. Si en la era pre-digital se tenía una cámara por familia, la cual se utilizaba para acontecimientos importantes, hoy todos tienen dispositivos que permiten tomar fotos que son usados para registrar diferentes momentos de la vida. De esta manera se redefinen los límites de lo que es fotografiable. Pero es con la incorporación de la foto digital en las comunidades virtuales para ser compartidas y difundidas, donde encontramos una transformación de la cultura visual. La nueva configuración de los “usos sociales de la fotografía” en el actual contexto tecnológico, social y cultural devienen en la integración de la imagen fotográfica en un conjunto de prácticas comunitarias propias de la denominada cultura digital. En el álbum familiar sólo tenían acceso los conocidos, hoy la posibilidad de archivar imágenes en el ciberespacio permite que puedan acceder familiares, amigos y conocidos, pero también personas que no conocemos. En este sentido la fotografía digital ya no sólo existe para retratar a la familia. Sin embargo, en aquellos que suben las fotos a las redes virtuales, podemos observar un esfuerzo para “integrarse a un grupo reafirmando el sentimiento que se tiene de si mismo y de su unidad”, al ampliar el límite de lo posible que nos señalaba la cámara pre-digital. Su resultado es el desarrollo de una cultura digital que recién se está definiendo. Algo similar a lo que ocurre con la multiplicidad de organizaciones familiares que aparecen como alternativa a la familia nuclear.
En una caja guardo, en pequeños álbumes, las fotos de diferentes épocas de mi vida. Allí están las que heredé de mis padres y las de mi propia familia. Este proceso acumulativo, que permite narrar mi historia personal y familiar, fue interrumpido hace varios años por la cámara digital. Ahora las fotos se encuentran archivadas en documentos de mi computadora. A las que fui sacando se les agrega las que envían regularmente mis amigos por e-mail. Cuando quiero buscar alguna debo reconocer que me resulta difícil encontrarla y cuando la encuentro, la gran cantidad de fotos que repiten las mismas situaciones me lleva a decirme que algún día tengo que hacer una selección. Evidentemente debe ser una decisión difícil ya que nunca la hago.
Observo una foto que está en mi biblioteca. Allí aparece mi hijo sentado en una silla, detrás mi esposa y yo parados; adelante, sentados en el suelo, mis dos sobrinos. Todos estamos vestidos con ropa informal y sonreímos. La cámara captura ese instante donde todos queremos trasmitir la alegría de ese momento. No hay ninguna manifestación de trascendencia. Sólo el fluir de la vida que la cámara detiene para el recuerdo. Sin embargo, marca una época de ruptura con el orden familiar que mostraba la foto de mis abuelos.
Decíamos, al inicio del capítulo, que vivimos una etapa de transición en la búsqueda de nuevas organizaciones familiares. Conjuntamente con la familia patriarcal moderna conviven otras formas familiares que necesitan encontrar un nuevo orden imaginario y simbólico en la cultura. La crisis de la novela familiar freudiana nos lleva como psicoanalistas a reconocer la necesidad de desarrollar los instrumentos teóricos y clínicos que puedan responder a las transformaciones actuales de la familia las cuales devienen en diferentes configuraciones psíquicas.
1. Bordieu, Pierre, La fotografía: un arte digital, introducción de Tununa Mercado, editorial Nueva imagen, México, 1979.
2. Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, obras escogidas, editorial el Progreso, Moscú, 1981.
3. Castell, Manuel, La era de la información, volumen III, El poder de la identidad, Siglo XXI editores, México, 2000.
4. Miguez, J. Eduardo, “Familias de clase media: la formación de un modelo.”, en Historia de la vida privada en la Argentina. La Argentina plural: 1870-1930, editorial Taurus, Buenos Aires, 1999.
5. Este tema lo vamos a desarrollar en el capítulo 12: “La crisis del mito de Edipo patriarcal”.
6. Leer Parte II.
7. “Único entre los psicólogos de su época, Freud inventa entonces una estructura psíquica del parentesco que inscribe el deseo sexual -vale decir la libido o el eros- en el corazón de la doble ley de alianza y la filiación. Priva así a la vida orgánica de su monopolio de la actividad psíquica y diferencia el deseo sexual -expresado por la palabra- de las prácticas carnales de la sexualidad, de las cuales se ocupan los sexólogos… La palabra libido, que significa “deseo” en latín, era utilizada por los sexólogos de fines del siglo XIX para designar una energía propia del instinto sexual (libido sexualis). Freud la retomó para aludir a la manifestación de la pulsión sexual y, por extensión, a la sexualidad humana en general, diferenciada de la genitalidad (orgánica). En Freud eros designa el amor en el sentido griego y la pulsión de vida.” Roudinesco, Élisabeth, La familia en desorden, editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.