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Prólogo

Culminando un proyecto que viene de lejos, con la contundencia de un pensamiento innovador enraizado en lo mejor del psicoanálisis y la filosofía, Enrique Carpintero nos entrega ahora El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, texto destinado a ocupar un lugar protagónico en el campo ampliado de nuestra cultura.

Ya en 1999, anunciando el nuevo milenio, Enrique Carpintero nos sorprendió con Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, aquel libro teórico-clínico, piedra basal que anticipó lo que después desplegó en varias direcciones.

Si con Registros de lo negativo Enrique Carpintero irrumpió en el psicoanálisis para hacernos saber que el cuerpo habla en las fantasías, en los sueños, en los actos fallidos, en los gestos, en la afectividad que forma parte de la estructura psíquica, con La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud que apareció en 2003, nos propuso un libro organizado en base a notas editoriales publicadas en la revista Topía entre 1995 y 2002. De modo tal que el carácter ágil y flexible -contingente, si se quiere- del estilo de revista le permitió entonces imaginar y plasmar un libro tan transparente como riguroso; tan fresco como definitivo. Al cambiar la sintaxis de revista a libro; al unir y ensamblar fragmentos de un sistema complejo esas, que en el inicio fueron notas editoriales -lo que quiere decir que fueron intervenciones psicoanalíticas en los conflictos sociales-; esos textos, siendo los mismos, fueron otros: cambiaron de sentido o, mejor aún, adquirieron un sentido nuevo como soporte de un todo que al estilo de piezas de un rompecabezas encajaban perfectamente para permitirnos vislumbrar la figura mayor.

Pues bien. No es este el caso. No estamos aquí ante una revista hecha libro. El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser no está construido con la acumulación de notas editoriales que solo esperaban una estructura temática para darle la forma de un reading.

Tampoco se trata de un agregado, un anexo a los libros que le precedieron: apostillas, si acaso, a Registros de lo negativo y a La alegría de lo necesario. En El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser Enrique Carpintero no se conformó con hacer una síntesis de su particular manera de plantear lo histórico social en los orígenes del aparato psíquico, sino que se dedicó a capturar todo lo producido con anterioridad para volar hacia espacios no transitados hasta ahora. Para armar el volumen que tiene usted en sus manos Enrique Carpintero tomó las notas de la revista Topia, pero también tomó sus propios libros y muchos más, para “amasarlos” nuevamente, para procesarlos hasta que apareció un producto diferente que augura y anuncia un camino nuevo para pensar la constitución subjetiva en los tiempos que corren. Así El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser es, si se quiere, el apogeo de un pensamiento psicoanalítico que en plena madurez funciona de trampolín para elevarse a la escena donde se plantean los grandes interrogantes de la cultura actual. De modo tal que por sus páginas se despliegan hipertextos, productos del trabajo con esos interrogantes mayores: ¿Cuáles son las trampas tendidas en el seno de la propia subjetividad que nos llevan a convalidar un sistema opresor injusto y desigual? ¿Cuál es y cómo funciona esa dialéctica siniestra instalada dentro nuestro que nos impide rebelarnos contra aquello que nos despoja de los bienes materiales, de los bienes simbólicos y de la vida misma? ¿Por qué los que menos tienen son los que tienen menos posibilidades de oponerse a un sistema que los excluye o los explota, pero que no los considera? ¿Por qué aquellos que no tienen nada que perder, más que sus cadenas, son los más sumisos y obedientes al proyecto de exclusión? ¿Cómo se explica que los obreros y los sectores más postergados de la sociedad no se rebelen contra quienes los someten; cómo se explica que los oprimidos voten a sus verdugos?

Enrique Carpintero no responde a esos interrogantes si por responder se entiende clausurarlos. Enrique Carpintero los hace trabajar. Y, para eso, para hacerlos trabajar, recurre a Freud, a Spinoza, a Rozitchner y a un universo bibliográfico donde brilla su talento de editor. Con todos esos recursos va construyendo una estructura conceptual, va puliendo términos teóricos que a la manera de instrumentos le permiten operar en el intrincado espacio de lo individual y lo social. Termina con el dilema estéril de la constitución del sujeto apelando a la noción de corposubjetividad donde incluye el cuerpo orgánico, el cuerpo erógeno, el cuerpo pulsional, el cuerpo social y político, el cuerpo imaginario y el cuerpo simbólico. Para explicar los efectos de la pulsión de muerte, imposible de ser representada en el psiquismo, pero de efectos devastadores a lo largo de la vida del sujeto, Enrique Carpintero invierte los términos y enuncia la muerte-como-pulsión. Con una intervención sutil y sofisticada, casi como quién amplía con un microscopio las series complementarias enunciadas por Freud para iluminarlas en detalle, el autor propone diferenciar un desvalimiento originario que -muerte-como-pulsión- se encontrará con un otro primigenio, imprescindible para construir ese espacio-soporte capaz de decidir acerca de un destino más cargado hacia el desvalimiento, carente de representación (y, por lo tanto, trauma imposibilitado de elaboración simbólica), o un destino más cargado hacia el desamparo ligado a la libido (y, por lo tanto pasible de elaboración simbólica).

Así, con las nociones de corposubjetividad, de muerte-como-pulsión, de desvalimiento originario, desvalimiento y desamparo, espacio-soporte y factores psicoentrópicos (síntomas de lo negativo que hacen evidencia en la clínica) queda formalizada la rampa de lanzamiento. A partir de esa estructura fundamental Enrique Carpintero se eleva para enfocar con luz propia las variaciones de la sexualidad humana, la sociedad de consumo y el lugar del psicoanálisis en la cultura: las relaciones del sujeto con el poder.

Porque desde el nacimiento en adelante, la relación del sujeto con el discurso político transita por las marcas que ha dejado en el inconsciente la relación con el Otro. La constitución de la subjetividad se erige, así, sobre la herida que dejó abierta el desvalimiento del bebé frente a la mamá o a los adultos responsables de la vida o de la muerte. La situación de extrema indefensión social, la experiencia de inermidad por la que transitamos después, no hace otra cosa que reabrir la marca que el Otro grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone, nuevamente, a quedar subordinados al Poder. Así, en una sociedad como la nuestra, dominada por un proyecto capitalista, el discurso del Otro absoluto se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte y frecuentemente se expresa a través de acciones destructivas hacia los demás y hacia uno mismo. Violencia ejercida, violencia padecida, da lo mismo porque en nosotros se borra el límite entre víctimas y victimarios. Ese Otro incorporado en el seno de lo propio explica la destructividad pero, por sobre todo, la auto destructividad que nos habita. Esa indefensión original nos predispone, decía, a quedar subordinados al Poder, y el Poder exige sacrificios: sacrificios humanos. El Poder exige sacrificios pero, además, busca el consenso. No deberíamos olvidar que el sistema actual de miseria y exclusión de grandes mayorías que se impuso junto al enriquecimiento desmesurado de unos pocos, se llevó a cabo con un alto grado de consenso. Triste es reconocerlo pero, capturada por el discurso del Poder, casi toda la sociedad colaboró para sostenerlo contribuyendo a reforzar la omnipotencia del Poder. Y el Poder se impuso promoviendo la identificación que liga el deseo a las representaciones mortíferas que el mismo Poder ofrece.

La muerte-como-pulsión. En la Argentina el terrorismo de estado se inscribió como traumatismo social, pero la democracia no impidió que la dictadura del discurso económico renovara esa experiencia traumática. Así, la masa quedó cautivada por el Poder: atrapada y fascinada. Y la adhesión o la indiferencia hacia el discurso del Poder nos convirtió en sujetos democráticos destinados a subscribir lo que Lenin afirmó en El Estado y la Revolución: “La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo.”

“El odio primario está en el origen del sujeto -escribe Enrique Carpintero- ya que el amor se va construyendo en un proceso que determina la relación con uno mismo y con el otro…Es decir, nos constituimos en la falta, pero también en la potencia….Por ello colectivamente no basta con la ética, que es la vía individual. Se hace necesaria una política…” “Se inicia en la falta, pero su desarrollo es posible en la potencia de ser”. Aquí Spinoza acude para ayudar al autor -la solidaridad: el otro que completa al sujeto- a resolver ese juego de fidelidades y traiciones cruzadas entre Lacan que hace de la falta concepto fundamental y Deleuze que propone la potencia de los flujos deseantes en el origen. De modo tal que del “nos constituimos en la falta, pero también en la potencia” habría que rescatar el valor del “también”…y esa pulsión que es deseo en el psiquismo, es erogeneidad en el organismo, es socialidad en la cultura.

No obstante la nuestra tiende a ser una cultura sin Otro. Al menos, sin un Otro simbólico ante quien el sujeto pueda dirigir una demanda, hacer una pregunta o presentar una queja. La nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos. No hay Otro en la cultura actual y todavía está por verse si el Mercado reúne las condiciones de dios único, capaz de postularse para ocupar el lugar vacante que el Otro tuvo en la modernidad. Más bien parecería ser que los nuevos tipos de dominación remiten a aquello que Hannah Arendt llamó una “tiranía sin tirano” donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. Porque el capitalismo ha descubierto -y está imponiendouna manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no solo intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los individuos para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve las instituciones de modo tal que los sujetos quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por los flujos comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados de prisa. La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica. “Al quedar recusada toda referencia simbólica capaz de garantizar los intercambios humanos, sólo hay mercancías que se intercambian sobre el fondo de un ambiente de venalidad y nihilismo generalizado... El “neoliberalismo” está haciendo realidad el viejo sueño del capitalismo. No sólo amplía el territorio de la mercancía a los límites del mundo en el que todo objeto ha llegado a ser mercancía, también procura expandirlo en profundidad a fin de abarcar los asuntos privados, alguna vez a cargo del individuo (subjetividad, sexualidad) y ahora incluirlos en la categoría de mercancía.” (Dufour, Dany-Robert, El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global, editorial Paidós, Buenos Aires, 2007).

Hoy en día no son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Son los flujos mercantiles los que tienden a diluir las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Por eso, la obra toda de Enrique Carpintero adquiere un valor definitivo cuando acepta el desafío y opone un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; un psicoanálisis capaz de resistir al arrasamiento subjetivo; una distancia del vértigo indetenible de los flujos consumistas; una alternativa a los imperativos que nos pretenden productivos, eficaces, exitosos, acríticos y líquidos.

La obra toda de Enrique Carpintero se inscribe en una venerable tradición que se inició con el Freud de Psicología de las Masas y El Malestar en la Cultura, con el interlocutor de Einstein ante el porqué de la guerra; reconoce sus antecedentes en Spinoza y en Marx, en la Escuela de Frankfurt, en la producción de Wilhelm Reich. Aquí, en la Argentina, la cadena pasa por la gesta de los pioneros contra la psiquiatría manicomial hegemónica en la década del 40, por la psicoterapia de grupo y por el psicodrama cuando el psicoanálisis individual se postulaba como el único legítimo, por el grupo Plataforma que partió en dos al psicoanálisis mundial, por los equipos asistenciales de los Organismos de Derechos Humanos y las intervenciones en la fábricas recuperadas, por las nuevas formas de legislar la enfermedad y la salud mental.

En esta etapa gris de la historia, en medio de una comunidad científica donde frecuentemente las instituciones demandan la sacralización de las teorías y donde los maestros exigen una adhesión acrítica; aquí, donde tan a menudo el anatema reemplaza a la controversia y, en su lugar, las guerras de prestigio se desatan para ahogar la reflexión; aquí, entre nosotros, Enrique Carpintero ha sabido construir con arduo trabajo e inteligencia un espacio para la producción teórica original que es, también, un espacio colectivo; espacio que con El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser adquiere una dimensión insoslayable por donde transitan León Rozitchner, Silvia Bleichmar, Fernando Ulloa a quienes, gracias a Enrique, extraño menos.

Juan Carlos Volnovich

El erotismo y su sombra

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