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ОглавлениеCapitulo 2
La corporsubjetividad
Las señales que podemos encontrar en nuestra cultura del padecimiento subjetivo son numerosas. Quisiera detenerme en un tema que caracteriza nuestra cultura: el aceleramiento del tiempo subjetivo.
La época del nanosegundo
Hace 2.500 años, el filósofo griego Heráclito dejó una gran cantidad de conceptos fragmentarios que han llegado hasta la actualidad. Uno de ellos lo enunció con una metáfora: nunca podemos meternos dos veces en el mismo río porque, cuando entramos por segunda vez, el río habrá cambiado, ya no será el mismo. Lo único constante es el cambio. Sin embargo hoy, el cambio mismo ha cambiado. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se ha acelerado nuestra concepción del tiempo en la relación con nosotros mismos y con los demás.
A lo largo de la historia, el tiempo fue una de las variables importantes en las relaciones humanas, aunque no siempre se lo midió de la misma manera. Hasta el Medioevo a nadie le importaba medir el tiempo en horas y minutos. Recién fue en el siglo XVI, con el inicio del capitalismo incipiente, que las campanas de Nüremberg comenzaron a sonar cada cuarto de hora. En la actualidad podemos caracterizar nuestra época por el nanosegundo. Éste es una unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a la mil millonésima parte de un segundo. Pareciera que no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Debemos medirlo en nanosegundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde. Tenemos la impresión que los días pasan a la velocidad de un nanosegundo. Sin darnos cuenta finaliza un año en el que nos quedaron muchas cosas sin hacer. La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Por ello, la ansiedad es uno de los síntomas de nuestra época.
Es que nuestra subjetividad esta construida en una cultura donde el aceleramiento es adecuado para consumir en el mercado de compra y venta en que se ha transformado nuestra sociedad. No es importante lo que se compra, lo que interesa es comprarlo. La consigna es “compre ya”. Puede ser un sacacorchos automático, un curso acelerado de yoga, diez sesiones para curar una fobia, un psicofármaco de última generación, o un Viagra para tener más relaciones sexuales. Lo importante es no detenernos. No detenernos para encontrarnos con el otro. No detenernos para pensar. No detenernos para conocer nuestro deseo. Algunos dirán: para qué detenernos si hay un sistema que nos ofrece todo lo que necesitamos. En realidad éste es el problema: no es que necesitemos lo que nos ofrecen, sino que porque lo ofrecen lo necesitamos.
El escritor Don DeLillo sitúa el comienzo de este aceleramiento subjetivo del tiempo en la década del noventa. Ésta es la década en que se afirmó mundialmente la hegemonía del capital financiero. Es la década del pensamiento único de este capitalismo llamado neoliberal. El objetivo era obtener ganancias rápidas y fáciles. Pero también fue la década del dinero virtual, de las empresas PuntoCom. Internet se transformó en el medio para invertir dinero a través de agencias que cotizaban en la bolsa de valores. Para ello, era necesario tener datos que cambiaban continuamente. Se ganaba y perdía dinero rápidamente sentado cómodamente frente a una computadora. Por supuesto, cuando explotó la burbuja virtual, pocos ganaron y muchos perdieron.
Esta cultura de la velocidad abarca el conjunto de las relaciones cotidianas donde lo único importante es un futuro permanente. En la perspectiva del capitalismo tardío el pasado no tiene más importancia; todo es viejo y pasado de moda. Como dice Don DeLillo siempre hay que ir para adelante, nunca atrás. La duda que nace de la experiencia del pasado ha sido eliminada. Su resultado es haber “inventado una nueva teoría del tiempo. Ésta es la amnesia del futuro. Un lugar sin memoria”.
Sin embargo la memoria aparece. Lo que no queremos recordar interrumpe nuestra velocidad y nos detiene. Allí aparecen los síntomas característicos de nuestra época. Síntomas que dan cuenta de la singularidad de una subjetividad que se construye en la relación con el otro en el interior de una cultura.
Esto nos lleva a definir que entendemos por subjetividad.
La corporsubjetividad: la producción de subjetividad es corporal
La noción de subjetividad se ha tornado compleja porque no es un dato dado, no se hereda. Tampoco se limita al campo de la conciencia como pretende la filosofía a través de escuelas que diferencian el par idealismo-materialismo y las relaciones sujeto-objeto. Desde la psicología se explica a la subjetividad y lo subjetivo como perteneciente a lo psíquico. En la mayoría de los desarrollos psicoanalíticos se comparte esta posición, aunque debemos recordar que es un concepto que nunca fue utilizado por Freud.
Sin embargo lo dilemático de esta propuesta es dejar de lado las relaciones que se establecen entre los ámbitos “objetivo” y “subjetivo”. De allí que, para salir de este problema, se enuncia que el ser humano es bio-psico-social. Pero esta posición encubre que, los que la enuncian, establecen una prioridad en toda producción de subjetividad al sostener un reduccionismo que puede ser biológico, psicológico o sociológico.
En este sentido la noción que tengamos de subjetividad tiene implicancias no solo teóricas, sino también en la práctica clínica. Por ejemplo, cuando hablamos de interdisciplina nos estamos refiriendo a una perspectiva epistemológica que rompe con visiones cerradas para entender el padecimiento subjetivo.1 Esta complejidad es la que alude Freud cuando crea el concepto de “series complementarias” para explicar la multiplicidad de factores endógenos (hereditarios, constitucionales y primeras experiencias infantiles) y exógenos (la situación actual desencadenante) que intervienen en la producción de un síntoma. Estos factores son complementarios, pudiendo cada uno de ellos ser más débil cuanto más fuerte es el otro. Ambas series varían entre sí en razón inversa: para que se desencadene un síntoma puede ser un trauma actual mínimo en el caso de un factor endógeno intenso y viceversa.2 Por otro lado en obras como El malestar en la cultura (1930) y Psicoanálisis de las masas y análisis del yo (1921) da cuenta de la relación entre el ámbito “subjetivo” y “objetivo”. En forma errónea se las denomina “sociológicas”, cuando en realidad a Freud no le interesaba analizar los problemas sociales que describía, sino como éstos se inscriben en un aparato psíquico sobredeterminado por lo inconsciente y como éste produce efectos en lo social.
De esta manera vamos a describir la producción de subjetividad dando cuenta de sus múltiples determinaciones en la cual no la reducimos a entenderla como sinónimo de manifestación psíquica. Para ello nos apoyamos en el modelo pulsional freudiano3 y en la filosofía spinoziana que, al romper con la división que hace Descartes entre mente y cuerpo, establece que ambos forman parte de una sola sustancia que se expresa en los modos pensamiento y extensión. Es decir, de cuerpos que afectan y son afectados en el interior del colectivo social.4 Como dice Julia Kristeva: “Tras su periodo lingüístico, el psicoanálisis de nuestros días, y sin duda el del futuro, vuelve a prestar atención a la pulsión, a causa de la herencia freudiana y bajo la presión de las neurociencias. En consecuencia, descifra la dramaturgia de las pulsiones más allá del significado del lenguaje tras el que se oculta el sentido pulsional. Los indicios de este sentido pulsional pueden ser translingüísticos. Tomemos, por ejemplo, la voz; sus intensidades, sus ritmos manifiestan a menudo el erotismo secreto del deprimido que ha cortado lazos del lenguaje con el otro, pero que no obstante ha enterrado el afecto en el código oscuro de sus vocalizaciones, en las que el analista irá buscando un deseo menos muerto de lo que parece.”5
Desde esta perspectiva proponemos delimitar la constitución de la subjetividad en su complejidad evitando los reduccionismos señalados anteriormente.6 Para ello creamos el concepto de corposubjetividad que alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación. Pero también, cuerpos que producen signos -como plantea Spinoza- que son pasiones: efectos de acciones sobre los cuerpos, cuerpos que actúan sobre otros cuerpos; es decir, cuerpos que afectan y son afectados en el colectivo social.
El psicoanálisis establece que el sujeto debe dar cuenta de un aparato psíquico sobredeterminado por el deseo inconsciente. Pero este aparato psíquico se construye en la relación con un otro humano en el interior de una cultura. Es decir, hablar de subjetividad implica describir una estructura subjetiva como una organización del cuerpo pulsional que se encuentra con una determinada cultura.
En este sentido, definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo como metáfora de la subjetividad se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. El carácter extenso del aparato psíquico es fundamental para Freud, ya que éste es el origen de la forma a priori del espacio: “La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Ninguna otra deducción es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe de eso.”7
Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.
Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio, entre estos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura está sólo por fuera; la cultura está en el sujeto y éste, a su vez está en la cultura: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en lo intrasubjetivo (al dar cuenta de aparato psíquico y orgánico), en la intersubjetividad (en la relación con el otro) y en la transubjetividad (en la relación con la cultura).
Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde van a encontrarse los efectos del interjuego de las pulsiones vida, Eros y las pulsiones de muerte. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad (Ver gráfico 1).
Creemos necesario señalar que esta perspectiva la podemos encontrar en los recientes aportes de la neurobiología donde muestran, como la plasticidad de la red neuronal permite la inscripción de la experiencia.8
Veamos brevemente. La idea de que la experiencia produce una huella es lo que sostiene Freud con el concepto de huella mnémica que deja la percepción en sus diferentes niveles de inscripción en el aparato psíquico, ya sea consciente o inconsciente. En términos neurobiológicos, la huella es dinámica y sujeta a modificaciones ya que los mecanismos de su inscripción confieren a la red neuronal gran plasticidad. De este modo sobre la base de la experiencia se constituye una realidad interna que puede ser consciente o inconsciente. Las huellas “se inscriben, se asocian, desaparecen, se modifican a lo largo de la vida por medio de la plasticidad neuronal. Estas huellas inscriptas en la red sináptica determinarán también la relación del sujeto con el mundo exterior.”9
Lo importante es destacar que la constitución de esta realidad interna inconsciente fundada sobre los mecanismos de la plasticidad, no son exclusivamente un fenómeno de orden psíquico, sino involucra al cuerpo. Las percepciones de la experiencia que deja una huella en la red sináptica se asocia a lo que Antonio Damasio llama marcadores somáticos.10 Estos refieren a que la percepción esta asociada a un estado somático y el recuerdo del estado somático asociado con una percepción contribuyen a producir la emoción. El recuerdo, por sistemas neuronales particulares, del estado somático asociado a la percepción o a las huellas que esta última ha dejado en la red sináptica sería un elemento determinante de la experiencia emocional subjetiva del sujeto. El concepto de pulsión, definido por Freud como un concepto límite entre lo psíquico y lo somático, permite establecer las relaciones entre la realidad interna inconsciente con los estados somáticos asociados (Ver gráficos 2 y 3).
El concepto de plasticidad neuronal cuestiona la antigua oposición entre una etiología orgánica y una etiología psíquica del padecimiento subjetivo. Lo mismo ocurre con respecto al concepto de epigénesis. Este plantea que el nivel de expresión de un gen dado puede estar determinado por la singularidad de la experiencia. Es que “en el funcionamiento de los genes existen mecanismos que intervienen en la realización del programa genético y cuya función es reservar un lugar para la experiencia; al fin de cuentas, es como si el individuo se revelara genéticamente determinado para no estar determinado.”11 Esto lleva a una integración compleja entre una determinación genética; una determinación ambiental y psíquica. El genotipo de un lado, y la experiencia del otro constituyen dos dimensiones heterogéneas de la plasticidad.12 (Ver gráfico 4).
Desde lo que venimos planteando podemos decir que los procesos de subjetivación devienen de los múltiples anudamientos de los tres espacios que, en el caso de la producción de un síntoma, requiere delimitar la complejidad del entramado que lo causa. Por ello entendemos que la práctica del psicoanálisis no se realiza exclusivamente sobre la realidad del mundo interno (intrasubjetivo), tampoco sobre los comportamientos del mundo externo (inter y transubjetivo). Se realiza en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye al sujeto y éste con sus determinaciones inconscientes a dicha realidad. Este lugar lo denominamos un “entre”. En este “entre” la subjetividad no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad.
Es decir, no es como la entiende un subjetivismo cognitivo que promete curar un síntoma en diez sesiones. Pero tampoco es la de una psiquiatría biológica que interpreta la subjetividad desde la exterioridad del aparato orgánico donde el padecimiento psíquico se reduce a neurotransmisores.
De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico- social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción. Pero lo social como marca en nuestros cuerpos no lo debemos entender como una imposición, sino como el resultado de un conflicto que comienza desde la niñez. Este conflicto tiene los avatares de la castración edípica, que desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo humano.13
Por ello todo síntoma debe ser entendido desde la singularidad de aquel que lo padece. Pero también en todo síntoma vamos a encontrar una manifestación de la cultura. Si el paradigma de la sociedad victoriana era la sintomatología histérica, en la actualidad el paradigma es el paciente límite. Este es producto de lo que denominamos un exceso de realidad basado en la fragmentación de las relaciones sociales.14 El cual lleva a un vaciamiento subjetivo cuyas consecuencias son la sensación de fracaso, la despersonalización, la locura y la muerte. Por ello en todo tratamiento es necesario dejar hablar al cuerpo en sus fantasías, en sus sueños, en sus actos fallidos, en sus gestos, en sus movimientos, en definitiva en sus manifestaciones lingüísticas y translingüisticas. Allí podemos escuchar la corposubjetividad donde forma y sentido están relacionados con la afectividad, que también forma parte de su estructura.
1. Para un desarrollo de las diferentes conceptualizaciones acerca del concepto de subjetividad ver Guinsberg, Enrique, “Subjetividad”, revista Topía Nº 40, abril de 2004 en www.topia.com.ar
2. Freud, Sigmund, Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), tomo XV, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1978.
3. Ver Parte II, capítulo 8.
4. “Spinoza cambió la perspectiva que heredó de Descartes cuando dijo, en la parte I de la Ética, que el pensamiento y la extensión, aunque distinguibles, son, sin embargo, atributos de la misma sustancia, ya sea Dios o la Naturaleza. La referencia a una única sustancia sirve a la finalidad de afirmar que la mente es inseparable del cuerpo, habiendo sido creados ambos, de alguna manera, del mismo material. La referencia a los dos atributos, mente y cuerpo, reconocía la distinción de dos tipos de fenómenos, una formulación que preservaba un dualismo de <aspecto> completamente sensible, pero rechazaba el dualismo de sustancia. Al poner en el mismo rasero pensamiento y extensión, y al unir ambos en una única sustancia, Spinoza deseaba superar un problema al que Descartes se enfrentó y no supo resolver: la presencia de dos sustancias y la necesidad de integrarlas. Ante esto, la solución de Spinoza ya no requería que mente y cuerpo se integraran o interactuaran: mente y cuerpo surgían en paralelo de la misma sustancia, imitándose mutuamente y de manera completa en sus diferentes manifestaciones. En sentido estricto, la mente no causaba al cuerpo y el cuerpo no causaba a la mente.” Damasio, Antonio, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, editorial Drakontos, España, 2005.
5. Kristeva, Julia, Las nuevas enfermedades del alma, editorial Cátedra, Madrid, 1995.
6. Esta idea de trabajo la venimos desarrollando en anteriores textos. Ver Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999 y La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, segunda edición, 2007.
7. Freud, Sigmund, Conclusiones, ideas y problemas (1938), Amorrortu ediciones, tomo XXIII, Buenos Aires, 1976. También realiza una mención sobre la espacialidad del aparato psíquico en Esquema del psicoanálisis (1938), Amorrortu ediciones, Tomo XXIII, Buenos Aires, 1976.
8. Enunciamos algunas conceptualizaciones sobre la plasticidad neuronal para encontrar resonancias entre dos disciplinas epistemológicas diferentes como son la neurología y el psicoanálisis. En este sentido es importante aclarar lo que sostienen Ansermet, Francois y Magistretti, Pierre: “He aquí planteado los dos términos de un debate que involucra, por un lado, la realidad neurobiológica y, por otro, las producciones de la vida psíquica…establecer entre ellos algún puente puede parecer una tentativa si no imposible, al menos arriesgada, fuente de confusiones y extravíos que tan solo llevarían a ambos enfoques a la perdida de sus lógicas específicas. El estudio del cerebro y el de los hechos psíquicos conducen a preguntas radicalmente diferentes, que implican campos de exploración y métodos sin parentesco alguno. Si se consideran, en particular, las neurociencias, por un lado, y el psicoanálisis, por otro, es posible constatar hasta que punto son dos campos inconmensurables que, incluso podrían llegar a perder sus propios fundamentos al confundirse en un sincretismo impreciso. Un descubrimiento realizado en un campo puede no serlo en el otro. Se está aún muy lejos de conocer los vínculos de enlace y causalidad entre los procesos orgánicos y la vida psíquica, pero esto no impide que ambos forman parte del mismo fenómeno.” A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente, Katz editores, Madrid, 2007.
9. Anserment y Magistretti op. cit. 8. Los gráficos 2, 3 y 4 fueron extraídos de este texto.
10. Damasio, Antonio, El error de Descartes, editorial Drakontos, España, 2008.
11. Ansermet y Magistretti, op. cit. 8.
12. La epigénesis (del griego epi: sobre; génesis: generación, origen, creación) refiere a fenómenos que no afectan la secuencia del ADN de los genes, pero si varían su expresión. Es la herencia de patrones de expresión de genes que no vienen determinados por la secuencia genética (la cadena de pares de base del ADN de cada individuo). La epigenética es el interlocutor del ambiente con la genética. Es lo que explica la acción del estilo de vida sobre los genes. El desarrollo epigenético implica un enriquecimiento de la información genética que ocurre desde afuera, del ambiente (ambioma) y esto es válido tanto para la salud como en las situaciones peligrosas. Un ejemplo de interacción entre epigenoma y ambioma son las enfermedades cardiovasculares donde la formación de la placa de ateroma se debe a tres factores: 1º) una susceptibilidad genética; 2º) una dieta rica en grasas; 3º) la existencia de un patrón epigenético de expresión de genes que permiten que las grasas hagan daño.
13. “En Freud se trataría de explicar la estructura subjetiva como una organización racional del cuerpo pulsional por imperio de la forma social. Si cada uno de nosotros ha sido constituido por el sistema de producción histórico, es evidente que el aparato psíquico no hace sino reproducir y organizar ese ámbito individual, la propia corporeidad, como adecuada al sistema para poder vivir dentro de él. Muchas de las explicaciones que desarrolla Freud se basan en modelos de las instituciones represivas sociales interiorizadas: la policía, los militares, la religión, la economía, la familia. Todo lo que vemos en acción afuera aparece y permite la construcción de una organización subjetiva adentro, que determina nuestro modo de ser como réplica de la organización social. Nos interesa mostrar que lo subjetivo es absolutamente incomprensible si no se prolonga hasta alcanzar el campo colectivo de las determinaciones históricas. Es extraño que psicoanalistas de derecha y detractores de izquierda coincidan en ocultar este problema que está presente en Freud. Pueden gustar o no su inclusión, la carencia de radicalidad en algunos de sus planteos, el ocultamiento o desconocimiento de otros, sus prejuicios liberales, pero no se puede negar que es la suya una psicología que no solo incluye al hombre dentro de la complejidad del mundo actual, sino que recurre necesariamente a la historia de su advenimiento para dar cuenta de la conducta individual. Freud abre las posibilidades de pensar la conducta del hombre en el campo de mayor densidad significativa dentro de la cual encuentra su sentido. Y nos muestra a la psicología incluyéndola como ciencia histórica; es decir, constituyendo al individuo como lugar donde se verifica y se debate el sentido de la historia, sin lo cual la conducta se convierte en in-significante.” Rozitchner, León, Freud y el problema del poder, Plaza Valdes ediciones, México, 1987.
14. “El exceso de realidad produce monstruos. Los monstruos con que debemos trabajar en nuestros consultorios no son solamente producto de la fantasía o el delirio, sino también de un exceso de realidad. Este refiere a una subjetividad construida en la fragmentación y vulnerabilidad de las relaciones sociales… En este sentido, Freud estableció la especificidad del psicoanálisis al comprender los efectos de la realidad de la fantasía. Hoy debemos incluir lo traumático que produce el exceso de realidad, en la perspectiva que desarrolló cuando introdujo el concepto de pulsión de muerte”. Ver Epílogo, “Recordar a Freud para pensar la necesidad de ´El giro del psicoanálisis´.”