Читать книгу El erotismo y su sombra - Enrique Carpintero - Страница 13
ОглавлениеCapitulo 3
Normalidad y normalización.
La salud es soporte de la anormalidad
que nos hace humanos
Los hombres están tan necesariamente locos que sería una locura,
mediante otro giro de locura, no estar locos.
Pascal1
Las características de la actualidad de la cultura nos llevan a diferenciar “normalidad” de “normalización”. Lo cual plantea la necesidad de hacernos varias preguntas: ¿Cómo definimos estos términos? ¿Qué relaciones guardan entre sí? ¿Es posible deslindar la normalidad con lo que la cultura dominante establece como normalización de la sociedad? ¿La idea de normalidad no está referida a criterios ideales propios de los sectores dominantes de cada época histórica? ¿Normalidad es sinónimo de salud? Ahora bien, si seguimos esta perspectiva ¿no corremos el riesgo de culturalizar las manifestaciones patológicas dejando de lado criterios objetivos que puedan deslindar lo normal y lo patológico? Por el contrario, si dejamos de lado los factores culturales y sociales en la definición de normal y patológico ¿no nos encontramos con definiciones ideales llenas de buenas intenciones?
Podemos seguir con las preguntas lo cual nos lleva a la complejidad del problema que trataremos de desarrollar
Un breve recorrido histórico
Veamos que estos conceptos no han sido un problema en las diferentes épocas históricas. En general se entiende que las patologías se manifiestan a través de conductas alteradas o desviaciones de las funciones que se consideran normales.
De esta manera la normalidad se presenta como un modelo que se lo homologa a “naturalidad”. Aquello que se considera normal en las conductas humanas está basado en un tipo de funcionamiento específico para una época dada de la cultura donde es “natural” que las personas piensen de una manera y se conduzcan de otra. Es decir, lo normal se define en función del ideal que impone la cultura dominante al conjunto de la sociedad. Por ello la normalidad y la patología se constituyen como efecto de una complejidad de factores cuyo estatuto se ajusta a condiciones históricas, políticas, económicas, sociales y culturales. Los comportamientos considerados patológicos se definen como una contracara de las respuestas esperadas a las condiciones que se establecen como normales y éstas son funcionales al sistema de relaciones de producción.
Hace 45 siglos el pueblo Asirio Babilónico creía que la enfermedad era una impureza espiritual provocada por los dioses como réplica a una transgresión moral. La “culpa” se buscaba en la historia personal del enfermo.
Recordemos que la palabra “culpa” proviene del latín y significa “pecado”.
Debemos esperar varios siglos para que los griegos entendieran que la impureza de la cual provenía la enfermedad, si bien también era de origen divino ya no era moral, sino física, y por lo tanto, posible de ser tratada con baños purificadores. Esto fue un salto conceptual enorme ya que si la enfermedad como la consideraban los pueblos antiguos era causada por los dioses y significaba una impureza del alma, el sujeto no tenía acceso a ella ya que era cosa de los dioses, es decir, no podía ser curado por otros, sólo por el perdón de un dios. Pero si la impureza estaba en lo físico; es decir, era cosa de los seres humanos, aquellos que conocieran las leyes de la naturaleza podían curar a los otros.
Los griegos, de acuerdo con la idea pitagórica, pensaban que la naturaleza se guiaba por leyes, que tenían un orden, una armonía. Así, si conocían las leyes propias de la naturaleza del organismo, la fisiología, cuando un sujeto enfermaba otro podía ayudarlo, acompañar a la naturaleza en el proceso de restitución de la armonía (la salud); cuidar al otro, es decir, hacer medicina. La palabra “medicina” viene del griego “medein” que significa “cuidar a”. Esto permitió entender que la enfermedad y la salud no eran producto de los dioses, sino de los seres humanos.
La evolución del concepto de enfermedad mental
La búsqueda de explicación de las enfermedades mentales tuvo el siguiente desarrollo. En los pueblos antiguos aparece como castigo divino; esta es la concepción mágico religiosa. En la Edad Media como posesión diabólica; esta es la época de la Inquisición donde al “falta”, “pecado”. curar a los otros. monstruo humano se lo quemaba en la hoguera o se lo exhibía en las ferias. Los anormales son aquellos que no sólo no entran en las leyes de la sociedad, sino de la naturaleza. El campo de aparición del monstruo es un dominio jurídico y biológico. Lo que hace a un monstruo humano no es sólo la excepción que representa a la forma de la especie (débiles, hermafroditas), sino al problema que plantea en relación a las regularidades jurídicas (matrimonio, bautismo, leyes de sucesión).
Acorde con los nuevos tiempos que inaugura el llamado Siglo de las Luces, la medicina realiza la tarea de prescribir y establecer lo normal y lo patológico en nombre de un saber erigido como una nueva religión. El positivismo trata de entender el padecimiento subjetivo como una enfermedad médica. Sus manifestaciones se explican como una alteración de la estructura cerebral. También como transmisión hereditaria en familias “degeneradas”. Los monstruos comienzan a pensarse como individuos a corregir. El psiquiatra aparece como guardián de los anormales considerados como peligrosos que, a través de diferentes técnicas disciplinarias, protege a la sociedad. Es Foucault quien enfoca el problema de esos individuos “peligrosos” a quienes, en el siglo XIX, se denomina “anormales”. Sus tres figuras principales son: los monstruos, que hacen referencia a las leyes de la naturaleza y las normas de la sociedad; los incorregibles, de quienes se encargan los nuevos dispositivos de disciplinamiento del cuerpo, y los onanistas, quienes desde el siglo XVIII, permiten organizar una campaña orientada al disciplinamiento de la familia moderna.2
Debemos esperar la aparición del psicoanálisis para que al padecimiento subjetivo se lo pueda entender como resultado de conflictos psíquicos donde la frontera entre lo normal y lo patológico desaparece: “Hay una multitud de procesos similares entre aquellos de que nos ha dado noticia la exploración analítica de la vida anímica. De estos, a una parte se los llama patológicos y a otra parte se los incluye en la diversidad de lo normal. Pero ello poco importa, pues las fronteras entre ambos no son netas, los mecanismos son en vasta medida los mismos; y es mucho más importante que las alteraciones en cuestión se consumen en el yo mismo o se le contrapongan como algo ajeno, en cuyo caso son llamados síntomas”3. De esta manera la enfermedad como proceso real y operante, no se agota en la ausencia de salud ya que es entendida como un tras-torno del proceso sano en tanto lo pone del revés siguiendo sus propias articulaciones. En este sentido la normalidad y la anormalidad estarán determinadas por la historia del sujeto y las características que le da a sus conflictos pulsionales en el interior de una determinada cultura.
Si realizamos una secuencia en la búsqueda de explicación de las enfermedades mentales en diferentes épocas nos encontramos con la siguiente secuencia:
1) Como castigo divino (concepción mágico-religiosa)
2) Como posesión diabólica (Edad Media, época de la inquisición)
3) Como enfermedad médica (positivismo)
4) Como alteración de la estructura cerebral (Griensinger, Wernicke, Kleist, etc.)
5) Como transmisión hereditaria en familias “degeneradas” (Morel- Magnan)
6) Como resultado de conflictos psíquicos (psicoanálisis)
7) Como trastorno de la comunicación familiar (Bateson, Psicología sistémica)
8) Como refugio ante la presión social (Laing y Cooper)
9) Como trastorno en el procesamiento de la información (Psicología cognitiva)
10) Como alteración de la bioquímica cerebral (Psiquiatría biológica)
11) Como alteración de las estructuras neuronales (neurología)
12) Como manifestación de una alteración genética (medicina genética)
Llegado a este punto nada mejor que recordar la película Hombre mirando al sudeste. Rantés, el personaje principal, se cree venido de otro planeta y se interna en el manicomio. Una vez en el hospital toma la decisión de decir la verdad y denunciar la forma como son tratados los enfermos en el centro psiquiátrico.
Rantés enfrenta la “normalidad” del sistema, representada por el hospital, y la supuesta normalidad del psiquiatra que lo atiende. La historia sucede sin saber verdaderamente de dónde viene Rantés. Lo que es evidente es que la supuesta locura del personaje es más lúcida que la normalidad en que se desenvuelve el sistema hospitalario. El final es previsible: el personaje con diagnóstico de delirio de humanidad no resiste al “tratamiento”, y muere dejando la sensación de incertidumbre y de absurdo respecto de lo que nosotros creemos y justificamos como normal. Tomando el ejemplo de Rantés veamos qué ocurre en la actualidad.
La subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante
Podemos decir que vivimos en una cultura de la representación donde es más importante lo que representamos para los demás que lo que somos. De esta manera el principio de realidad queda sustituido por la representación de esa realidad que transforma lo real en puro imaginario.
En este sentido, si el parecer, más que el ser, es lo que habilita ocupar un lugar en la relación con el otro, la orientación más razonable de la vida cotidiana es la comercialización de la propia personalidad. Por ello en la sociedad actual no se han roto las relaciones sociales; por el contrario, las redes sociales se han organizado de tal manera que lo importante es tener algún beneficio determinado por lo que las leyes del mercado establecen. Esto si uno no ha entrado en la categoría de pobre, desocupado o marginado, en cuyo caso se transforman en los nuevos monstruos de la actualidad de nuestra cultura.
De esta manera, el individualismo predominante no es la defensa del individuo ya que lo transforma en un objeto de consumo. Si la clásica crítica a la sociedad de consumo permitió revelar la condición fetiche de las mercancías,4 en la sociedad actual es el ser humano al que se lo ha llevado a la condición de fetiche: uno vale por lo que representa y no por lo que es. Representar un papel acorde con la cultura dominante es el único requisito de existencia, ya no solamente en el espacio público, sino también en la vida privada e íntima. De esta manera nos domina desde nuestro interior normalizando nuestros deseos y necesidades para reproducir las condiciones de dominación. Por ello, el disciplinamiento se ha interiorizado en la búsqueda de una normalidad cuyo efecto es la emergencia de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada.
En esta perspectiva la hegemonía de lo que denominamos el neopositivismo psiquiátrico es consecuente con esta cultura de la representación donde el sujeto debe responder a la eficiencia que exigen las leyes del mercado. Hoy la psiquiatría vuelve a afirmar, como en sus orígenes, las bases biológicas de la enfermedad mental. Parece que quiere superar las influencias del psicoanálisis y del movimiento antipsiquiátrico. La realidad cultural de los sujetos y del ambiente familiar y social que los rodean queda relegada a un segundo plano. La teoría de la psiquiatría biológica afirma que la enfermedad mental es exclusivamente producto de un desequilibrio químico en el cerebro donde el padecimiento psíquico queda reducido a un circuito neuronal.
Pero esta situación debe ser entendida en el interior de una cultura del sometimiento donde la medicalización de la vida cotidiana es una de sus consecuencias.
Como dice Remo Bodei5 el yo de la modernidad hecho de acero y cemento se ha transformado en un yo de plástico biodegradable. En un yo video tape que se cambia según las circunstancias. En “la era de la dominación de las conciencias” el poder disciplina nuestra subjetividad banalizando la experiencia donde el dolor y el conflicto dejan de ser una fuente de energía. Por el contrario, hay que evitarlos. El consumo de bienes, el alcohol, los tranquilizantes, la dependencia de los medios de entretenimiento es lo que ofrece la cultura para que anestesiemos nuestra subjetividad.
En este sentido la actual evolución de las biotecnologías, las neurociencias, las técnicas médicas y farmacológicas que pueden estar al servicio de la emancipación del sujeto se las utiliza para adaptarlo a la cultura del sometimiento. Por ello el medicamento que estaba exclusivamente al servicio del “arte de curar” hoy se lo ofrece como un objeto necesario de consumir para soportar las incertidumbres de un futuro que es vivido como catastrófico.6
Medicar es un acto médico. En cambio, la medicalización alude a los factores políticos, sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de las grandes industrias de tecnología médica y farmacológica. La medicalización es un término que se viene usando desde hace muchos años para demostrar los efectos en la medicina de la mundialización capitalista donde lo único que importa es la ganancia. Es así como las grandes industrias redefinen la salud humana acorde a una subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante. Muchos procesos normales como el nacimiento, la adolescencia, la vejez, la sexualidad, el dolor y la muerte se presentan como patológicos a los cuales se les puede aplicar un remedio para su solución. Al dar una resignificación médica a circunstancias de la vida cotidiana el sujeto no solo se convierte en un objeto pasible de enfermedad, sino también culpable por padecerla. La búsqueda de la salud se transforma en una exigencia que en mucha ocasiones genera enfermos imaginarios de enfermedades creadas por los propios laboratorios.7 Éstos, para aumentar su rentabilidad, establecen nuevas indicaciones para sus productos o bien cambian los valores normales de determinados parámetros fisiológicos para construir “factores de riesgo” que pueden ser tratados. Su resultado es una información que varía permanentemente.8 Al leer los suplementos de salud un día nos enteramos que la carne es tóxica, luego que es necesaria; es importante tomar vitaminas o, por el contrario, las vitaminas pueden traer dificultades; las frutas y verduras son valiosas para la alimentación, pero hay que cuidar que no estén contaminadas; el colesterol cada día hay que tenerlo más bajo, lo cual es imposible sostenerlo sin medicación; hay que evitar las grasas, mantener el volumen de la cintura, etc. En definitiva, las compras deben ser realizadas con una guía de riesgos a asumir que nos indica la posible enfermedad y la tranquilidad por el correspondiente medicamento que la puede evitar. De esta manera la necesaria información sobre determinados problemas sanitarios se transforma en generar enfermos que pueden consumir medicamentos o tecnología médica.
Lejos estamos de Sabin y Salk, que no patentaron sus vacunas antipoliomelíticas por considerarlas un beneficio para la humanidad. Hoy la salud es un valor del mercado donde lo importante son las cifras que se facturan. El marketing predomina sobre la epidemiología. Esta red de intereses altera la relación médico-paciente y ha llevado al aumento en forma alarmante de la automedicación. Grandes campañas publicitarias en los medios de comunicación ofrecen las bondades de un medicamento como si fuera cualquier producto para consumir. La ingesta de remedios se la ha naturalizado como una forma de vida. Ansiolíticos, analgésicos, laxantes, antiácidos y multivitamínicos no sólo se venden en las farmacias, sino en quioscos y supermercados. Se estima que el 20 % de los medicamentos se ofrecen por fuera de los circuitos legales de comercialización. Su consecuencia es que nuestro país esta considerado un “subconsumidor” de medicamentos y se encuentra entre los primeros del mundo en el consumo de psicofármacos.
Una investigación de la Universidad Maimónides y el Instituto Argentino de Atención Farmacéutica realizado a 3000 pacientes y 400 farmacéuticos muestran que el uso de medicamentos sin control médico adecuado conduce a que 100.000 personas se internen por esta causa en los hospitales públicos y más de 770 terminen muriendo.9 En EE.UU. se ha transformado en la tercera causa de muerte después de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.
Los diferentes factores que se ponen en juego para difundir la medicalización en la sociedad explican las fabulosas ganancias que tienen los grandes laboratorios, las cuales deben ser repartidas entre todos los actores que participan en este proceso. Un informe de la Asociación de Agentes de Propaganda Médica afirma que la diferencia entre lo que pagan por las drogas en el mercado mayorista y el precio que esa droga se vende en las farmacias llega al 55.281 por ciento. Por ejemplo el Diazepam, que el laboratorio suizo Roche comercializa con la marca Valium, el precio por kilo es de $ 235 ($ 0,0002 por miligramo), la presentación que se ofrece es de 10 mg. por 50 unidades, lo que supone 12 centavos por la droga que lleva esa presentación, pero en las farmacias se vende a $ 40,40, es decir el 33.633 por ciento más.10 Este margen extraordinario sobre el que el Estado no interviene, dificulta el acceso de la mayoría de la población a los medicamentos y le permite a la industria seguir haciendo lobby en las diferentes estructuras del Estado, realizar grandes campañas publicitarias y ofrecer promociones y descuentos.11
Este monopolio médico-tecnológico, nacido en Europa y EE.UU., da lugar a modelos neopositivistas donde la única valoración es la biología como determinante del proceso salud-enfermedad. Desde allí no se piensa en enfermos, sino en enfermedades de pacientes que pueden pagar los altos costos de la tecnología médico-farmacológica. Esta situación está llevando a que millones de personas en nuestro país y en el mundo mueran por no poder acceder a tratamientos básicos o mueran de paludismo, chagas, dengue y tuberculosis. Es decir, enfermedades que no dan rédito económico ya que para evitarlas es necesario el trabajo preventivo y mejorar la calidad de vida de la población afectada.
En el campo de la Salud Mental la medicalización se fomenta a partir de la hegemonía que ha adquirido la psiquiatría biológica. Frente al desarrollo de las neurociencias la psiquiatría ha dejado de lado el modelo de la psicogénesis para resolver el conflicto en beneficio de una clasificación de las conductas que reduce el tratamiento a la supresión de los síntomas. La enfermedad es una falla que hay que suprimir y no un problema a entender donde hay que dar cuenta de una etiología. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis es cuestionado por aquellos que han retrocedido a un neopositivismo que reduce el pensamiento a un circuito neuronal y el deseo a una secreción química.
Para ello cuentan con el DSM IV (Manual de Diagnóstico y Tratamiento de los Trastornos Mentales de la American Pychiatric Association) que psiquiatrizó la vida cotidiana en tanto toda conducta puede ser definida como un trastorno. Este es un manual basado en el esquema de síntomas-diagnóstico-tratamiento elaborado a partir de las neurociencias y el uso de psicofármacos. A pesar de su utilidad epidemiológica el paciente es etiquetado con un diagnóstico que deja de lado su particularidad y las posibilidades de realizar un trabajo interdisciplinario. Su objetivo no es organizar un tratamiento pertinente, sino clasificar cada trastorno para poder aplicar la droga correspondiente: trastorno de aprendizaje con déficit de atención, Ritalina; depresión, Fluoxetina; ansiedad generalizada, Lorazepam y así sucesivamente.
En este sentido el diagnóstico realizado sobre la base del DSM IV se adecua a las necesidades de las obras sociales y los pre-pagos que priorizan la rapidez en los tratamientos para disminuir los costos de las prestaciones.12 Pero si la medicalización de la psiquiatría se ha expandido es porque los pacientes, acorde con los tiempos que corren, reclaman que sus síntomas psíquicos tengan una causalidad orgánica, ya que al depositar la ilusión en una pastilla supuestamente evitan el largo camino de la resolución del conflicto. De esta manera, la salud y la enfermedad son construidas por una psiquiatría biológica para redefinir un proceso de medicalización que sirve a los intereses de las industrias psicofarmacológicas acorde con la normalización que necesita el poder.
Nuevamente la Ética de Spinoza
Veamos algunas cuestiones que desarrollamos en otro texto.13
La ética es una experiencia originaria de sentido para el ser humano. No es la prescripción normativa de ciertos códigos de conducta; la ética corresponde a la posibilidad de llegar a ser más humano. Todo sujeto que nace se va haciendo humano. De esta manera la reflexión ética corresponde a la pregunta por el sentido de lo humano.
Para Spinoza el único mandamiento que podemos encontrar en su obra se puede resumir en una frase: la alegría de lo necesario. La modalidad de todo lo que existe es la necesidad y la libertad que en el ser humano no está ligada a su voluntad, sino a la capacidad racional de formarse ideas adecuadas sobre lo necesario y organizar su “conatus”- es decir, su deseo- según ellas.14 De esta manera, no puede haber otra reflexión ética que no sea a partir de la acción humana. La ética implica que el sujeto se haga responsable de sus actos. Este el pensamiento de Spinoza. No hay otra ética más que frente a los otros. Los otros diferentes que en su diferencia me constituyen como humano. La ética es social, es frente a los otros y en los otros. Por ello para mantener una relación ética con los otros es necesario que hablen, y poner en palabras lo que le pedimos. Pero esta palabra debe ser una palabra pulsional, una palabra puesta en acto, no una palabra vacía, hueca y sin consistencia. Debe ser una palabra encarnada en un cuerpo que la lleva a la acción. Una acción donde la ética determina nuestra responsabilidad.
En este sentido no formula una ética del “deber ser”, sino una ética materialista del “poder ser”. Obrar éticamente consiste en desarrollar el poder del sujeto y no en seguir un deber dictado desde el exterior. El ser de Spinoza es poder y potencia, no deber. Éste se realiza a través del conocimiento de las propias pasiones para realizar una utilización de éstas que la conviertan de pasiones tristes (el odio, el egoísmo, la violencia, etc.) en pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.). De esta manera el objetivo de la liberación ética es pasar de las pasiones tristes a las pasiones alegres.
En Spinoza, el derecho de cada cual no debía ser otra cosa que la potencia que tiene para existir y actuar. Es decir, desarrollar su potencia de ser. Por ello decía esta frase contundente en relación al tema que venimos trabajando: “los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del león.” Pero agregaba, en la medida en que “el hombre cree que nada es más útil que el hombre mismo” se unirá a otros y creará espacios comunes de seguridad y de mayor potencia. Dentro de esos espacios los seres humanos llamarán “bueno” a todo lo que contribuya a mantener esa potencia y “malo” a lo que la dificulta. Es decir, lo malo y lo bueno no es algo externo que deviene de un deber ser, sino que está referido al desarrollo de su potencia de ser.
Sin embargo, la cultura actual se inscribe en la subjetividad generando el individualismo y la competencia como modo de relación en la vida cotidiana y el trabajo. Su resultado es la normalización en el encierro narcisista donde encontramos la indiferencia y la ausencia emocional con el otro.
La clínica psicoanalítica como potencia de ser
Si el concepto de normalidad responde a un ideal de la cultura dominante que es imposible de ser alcanzado, lo cual lleva a la doble moral propia de cada etapa histórica; la normalización conlleva deberes y prohibiciones dictadas desde el poder que permite reproducir sus condiciones de dominación. Es decir, la cultura reduce la moral a lo normal. Esto normal comienza siendo lo sociológicamente mayoritario o lo estadísticamente corriente y acaba siendo lo moralmente debido.
Por el contrario, desde esta perspectiva, el psicoanálisis permite inaugurar una práctica clínica sostenida en la potencia de ser. En la intimidad de cada sujeto lo “bueno” y lo “malo” como mandato del Superyó es reemplazado por la búsqueda de lo que le hace mal o bien en tanto limita o potencia su ser. De esta forma la salud no es igual a “normalidad”. Salud es la capacidad de poder encontrarnos con nuestros deseos y necesidades sabiendo que la posibilidad de la satisfacción adecuada sólo se puede lograr parcialmente. No sólo por la realidad externa, sino por nuestra realidad en tanto somos seres imperfectos. Esta imperfección es la que nos define sujetos de una subjetividad como metáfora de un cuerpo construido por el aparato orgánico, psíquico y cultural. Es decir, de una subjetividad históricosocial.
De este modo Freud planteaba que la salud se encontraba en “el amor y el trabajo”. Desde una perspectiva normalizadora se quiso entender que la salud se lograba al construir una pareja heterosexual y estable y en ganar plata. Pero si leemos esta frase en el interior de su obra vemos que con “el amor” se refiere a la importancia de la potencia de las pulsiones de vida en su lucha contra la fuerza de las pulsiones de muerte.
En cuanto a “el trabajo” destacaba su importancia en tanto “brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegido libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente.”
Pero señalaba su limitación en las condiciones del capitalismo de principios de siglo ya que “el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad. Uno no se esfuerza hacia él como hacia otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos sólo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales.”15 Por ello definía con claridad la cura que ofrecía el tratamiento psicoanalítico: “Cambiar la miseria neurótica por el infortunio cotidiano.”
Lo anormal nos hace humanos
Si al inicio planteábamos varias preguntas sobre “Lo normal y lo patológico” luego de este recorrido debemos insistir en que el concepto de “salud”, si bien es gramaticalmente un sustantivo, en realidad es un verbo, es decir es una acción. La salud esta relacionada con el ser del sujeto: un ser que se constituye en acto, haciendo. La etimología de la palabra “salud” viene del latín “sanitas” que hace referencia a la salud del cuerpo y del espíritu. En hebreo “enfermedad” quiere decir falta de proyecto. Por ello la salud, como la vida, está éticamente constituida. Es decir, sobre ella no recae solamente una norma o un deber, sino una afirmación o una negación del sentido humano. Es sobre esta afirmación como potencia de ser que nos habla la ética de Spinoza. Es sobre esta afirmación de un sujeto imperfecto que se sostiene la clínica psicoanalítica. Un sujeto cuya salud implica soportar la anormalidad que lo constituye. Caso contrario, desarrollará síntomas patológicos. Desde aquí podemos discernir lo normal y lo patológico. Desde aquí podemos distinguir la normalidad de la normalización que nos plantea la cultura dominante.
1. Frase citada por Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica, Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
2. Foucault, Michel, Los anormales, editorial Akal, Buenos Aires, 2001
.
3. Freud, Sigmund, Moisés y la religión monoteísta (1939), Amorrurtu editores, Buenos Aires, 1979.
4. Carpintero, Enrique (compilador), “A modo de introducción”, en Actualidad del Fetichismo de la mercancía, editorial Topía, Buenos Aires, 2013.
5. Bodei, Remo, Destinos personales. La era de la colonización de las conciencias, El Cuerno de Plata, Buenos Aires, 2006.
6. Carpintero, Enrique (compilador), “La medicalización de la subjetividad. El poder en el campo de la Salud Mental” en La subjetividad asediada. Medicalización para domesticar el sujeto, editorial Topía, Buenos Aires, 2011
7. Sobre este tema se puede consultar “Medicina Familiar y Comunitaria” en e-medicinafamiliar.org
8. Ver “Salud para Tod@s. Blog de información y opinión sobre Salud en Argentina y en el mundo”, www.saludargentina.info
9. Diario La Nación, 7 y 8 de enero de 2007. A pesar de los años transcurridos de este informe, los datos siguen teniendo vigencia.
10. Diario Página/12, suplemento CASH, 26 de noviembre de 2006. Si bien los precios de los medicamentos han aumentado significativamente en todos estos años, los extraordinarios márgenes de ganancias son iguales.
11. Sobre este tema leer Pavlovsky, Federico, “La tentación: vicisitudes de un psiquiatra”, revista Topía, N°47, agosto de 2006. También “Medicamentos, médicos y laboratorios: una cuestión del campo de la Salud Mental”, Gustavo Lipovetzky, José C. Escudero y Diana Kordon, revista Topía, N° 48, noviembre de 2006.
12. Para un crítica más desarrollada del DSM IV ver Roudinesco, Élizabeth, ¿Por qué el psicoanálisis?, editorial Paidós, Buenos Aires, 2000. El paciente, el terapeuta y el Estado, editorial Siglo Veintiuno Argentina, Buenos Aires, 2004. También op. cit. 6.
13. Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topia, Buenos Aires, 2ª edición, 2007.
14. Spinoza destaca el esfuerzo del sujeto por perseverar en su propio ser. Este esfuerzo lo llama conatus (en latín) que es el principio causal a partir del cual explica la perseverancia y las propiedades del objeto que lo posee. Cuanto más conatus -esfuerzo en perseverar en su ser- hay en una cosa, mayor es su autonomía, tanto más es en sí misma. Ahora bien, el esfuerzo del cuerpo es el esfuerzo del alma. Concebido en términos mentales este esfuerzo lo llamamos “voluntad”. Cuando nos referimos tanto al cuerpo como al alma al describir el conatus hablamos de “apetito”. Cuando queremos enfatizar el elemento de la conciencia que lo lleva a no sólo a tener apetitos, sino también a estar consciente de ellos utilizamos el termino “deseo” (cupidatis). En ambos casos nos estamos refiriendo a que el conatus es causa de que un sujeto se diferencie de su entorno con una autonomía activa y persistente.
15. Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, (1930), Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1979. Para un desarrollo sobre sufrimiento y trabajo ver Dejours, Christophe, Trabajo vivo, Tomo I, Sexualidad y trabajo; Tomo II, Emancipación y trabajo, editorial Topía, Buenos Aires 2013.