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Capítulo 8

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El almuerzo con Callum es sorprendentemente agradable. Me cuenta más cosas de Steve a pesar de que no hago preguntas, pero confiesa que hablar de Steve lo alivia. Admite que no siempre estaba disponible para ayudar a su mujer y sus hijos, pero que dejaba todo cuando Steve le necesitaba. Por lo visto, el lazo de las fuerzas especiales del ejército de los Estados Unidos es inquebrantable.

No se ríe de mí cuando le pregunto si se hicieron amigos cuando estaban en el ejército, pero parece reprimir una sonrisa cuando me explica que el entrenamiento básico de demolición submarina es un programa de entrenamiento de la marina. Para cuando terminamos de comer conozco un poco más al cabeza de los Royal; es leal, decidido y no cuenta con el control total de su propia vida. No tocamos el tema de sus hijos, pero me tenso cuando la verja se abre.

—Cambiarán de opinión —me anima Callum.

Nos encontramos a los chicos apiñados en una gran habitación al final del ala derecha de la casa. Callum la llama el salón de juegos. A pesar de sus paredes negras, el lugar es enorme, así que no parece una cueva. Los chicos nos reciben en silencio, y las palabras de consuelo que me ha ofrecido antes Callum suenan poco convincentes al instante.

—¿Adónde iréis esta noche? —pregunta Callum en tono informal.

Al principio nadie dice nada. Los jóvenes miran a Reed, que se encuentra apoyado contra un taburete con un pie en el suelo y el otro en el travesaño más bajo. Gideon está tras la barra con las manos sobre la encimera, observando todo.

—¿Gideon? —apunta Callum.

Su hijo mayor se encoge de hombros.

—Jordan Carrington da una fiesta.

Reed se gira y frunce el ceño hacia Gideon como si fuese un traidor.

—Llevaos a Ella a la fiesta —ordena su padre—. Le irá bien conocer a sus nuevos compañeros.

—Habrá alcohol, drogas y sexo —se burla Reed—. ¿De verdad quieres que vaya?

—Preferiría quedarme en casa esta noche —murmuro, pero nadie me escucha.

—Entonces los cinco cuidaréis de ella. Ahora es vuestra hermana.

Callum cruza los brazos sobre el pecho. Están librando una competición de poder, y él quiere ganar. Poco parece importarle la parte de «alcohol, drogas y sexo». Genial. Esto es verdaderamente fantástico.

—Vaya, ¿la has adoptado? —pregunta Reed con sarcasmo—. Supongo que no debería sorprendernos. Hacer cosas sin decirnos nada es tu modus operandi, ¿verdad papá?

—No quiero ir a la fiesta —interrumpo—. Estoy cansada. Me apetece quedarme en casa.

—Buena idea, Ella. —Callum descruza los brazos y coloca uno sobre mi hombro—. Entonces veremos una película.

La mandíbula de Reed se mueve con un tic nervioso.

—Tú ganas. Puede venir con nosotros. Salimos a las ocho.

Callum retira el brazo. No es tan despistado como pensé. Los chicos no quieren que se quede a solas conmigo, y Callum lo sabe.

Reed fija sus ojos azul metálico de Reed en mí.

—Será mejor que subas y te arregles, hermanita. No puedes arruinar tu gran debut yendo vestida así.

—Reed —le advierte Callum.

Su hijo parece la inocencia personificada.

—Solo intento ayudar.

Desde su posición al lado de la mesa de billar, Easton parece reprimir una sonrisa. Gideon se muestra resignado y los gemelos nos ignoran a todos.

El pánico me invade y me estremezco. Las fiestas de instituto a las que he acudido, todas ellas, eran de etiqueta informal, de vaqueros y camiseta. Claro que las chicas se vestían de forma provocativa, pero no se arreglaban en exceso. Quiero preguntar cómo de elegante será la fiesta, pero no quiero dar a los hermanos Royal la satisfacción de saber que me siento totalmente fuera de lugar.

Como quedan quince minutos para las ocho, subo a mi habitación y encuentro todas las bolsas puestas en fila al final de la cama. Tengo las advertencias de Savannah en mente. Si voy a quedarme dos años aquí, necesito causar buena impresión. Y también me planteo otra cosa… ¿por qué narices me importa? No necesito gustar a esta gente, solo graduarme.

Pero me importa. Me odio por ello, pero no puedo luchar ante la necesidad acuciante de intentarlo. De intentar encajar. De intentar que esta experiencia académica sea diferente al resto.

Hace calor, así que decido vestirme con una falda corta de color azul marino y un top blanco y azul claro hecho de seda y algodón. Cuesta tanto como la sección entera de ropa de Walmart, pero es muy bonita, y suspiro cuando me la pongo.

En otra bolsa encuentro un par de manoletinas de color azul marino con un cinturón con una hebilla ancha y plateada retro. Me peino y me recojo los largos mechones en una coleta, pero después decido dejarlo suelto. Me coloco una diadema plateada que Brooke me ha hecho comprar; «los accesorios son obligatorios», insistió, por lo que tengo una bolsa llena de pulseras, colgantes, bufandas y bolsos.

En el baño, abro el kit de maquillaje y me lo aplico para que parezca lo más natural posible. Intento conseguir un look inocente y espero que en mi solicitud no apareciese el tiempo que pasé trabajando en bares y locales nocturnos. No estoy acostumbrada a las fiestas de instituto. Sí a trabajar con treintañeros que fingen tener diez años menos y cuyo lema es que si no te pones tres capas de maquillaje es que no te esfuerzas.

Examino mi reflejo en el espejo al terminar y veo a una desconocida. Parezco una estirada formal. Parezco Savannah Montgomery, no Ella Harper. Pero puede que eso sea algo bueno.

Sin embargo, no hay nada que me anime en la respuesta que obtengo unos minutos después, cuando veo a los hermanos Royal en la zona de acceso para los coches. Gideon parece sorprendido por mi apariencia. Los gemelos y Easton resoplan, divertidos. Reed sonríe con suficiencia.

¿He dicho ya que llevan vaqueros de cintura baja y camisetas ceñidas?

Los capullos me la han jugado.

—Vamos a una fiesta, hermanita, no a tomar el té con la reina. —La voz profunda de Reed no me hace sentir un cosquilleo esta vez. Vuelve a burlarse de mí, y lo disfruta.

—¿Podéis esperar cinco minutos para que me cambie? —pregunto con firmeza.

—No. Hora de irse. —Se dirige hacia uno de los todoterrenos sin mirar atrás.

Gideon me vuelve a mirar y después posa la mirada en su hermano. Suspira y sigue a Reed en dirección al coche.

La fiesta es en una casa lejos de la costa. Easton me lleva. El resto ya se ha ido y él no parece alegrarse de ser al que le toca quedarse conmigo. No habla mucho durante el trayecto. Tampoco enciende la radio, así que el silencio hace que sea un viaje incómodo.

No me mira hasta llegar a la entrada principal de una mansión de tres plantas.

—Bonita diadema.

No cedo al impulso de borrar la engreída sonrisa de su engreída cara.

—Gracias. Ha costado ciento treinta pavos. Cortesía de la mágica tarjeta negra de tu padre.

Eso hace que sus ojos se oscurezcan.

—Cuidado, Ella.

Sonrío y llevo la mano hacia la manilla de la puerta.

—Gracias por traerme, Easton.

Reed y Gideon están de espaldas en la entrada columnada de la casa, enfrascados en una conversación en voz baja. Oigo que Gideon suelta un taco y después dice: «No es buena idea, hermano. No durante la temporada».

—¿Y a ti qué coño te importa? —murmura Reed—. Has dejado claro de qué lado estás, y ya no es del nuestro.

—Eres mi hermano y me preocupo por… —Se calla cuando se da cuenta de que me acerco.

Ambos se tensan y después Reed se da la vuelta para saludarme. Con saludarme quiero decir que me suelta una lista de lo que puedo y no puedo hacer en la fiesta.

—Es la casa de Jordan. Sus padres trabajan con hoteles. No te emborraches. No eches por tierra el apellido Royal. No te quedes cerca de nosotros. No utilices el apellido Royal para conseguir algo. Actúa como una puta y te echaremos a patadas. Gid dice que tu madre era prostituta. No intentes nada de eso aquí, ¿entendido?

Los famosos decretos de los Royal.

—Que te den, Royal. No era una prostituta, a menos que bailar sea tu versión de acostarte con alguien, y si tu vida sexual es así, debe de ser horrible. —Mi mirada rebelde choca con sus ojos fríos—. Haz lo que te dé la gana. Eres un aficionado comparado con lo que he vivido.

Paso por delante de los hermanos Royal y entro como si fuese la dueña de la casa para después arrepentirme de inmediato, porque toda la gente que está en la entrada se gira para mirarme. El martilleo del ritmo de la música hace eco por toda la casa, vibra bajo mis pies y hace temblar las paredes; oigo unas voces y risas fuertes que resuenan más allá de una entrada abovedada a mi izquierda. Un par de chicas con camisetas reveladoras y vaqueros ceñidos me mira con desdén. Un chico alto que viste un polo me sonríe con suficiencia mientras se lleva un botellín de cerveza a los labios.

Lucho contra el impulso de salir corriendo; o me acobardo y soy un objetivo durante los próximos dos años o lo afronto con descaro. Lo mejor que puedo hacer es ser atrevida cuando lo necesite y mezclarme entre la gente cuando tenga la oportunidad. No soy el perrito de nadie, pero tampoco necesito destacar.

Así que sonrío educadamente ante sus miradas y cuando sus ojos se fijan en los Royal, detrás de mí, aprovecho para meterme en el pasillo más próximo. Continúo por él hasta que encuentro un rincón en silencio, un pequeño espacio entre las sombras al final del pasillo. Aunque parece el sitio perfecto para darse el lote con alguien, está vacío.

—Todavía es pronto —dice una chica, y yo pego un bote, sorprendida—. Pero aunque fuese más tarde, esta parte de la casa siempre está vacía.

—Dios, no te había visto. —Me llevo una mano al corazón, que late desbocado.

—Me lo dicen a menudo.

Al tiempo que mis ojos se acostumbran a la oscuridad vislumbro un sillón en la esquina. La chica sentada en él se pone de pie. Es bajita, tiene el pelo negro, que le llega hasta la barbilla, y un pequeño lunar sobre el labio superior. Y unas curvas por las que mataría.

—Soy Valerie Carrington.

¿La hermana de Jordan?

—Yo…

—Ella Royal —me interrumpe.

—Harper, de hecho. —Miro a su alrededor. ¿Estaba leyendo con una linterna? Veo un teléfono sobre una mesita al lado de la silla. ¿Mandaba mensajes a su novio?—. ¿Te estás escondiendo?

—Sí. Te ofrecería un asiento, pero solo hay uno.

—Sé por qué me escondo —digo con vergonzosa sinceridad—. Pero, ¿cuál es tu excusa? Si eres una Carrington, vives aquí, ¿no?

Valerie ríe.

—Soy la prima lejana pobre de Jordan. Una obra de caridad.

Y apuesto a que Jordan no deja que se olvide de ello.

—Esconderse no es malo. Si escapas, vives para luchar otro día. Al menos esa es mi teoría. —Me encojo de hombros.

—¿Por qué te escondes? Ahora eres una Royal. —Hay un pequeño matiz de burla en su voz que hace que me defienda.

—¿Igual que tú una Carrington?

Valerie frunce el ceño.

—Ya lo pillo.

Me paso una mano por la frente y me siento como una completa estúpida.

—Lo siento, no pretendía hablarte así. Han sido un par de días largos, estoy cansadísima y me siento fuera de lugar.

Valerie inclina la cabeza y me observa durante varios segundos.

—Vale, Ella Harper. —Pone énfasis en mi nombre, como si fuese la pipa de la paz—. Busquemos algo que te espabile. ¿Sabes bailar?

—Sí, más o menos, supongo. Iba a clases de baile de pequeña.

—Entonces esto será divertido. Ven.

Me guía por el pasillo, hacia unas escaleras.

—Por favor, dime que no tienes que dormir en una alacena debajo de la escalera.

—¡Ja! No. Tengo una habitación arriba. Estos son los cuartos del servicio. El hijo del ama de llaves es amigo mío. Se ha ido a la universidad y ha dejado aquí sus juegos. Jugábamos todo el tiempo, incluido al DDR.

—No tengo ni idea de qué es eso —confieso. Mamá y yo ni siquiera teníamos televisión cuando vivíamos en ese último lugar de Seattle.

—Dance Dance Revolution. Tienes que hacer los movimientos que aparecen en la pantalla y te puntúan según lo bien que bailes. Se me da bastante bien, pero si tienes algo de experiencia de baile entonces no será una aniquilación total.

Cuando me sonríe, estoy a punto de abrazarla porque hace mucho tiempo que no tengo una amiga. Ni siquiera me había dado cuenta de que necesitaba una hasta este momento.

—Tam era terrible —admite.

El tono de su voz me dice que lo echa de menos. Mucho.

—¿Vuelve a menudo? —Pienso en Gideon, que ha vuelto después de un par de semanas de universidad.

—No. No tiene coche así que no nos veremos hasta Acción de Gracias. Cuando su madre vaya a verlo iré con ella. —Casi salta del entusiasmo al mencionar el viaje—. Pero algún día tendrá uno.

—¿Es tu novio?

—Sí. —Me lanza una mirada acusadora—. ¿Por qué? ¿Algún problema?

Alzo las manos en señal de rendición.

—Claro que no. Simplemente tenía curiosidad.

Ella asiente y abre la puerta de una pequeña habitación con una cama bien hecha y una televisión de tamaño normal.

—Entonces, ¿cómo son los Royal en casa? —pregunta mientras enciende el juego.

—Simpáticos —miento.

—¿En serio? —Parece incrédula—. Porque no han sido agradables contigo. Ni cuando han hablado de ti.

Una especie de sentimiento de lealtad inapropiado hacia esos capullos hace que conteste:

—Bueno, están cambiando de opinión. —Repito las palabras de Callum, pero no suenan más creíbles al decirlas yo. Intento cambiar de tema y doy un golpecito a la televisión—. ¿Preparada para bailar?

—Sí. —Valerie acepta que cambie de tema con facilidad. Saca dos bebidas a base de vino, zumo y fruta de una mininevera y me da una—. Brindemos por escondernos y aun así pasarlo bien.

El juego es pan comido. Es demasiado fácil para ambas. Valerie es una bailarina genial, pero yo crecí en este ambiente y no hay movimiento de caderas o de brazos que se me resista. Valerie decide que necesitamos aumentar el nivel de dificultad así que pausa el juego y empezamos a beber. Mientras bebemos, sus movimientos son cada vez más terribles, pero el alcohol es como magia para mí y la música toma el control.

—Vaya, chica, sí que sabes moverte —dice en un tono burlón—. Deberías presentarte a alguno de esos programas de baile de la televisión.

—No. —Doy otro trago a mi bebida—. No me interesa salir en televisión.

—Bueno, pues debería. Es decir, mírate. Estás guapa incluso con ese modelito de zorrilla rica. Y con tus movimientos, serías una estrella.

—No me interesa —repito.

Valerie ríe.

—Vale, como quieras. ¡Voy al baño!

Yo también río mientras ella se aleja de la pantalla en mitad de la canción para ir al servicio. Tiene una cantidad de energía asombrosa, y me cae bien. Hago una nota mental de preguntarle si también va al Astor Park. Estaría bien tener una amiga allí cuando empiece el lunes. Pero entonces la canción de la pantalla cambia y la música vuelve a hechizarme.

Mientras Valerie está en el baño, la canción Touch Myself de Divinyls empieza a sonar y yo comienzo a bailar, no siguiendo los movimientos que indica el juego, sino con mis propios pasos. Un impecable baile seductor. Uno que hace que mi sangre palpite y que las manos comiencen a sudarme.

La imagen inoportuna del atractivo cuerpo de Reed y sus ojos azules aparece frente a mí. Maldita sea, el muy capullo ha invadido mis pensamientos, y soy incapaz de no acordarme de él. Cierro los ojos e imagino que me recorre las caderas con las manos y me acerca a él. Coloca la pierna entre las mías…

Se enciende la luz y me detengo de golpe.

—¿Dónde está? —pregunta el diablo en persona.

—¿Quién? —pregunto estupefacta. No me creo que estuviese fantaseando con Reed Royal, el chico que cree que me tiro a su padre.

—El capullo para el que bailas. —Reed cruza la habitación y me agarra de los brazos—. Te dije que no puedes engañar a mis amigos.

—No hay nadie aquí. —Mi cerebro ebrio funciona demasiado lento para entender lo que dice. Se oye la cisterna.

—¿Ah, sí?

Me aparta a un lado y abre la puerta del baño. Se oye un chillido de consternación y él murmura una disculpa entre dientes mientras cierra la puerta.

No puedo evitar una sonrisa engreída.

—¿Te había dicho que soy lesbiana?

A Reed no le parece divertido.

—¿Por qué no me has dicho que estabas con Valerie?

—Porque verte sacar tus propias conclusiones es más divertido. Además, aunque te hubiese dicho con quién estaba, no me habrías creído. Ya has decidido quién y cómo soy, y nada te hará cambiar de idea.

Reed frunce el ceño, pero no me contradice.

—Ven conmigo.

—Déjame que piense. —Me golpeo el labio inferior con el dedo como si considerara su penosa invitación. Sus ojos observan el movimiento—. Vale. Ya lo he decidido. No.

—No te gusta estar aquí —responde secamente.

—Gracias, don Perspicaz.

Él ignora mi sarcasmo.

—Sí, bueno, a mí tampoco me gusta. Pero esto es lo que hay. Si no vienes conmigo y haces un esfuerzo, mi padre te seguirá obligando a venir a estas fiestas. Pero si mueves el culo, sales y todo el mundo informa a sus padres de que te han visto, papá lo dejará estar. ¿Lo entiendes?

—La verdad es que no.

Reed vuelve a acercarse, y su tamaño me deja pasmada de nuevo. Es muy alto. Lo bastante como para ser apodado «larguirucho» o algo así si fuese delgado. Pero no es delgado. Tiene un cuerpazo. Es grande y musculoso, y el alcohol me hace sentir excitada y acalorada al estar junto a él.

Reed sigue hablando, ajeno a mis pensamientos inapropiados.

—Si mi padre piensa que eres un corderillo perdido y solitario, nos obligará a todos a permanecer juntos. Aunque quizá eso es lo que quieres. ¿Es así? Quieres que te vean con nosotros. Quieres estar en estas fiestas.

Sus acusaciones me sacan de mi neblina.

—Claro, como he pasado tanto tiempo con vosotros esta noche…

Su expresión no cambia, ni siquiera reconoce que tengo razón. Vale. Me da igual.

—Venga, Valerie, vamos a la fiesta —grito.

—No puedo. Estoy avergonzada. Reed Royal me ha visto en el baño —gime tras la puerta.

—El capullo se ha ido. Además, seguramente seas lo más atractivo y decente que haya visto esta noche.

Reed pone los ojos en blanco, pero se va cuando le señalo que se marche.

Valerie sale por fin.

—¿Por qué vamos a salir de nuestro pequeño paraíso?

—Para observar y ser observadas —respondo con sinceridad.

—Uf. Suena horrible.

—No he dicho que no lo fuera.

La princesa de papel

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