Читать книгу La princesa de papel - Erin Watt - Страница 9

Capítulo 4

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Estamos aterrizando, pero, a pesar de tener la nariz pegada a la ventanilla, está demasiado oscuro para ver algo. Todo lo que veo son las luces intermitentes de la pista, y, una vez hemos aterrizado, Callum no me da tiempo para echar un vistazo a mi alrededor. No cogemos el coche que está en el almacén de carga. No, ese debe ser el coche «de viaje», porque Durand nos conduce a otro brillante coche negro. Tiene las ventanas tintadas, así que no tengo ni idea del paisaje por el que viajamos. Sin embargo, Callum baja la ventanilla un poco y percibo un aroma a sal. El mar.

Debemos de estar en la costa. ¿En Carolina del Norte o Carolina del Sur? Un viaje de seis horas desde Kirkwood nos dejaría en algún sitio junto al Atlántico, lo cual tiene sentido por el nombre de la empresa de Callum. Sin embargo, no importa. Lo importante es el fajo de billetes nuevos en mi mochila. Diez de los grandes. Todavía no me lo creo. Diez mil al mes. Y un montón más tras graduarme.

Tiene que haber un truco. Puede que Callum me haya asegurado que no espera… favores especiales a cambio, pero no soy tonta. Siempre hay truco, y con el tiempo lo sabré. Para entonces tendré al menos diez mil dólares en el bolsillo por si necesito escapar de nuevo.

Hasta ese momento le seguiré el juego. Me portaré bien con Royal.

Y sus hijos…

Mierda, me había olvidado de sus hijos. Había dicho que tenía cinco.

Aun así, ¿cuán malos podrían llegar a ser? ¿Cinco niños ricos mimados? Ja. He tratado con cosas peores. Como el novio mafioso de mi madre, Leo, que intentó tocarme cuando tenía doce años y que me enseñó la forma correcta de cerrar un puño después de darle un puñetazo en la barriga y casi romperme la mano. Le hizo gracia, y nos hicimos amigos tras eso. Los consejos de defensa personal me ayudaron con el siguiente novio de mi madre, que era igual de sobón. Mamá sí que elegía bien.

Pero intento no juzgarla. Hizo lo que debía para sobrevivir, y nunca dudé de cuánto me quería.

Después de media hora de camino, Durand detiene el coche frente a una verja. Hay una mampara entre nosotros y el asiento del conductor, pero oigo un pitido electrónico, después un zumbido mecánico, y a continuación nos volvemos a poner en marcha. Esta vez vamos más despacio, hasta que finalmente el coche se detiene del todo y los seguros se desbloquean con un clic.

—Hemos llegado a casa —dice Callum en voz baja.

Quiero corregirlo, responder que yo no tengo casa, pero mantengo la boca cerrada.

Durand me abre la puerta y extiende la mano. Me tiemblan ligeramente las rodillas al salir. Hay otros tres vehículos aparcados fuera de un garaje enorme, dos todoterrenos negros y una camioneta rojo cereza que parece fuera de lugar.

Callum se da cuenta de dónde miro y lanza una sonrisa arrepentida.

—Antes teníamos tres Range Rovers, pero Easton cambió el suyo por esa camioneta. Sospecho que quería más espacio para tontear con las chicas con las que sale.

No lo dice con un tono de reproche, sino de resignación. Supongo que Easton es uno de sus hijos. También percibo un poco de… algo en la voz de Callum. ¿Impotencia, quizá? Lo acabo de conocer hace unas cuantas horas, pero, de alguna manera, no me imagino que este hombre se haya sentido indefenso alguna vez, y mis defensas vuelven a estar activas.

—Tendrás que ir al instituto con los chicos durante los primeros días —añade—. Hasta que te consiga un coche. —Entrecierra los ojos—. Bueno, si tienes un permiso en el que aparezca tu nombre y tu verdadera edad, ¿es así?

Asiento a regañadientes.

—Bien.

Después me doy cuenta de lo que acaba de decir.

—¿Me vas a comprar un coche?

—Será lo más fácil. Mis hijos… —Parece elegir sus palabras con cuidado—… no cogen cariño a desconocidos con facilidad. Pero necesitas ir al instituto, así que… —Callum se encoge de hombros y repite—: Será lo más fácil.

No puedo evitar sospechar. Aquí hay algo raro. Este hombre. Sus hijos. Quizá debería haber intentado salir del coche en Kirkwood con más fuerzas. Puede que…

Mis pensamientos se desvanecen cuando veo la mansión por primera vez.

No, el palacio. El palacio real, tal y como se traduce su apellido.

Esto no puede ser de verdad. La casa solo tiene dos pisos, pero es tan larga que apenas veo los extremos. Y hay ventanas por todas partes. Quizá el arquitecto que la diseñó era alérgico a las paredes o tenía miedo a los vampiros.

—Tú… —Mi voz se apaga—. ¿Vives aquí?

Vivimos aquí —me corrige—. Ahora esta también es tu casa, Ella.

Esta nunca será mi casa. No pertenezco al esplendor, sino a la miseria. Es lo que conozco. Es donde estoy cómoda, porque la miseria no te miente. No tiene un bonito envoltorio. Es lo que es.

Esta casa es una ilusión. Es refinada y hermosa, pero el sueño que Callum me intenta vender es tan endeble como el papel. En este mundo nada conserva su brillo para siempre.

El interior de la mansión de los Royal es tan extravagante como el exterior. Losas blancas de azulejo surcadas con estrías grises y doradas, como las que se usan en los bancos y en las consultas del médico, cubren el suelo del recibidor, que parece extenderse varios kilómetros. El techo parece no acabar y estoy tentada de gritar algo solo para ver hasta dónde resuena el eco.

Las escaleras a ambos lados de la entrada convergen en un balcón que se encuentra sobre el recibidor. La lámpara de araña que hay en lo alto del techo debe de tener cientos de bombillas y tantos cristales que, si me cayese en la cabeza, solo encontrarían polvo de cristal. Debería estar en un hotel. No me sorprendería que la hubiesen cogido de uno.

Veo riqueza por todas partes.

Y mientras tanto, Callum me observa con cautela, como si hubiese entrado en mi mente y se hubiese dado cuenta de lo cerca que estoy de perder los papeles. De escapar rápidamente, porque yo no pertenezco a este lugar, ni de coña.

—Sé que es diferente a lo que estás acostumbrada —dice bruscamente—. Pero también te acostumbrarás a esto. Te gustará. Te lo prometo.

Se me tensan los hombros.

—No me haga promesas, señor Royal. A mí no, nunca.

Veo en su cara que mi respuesta le ha afectado.

—Llámame Callum. E intentaré cumplir todas las promesas que te haga, Ella. De la misma forma que intenté cumplir las que hice a tu padre.

Algo en mi interior se suaviza.

—Tú… eh… —Pronuncio las palabras torpemente—. A ti realmente te importaba mi… Steve, ¿verdad?

—Era mi mejor amigo —responde Callum—. Le habría confiado mi vida.

Debe de ser bonito. La única persona en la que confiaba se ha ido para siempre. Está muerta y enterrada. Pienso en mi madre y al instante la echo tanto de menos que se me cierra la garganta.

—Esto… —Intento sonar informal, como si no estuviese a punto de llorar o de venirme abajo—. Entonces, ¿tienes un mayordomo o algo así? ¿O una ama de llaves? ¿Quién cuida de este sitio?

—Tengo servicio. No tendrás que fregar suelos para ganarte el pan. —Su sonrisa desaparece cuando ve mi mirada seria.

—¿Dónde está mi carta?

Callum debe de sentir lo cerca que estoy de perder la cabeza porque su tono de voz se dulcifica.

—Mira, es tarde, y ya has tenido suficientes emociones por un día. ¿Por qué no dejamos esta conversación para mañana? Ahora solo quiero que duermas largo y tendido. —Me observa con complicidad—. Tengo el presentimiento de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que dormiste así.

Tiene razón. Tomo aire y exhalo despacio.

—¿Dónde está mi habitación?

—Te llevaré… —Unas pisadas que resuenan por encima de nosotros lo interrumpen y observo un destello de aprobación en sus ojos azules—. Ahí están. Gideon está en la universidad, pero he pedido al resto que bajen para conocerte. No siempre escuchan…

Y por lo visto siguen sin hacerlo, porque ignoran la orden que les ha dado. Y también a mí. Cuatro chicos de pelo oscuro aparecen en la barandilla curvada del balcón, pero ninguno posa su mirada en mí.

Abro la boca ligeramente, antes de cerrarla de nuevo y hacerme la fuerte ante la agresiva representación que tiene lugar arriba. No dejaré que vean cuánto me ha afectado, pero joder, estoy afectada. No, estoy intimidada.

Los chicos Royal no son lo que esperaba. No tienen pinta de ricachones con ropa pija. Parecen ladrones amenazadores que podrían partirme la cara con facilidad.

Todos son tan altos como su padre. Sin duda superan el metro ochenta y tienen varios grados de musculatura; los dos de la derecha son más esbeltos, los dos de la izquierda tienen los hombros anchos y unos brazos esculpidos. Deben de ser atletas. Nadie está tan cachas sin trabajar duro ni sudar la camiseta.

Ahora estoy nerviosa porque nadie ha dicho nada. Ni ellos ni Callum. A pesar de que estoy abajo, lejos de ellos, me doy cuenta de que todos sus hijos tienen los ojos azules, brillantes y penetrantes de su padre, al que miran fijamente.

—Chicos —dice finalmente—. Venid a conocer a nuestra invitada. —Callum niega con la cabeza como si se corrigiese a sí mismo—. Venid a conocer al nuevo miembro de nuestra familia.

Silencio.

Es inquietante.

El del medio sonríe con superioridad. Solo esboza una pequeña sonrisa torcida. Se burla de su padre mientras apoya sus musculosos brazos en la barandilla, sin decir palabra alguna.

—Reed. —La voz imponente de Callum resuena entre las paredes—. Easton. —Pronuncia otro nombre—. Sawyer. —Y otro—. Sebastian. Bajad aquí. Ahora.

Los chicos no se mueven. Me doy cuenta de que los dos de la derecha son gemelos. Son idénticos a la vista y tienen la misma pose insolente, con los brazos sobre el torso. Uno de los gemelos mira a un lado, hacia el hermano que está en el extremo izquierdo.

Un escalofrío me recorre el cuerpo. De él es de quien tengo que preocuparme. Él es a quien tengo que vigilar.

Es el único que me observa, con una mirada calculadora. Cuando nuestros ojos se encuentran, el corazón empieza a latirme más rápido. Tengo miedo. Quizá, en otras circunstancias, el corazón me latiría por una razón diferente. Porque es guapísimo. Todos lo son.

Pero este me asusta, y me esfuerzo por intentar esconder mi reacción. Cruzo una mirada con él, desafiante. Baja, Royal. Vamos.

Sus ojos azul oscuro se entrecierran ligeramente. Se da cuenta de que estoy retándolo, en silencio. Mi resistencia no le gusta. Entonces, se da la vuelta y se marcha. El resto lo sigue como si fuese una orden. Hacen caso omiso a su padre con la mirada. Las pisadas resuenan en la casa cavernosa. Después, se cierran puertas.

Callum, que está junto a mí, suspira.

—Siento todo eso. Pensé que lo habían entendido. Han tenido tiempo para prepararse, pero está claro que necesitan más para digerir todo esto.

¿Todo esto? Se refiere a mí. A mi presencia en su casa, a la conexión con su padre, que no sabía que tenía hasta hoy.

—Estoy seguro de que por la mañana te darán una mejor bienvenida —añade.

Parece que trate de convencerse a sí mismo.

Pero está claro que a mí no me ha convencido.

La princesa de papel

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