Читать книгу La princesa de papel - Erin Watt - Страница 8
Capítulo 3
Оглавление¡Mi mochila!
¡Mi dinero y mi reloj están dentro! El asiento trasero del mastodonte que Callum Royal llama coche es lo más lujoso en lo que me he sentado en toda mi vida. Una pena que no tenga tiempo para apreciarlo. Tiro de la manilla, pero no consigo abrir la maldita puerta.
Desvío la mirada hacia el conductor. Es muy imprudente, pero no tengo otra opción; me impulso hacia delante y agarro el hombro del conductor. Tiene el cuello del tamaño de mi muslo.
—¡Dé la vuelta! ¡Tengo que volver!
Él ni siquiera se encoge. Tiro unas cuantas veces más, pero estoy bastante segura de que, a menos que lo apuñale, y quizá ni siquiera entonces, no hará nada a no ser que Royal se lo ordene.
Callum no se ha movido ni un centímetro de su sitio tras el asiento del copiloto, y yo me hago a la idea de que no saldré del coche hasta que él lo autorice. Pruebo con la ventana para asegurarme. No se baja.
—¿Seguro infantil? —murmuro, aunque estoy segura de la respuesta.
Él asiente ligeramente.
—Entre otras cosas, pero basta decir que te quedarás en el coche durante el viaje. ¿Buscas esto?
Mi mochila aterriza en mi regazo. Resisto el deseo de abrirla y comprobar si ha cogido mi dinero y mi carné de identidad. Sin ambos estoy completamente a su merced, pero no quiero revelar nada hasta que descubra su propósito.
—Mire, señor, no sé lo que quiere, pero es obvio que tiene dinero. Hay muchas prostitutas por ahí que harán lo que quiera y no le causarán los problemas legales que yo sí. Déjeme en el próximo cruce y le prometo que jamás volverá a oír de mí. No iré a la policía. Le diré a George que es un viejo cliente, pero que ya hemos arreglado nuestros asuntos.
—No busco una prostituta. Estoy aquí por ti. —Después de esa ominosa declaración, Royal se quita la chaqueta del traje y me la ofrece.
Una parte de mí desearía ser más valiente, pero estar sentada en este lujoso coche con el hombre que he usado como barra para bailar me hace sentir incómoda y expuesta. Daría cualquier cosa por unas bragas de abuela ahora mismo. Me pongo la chaqueta a regañadientes, ignoro el dolor que me causa el corsé y aprieto las solapas contra mi pecho.
—No tengo nada que quiera. —Está claro que la poca cantidad de dinero que tengo metida en el fondo de mi mochila es como chatarra para este tío. Podríamos cambiar este coche por todos los de Daddy G.
Royal arquea una ceja en silencioso desacuerdo. Ahora que solo lleva la camisa, veo su reloj. Parece… igual que el mío. Sus ojos siguen mi mirada.
—Lo has visto antes. —No es una pregunta. Acerca la muñeca a mí. El reloj tiene una correa de cuero negra, manillas de plata y una caja de oro de dieciocho quilates alrededor de la cúpula de cristal. Los números y las manecillas brillan en la oscuridad.
—No lo he visto en mi vida —miento, con la boca seca.
—¿De verdad? Es un reloj Oris. Suizo, hecho a mano. Me lo regalaron cuando me gradué del Entrenamiento Básico de Demolición Submarina. Mi mejor amigo, Steve O’Halloran, recibió el mismo reloj cuando también se graduó de allí. En la parte de atrás tiene grabado…
Non sibi sed patriae.
Busqué la frase cuando tenía nueve años, después de que mi madre me contara la historia de mi nacimiento. «Lo siento, cariño, pero me acosté con un marinero. Solo me dejó su nombre y este reloj». Y a mí, le recordaba. Ella me revolvía el pelo de broma y me dijo que era lo mejor. Mi corazón se sacude por su ausencia.
—Significa «No por uno mismo, sino por la patria»; el reloj de Steve desapareció hace dieciocho años. Dijo que lo perdió, pero nunca lo reemplazó. Nunca se puso otro reloj. —Royal deja escapar un bufido—. Lo usaba como excusa para llegar tarde siempre.
Me pillo a mí misma inclinada hacia delante. Quiero saber más de Steve O’Halloran, qué demonios significa lo de «Entrenamiento Básico de Demolición Submarina» y cómo se conocieron. Entonces, me doy un sopapo mental y vuelvo a apoyarme contra la puerta del coche.
—Buena historia, tío. ¿Pero qué tiene que ver eso conmigo? —Miro al Goliat del asiento delantero y alzo la voz—. Porque ambos acaban de secuestrar a una menor y estoy bastante segura de que eso es un delito en todo el país.
Royal es el único que responde.
—Es delito secuestrar a una persona, sin importar la edad, pero ya que soy tu tutor y tú estabas cometiendo un acto ilegal, estoy en mi derecho de sacarte de las instalaciones.
Fuerzo una risa burlona.
—No sé quién se cree que es, pero tengo treinta y cuatro años. —Busco mi carné en la mochila y aparto a un lado el reloj que es idéntico al que tiene Royal en su muñeca izquierda— Mire. Margaret Harper. Edad: treinta y cuatro.
Él me quita el carné de los dedos.
—Un metro setenta. Cincuenta y nueve kilos. —Me echa un vistazo—. Parecían cuarenta y cinco, pero sospecho que has perdido peso desde que estás a la fuga.
¿A la fuga? ¿Cómo demonios sabe eso?
Suelta un bufido como si pudiese leer mi expresión.
—Tengo cinco hijos. No hay truco que no hayan intentado conmigo, y conozco a un adolescente cuando lo veo, incluso debajo de capas de maquillaje.
Le devuelvo la mirada, seria. Este hombre, sea quien sea, no me sonsacará nada.
—Tu padre es Steven O’Halloran. —Se corrige a sí mismo—. Era. Tu padre era Steven O’Halloran.
Giro la cara hacia la ventana para que este desconocido no vea el destello de dolor que cruza mi expresión antes de enterrarlo. Claro que mi padre está muerto. Por supuesto.
Parece que la garganta se me estrecha y tengo la horrible sensación de que las lágrimas se arremolinan tras mis ojos. Llorar es de niños. Llorar es de débiles. ¿Llorar por un padre que no he conocido? Demuestra una total debilidad.
Oigo el tintineo de un cristal que choca contra otro por encima del zumbido de la carretera y, después, el sonido familiar del alcohol que llena un vaso. Royal empieza a hablar un momento después.
—Tu padre y yo éramos los mejores amigos. Crecimos juntos. Fuimos juntos al instituto. Decidimos alistarnos en la marina en un impulso. Con el tiempo, nos unimos a las fuerzas especiales del ejército de los Estados Unidos, pero nuestros padres querían que nos retirásemos pronto, así que, en lugar de volver a servir, nos mudamos a casa para tomar las riendas de nuestros negocios familiares. Construimos aviones, por si te lo preguntabas.
«Claro que sí», pienso con amargura.
Ignora mi silencio o lo toma como una aprobación para continuar.
—Hace cinco meses, Steve falleció durante un accidente de ala delta. Pero antes de irse… es espeluznante, como si hubiera tenido una premonición… —Royal sacude la cabeza—… me dio una carta y dijo que quizá fuese la correspondencia más importante que había recibido. Me dijo que la analizaríamos cuando regresase, pero una semana después, su mujer volvió del viaje y me contó que Steve había muerto. Me olvidé de la carta para encargarme de las… complicaciones con respecto a su fallecimiento y a su viuda.
¿Complicaciones? ¿A qué se refiere? Te mueres y ya está, ¿no? Además, la forma en la que ha dicho viuda, como si fuese una palabra asquerosa, me hace sentir curiosidad por ella.
—Un par de meses después, me acordé de la carta. ¿Quieres saber lo que decía?
Qué provocador tan horrible. Por supuesto que quiero saber lo que decía la carta, pero no voy a darle la satisfacción de una respuesta. Apoyo la mejilla contra la ventana.
Dejamos atrás varias manzanas antes de que Royal se rinda.
—La carta era de tu madre.
—¿Qué? —Giro la cabeza sorprendida.
No se muestra petulante por haber llamado mi atención, simplemente parece cansado. La pérdida de su amigo, de mi padre, se refleja en su rostro, y por primera vez veo a Callum Royal como el hombre que profesa ser: un padre que ha perdido a su mejor amigo y ha recibido la sorpresa de su vida.
Sin embargo, antes de que pueda decir una palabra más, el coche se detiene. Miro por la ventana y veo que estamos en el campo. Hay una larga franja de tierra, un gran edificio de una planta hecho de chapa y una torre. Cerca del edificio hay un gran avión blanco con las palabras Atlantic Aviation estampadas en él. Cuando Royal ha dicho que construía aviones, no me esperaba este tipo de aviones. No sé qué esperaba, pero no pensaba en un pedazo de jet tan grande como para llevar a cientos de personas por el mundo.
—¿Es suyo? —Me resulta difícil no tener la boca abierta.
—Sí, pero no nos detendremos.
Quito la mano de la pesada manilla plateada de la puerta.
—¿A qué se refiere?
De momento, guardo la sorpresa que me ha causado haber sido secuestrada, la existencia —y la muerte— del donante de esperma que ayudó a crearme y la misteriosa carta para observar maravillada y con la boca abierta como atravesamos las verjas, dejamos atrás el edificio y entramos en lo que supongo que es el aeródromo. En la parte trasera del avión se baja una escotilla y, cuando la rampa toca el suelo, Goliat acelera el motor y nos sube al almacén de carga del avión.
Me doy la vuelta para observar por la luneta trasera del coche como se cierra sonoramente la escotilla tras nosotros. En cuanto la puerta del avión se cierra, los pestillos del coche hacen un suave sonido. Y soy libre. O algo así.
—Después de ti. —Señala Callum hacia la puerta que Goliat mantiene abierta para mí.
Con la chaqueta agarrada con fuerza contra mí, intento mantener la compostura. Incluso el avión está en mejores condiciones que yo con mi corsé de stripper y mis incómodos tacones prestados.
—Necesito cambiarme. —Agradezco sonar casi normal. Tengo bastante experiencia en pasar vergüenza, y a lo largo de los años he aprendido que la mejor defensa es un buen ataque. Pero ahora mismo estoy bajo mínimos. No quiero que nadie, ni Goliat ni la gente del vuelo, me vea con estas pintas.
Es la primera vez que vuelo. Siempre viajaba en autobuses y, en algunas horribles ocasiones, con camioneros. Pero esta cosa es gigante, lo suficientemente grande como para alojar un coche. Seguro que en algún lado hay un armario para que me cambie.
Callum suaviza la mirada y asiente bruscamente hacia Goliat.
—Te esperaremos arriba. —Señala el final de la habitación que parece un garaje—. Tras esa puerta hay unas escaleras. Sube cuando estés lista.
En cuanto me quedo sola, cambio la indumentaria de stripper por mi ropa interior más cómoda, unos vaqueros holgados, una camiseta de tirantes y una camisa de franela con botones; normalmente la dejaría abierta, pero en esta ocasión la cierro, a excepción del botón de arriba. Parezco una indigente, pero al menos estoy cubierta.
Meto la ropa de stripper en la mochila y compruebo si el dinero sigue ahí. Gracias a Dios está dentro, junto con el reloj de Steve. Mi muñeca parece desnuda sin él, y como Callum ya lo sabe, me lo pongo. El segundo en que la correa se cierra en torno a mi muñeca me siento mejor, más fuerte. Puedo enfrentarme a cualquier cosa que Callum Royal tenga guardada para mí.
Me echo la mochila al hombro y empiezo a planear qué hacer mientras me dirijo hacia la puerta. Necesito dinero. Callum tiene dinero. Necesito un sitio donde vivir, y pronto. Si consigo suficiente dinero de él, viajaré en avión a mi próximo destino y empezaré de cero. Sé cómo hacerlo.
Estaré bien.
Todo irá bien. Si me cuento esa mentira las suficientes veces, creeré que es verdad… aunque no lo sea.
Cuando llego al final de las escaleras, veo que Callum se encuentra allí, esperándome. Me presenta al conductor.
—Ella Harper, este es Durand Sahadi. Durand, esta es la hija de Steven, Ella.
—Encantado de conocerla —dice Durand con una voz absurdamente profunda. Dios, suena como Batman—. Lamento su pérdida.
Inclina la cabeza ligeramente. Es tan amable que sería descortés ignorarlo. Quito mi mochila de en medio y le estrecho la mano.
—Gracias.
—Gracias, Durand. —Callum despacha a su conductor y se gira hacia mí—. Sentémonos. Quiero llegar a casa. El vuelo a Bayview dura una hora.
—¿Una hora? ¿Ha cogido el avión por una hora de viaje? —exclamo.
—Conducir habría supuesto seis, y eso es demasiado. He necesitado nueve semanas y todo un ejército de detectives para encontrarte.
Ya que no tengo opción, sigo a Callum hacia unos asientos de cuero color crema situados uno frente al otro, con una lujosa mesa de madera negra con incrustaciones de plata entre ellos. Callum se acomoda en uno y después señala al que hay frente a él para que me siente. Hay un vaso y una botella colocados en la mesa, como si su equipo supiese que no funciona sin beber.
Al final del pasillo hay otro grupo de sillas cómodas y un sofá tras ellas. Me pregunto si podría conseguir trabajo de azafata para él. Este sitio es incluso mejor que su coche. Sin duda podría vivir aquí.
Me siento y coloco la mochila entre los pies.
—Bonito reloj —comenta con sequedad.
—Gracias. Me lo dio mi madre. Me dijo que fue lo único que le dejó mi padre además de a mí y de su nombre. —Ya no hay necesidad de mentir. Si su ejército de detectives privados dio con mi paradero, probablemente sepa más de mí y de mi madre que yo misma. Lo cierto es que parece saber mucho acerca de mi padre, y descubro que, muy a mi pesar, estoy ansiosa por recibir toda esa información—. ¿Dónde está la carta?
—En casa. Te la daré cuando lleguemos. —Coge una carpeta de cuero y saca un fajo de dinero con un envoltorio blanco alrededor, como en las películas—. Quiero hacer un trato contigo, Ella.
Sé que tengo los ojos abiertos como platos, pero no puedo evitarlo. Nunca he visto tantos billetes de cien dólares juntos.
Empuja el fajo contra la oscura superficie hasta que la pila de billetes se detiene frente a mí. ¿Es esto un programa o algún tipo de competición televisiva? Cierro la boca y trato de incorporarme. Nadie me toma por tonta.
—Soy toda oídos —respondo mientras me cruzo de brazos y miro a Callum con los ojos entreabiertos.
—Por lo que sé, te desnudas para mantenerte y conseguir tu título de instituto. Después de eso, imagino que querrás ir a la universidad, dejar lo de desnudarte y, quizá, hacer otra cosa. Puede que quieras ser contable, doctora o abogada. Este dinero es un símbolo de buena fe. —Da unos golpecitos a los billetes—. Este fajo contiene diez mil dólares. Te daré un fajo en metálico de la misma cantidad por cada mes que te quedes conmigo. Si te quedas hasta graduarte en el instituto, recibirás una bonificación de doscientos mil. Con eso podrás pagar tus estudios universitarios, alojamiento, ropa y comida. Si te gradúas en la universidad, recibirás otra bonificación sustanciosa.
—¿Dónde está el truco? —Mi mano está deseando coger el dinero, encontrar un paracaídas y escapar de las garras de Callum Royal antes de que diga «mercado de valores».
En lugar de eso, permanezco sentada y espero oír el trato asqueroso que tengo que cumplir para obtener este dinero mientras debato mis límites conmigo misma.
—El truco está en que no luches. No intentes escaparte. Quiero que aceptes que soy tu tutor legal. Que vivas en mi casa. Que trates a mis hijos como si fueran tus hermanos. Si lo haces, podrás tener la vida que has soñado. —Se detiene—. La vida que Steve hubiese querido que tuvieras.
—¿Y qué tengo que hacer por usted? —Necesito que me diga exactamente los términos.
Callum abre los ojos como platos y su cara adquiere una tonalidad verde.
—No tienes que hacer nada por mí. Eres una chica muy guapa, Ella, pero eres una niña, y yo un hombre de cuarenta y dos años con cinco hijos. Quédate tranquila, tengo una atractiva novia que satisface todas mis necesidades.
Puaj. Levanto una mano.
—Vale, no necesito más explicaciones.
Callum ríe aliviado antes de volver a ponerse serio.
—Sé que no puedo reemplazar a tus padres, pero aquí me tienes si me necesitas. Puede que hayas perdido a tu familia, pero ya no estás sola, Ella. Ahora eres una Royal.