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11 de febrero Guerreras de esperanza

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“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas” (Prov. 31:10, RVR 95).

No puedo recordarla de otra manera. Todavía, a pesar de los años transcurridos, puedo cerrar los ojos y traer a la imaginación su pequeña figura, menguada por la enfermedad. En la cama del hos­pital se veía frágil; sus manos pequeñas y arrugadas descansaban sobre su re­gazo, mientras sus resecos labios intentaban sonreír en señal de bienvenida. Aquel día fue como cualquier otro en un hospital: olor a medicina y desinfec­tante, y altavoces solicitando la presencia del doctor.

El doctor apareció casi reverente en la habitación, se acercó y nos anunció que el tiempo para ella se estaba acabando. Salí un momento al jardín y comen­cé a llorar; no quería que nadie me viera así, y menos ella. Más serena, me paré a su lado y ella levantó su mano en señal de despedida. Le pregunté a dónde iba y me señaló con el índice hacia arriba. Lo demás fue rápido; cerró los ojos y se quedó dormida. Entonces dejé las apariencias a un lado y lloré, no sé cuánto tiempo.

A pesar de su ajetreada y, a veces, tormentosa vida, se fue llena de paz, y con una fe inquebrantable en Dios. Su legado es un tesoro que gozo hoy a pe­sar de que ya no está conmigo. Durante su vida habló poco, pero hizo mucho. Los recuerdos que me dejó son dulces y hacen más fácil mi presente.

En la Biblia leemos: “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?” Yo respondo: “Yo la hallé en la figura de mi madre”. Querida amiga, si tienes a tu madre conti­go, hónrala; haz por ella lo que ella hizo y hace por ti. Abreva de su sabiduría; los consejos de una madre nunca pierden vigencia, pues emanan de un cora­zón amante y generoso, parecido al del Padre celestial. Por otro lado, si tú eres madre, asegúrate de que tus hijos te honren, sembrando en tu camino hacia la eternidad semillas de amor, que darán su fruto cuando te hayas ido.

Hoy, antes de iniciar tus actividades diarias, reúne a tu familia y presén­tala ante Dios, oren unos por otros y repitan: “Cuando se extinga la flama de mi vida, cuando mi largo caminar haya terminado, solo quedará el perfume de recuerdos de cariño y de bondades” (Óscar Cruz).

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