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25 de febrero ¡Auxilio, hay un adolescente en casa!

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“Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor. Los hijos que nos nacen en la juventud son como flechas en manos de un guerrero. ¡Feliz el hombre que tiene muchas flechas como esas!” (Sal. 127:3-5).

Una madre me preguntó en una ocasión: “¿A qué edad termina la ado­lescencia?” No supe qué responderle. Su rostro mostraba preocupa­ción y ansiedad. Conversamos un rato y me dijo: “Mi hija era una niña maravillosa hasta los doce años; ahora tiene catorce y estoy perdida. No sé qué hacer; no encuentro la manera de acercarme a ella. Ha puesto una barrera de indiferencia entre las dos, y nada de lo que yo diga o haga parece importarle”.

La adolescencia es una etapa de transición entre la pubertad y la madurez. Uno de los cambios más significativos que se producen en la adolescencia es la modificación de la relación madre-hijo. El ajuste y adaptación a ese cam­bio puede generar ansiedad y preocupación. Los vínculos afectivos deben renovarse con paciencia, comprensión y aceptación.

Algunos expertos definen la adolescencia como “la tierra de nadie”; es de­cir, no son niños, pero tampoco son adultos, lo que los lleva a pensar que pertenecen a “una especie rara”. Querida amiga, si eres mamá de un adoles­cente y te sientes impotente, recuerda que la adolescencia no dura toda la vida, pero la manera de vivirla dejará huellas para siempre. Lo mejor que puedes hacer por tu hijo o tu hija en esta etapa de su vida es brindarle acompañamiento cariñoso y comprensivo. Esto no significa sobreprotección; por el contrario, se manifiesta cuando eres sensible a sus necesidades pero lo disciplinas con autoridad, sin autoritarismo, y le reafirmas el amor que sientes por él o ella. Re­cuerda tratarlo como hijo de Dios creado con propósitos especiales.

La adolescencia es una etapa natural en el ciclo de la vida; date el permiso de disfrutarla junto a tu hijo. La queja más frecuente de los adolescentes es: “Nunca puedo hablar con mis padres acerca de lo que me interesa”. Tal vez sea solo esto lo que ellos esperan de ti. Cuando te sientas cansada, sin saber qué hacer, recuerda: “Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isa. 41:29, RVR 95).

Estoy segura de que la felicidad de tus hijos es un tema prioritario en tu vida; continúa haciendo lo mejor con la ayuda de Dios. Hoy, antes de iniciar tus quehaceres de madre, regálale un abrazo y dile lo importante que es para ti y para Dios.

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