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III

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Toda fábula tiene una intención moral , en cuanto sugiere la evaluación de una determinada conducta, bien de un modo explícito (en la moraleja oportuna), o de un modo implícito (en el éxito o el fracaso de un personaje en su actuación). Ya se ha apuntado el carácter pragmático de esta apreciación moral, que desde otro punto de vista ético puede considerarse como poco elevada o bien inconveniente para un uso pedagógico. Recuérdense, por ejemplo, las críticas de J. J. Rousseau en su Émile 3 . Pero la valoración de esa moral pragmática es otro tema (al que más tarde aludiremos). De momento subrayemos que la conclusión implícita en el relato es lo que fundamenta una explicitación de la misma en una moraleja abstracta, colocada antes o después de la narración misma, como promitio e epimitio . (Es más frecuente colocarla al final.)

Desde el punto de vista histórico, hay que notar que las moralejas de la colección esópica son añadidos posteriores, y que, en algunos casos, no están adaptados a la conclusión implícita de la fábula. La aplicación de una fábula a un caso concreto, personal (como las narradas por Arquíloco) o político (Estesícoro) parece lo más antiguo. En la Vida de Esopo se ofrecen ejemplos de ambos tipos de referencias concretas. Es probable que las moralejas con referencias a determinados tipos de personas de tal o cual carácter estén influidas por los epimitios moralizados de la colección de Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto.

En la estructura de la fábula esópica sencilla pueden distinguirse varios elementos imprescindibles: 1) una situación de base, en la que se expone un cierto conflicto entre dos figuras, generalmente de animales; 2) La actuación de los personajes, que procede de una libre decisión de los mismos, que eligen entre las posibilidades de la situación dada, y 3) la evaluación del comportamiento elegido, que se refleja en el resultado pragmático de su acción, calificada así de inteligente o necia.

Este análisis de la secuencia narrativa en tres momentos (de acuerdo con Nøjgaard) o en cuatro (según Gasparov, que prefiere distinguir entre «exposición, proyecto, actuación y resultado»; es decir, subdivide el segundo momento en «decisión» y «acción») refleja la sencilla arquitectura lógica de la fábula y su intención moral. Como hemos apuntado antes, la evaluación se halla inserta en la conclusión del relato, puesto que es pragmática. Los personajes (generalmente animales) 4 no poseen un valor fijo, sino que se hallan sujetos a una determinada valoración dentro del conflicto, definido por su posición y su relación recíproca. Para decidir el éxito de la acción importan sólo dos rasgos: la fuerza y la inteligencia.

Cada uno de los animales encarna, de modo plástico y acorde al orden natural, un cierto grado en la escala de esos valores. De esos rasgos, fuerza y astucia, que cada uno posee en su grado peculiar, el primero (y en la superioridad de fuerza hay que considerar tanto la ventaja física natural como la que resulta de la situación dada) es un elemento estático, fijado previamente; mientras que la inteligencia es el elemento dinámico y susceptible, por tanto, de ser valorado «moralmente». Mediante el buen uso de ella puede el más débil triunfar del más fuerte, arrebatarle la presa, sacar provecho o escapar de él. A la postre, es la inteligencia la que decide el conflicto y de ahí el valor didáctico del género.

En el espejo alegórico del mundo bestial se refleja una sociedad dura, en una constante lucha por la vida. A pesar de su pretendida ahistoricidad, con su referencia a unos seres guiados por sus apetitos naturales, en esta concepción del universo animal como una sociedad competitiva y despiadada se deja sentir un transfondo histórico ineludible. La fábula esópica refleja ciertos rasgos del pensamiento griego de la época arcaica 5 . La inteligencia significa habilidad para la trampa y el engaño, y lo único que importa es el éxito, sin otra sanción transcendente. Lo natural es que el más fuerte devore al más débil y que el más listo engañe al más tonto. No hay otra justicia natural, según esta concepción, que se asemeja a la postulada por Calicles. Como concluye La Fontaine en un célebre verso: «La razón del más fuerte es siempre la mejor». (En comparación con otras colecciones de fábulas, por ejemplo las orientales, se advierte en la esópica una peculiar amargura y dureza, que se acentúa con tonos personales en Fedro y Babrio.)

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