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La difusión del género fabulístico en la literatura europea parte de una tradición de raíz doble: de un lado, la tradición clásica (Esopo, Fedro, Romulus, Isengrinus) y del otro, la india (Panchatantra , sus versiones árabes, etc.). Y a su vez la colección griega y la india parecen remontar a las fábulas mesopotamias, que, a partir de Babilonia, habrían llegado a Grecia a través de Asia Menor, y por otra parte, a través de Persia, posteriormente, llegarían a la India. Los orígenes mesopotamios del género han sido detectados y estudiados —por Ebeling, Gordon, Lambert, Perry, etc.—, aunque es muy difícil precisar lo que luego los griegos añadieron en la formación de este género popular. Esopo, desde luego, no fue su inventor ni su introductor en Grecia, puesto que ya Hesíodo cuenta la fábula de «el halcón y el ruiseñor» (Trab . 202-212) en el siglo VIII (varios siglos antes, por tanto, de las primeras fábulas atestiguadas en la India, pues la redacción del Panchatantra remonta al siglo II ó I a. C.). La fama de Esopo se debe a que fijó el tipo clásico de la fábula y divulgó la primera colección de las mismas.

Pero el género estaba ya atestiguado en Grecia mucho antes de la existencia, real o literaria, de este curioso personaje, el esclavo frigio que, según los diversos testimonios biográficos, habría vivido en la segunda mitad del siglo VI a. C. Quintiliano designa a Hesíodo como el inventor del género («Nam videtur fabellarum primus auctor Hesiodus», en Inst . V 11, 19). Después de éste, también Arquíloco, Estesícoro y Semónides aluden a algunas fábulas con anterioridad a Esopo.

Ya Heródoto y Aristófanes conocían, probablemente, una versión de la Vida de Esopo 8 . Las referencias de Heródoto a Esopo como logopoiós (Hist . II 134, 3) y ciertas expresiones de Aristófanes parecen indicar que conocían una obra escrita atribuida a él (o de un autor anónimo que se escondía bajo la figura del protagonista del relato biográfico). Las citas de Aristófanes testimonian la popularidad de esos apólogos, que Sócrates, por ejemplo, se sabía de memoria y versificaba en la prisión en los últimos días de su vida (según Platón cuenta al comienzo del Fedón , 61 B). Otros autores clásicos, como Heródoto, Antístenes, Jenofonte, Teopompo y Aristóteles, cuentan ocasionalmente alguna fábula.

La creación de la estatua de Esopo, obra del escultor Lisipo, en el ágora ateniense fue otra muestra del reconocimiento de esta ciudad al fabulista, cuyos ejemplos recopiló de nuevo, en una edición definitiva para el futuro de la colección, el peripatético Demetrio de Falero, en el último tercio del siglo IV . Probablemente las colecciones anónimas de las fábulas griegas que han llegado hasta nosotros —la más antigua de las cuales, Augustana , no es anterior en su redacción al siglo I ó II de nuestra era— descienden de esa benemérita recolección de ese discípulo de Teofrasto.

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