Читать книгу A falta de París - Esther Sánchez - Страница 7

Si este es el final, ¿dónde está la meta?

Оглавление

Trataba de convencerle (y convencerse a sí misma) de que solo estaba pidiendo que las reglas del juego fuesen las mismas para los dos, y que en ese acuerdo de mantener la convivencia hasta que los niños crecieran y la situación económica les permitiera disponer de dos viviendas, ambos debían tener las mismas obligaciones y el mismo grado de libertad, o de falta de ella. Que sus hijos no eran un turno de trabajo a repartir. Excusas. Marta lo que quería era recuperar a su marido. Mantenerlo a su lado. Reintegrar algo a su vida en común, una forma de normalidad que la volviese de nuevo real, si es que eso, llegados a este punto, era una posibilidad factible. ¿Por qué Pedro es tan egoísta? Si me contento con muy poco. Que sea más cariñoso. Que haga el amor conmigo alguna vez. Aunque esté pensando en otras. ¿Quién no lo hace con el tiempo?

¿Estaba siendo justa? ¿Estaba siendo lo sincera que le pedía a él que fuera? ¿Estaba siendo generosa con alguien que nunca había querido nada más que lo mejor para ella en realidad? ¿De verdad seguía enamorada de Pedro o era miedo a quedarse sola? ¿Quería recuperarlo por amor propio? ¿Por una necesidad de afirmación? ¿Había detrás de esa incongruente mezcla de intento de seducción y chantaje emocional algo más que sus inseguridades? ¿Y una vez lograda la reconciliación, si la lograban, iba a estar bien? ¿Lo suficientemente bien para hacerle feliz y serlo ella misma? ¿Todo aquello que achacaba y reprochaba a Pedro no eran proyecciones de sus propias expectativas, deseos subterráneos que no se atrevía a expresar abiertamente ni ante sí misma?

Compró una libreta. Escribió todas esas preguntas en ella. Le costó mucho hacerlo porque, aunque ponía interrogantes al principio y final de cada frase, sabía las respuestas. No, no podía reconocerse capaz de ser mezquina con el padre de sus hijos y no dejaba de intuir que era injusto y triste transmitirles a los niños que eso que Pedro y ella tenían era una pareja, porque una pareja debería ser otra cosa. Pero ella observaba otros matrimonios, no era necesario fijarse mucho. Creía ver infelicidad por todas partes, resentimiento, resignación. Se preguntaba qué clase de narcótico utiliza la gente parar aguantar esas convivencias que hacen aguas por todas partes.

Y luego estaban los que daban el paso, atrincherados tras acuerdos de divorcio, con sus rencores cuidadosamente apilados, listos para hacerse todo el daño posible a cualquier precio. Convirtiendo en objetivo de sus vidas amargar la existencia a personas a las que una vez amaron, o creyeron amar. Amargar la existencia al hombre o mujer que eligieron como padre, como madre de sus hijos.

Pedro no había pasado de ser el hombre que ella eligió como padre de sus hijos a ser un hijo de puta al que había que hacer daño a toda costa. Pedro seguía siendo Pedro, el de siempre, solo que ya no estaba enamorado de ella. Ella tampoco lo estaba de él, a estas alturas de la libreta eso lo tenía claro. Si lo estuviese, lo sabría, sin dudas. Sin todas estas dudas.

¿Qué les unía actualmente aparte de las obligaciones y responsabilidades familiares y económicas? Ya no había discusiones, ni malas caras, solo un inmenso y creciente silencio. Les unía un miedo común. La cobardía. La incapacidad para mirarse a la cara, para hablar, para comunicarse. ¿De verdad sabía quién era él? ¿Conocía al Pedro actual, el que dormía en su misma cama? ¿Le comprendía? ¿Comprender con todo lo que eso conlleva? ¿Solo su marido distorsionaba la realidad o eran ambos los que lo hacían en sus respectivas versiones de la situación? ¿Era más cómodo adoptar un papel de víctima y no asumir su parte de responsabilidad en este final? Si no hablamos, si alargamos esto como si no pasase nada, acabaremos odiándonos. Y nos destruiremos. Uno al otro, a nuestros hijos. Todo. Acabaremos con todo. Desde dentro. Con todas las armas que nos proporcionó compartir nuestra intimidad.

De pronto siente tanta ternura por Pedro, por ella misma. Necesitan ayudarse. Necesitan salir de esto juntos. Necesita su equilibrio y su fuerza, como en todos estos años. Necesita sentir a Pedro de su lado, para salvarse, unidos, de la única forma posible. Qué lejos todo. La ilusión del principio, con su hipoteca y su correspondiente rectángulo de césped. ¿Qué les queda? ¿Algo de cariño, quizá? Tantos malentendidos acumulados, una ira silenciosa, todo mezclado, convertido en algo enorme y confuso, enraizado en disputas hace tiempo olvidadas, mucho más grande que ellos y ya inmanejable. ¿Dónde están Marta y Pedro? Los que fueron, aquella pareja, su amor, su ingenuidad, su indefensión. Quiere creer que son los mismos. ¿Los mismos? Por separado. Sin complicidades. En medio de una hostilidad que ni siquiera ellos comprenden. Impermeables a los gestos, a las miradas, a los últimos cartuchos. Tan solos, tan cansados, tan vulnerables. Alejándose cada vez más del punto en el que las cosas tuvieron algún sentido.

A falta de París

Подняться наверх