Читать книгу A falta de París - Esther Sánchez - Страница 9

Carta

Оглавление

De un tiempo a esta parte, querida, me resulta inabarcable la tarea de hacerte feliz. Hace mucho que comprendí que las renuncias no eran tan provisionales como yo deseaba creer y que los esfuerzos, independientemente de su grado, resultarán siempre insuficientes. Solemos movernos entre lo peor y lo mejor de nosotros mismos. A veces, permanecer impasible hace más fáciles las cosas, pero tampoco eso ha resultado. Así que, por mi parte, abandono.

La mayoría de los días apenas logro descongelar tu sonrisa. Como si todo tu cuerpo se fuera escurriendo sin que yo lograse comprender la razón. Es una situación absurda. Si me paro a pensarlo, no sé por qué lo intento una y otra vez. Me encuentro indefenso y agotado en esta atmosfera de objeciones y he decidido buscar una salida definitiva. Tal vez esto te sorprenda, creo que no se espera de nosotros que tomemos determinadas decisiones. Es algo temporal, nos repetimos para evitar tomarlas. Eso pensamos. Eso nos obligamos a pensar.

No soy partidario de afirmaciones categóricas, pero en este caso es cierto: no somos felices.

Con los años todo ha perdido intensidad, pasión y se ha vuelvo menos dramático. Lo más duro de asumir es la indiferencia. No fui objetivo cuando me enamoré, pero ¿alguien lo es? Creo que no, que enamorarse consiste en sentir atracción por una persona de quien se elabora un perfil distorsionado y acorde a nuestros deseos o necesidades del momento. Luego… Luego pasa el tiempo, la vida va transcurriendo y mostrándonos la realidad, a menudo dejándonos perplejos. No sin oponer resistencia, vamos tomando conciencia de ella con dificultad, pero para algunos llega un punto en que no podemos seguir mirando hacia otro lado. Con esto quiero decir que nunca me he adaptado del todo a nuestra vida en común.

Estoy cansado del juego dialéctico. Desgarrado por tu rigurosidad, me rindo como se rinde uno a la simpleza del destino. No es soberbia, créeme, se trata, más bien, de un desgaste de peso incalculable. No puedo continuar, lo he intentado pero ni lo pseudopsicológico ya me ayuda, no es más que un inútil disfraz de la resignación. En busca de alguna extraña clase de consuelo conferimos propiedades humanas a los sucesos, intenciones, motivos, objetivos, finalidades. No las tienen. Ya no espero más que lo que yo promueva. No admito más esta clase de degradación. Hay situaciones tales en las que lo surrealista ya no se percibe, ya no resulta excepcional ni cuestionable. ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo lograste hacerlo sin decir nunca nada?

Determinadas cosas se intuyen, se saben con una fuerza irrefrenable, pero como nada sólido las respalda nos autoconvencemos de que no conviene ahondar en su sentido. Es inútil, siempre estará ahí el espejo de la conciencia. Creo que no debemos alargar más esta situación, la percepción del tiempo, su transcurso, tiene cierta relación con el odio.

Están los que se las arreglan para divertirse hagan lo que hagan y eso parece bastarles. Envidio esa capacidad de disfrute que para mí es una clara rendición. La envidio con sinceridad. Seguramente se trata de personas dotadas de una inteligencia más práctica que la mía. Porque tú sigues estando muy buena, cualquier hombre, por la calle, lo corrobora con su mirada o con su forma premeditada de no mirarte. Y tal vez sí podríamos llevar una vida tranquila y agradable con poco esfuerzo y respeto mutuo. Sí, quizá aún pudiéramos olvidarnos por un rato de lo que sabemos uno del otro. Espero que comprendas que, llegados a este punto, no voy a quedarme aquí para comprobarlo cuando hace tanto que solo yo pongo de mi parte.

Reconozco que, aunque valoro enormemente tu entereza, hace mucho que no me conmueve esa pequeña desesperación de tu mirada. Quizá tienes razón y es cierto que ya no te quiero. He de admitir que, en realidad, siempre respondo a esas preguntas sin pensarlo.

A falta de París

Подняться наверх