Читать книгу A falta de París - Esther Sánchez - Страница 8

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Desde hace unos días, «grave» se ha vuelto un término ambiguo y confuso. Ha sido de tanto mirarlo escrito en ese papel que le entregaron con esa frialdad administrativa de los hospitales. Le ha dado vueltas y vueltas, a lo de «grave», y ha resultado que tiene sitios a los que agarrarse, que no es concluyente, ni definitivo. Él está grave. Está. Eso sí es un término que no admite discusión. Un término claro. Un término sólido. Está y mientras esté, «grave» será solo una posibilidad de algo que no se atreve a pronunciar. Esa manía tuya con la precisión de las palabras, diría él si pudiese hablar, pero no puede, ya ni sílabas sueltas. Desde hace unas horas solo emite algunos sonidos, ininteligibles. Dejó de hablar casi desde el momento en que «cáncer» apareció en los renglones de otro de esos papeles. «Cáncer» sí es un término grande, avasallador, también claro, pero a la vez oscuro. «Cáncer» intimida. «Cáncer» amenaza. «Cáncer» es una palabra perturbadora y autosuficiente. «Cáncer» transmite una seguridad demasiado aterradora. Y todo revestido de la engañosa autoridad de esos documentos.

¿Y su nombre? ¿Y él? No logra encontrarlo. ¿Dónde queda entre tantos términos abrumadores?

Hoy hay una palabra nueva, aunque no se la han dado por escrito ya no se borrará de su memoria. «Desahuciado». «Desahuciado» no admite interpretaciones, quizá podría admitir aplazamientos, pero parece que no es el caso. «Grave» sí las admitía, ahora se da cuenta, aunque eso ya carece de importancia. «Grave» era amable, era compasivo, «desahuciado» no tiene ningún tipo de piedad. «Desahuciado», una palabra tan larga, fea, incontestable.

Viene un médico para decirle, con semblante serio, que ya puede volver a la habitación y que él ha fallecido. Y es duro y patético a la vez que no pueda evitar mirarle el escote mientras se lo dice. Y para asombro de ella misma, en lugar de enfadarse, le apena la falta de dignidad de ese tipo. Y le da un poco de envidia también. Le gustaría preguntarle cómo se logra esa indiferencia. Pero no lo hace.

El hombre la deja sola unos minutos en la habitación y ella no sabe cómo incorporar todo esto a su vida. Sí sabe que mientras no salga del hospital no empezará a tomar conciencia de esta nueva realidad. Estando aquí puede dejarse llevar por la argucia mental de pensar que quizá no es más que una pesadilla y que, como cada día, él la despertará tres minutos antes de que lo haga la alarma del reloj, podrá hablar con normalidad y le dirá buenos días, perezosa. Pero él ya no está aquí. Se lo han llevado a otra sala y una auxiliar, que parece un poco violenta con la situación, intenta hacerle ver con sus ademanes, y sin tener que pronunciarlo con palabras, que debe dejar libre la habitación, que otro paciente espera para ocuparla y tiene que preparársela. 86B. Está segura de que nunca olvidará el número de ese cuarto de hospital. Pero no es cierto. Sí lo olvidará. Y cuando se dé cuenta de que lo olvidó, llorará amargamente. Y se lo reprochará durante días. Pero lo olvidará. Porque son el tipo de cosas que se olvidan para poder seguir viviendo.

A falta de París

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